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Por las necesidades de la Segunda Guerra Mundial y las políticas del
New Deal, a partir de los años 40 del siglo pasado la fuerte expansión económica estadounidense incorporó a millones de
trabajadores en empleos estables en las industrias, mientras que en ciertas
ramas de la agricultura se adoptó
–por la estacionalidad que marca la división del trabajo- el “programa de braceros” para traer a las “granjas” estadounidenses a decenas de miles de campesinos mexicanos. Estos trabajadores “migrantes”
mexicanos fueron contratados para efectuar “trabajos
temporales” en ramas de la agricultura cuya existencia y rentabilidad
dependían de la disposición de una mano
de obra barata, que aceptara ser desplazada territorialmente a merced de
las necesidades de los productores, y quedar
excluida de la protección social, compensaciones por enfermedades, antigüedad,
etcétera. El capitalismo moderno ha llegado al
final de su camino. No es
capaz de sobrevivir como sistema,” ...“Lo que
estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del
siglo XX y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el
curso de un año o un momento. Se trata,
pues, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un
sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo con el
repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo, sino sobre el sistema que
habrá de reemplazarle”.
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El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino.
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¿ Cómo interpretar la crisis y la realidad actual del capitalismo?
*****
Alberto Rabilotta.
ALAI AMLATINA. Jueves 31 de enero
del 2013.
Lo peor de la crisis ha pasado, nos
dicen banqueros, funcionarios y políticos nacionales y supranacionales que
nunca perdieron un empleo porque jamás trabajaron en una fábrica o una oficina
por un salario que apenas alcanza para vivir. Con esto, como vimos en el Foro
del gran capital en Davos, nos están diciendo que los planes de austeridad han
funcionado, que el creciente desempleo es parte de la solución y no el
problema, que hay que seguir despidiendo trabajadores y empleados, hacer que el
empleo sea más precario para poder seguir bajando los salarios, acortando las
vacaciones, aplastando la resistencia sindical donde aún existe, cortando las
pensiones y programas sociales, etcétera.
Lo peor ha pasado, nos dicen los
directivos de las empresas monopolistas que en Estados Unidos (EE.UU.) están
sentados en un billón 700 mil millones de dólares, porque no hay donde invertirlos
de manera rentable. Y vaya uno a saber cuán grande es la pila de euros sobre la
cual están sentadas las grandes empresas de la Unión Europea. La crisis ha
pasado, pero los problemas concretos de los pueblos siguen ahí, y se agravan
cada vez más.
Esta no es la primera crisis del
capitalismo industrial en los “países avanzados”, en lo que va del siglo 21, en
que la recuperación de la economía real –la producción de bienes y servicios, o
sea la riqueza producida socialmente - no logra restablecer los anteriores
niveles de empleo, de seguridad laboral y de salarios, pero es la primera en la
cual el desempleo se acrecentó de manera brutal y se ha vuelto crónico para
millones de trabajadores, provocando una pauperización de amplios sectores de
la sociedad.
Una crisis en la cual la desigualdad
de ingresos alcanzó niveles nunca vistos, y por la cual una gran parte de la
nueva generación no tendrá empleos estables, que vivirá en un mundo de empleos
precarios, de salarios miserables y bajo la amenaza constante del desempleo
crónico. La primera generación del capitalismo industrial que tendrá un nivel
de vida y de seguridad social muy inferior a la de sus padres.
Lo nuevo, si podemos decirlo así, es
que en ese mundo de economistas que han contribuido a formular el oxímoron de
la estabilidad financiera en el contexto de los mercados autorregulados, se
manifiestan signos de un reconocimiento de que el problema central de esta
crisis que aún perdura es quizás estructural, que concierne a la fundamental
relación del capital con el trabajo asalariado, a la reproducción del capital,
y que este problema estructural se agrava con la voracidad de los grandes
monopolios y de un sistema financiero que quieren vivir de la extracción de una
renta sobre todas las actividades económicas y sociales de la humanidad, como
veremos.
Primero
una parada en Davos.
Bajo el titulo “Negación, pánico y
dudas en Davos” el editor económico del diario The Guardian, Larry Elliott,
escribía el 23 de enero pasado que en los últimos cinco años el Foro de Davos
tuvo algunos “violentos balanceos de humor”; primero fue la negación, luego el
pánico, más tarde la esperanza de que lo peor había pasado, y ahora es la
persistente preocupación de que este bajón simplemente no tiene fin.
Lo que crece es el desempleo y la
acumulación de riquezas en pocas manos, lo que baja es el consumo de las masas
y las oportunidades de hacer negocios para los industriales, lo que explica que
las empresas estén “sentadas” en billones de dólares, porque no perciben un crecimiento
de la demanda para sus productos y servicios. El problema, según Elliott, es
que los grandes empresarios y financieros reunidos en Davos están viendo los
resultados de las políticas que promovieron en el pasado: austeridad fiscal,
debilitamiento de los sindicatos, agresivos cortes de personal. En el pasado,
agrega, el gasto de las familias podía apoyarse en un aumento del endeudamiento
familiar, pero ahora “los bancos no quieren prestar y los consumidores no
quieren endeudarse. Esta es la receta para continuar en el letargo económico”.
¿Letargo económico o implantación de
una economía rentista a escala planetaria? Desde hace tiempo el economista
estadounidense Michael Hudson viene alertando que la dominación del capital
financiero y de los monopolios ha sustituido el capitalismo industrial por un
“neofeudalismo” que lleva directo a un régimen de servidumbre (1).
Esto se confirma por lo que el
periodista Ryan McCarthy de la agencia Reuters, en su crónica “A handy guide to
Davos-speak” (25 de enero 2013), escribe sobre esas frases típicas de Davos (La
impaciencia por el crecimiento realmente necesitará de paciencia; No
crecimiento, dinero fácil ¿la nueva normalidad?), señalando que cuando
constantemente la elite de Davos habla de un “plan de crecimiento” o de
“restaurar el crecimiento”, lo que están diciendo es que “ninguno de ellos ve
una industria en particular que aumentará el ritmo de crecimiento para hacerse
más ricos. Y que, como resultado, habrá menos trabajos para el resto de
nosotros”.
Y reproduce lo que dijo Ray Dalio,
que dirige Bridgewater, el más importante fondo de cobertura de riesgo (hedge
fund): en una economía global que ha pasado la crisis y está muy endeudada, el
crecimiento económico no puede sustentarse en deuda, como lo fue durante las
pasadas décadas. Las economías están en proceso de desendeudarse, la deuda no
aumentará más rápido que los ingresos, y la manera primaria mediante la cual
las grandes económicas pueden crecer es aumentando la productividad.
McCarthy nos dice que Dalio amplió
un poquito lo que quería decir: la gran conversación en política y economía
será sobre cómo extraer más de los trabajadores –en otras palabras, el
crecimiento no vendrá de la próxima Internet, del próximo auge en el mercado
inmobiliario o de cualquier nuevo activo. Esto significa, dijo Dalio, duras
decisiones a tomar sobre cuestiones como “¿Cuán larga deben ser las
vacaciones?, o ¿Qué es una buena vida?”. Traducido este “lenguaje de Davos” al
lenguaje común, según McCarthy, lo que Dalio está diciendo es particularmente
terrible para el resto de nosotros. Cuando los más exitosos inversores del
mundo nos dicen que el crecimiento económico dependerá de si tomamos o no nuestras vacaciones, es tiempo de preocuparse.
Entre
capitalismo y neofeudalismo.
En las conclusiones del citado
trabajo de Hudson, el economista estadounidense explica la dinámica de este
proceso: Mientras las economías se contraen, el sector financiero se enriquece
convirtiendo sus títulos o certificados de deuda –lo que los economistas del
siglo 19 llamaban el “capital ficticio” y que más tarde pasó a llamarse capital
financiero-, en apropiación de la propiedad. Esto hace que una deuda que
alcanzó niveles irrealistas, porque no hay manera de que pueda ser pagada bajo
las existentes relaciones de propiedad y de distribución de los ingresos, se
haya convertido en una pesadilla viviente. Es esto lo que está sucediendo en
Europa y es también el objetivo de la Administración Obama () Esto hará que
EE.UU. se parezca a una Europa arruinada por el creciente desempleo, los
declinantes mercados y el consiguiente síndrome de las adversas consecuencias
sociales y políticas provocado por la guerra de los financieros contra el
conjunto que constituye el trabajo asalariado, la industria y el gobierno.
Poniendo esta tendencia en el
contexto de las políticas de los bancos centrales, que han servido para inflar
los mercados bursátiles y recapitalizar los bancos para que sigan especulando,
Hudson apunta que la economía es cada vez menos y menos la esfera de la
producción, del consumo y el empleo, y de más en más la esfera de creación de
crédito para comprar activos, convertir las ganancias e ingresos en pagos de
intereses hasta que la totalidad del superávit económico y del repertorio de
propiedades quede prendado para pagar el servicio de la deuda. Y más adelante
concluye en que la actual tarea de los economistas es “revivir la clásica
distinción entre la riqueza y los elevados ingresos, ganados o inmerecidos,
entre ingresos por ganancia o por renta, y últimamente entre capitalismo y
feudalismo”.
El economista Michael Hudson
explica, en el citado trabajo, que la guerra económica actual no es como la
librada hace un siglo entre los trabajadores y sus empleadores industriales. La
finanza se movió para capturar la economía en toda su amplitud, industria y
minería, infraestructura pública (vía la privatización) y ahora hasta el
sistema de educación (la deuda de los estudiantes por un billón de dólares
excede la deuda de tarjetas de crédito en 2012). De lo que se trata es de
“endeudar a los gobiernos, lo que da a los acreedores una palanca para
apropiarse de tierras, infraestructuras públicas y otras propiedades del
dominio público. Endeudar las empresas permite que los acreedores se apropien
de los ahorros para la pensión de los empleados. Y endeudar a los trabajadores
significa que ya no será necesario emplear a rompehuelgas para atacar a los
organizadores de sindicatos y a los huelguistas”.
De los “braceros” al “empleo permanentemente temporal”.
De los “braceros” al “empleo permanentemente temporal”.
Por las necesidades de la Segunda
Guerra Mundial y las políticas del New Deal, a partir de los años 40 del siglo
pasado la fuerte expansión económica estadounidense incorporó a millones de
trabajadores en empleos estables en las industrias, mientras que en ciertas ramas
de la agricultura se adoptó –por la estacionalidad que marca la división del
trabajo- el “programa de braceros” para traer a las “granjas” estadounidenses a
decenas de miles de campesinos mexicanos. Estos trabajadores “migrantes”
mexicanos fueron contratados para efectuar “trabajos temporales” en ramas de la
agricultura cuya existencia y rentabilidad dependían de la disposición de una
mano de obra barata, que aceptara ser desplazada territorialmente a merced de
las necesidades de los productores, y quedar excluida de la protección social,
compensaciones por enfermedades, antigüedad, etcétera.
En la misma época, según la
socióloga estadounidense Erin Hatton (2) fueron creadas en EE.UU. empresas
dedicadas al alquiler temporal de fuerza laboral local, en particular femenina.
En el blog de “opiniones” del New York Times y como parte de una serie sobre la
desigualdad, Hatton analiza el tema del “aumento de la permanente economía
temporal”, o sea del subempleo o trabajo temporal, señalando que si los
políticos de gobierno se hacen heraldos de la “creación de empleos”, pocos de
ellos hablan del tipo de trabajos que están siendo creados en EE.UU., país
donde según las cifras del censo un tercio de los adultos que trabajan viven en
la pobreza porque no ganan lo suficiente como para vivir decentemente ellos y
sus familias.
Las cifras citadas por Hatton
muestran que los salarios de una cuarta parte de los empleos en EE.UU. son
inferiores a la “línea de pobreza” trazada por el gobierno federal -23 mil 50
dólares anuales- para una familia de cuatro personas, y agrega que además de
ser mal pagados esos empleos son temporales e inseguros, y que es esta
categoría de empleos temporales la que más empleos proporcionó a la economía
estadounidense en los últimos tres años, según los datos de la American
Staffing Association, que representa las diversas “agencias de reclutamiento”
de mano de obra para trabajos temporales.
Es tan amplio el uso del empleo temporal, mal pago e inestable, según la socióloga, que amenaza con convertirse en la norma. En este análisis Hatton aborda los orígenes de este tipo de empleo y destaca que en lugar de elevar los estándares de producción y de calidad de los productos, las empresas estadounidenses adoptaron la estrategia de bajar los salarios y cortar los beneficios marginales, de convertir los empleos permanentes en temporales y contingentes, aplastando a los sindicatos y maquilando o mudando los trabajos. Todo esto, apunta Hatton, no es motivo de ningún escándalo.
Es tan amplio el uso del empleo temporal, mal pago e inestable, según la socióloga, que amenaza con convertirse en la norma. En este análisis Hatton aborda los orígenes de este tipo de empleo y destaca que en lugar de elevar los estándares de producción y de calidad de los productos, las empresas estadounidenses adoptaron la estrategia de bajar los salarios y cortar los beneficios marginales, de convertir los empleos permanentes en temporales y contingentes, aplastando a los sindicatos y maquilando o mudando los trabajos. Todo esto, apunta Hatton, no es motivo de ningún escándalo.
En la segunda parte (¿Qué piensan
algunos economistas sobre la crisis y la realidad actual del capitalismo?),
veremos cómo esta realidad se refleja en el pensamiento y análisis de un
creciente número de economistas, y el nacimiento de una discusión en la cual está presente el
pensamiento de Karl Marx.
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La Vèrdiere, Francia
La Vèrdiere, Francia
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Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
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