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La
RSC significa mucho más que la filantropía. Meritoria y útil, ésta no cubre,
sin embargo, las inquietudes más profundas de la sociedad. La
situación en el mundo desarrollado se refleja en una amplia consulta
efectuada por Bonini, McKillop y
Mendonca, del grupo Mckinsey (2008), quienes entrevistaron a 4328 ejecutivos de empresas multinacionales y a 4063 consumidores de las mismas. El 68% de los ejecutivos contestó que las grandes corporaciones
hacen una ‘contribución generalmente’
o ‘en cierta medida’ positiva al bien común. En cambio, sólo un 48 por ciento de los consumidores está
de acuerdo con ello. En EEUU son
menos, el 40%. Cuando se preguntó en
qué medida confían en que diversas instituciones actúan en el mejor interés de
la sociedad, los europeos y
estadounidenses colocaron a las corporaciones globales al final de la lista. Las antecedían las ONG,
pequeñas empresas regionales, la ONU, los sindicatos y los medios masivos.
En América
Latina, al plantear una pregunta similar sobre confianza en el Latinobarómetro
(2007), la empresa privada aparece sólo con un 41% de credibilidad. Lideran la tabla los bomberos, la Iglesia,
los pobres y la radio.
Se
necesita avanzar más allá de la filantropía para
responder a problemas de legitimidad de esta
profundidad. En la última reunión de Business for Social
Responsibility (2008), que engloba
a algunas de las mayores empresas mundiales, su Presidente, Aron Cramer, dejó claro que «la
esencia de la RSC es entender cómo la intersección de los negocios y la
sociedad está cambiando». Resaltó
que «un futuro sostenible se dará
cuando las consideraciones sociales y ambientales estén en el centro en la toma
de decisiones empresarial y estos temas estén en la agenda de todos los
Consejos Directivos». Planteó asimismo que había que llegar a crear
productos «con RSC insertada en el
producto», es decir, que significaran por sí mismos una contribución al
bienestar colectivo y al medio ambiente.
El paso de las concepciones narcisista y filantrópica al paradigma de RSC fue
urgido en los países desarrollados por la presión de pequeños inversionistas
que, después de la quiebra fraudulenta
de Enron, exigieron una reforma profunda del Gobierno Corporativo y que tras la crisis de Wall Street tienen una desconfianza
aguda, de consumidores cada vez más articulados que premian y castigan a
las empresas teniendo en cuenta sus comportamientos en RSC y de una sociedad civil
que, así como exige ética a los líderes políticos, también la
exige crecientemente a los líderes empresariales.
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Responsabilidad Social Corporativa (RSC).
Una agenda para América Latina.
*****
Revista
TELOS.
Dr.-
Bernardo Kliksberg.
El Dr. Bernardo Kliksberg, en su trabajo de investigación, publicado en la Revista TELOS, “La Agenda de Responsabilidad Social para
América Latina”, “los
desafíos abiertos de América Latina”, Trabajo
publicado en el 2009, por la importancia del tema, hoy cuando nos encontramos
en un escenario de conflictos sociales en “todo” América latina, paralelamente
se realizan Cumbres de A.L. Cumbres de
la CELAC,UE; de UNASUR, de IBEROAMERICA
nuestros territorios – por su inmensa diversidad de recursos naturales,
biodiversidad y conocimientos ancestrales – constituyen el camino “seleccionado”
para salir de la crisis a los países capitalistas, sumado a ello, la mayor parte de gobiernos de A.L. la ausencia de políticas de Estado
en relación a las inversiones corporativas, su relación con la sociedad civil local, la Consulta Previa, la Licencia Social y
fundamentalmente definición de Políticas de Estado en torno a la defensa
de nuestra Soberanía Nacional.
Palabras clave: Responsabilidad Social Corporativa
(RSC), Gestión empresarial, América Latina, Desarrollo.
La revista The Economist
señala que «la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) ha ganado la batalla de
las ideas». Lo que queda según ella es: ¿qué, específicamente, y cómo?
Efectivamente, las resistencias iniciales que
despertó en el mundo desarrollado parecen estar en retroceso y sus avances son
continuos. 4.000 empresas de 90 países han suscrito el Pacto Global de la ONU,
comprometiéndose a cumplir con los 10 principios sobre derechos laborales,
sobre medio ambiente y corrupción que comprende y 160 empresas líderes han
establecido el Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible, que promueve
el compromiso de las empresas con la sociedad.
Una encuesta reciente entre diferentes CEO (Chief
Executive Officer – Director ejecutivo en castellano) (CECP, 2008) indicaba
que el 90 por ciento de las empresas sentía que tenía la responsabilidad de dar
a la comunidad y de involucrarse personalmente en liderar actividades a su
favor. Sólo el 20 por ciento estaba satisfecho con lo que había alcanzado en
ese campo. En Estados Unidos se instituyó el National Corporate Philanthropy
Day (25th February) y en Gran Bretaña se estima que hay 2.000 ejecutivos
dedicados totalmente a la RSC. Todas las grandes transnacionales tienen hoy
políticas de RSC.
Las iniciativas pioneras de líderes empresariales
mundiales (como Soros, Gates y Buffet) y de empresas como Google o Telefónica,
entre otras, aportando recursos en escalas inéditas para emprendimientos a
favor de la salud pública, la educación o la democracia y sus resultados, han
mostrado que la RSC puede hacer diferencias concretas de envergadura.
Todo indica que la RSC puede desempeñar un rol muy
importante en los exigentes desafíos
que América Latina tiene por delante. Hay
avances macroeconómicos e institucionales considerables en la región. Ha tenido
en los últimos cuatro años la mayor tasa de crecimiento interanual en 27 años,
el 4,7 por ciento; las exportaciones han subido fuertemente favorecidas por el
aumento de precios de los commodities; las reservas de divisas han
superado récords históricos y las tasas de inflación han sido bajas.
Por otra parte, hay progresos muy significativos en
materia de democratización: ha crecido la participación ciudadana, la sociedad
civil se articula cada vez más y se estima que hay más de un millón de ONG. El
Estado tiende a descentralizarse, delegando mayores recursos y facultades en
municipios y regiones. Las presiones ciudadanas por transparencia, rendición de
cuentas y buena gestión aumentan.
Estos progresos se ven ahora confrontados por la
grave crisis económica internacional, que encuentra una América Latina que, a
pesar de sus avances, presenta agudas brechas sociales. 200 millones de
personas se hallan actualmente por debajo de la línea de la pobreza (el
36 por ciento de la población); 90 madres mueren cada 100.000 nacidos vivos,
frente a 6 en Canadá; 30 niños de cada 1.000 no llegan a los 5 años de edad,
frente a 3 en Suecia. En educación hay avances, pero sólo el 49,7 por ciento de
los jóvenes termina la secundaria y entre los pobres lo hace sólo el 30,8 por
ciento; el rendimiento educativo es limitado y los países de la región
participantes en las últimas pruebas PISA han ocupado algunas de las posiciones
más relegadas.
Uno de cada cuatro jóvenes está fuera del sistema
educativo y del mercado de trabajo; excluidos de todo, constituyen una
verdadera ‘bomba de tiempo’. La región produjo en 2007 alimentos para tres veces
su población actual y, sin embargo, el 16 por ciento de los niños padece de
desnutrición crónica. El problema en alimentación no es en este caso de
producción sino, como señala Amartya Sen en sus trabajos, de ‘acceso’
(Sen-Kliksberg, 2008).
Existen fuertes déficits en áreas básicas. Hay 60
millones de personas sin agua potable, 120 millones sin instalaciones
sanitarias y 136 millones viviendo en tugurios. Los estudios del Banco Mundial, del BID y de la ONU
indican que una traba esencial para un desarrollo sostenido e inclusivo se
encuentra en las muy elevadas desigualdades de la región. América Latina tiene
el peor coeficiente Gini de todas: la brecha entre el 10 por ciento más rico y
el 10 por ciento más pobre es de 50 veces frente a los 10 en España o los 6 en
Noruega.
La cohesión social está fuertemente afectada por la
pobreza y las disparidades; actualmente es la segunda área con más criminalidad
del planeta, con una tasa de 30
homicidios por cada 100.000 habitantes y por año, frente a los menos de 2 en
los países nórdicos.
Los progresos económicos y el desarrollo de la
democracia crean oportunidades enormes de avance, pero las graves dificultades
sociales generan inestabilidad, falta de gobernabilidad, repelen inversiones
muy necesarias y contradicen las promesas de inclusión y derechos de las
democracias. Los indicadores de confianza en las instituciones son muy bajos.
Viene un periodo en el que los impactos de la crisis económica internacional se
harán sentir y pueden, en un continente tan desigual, afectar especialmente a
los más vulnerables.
El enfrentamiento a estos graves problemas exige amplias
concertaciones sociales entre las políticas públicas, que en una democracia
tienen la obligación de asegurar a todos los ciudadanos los derechos básicos en
materia de salud, educación, oportunidades de trabajo, desarrollo, la empresa
privada como motor clave de la economía y la sociedad civil en todas sus
expresiones. En la gran mayoría de los países avanzados esos pactos funcionan a
diario y son la base de su progreso.
En un continente con un amplio potencial económico,
pero con una agenda social tan inquietante –que de no ser contestada puede
poner en riesgo los logros económicos e institucionales–, la RSC con la
sociedad civil puede ser un poderoso colaborador de las políticas públicas y
poner en marcha todo un orden de alianzas virtuosas.
Hay progresos claros en RSC en la región en los
últimos años, pero se necesita mucho más para que pueda superarse la brecha
existente con los adelantos en el mundo desarrollado en este campo y para
corresponder a las realidades de los países.
Para avanzar en RSC en América Latina, un paso
fundamental es lograr superar prejuicios, resistencias y modelos no
actualizados respecto al rol de la empresa en la sociedad. Muchas empresas
siguen ancladas en una visión narcisista, donde la única meta es la
maximización del lucro y sólo existe la responsabilidad de rendir cuentas a los
propietarios. Ese enfoque ha sido superado en el mundo desarrollado a través,
entre otras, de la figura del stakeholder: la empresa tiene todo el
derecho a obtener beneficios, pero tiene responsabilidades más amplias y debe
responder no sólo a sus accionistas sino también a los consumidores, los
empleados, la opinión pública y muchos otros ‘involucrados’.
Otras empresas han pasado a una etapa más avanzada y
practican activamente la ‘filantropía empresarial’. Realizan donaciones a
entidades culturales, educativas, artísticas, etc., y las están ampliando.
La RSC significa mucho más que la filantropía.
Meritoria y útil, ésta no cubre, sin embargo, las inquietudes más profundas de
la sociedad. La situación en el mundo desarrollado se refleja en una
amplia consulta efectuada por Bonini, McKillop y Mendonca, del grupo Mckinsey
(2008), quienes entrevistaron a 4328 ejecutivos de empresas multinacionales y a
4063 consumidores de las mismas. El 68 por ciento de los ejecutivos contestó
que las grandes corporaciones hacen una ‘contribución generalmente’ o ‘en
cierta medida’ positiva al bien común. En cambio, sólo un 48 por ciento de los
consumidores está de acuerdo con ello. En EEUU son menos, el 40 por ciento.
Cuando se preguntó en qué medida confían en que diversas instituciones actúan
en el mejor interés de la sociedad, los europeos y estadounidenses colocaron a
las corporaciones globales al final de la lista. Las antecedían las ONG,
pequeñas empresas regionales, la ONU, los sindicatos y los medios masivos. En
América Latina, al plantear una pregunta similar sobre confianza en el
Latinobarómetro (2007), la empresa privada aparece sólo con un 41 por ciento de
credibilidad. Lideran la tabla los bomberos, la Iglesia, los pobres y la radio.
Se necesita avanzar más allá de la filantropía para
responder a problemas de legitimidad de esta profundidad.
En la última reunión de Business for Social
Responsibility (2008), que engloba a algunas de las mayores empresas
mundiales, su Presidente, Aron Cramer, dejó claro que «la esencia de la RSC es
entender cómo la intersección de los negocios y la sociedad está cambiando».
Resaltó que «un futuro sostenible se dará cuando las consideraciones sociales y
ambientales estén en el centro en la toma de decisiones empresarial y estos
temas estén en la agenda de todos los Consejos Directivos». Planteó asimismo
que había que llegar a crear productos «con RSC insertada en el producto», es
decir, que significaran por sí mismos una contribución al bienestar colectivo y
al medio ambiente.
El paso de las concepciones narcisista y
filantrópica al paradigma de RSC fue urgido en los países desarrollados por la
presión de pequeños inversionistas que, después de la quiebra fraudulenta de
Enron, exigieron una reforma profunda del Gobierno Corporativo y que tras la
crisis de Wall Street tienen una desconfianza aguda, de consumidores cada vez
más articulados que premian y castigan a las empresas teniendo en cuenta sus
comportamientos en RSC y de una sociedad civil que, así como exige ética a los
líderes políticos, también la exige crecientemente a los líderes empresariales.
Porter
& Kramer (2006) describen así la importancia de estas presiones:
«Muchas compañías despertaron a la Responsabilidad Corporativa después de ser
sorprendidas por respuestas públicas a cuestiones que no consideraban
previamente que fueran parte de sus responsabilidades empresariales. Los
laboratorios han descubierto que se espera que respondan a la epidemia de SIDA
en África aunque esté lejos de sus mercados y líneas de producción primarias. Actualmente se está haciendo responsables a
las empresas de comida rápida por la
obesidad y la mala nutrición».
La
necesidad de una agenda de RSC para América Latina.
¿Cuál
debería ser la agenda de RSC en una América Latina con los urgentes desafíos
que antes se refirieron?
En primer
lugar, buenas políticas de personal. Ello abarca desde la estabilidad laboral,
remuneraciones dignas y protección social –todo lo que hoy se llama ‘trabajo
decente’– hasta posibilidades de aprendizaje y desarrollo cuestiones como
la eliminación de las discriminaciones de género (de amplia vigencia en una
región donde las mujeres ganan un 30 por ciento menos que los hombres en
igualdad de tareas), el equilibrio familia-empresa, también vital. Los
continuos pronunciamientos a favor de la familia no se compadecen con la falta
de políticas consistentes para posibilitar una convivencia equilibrada entre
las responsabilidades familiares y las laborales.
En
segundo lugar, ‘juego limpio’ con el consumidor: productos de
buena calidad, saludables y a precios razonables. Resulta significativa al
respecto, entre otras iniciativas, la convocatoria que realizó recientemente la
Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2008) a las empresas alimentarias
líderes, proponiéndoles llegar a una región libre de transfat (grasas
ultrasaturadas) en un periodo cercano.
En tercer
lugar, la empresa debería tener un rol activo en la lucha por el equilibrio
medioambiental, tendría que reducir al mínimo su efecto contaminante y,
asimismo, estar en primera fila de las iniciativas en este tema crítico.
En cuarto
término, en un continente con sistemas fiscales con una alta tasa de evasión y
de pronunciada regresividad, se espera que las empresas ayuden a minimizar la
evasión y contribuyan a la creación de un pacto fiscal renovado con patrones
equitativos, que permita financiar las inversiones que se requieren en los
campos decisivos para el desarrollo y la competitividad como, entre otros, la
salud, la educación, la inclusión social y la investigación y desarrollo en
ciencia y tecnología.
En quinto
lugar se espera, como en el mundo desarrollado, una reforma a fondo del
gobierno corporativo hacia la transparencia, la asunción de responsabilidades
reales por los directorios, paquetes salariales equilibrados para los CEO,
controles, regulaciones y participación de los pequeños inversores.
En sexto
lugar, un aspecto clave en el mundo desarrollado y totalmente estratégico para
América Latina es el compromiso de las empresas con los desafíos humanos y
sociales de la región. Las posibilidades de que las empresas puedan colaborar
con las políticas públicas en educación, salud pública, inclusión social y otras
áreas críticas son amplísimas.
Pueden ser catalizadoras de alianzas formidables.
Entre algunas experiencias recientes a nivel internacional, Google y Cisco
entregaron a la Secretaria General de la ONU un sistema para el monitoreo
integral de las metas del milenio; Yahoo desarrolló Yahoo Verde con
guías para preservar el medio ambiente; IBM desarrolló un software para
la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el control de la gripe aviar;
Coca Cola pactó con Greenpeace transformar sus neveras en neveras naturales;
Telefónica de España ha montado un programa ejemplar en gran escala contra el
trabajo infantil en América Latina (Proniño), que ya está protegiendo a 107.602
niños.
Son asimismo ilustrativos de las posibilidades en
América Latina de alianzas de este orden los impactos positivos en diversos
países de programas en los que el Estado apoya financieramente a las empresas
para que ofrezcan entrenamiento laboral a jóvenes excluidos y las empresas
contratan después a los que pasaron por dichos programas.
Para impulsar la RSC en América Latina es
imprescindible fortalecer la formación en la materia. En medio del caso Enron,
Amitai Etzioni (profesor emérito de George Washington-University) planteó en un
combativo artículo en The Washington Post (4 de agosto de 2002) que el
Congreso americano debería «impulsar la realización de una audiencia en la que
los decanos de las principales escuelas de negocios expliquen al público cómo
se enseña la ética en sus universidades». Actualmente hay un gran consenso
sobre al necesidad de profundizar la formación ética de los futuros CEO y
numerosas experiencias innovadoras en marcha.
Los sofisticados instrumentos de alta gerencia que
entregan con eficiencia muchos MBA deben ser utilizados con un elevado sentido
de la responsabilidad. Piper (2008), uno de los renovadores de la enseñanza en
Harvard en este campo, observa que, con frecuencia, en los currículum de los
MBA el énfasis se pone «en cuantificación, modelos y fórmulas y se minimiza la
aplicación de juicios». Poniendo en primer lugar el tema ético el prestigioso
MBA del MIT anuncia a los futuros aspirantes que «Si está interesado en hacer
dinero, éste no es el lugar para usted, pero si busca aprender modos creativos
de crear y manejar organizaciones complejas de un modo que pueda ayudar a la
sociedad y crear riqueza, eso es lo que ofrecemos». Van Shaik, presidente de la
Fundación Europea para el desarrollo gerencial, advierte que «las escuelas de
negocios tienen que adoptar el concepto de que el bien común es parte de sus
responsabilidades».
En
América Latina hay importantes avances en RSC y esfuerzos de gran mérito, pero
uno de los principales frentes a fortalecer para pasar del narcisismo y la
filantropía a una RSC comprometida y
‘por convicción’, está en el desarrollo de la preparación ética de las nuevas
generaciones de líderes gerenciales a través de metodologías de aprendizaje
activas. Ello requerirá, por lo pronto, la integración de la enseñanza
sistemática de la RSC en los currículum de las universidades de la región.
Esperanzadora la recepción que ha recibido la Red Iberoamericana de
Universidades por la RSC (Redunirse), establecida por universidades líderes de
Iberoamérica, con el apoyo de la Dirección Regional del PNUD, la Agencia
Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la Fundación
Carolina, la Unión de Universidades de América Latina y otras entidades ( 1).
La RSC es
un juego de ‘ganar-ganar’. Según lo demuestran múltiples investigaciones; con
ellas las empresas ganan en posicionamiento en los mercados, competitividad,
productividad, capacidad de reclutar y de retener a los mejores talentos,
sostenibilidad y valor de sus acciones. También ganan la sociedad y la
economía. En el caso de América Latina,
un continente con oportunidades muy relevantes –aunque con riesgos considerables– es, además,
una necesidad histórica apremiante.
*****
Kliksberg,
B. (2009).
Más ética, más desarrollo. (17a. ed.). Buenos Aires: Temas.
Latinobarómetro (2007).
Santiago de Chile: Corporación Latinobarómetro.
Porter,
M. E. & Kramer, M. R. (2006, diciembre). Strategy and Society: The Link
between Competitive Advantage and Corporate Social Responsibility. Harvard
Business Review, 78-92.
Sen, A.
& Kliksberg, B. (2008). Primero la gente. Una mirada desde la
ética del desarrollo a los problemas del mundo globalizado. Madrid:
Planeta; Deusto.
*****
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