jueves, 31 de enero de 2013

¿ Cómo interpretar la crisis y la realidad actual del capitalismo?

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Por las necesidades de la Segunda Guerra Mundial y las políticas del New Deal, a partir de los años 40 del siglo pasado la fuerte expansión económica estadounidense incorporó a millones de trabajadores en empleos estables en las industrias, mientras que en ciertas ramas de la agricultura se adoptó –por la estacionalidad que marca la división del trabajo- el “programa de braceros” para traer a las “granjas” estadounidenses a decenas de miles de campesinos mexicanos. Estos trabajadores “migrantes” mexicanos fueron contratados para efectuar “trabajos temporales” en ramas de la agricultura cuya existencia y rentabilidad dependían de la disposición de una mano de obra barata, que aceptara ser desplazada territorialmente a merced de las necesidades de los productores, y quedar excluida de la protección social, compensaciones por enfermedades, antigüedad, etcétera. El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino. No es capaz de sobrevivir como sistema,” ...“Lo que estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo XX y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, pues, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo con el repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo, sino sobre el sistema que habrá de reemplazarle”.
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El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino.
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¿ Cómo interpretar la crisis y la realidad actual del capitalismo?
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Alberto Rabilotta.

ALAI AMLATINA. Jueves 31 de enero del 2013.

Lo peor de la crisis ha pasado, nos dicen banqueros, funcionarios y políticos nacionales y supranacionales que nunca perdieron un empleo porque jamás trabajaron en una fábrica o una oficina por un salario que apenas alcanza para vivir. Con esto, como vimos en el Foro del gran capital en Davos, nos están diciendo que los planes de austeridad han funcionado, que el creciente desempleo es parte de la solución y no el problema, que hay que seguir despidiendo trabajadores y empleados, hacer que el empleo sea más precario para poder seguir bajando los salarios, acortando las vacaciones, aplastando la resistencia sindical donde aún existe, cortando las pensiones y programas sociales, etcétera.

Lo peor ha pasado, nos dicen los directivos de las empresas monopolistas que en Estados Unidos (EE.UU.) están sentados en un billón 700 mil millones de dólares, porque no hay donde invertirlos de manera rentable. Y vaya uno a saber cuán grande es la pila de euros sobre la cual están sentadas las grandes empresas de la Unión Europea. La crisis ha pasado, pero los problemas concretos de los pueblos siguen ahí, y se agravan cada vez más.

Esta no es la primera crisis del capitalismo industrial en los “países avanzados”, en lo que va del siglo 21, en que la recuperación de la economía real –la producción de bienes y servicios, o sea la riqueza producida socialmente - no logra restablecer los anteriores niveles de empleo, de seguridad laboral y de salarios, pero es la primera en la cual el desempleo se acrecentó de manera brutal y se ha vuelto crónico para millones de trabajadores, provocando una pauperización de amplios sectores de la sociedad.

Una crisis en la cual la desigualdad de ingresos alcanzó niveles nunca vistos, y por la cual una gran parte de la nueva generación no tendrá empleos estables, que vivirá en un mundo de empleos precarios, de salarios miserables y bajo la amenaza constante del desempleo crónico. La primera generación del capitalismo industrial que tendrá un nivel de vida y de seguridad social muy inferior a la de sus padres.

Lo nuevo, si podemos decirlo así, es que en ese mundo de economistas que han contribuido a formular el oxímoron de la estabilidad financiera en el contexto de los mercados autorregulados, se manifiestan signos de un reconocimiento de que el problema central de esta crisis que aún perdura es quizás estructural, que concierne a la fundamental relación del capital con el trabajo asalariado, a la reproducción del capital, y que este problema estructural se agrava con la voracidad de los grandes monopolios y de un sistema financiero que quieren vivir de la extracción de una renta sobre todas las actividades económicas y sociales de la humanidad, como veremos.

Primero una parada en Davos.

Bajo el titulo “Negación, pánico y dudas en Davos” el editor económico del diario The Guardian, Larry Elliott, escribía el 23 de enero pasado que en los últimos cinco años el Foro de Davos tuvo algunos “violentos balanceos de humor”; primero fue la negación, luego el pánico, más tarde la esperanza de que lo peor había pasado, y ahora es la persistente preocupación de que este bajón simplemente no tiene fin.

Lo que crece es el desempleo y la acumulación de riquezas en pocas manos, lo que baja es el consumo de las masas y las oportunidades de hacer negocios para los industriales, lo que explica que las empresas estén “sentadas” en billones de dólares, porque no perciben un crecimiento de la demanda para sus productos y servicios. El problema, según Elliott, es que los grandes empresarios y financieros reunidos en Davos están viendo los resultados de las políticas que promovieron en el pasado: austeridad fiscal, debilitamiento de los sindicatos, agresivos cortes de personal. En el pasado, agrega, el gasto de las familias podía apoyarse en un aumento del endeudamiento familiar, pero ahora “los bancos no quieren prestar y los consumidores no quieren endeudarse. Esta es la receta para continuar en el letargo económico”.

¿Letargo económico o implantación de una economía rentista a escala planetaria? Desde hace tiempo el economista estadounidense Michael Hudson viene alertando que la dominación del capital financiero y de los monopolios ha sustituido el capitalismo industrial por un “neofeudalismo” que lleva directo a un régimen de servidumbre (1).

Esto se confirma por lo que el periodista Ryan McCarthy de la agencia Reuters, en su crónica “A handy guide to Davos-speak” (25 de enero 2013), escribe sobre esas frases típicas de Davos (La impaciencia por el crecimiento realmente necesitará de paciencia; No crecimiento, dinero fácil ¿la nueva normalidad?), señalando que cuando constantemente la elite de Davos habla de un “plan de crecimiento” o de “restaurar el crecimiento”, lo que están diciendo es que “ninguno de ellos ve una industria en particular que aumentará el ritmo de crecimiento para hacerse más ricos. Y que, como resultado, habrá menos trabajos para el resto de nosotros”.

Y reproduce lo que dijo Ray Dalio, que dirige Bridgewater, el más importante fondo de cobertura de riesgo (hedge fund): en una economía global que ha pasado la crisis y está muy endeudada, el crecimiento económico no puede sustentarse en deuda, como lo fue durante las pasadas décadas. Las economías están en proceso de desendeudarse, la deuda no aumentará más rápido que los ingresos, y la manera primaria mediante la cual las grandes económicas pueden crecer es aumentando la productividad.

McCarthy nos dice que Dalio amplió un poquito lo que quería decir: la gran conversación en política y economía será sobre cómo extraer más de los trabajadores –en otras palabras, el crecimiento no vendrá de la próxima Internet, del próximo auge en el mercado inmobiliario o de cualquier nuevo activo. Esto significa, dijo Dalio, duras decisiones a tomar sobre cuestiones como “¿Cuán larga deben ser las vacaciones?, o ¿Qué es una buena vida?”. Traducido este “lenguaje de Davos” al lenguaje común, según McCarthy, lo que Dalio está diciendo es particularmente terrible para el resto de nosotros. Cuando los más exitosos inversores del mundo nos dicen que el crecimiento económico dependerá de si tomamos o no nuestras vacaciones, es tiempo de preocuparse.




Entre capitalismo y neofeudalismo.

En las conclusiones del citado trabajo de Hudson, el economista estadounidense explica la dinámica de este proceso: Mientras las economías se contraen, el sector financiero se enriquece convirtiendo sus títulos o certificados de deuda –lo que los economistas del siglo 19 llamaban el “capital ficticio” y que más tarde pasó a llamarse capital financiero-, en apropiación de la propiedad. Esto hace que una deuda que alcanzó niveles irrealistas, porque no hay manera de que pueda ser pagada bajo las existentes relaciones de propiedad y de distribución de los ingresos, se haya convertido en una pesadilla viviente. Es esto lo que está sucediendo en Europa y es también el objetivo de la Administración Obama () Esto hará que EE.UU. se parezca a una Europa arruinada por el creciente desempleo, los declinantes mercados y el consiguiente síndrome de las adversas consecuencias sociales y políticas provocado por la guerra de los financieros contra el conjunto que constituye el trabajo asalariado, la industria y el gobierno.

Poniendo esta tendencia en el contexto de las políticas de los bancos centrales, que han servido para inflar los mercados bursátiles y recapitalizar los bancos para que sigan especulando, Hudson apunta que la economía es cada vez menos y menos la esfera de la producción, del consumo y el empleo, y de más en más la esfera de creación de crédito para comprar activos, convertir las ganancias e ingresos en pagos de intereses hasta que la totalidad del superávit económico y del repertorio de propiedades quede prendado para pagar el servicio de la deuda. Y más adelante concluye en que la actual tarea de los economistas es “revivir la clásica distinción entre la riqueza y los elevados ingresos, ganados o inmerecidos, entre ingresos por ganancia o por renta, y últimamente entre capitalismo y feudalismo”.

El economista Michael Hudson explica, en el citado trabajo, que la guerra económica actual no es como la librada hace un siglo entre los trabajadores y sus empleadores industriales. La finanza se movió para capturar la economía en toda su amplitud, industria y minería, infraestructura pública (vía la privatización) y ahora hasta el sistema de educación (la deuda de los estudiantes por un billón de dólares excede la deuda de tarjetas de crédito en 2012). De lo que se trata es de “endeudar a los gobiernos, lo que da a los acreedores una palanca para apropiarse de tierras, infraestructuras públicas y otras propiedades del dominio público. Endeudar las empresas permite que los acreedores se apropien de los ahorros para la pensión de los empleados. Y endeudar a los trabajadores significa que ya no será necesario emplear a rompehuelgas para atacar a los organizadores de sindicatos y a los huelguistas”.

De los “braceros” al “empleo permanentemente temporal”.

Por las necesidades de la Segunda Guerra Mundial y las políticas del New Deal, a partir de los años 40 del siglo pasado la fuerte expansión económica estadounidense incorporó a millones de trabajadores en empleos estables en las industrias, mientras que en ciertas ramas de la agricultura se adoptó –por la estacionalidad que marca la división del trabajo- el “programa de braceros” para traer a las “granjas” estadounidenses a decenas de miles de campesinos mexicanos. Estos trabajadores “migrantes” mexicanos fueron contratados para efectuar “trabajos temporales” en ramas de la agricultura cuya existencia y rentabilidad dependían de la disposición de una mano de obra barata, que aceptara ser desplazada territorialmente a merced de las necesidades de los productores, y quedar excluida de la protección social, compensaciones por enfermedades, antigüedad, etcétera.

En la misma época, según la socióloga estadounidense Erin Hatton (2) fueron creadas en EE.UU. empresas dedicadas al alquiler temporal de fuerza laboral local, en particular femenina. En el blog de “opiniones” del New York Times y como parte de una serie sobre la desigualdad, Hatton analiza el tema del “aumento de la permanente economía temporal”, o sea del subempleo o trabajo temporal, señalando que si los políticos de gobierno se hacen heraldos de la “creación de empleos”, pocos de ellos hablan del tipo de trabajos que están siendo creados en EE.UU., país donde según las cifras del censo un tercio de los adultos que trabajan viven en la pobreza porque no ganan lo suficiente como para vivir decentemente ellos y sus familias.

Las cifras citadas por Hatton muestran que los salarios de una cuarta parte de los empleos en EE.UU. son inferiores a la “línea de pobreza” trazada por el gobierno federal -23 mil 50 dólares anuales- para una familia de cuatro personas, y agrega que además de ser mal pagados esos empleos son temporales e inseguros, y que es esta categoría de empleos temporales la que más empleos proporcionó a la economía estadounidense en los últimos tres años, según los datos de la American Staffing Association, que representa las diversas “agencias de reclutamiento” de mano de obra para trabajos temporales.

Es tan amplio el uso del empleo temporal, mal pago e inestable, según la socióloga, que amenaza con convertirse en la norma. En este análisis Hatton aborda los orígenes de este tipo de empleo y destaca que en lugar de elevar los estándares de producción y de calidad de los productos, las empresas estadounidenses adoptaron la estrategia de bajar los salarios y cortar los beneficios marginales, de convertir los empleos permanentes en temporales y contingentes, aplastando a los sindicatos y maquilando o mudando los trabajos. Todo esto, apunta Hatton, no es motivo de ningún escándalo.

En la segunda parte (¿Qué piensan algunos economistas sobre la crisis y la realidad actual del capitalismo?), veremos cómo esta realidad se refleja en el pensamiento y análisis de un creciente número de economistas, y el nacimiento de una discusión en la cual está presente el pensamiento de Karl Marx.
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La Vèrdiere, Francia
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.

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