“CAMBIO CLIMÁTICO AMENAZA FUTURO DE
LA HUMANIDAD. Cumbre de París busca la
buena administración económica y social de los recursos naturales. En la competencia entre países por captar mayor inversión
en la explotación de los recursos naturales, se han implementado políticas que
a veces han terminado reforzando el poder de las grandes corporaciones y
resquebrajado la capacidad de los Estados, expresa
la CEPAL en un análisis especial para diario UNO. “La maldición de los recursos naturales no es inexorable, pero para
frenarla es fundamental contar con una arquitectura institucional adecuada”.
Así lo demuestra el caso de países fuera de la región que, siendo ricos en esos
recursos, los han gobernado sobre la
base de pactos que combinan formación
de capacidades, convergencia salarial, usos contracíclicos de parte de la renta
e inversión en innovación y tecnología”, escribe Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de CEPAL. Desde 1996 existe el
Fondo creado por iniciativa de Noruega
y ha crecido a pasos agigantados. Actualmente tiene activos estimados en un
valor de 2 billones de coronas noruegas, lo que equivale a unos 375.000
millones de dólares”.
“La hora de la
igualdad”.- La dificultad está en conseguir que 195 países acuerden cómo lidiar con el asunto del cambio climático.
Este año, en París, es la última
oportunidad para este proceso. Los negociadores dispusieron en 2011 que el
acuerdo definitivo debía adoptarse antes del fin de 2015. El Cambio climático 1 ºC de incremento de temperatura desde 1850. Dos (2 ºC) se considera el límite de un
calentamiento global demasiado peligroso. 30%
han subido los niveles de CO2 desde la Revolución Industrial. El 4% ha retrocedido la cantidad de hielo
en el Ártico. Nueve de 10 de los
años más cálidos registrados han ocurrido desde el año 2000. COP21 fue creada en la cumbre celebrada en 1992 en la
brasileña Río de Janeiro. Ahora
espera en París que unas 40.000 personas
de todo el mundo lleguen a la cumbre en las dos semanas que dura. Una gran
parte son delegados de los gobiernos, sobre todo funcionarios”.
Más lobistas.- Hay muchos lobistas y representantes de
empresas, de la industria y la agricultura. También de grupos ambientalistas. Los líderes políticos también se harán
presentes, aunque solo por un día. Su papel será dar discursos e impulsar el
trabajo de sus negociadores hacia un compromiso efectivo. El destino final es un mundo donde las temperaturas no suban más de 2 ºC por encima del
nivel en que estaban entre 1850 y 1899.
Esa es la aspiración de largo plazo que ya se ha pactado. Además.- La
dificultad está en conseguir que 195
países acuerden cómo lidiar con el asunto del cambio climático. Este año,
en París, es la última oportunidad para este proceso. El acuerdo definitivo debía adoptarse antes del
fin de 2015”.
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DESAFÍOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO.
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Ignacio Ramonet.
Le Monde Diplomatique.
Rebelión jueves 10 de diciembre del 2015.
Lo que está en juego en la Conferencia de las
Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático
(UNFCCC por sus siglas en inglés) –que comenzó en París, en su edición 21, el
30 de noviembre 2015 y que durará hasta el 11 de diciembre–, es intentar lograr
por vez primera un acuerdo universal y obligatorio que permita combatir
eficazmente la crisis del clima e impulsar la transición hacia sociedades no
dependientes del petróleo. Un acuerdo global hacia una transición con equidad.
Pero veinte años de fracasos sucesivos en las
cumbres climáticas no dejan lugar al optimismo. A pesar de que ya casi nadie
niega que la temperatura del planeta ha aumentado y que ello se debe a la
actividad industrial humana. Incluso el Papa Francisco, en su reciente
Encíclica Laudato Si’, reconoce que “hay un consenso científico muy
consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento
del sistema climático”. Y “numerosos estudios científicos señalan que la mayor
parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran
concentración de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos sobre todo a causa
de la actividad humana”.
El mundo se modifica sin cesar pero nuestro
conocimiento no siempre está al día de tantas transformaciones. A pesar de la
multiplicidad de las fuentes de información, estamos viviendo en un planeta en
buena medida desconocido. No en el sentido en que lo entendían los exploradores
de antaño, sino porque no siempre percibimos las relaciones y las interacciones
entre fenómenos pertenecientes a distintos ámbitos: por ejemplo, entre la
economía y la ecología, entre el medio ambiente y los movimientos sociales o
entre nuestro modo de consumir y el cambio climático. Por eso es necesario
actualizar periódicamente nuestra visión del planeta. Tal es uno de los
objetivos de la COP21.
En pocos años todo ha cambiado. Fin de la era
industrial. Informatización generalizada y mundialización de Internet.
Conflictos étnicos y religiosos. Terrorismo yihadista planetarizado.
Migraciones masivas. Nuevas pandemias. Efecto avasallador de la globalización
liberal. Crisis financiera global. Y toma de conciencia colectiva de los
peligros del cambio climático.
Tenemos ahora el sentimiento de hallarnos ante un
mundo más amenazante. Muchas de nuestras referencias anteriores se han quedado
obsoletas. Se han derrumbado nociones políticas y sociológicas que habían
estado vigentes durante dos siglos. Las herramientas conceptuales que empleamos
durante tanto tiempo para comprender y para explicar la evolución de las cosas,
se han vuelto de pronto inadecuadas, desprovistas de eficacia para evaluar los
cambios actuales.
La cuestión ecológica, durante tanto tiempo negada
o minimizada, ocupa ahora el centro de las preocupaciones de muchos ciudadanos.
Es el resultado del extenso e incansable trabajo de alerta de organizaciones
ecologistas basado en informes científicos. En especial, la decidida acción de
los fundadores de la ecología moderna, agrupados en el Club de Roma, quienes
–ya en 1970– publicaron un resonante informe inaugural que despertó las conciencias
del planeta.
Después apareció el decisivo “Informe Brundtland”,
que publicó en 1987 la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo con
el título de Nuestro futuro común. Ese informe introdujo la noción de
“desarrollo sostenible”, que habría de popularizarse tanto. Luego, con la
Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, se aceleró la toma de
conciencia colectiva. En aquella ocasión se supo que la población mundial crece
a un ritmo sin precedentes: somos 7.500 millones, cifra que sólo se
estabilizará, hacia 2050, en alrededor de 10.000 millones. Ahora bien, tal y
como la COP21 lo mostrará, si todo ser humano mantuviera el nivel de consumo de
los terrícolas más ricos, el planeta apenas podría satisfacer las necesidades
de unos 600 millones de individuos, dado que los recursos no son inagotables.
En medio de una confusión entre crecimiento y
desarrollo prosigue la destrucción sistemática de la naturaleza, tanto en el
Norte como en el Sur. Se suceden los saqueos de todo tipo infligidos a los
suelos, al agua y a la atmósfera. Derroche energético, urbanización galopante,
deforestación tropical, contaminación de los acuíferos, de los mares y de los
ríos, reducción de la capa de ozono, lluvias ácidas… Todo ello, que los
dirigentes mundiales detallarán en esta COP21, pone en peligro el futuro de la
humanidad.
Estos datos parecen haber provocado un saludable
impacto colectivo en los últimos años. Nadie ignora ya que la acumulación de
gases de efecto invernadero podría provocar un aumento de 2 ºC a 4 ºC en la
temperatura media del planeta y una elevación de entre 20 y 150 centímetros del
nivel de los océanos. El dióxido de carbono (CO2), principal gas
causante del efecto invernadero, es responsable en un 65% del calentamiento
global. Y, con el nuevo y masivo aporte de Estados-gigantes como China o la
India, el CO2 se incrementa en unos 8.000 millones de toneladas cada
año…
Tanto la amplitud como la duración futura de los
aumentos de temperatura dependerán de la cantidad de gases de efecto invernadero
que sigamos emitiendo, ya que las perturbaciones climáticas son más
pronunciadas a medida que la temperatura se eleva. Y esto va acompañado de una
creciente frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos (temporales,
diluvios, ciclones, canículas, sequías, desertificación), así como de una
progresiva alteración climática que se extiende por todo el planeta. Si no se
frenan las emisiones de gases de efecto invernadero, los desastres podrían
alcanzar una gravedad excepcional.
Las Conferencias internacionales sobre el Clima en
Berlín, Bali, Poznan, Copenhague, Río de Janeiro y Cochabamba subrayaron la
idea de que el mercado no está capacitado para dar respuestas a los riesgos
globales que pesan sobre el medio ambiente. De ahora en adelante, el imperativo
es proteger la biodiversidad, la variedad de la vida, mediante el desarrollo
sostenible. Los países ricos –y en especial Estados Unidos, responsable de la
mitad del gas carbónico emitido por los países industriales–, están obligados a
respetar los compromisos suscritos en la primera Cumbre de la Tierra de Río, en
1992. Si bien la Unión Europea se pronunció a favor de una reducción de los
gases de efecto invernadero, el Gobierno estadounidense (de George W. Bush) le
dio largas al asunto y se negó a ratificar el Protocolo de Kioto –vigente desde
febrero de 2005–, que obligó a los países industrializados a reducir en un 5,2%
las emisiones de CO2 hasta 2012, tomando como base los registros de
1990. El presidente Barack Obama se comprometió a hacer de la cuestión
ecológica una de las principales líneas de acción de su Gobierno.
El vuelco de la opinión pública, espantada por la
multiplicación de catástrofes naturales, está impulsando a todos los Gobiernos,
incluso a los más reticentes, a apostar ahora por soluciones energéticas
alternativas. Más aún cuando, en la actualidad, el agotamiento de los
hidrocarburos parece inevitable y las naciones ricas, por razones políticas y
no ecológicas, querrían reducir su dependencia energética con respecto a los
grandes países petroleros.
Por lo tanto, el contexto favorece un cambio de
modelo energético que los industriales del Norte parecen haber percibido y que,
con la perspectiva de formidables beneficios, promete poner en marcha un nuevo
ciclo económico: la economía verde. ¿Saldrá ganando el medio ambiente? No es
seguro, dado que ya se anuncia la construcción de cientos de nuevas centrales
nucleares, que, si bien producen poco CO2, conllevan otros peligros
no menos letales.
También la opción por los agrocombustibles, bien
acogida al principio, empieza a revelar efectos perversos. En principio,
podrían permitir mantener e incluso intensificar, con la conciencia tranquila,
el nefasto modelo de “todo automóvil” o “todo camión”, con el pretexto de que
los vehículos contaminarán menos. Además, provocarán una especulación
desenfrenada con productos alimentarios básicos, como el azúcar o el maíz,
utilizados para producir etanol. Tal y como lo demostrarán los diversos
conferenciantes de la COP21, cambiar de modelo energético sin modificar el
modelo económico significa correr el riesgo de que sólo se desplacen los
problemas ecológicos.
Pero ahora la opinión pública está atenta. Y desea
disponer de información fiable en todos los terrenos (económico, social,
político, cultural, ideológico, militar, ambiental, etc.) para entender mejor
la realidad –en muchos casos poco visible– de los cambios mundiales en curso.
El reto de la COP21 es eliminar los obstáculos que
han impedido elaborar un acuerdo que logre el consenso general y que evite un fracaso como el de la COP de Copenhague, en
2009, donde no se alcanzó un compromiso y que dejó un mal recuerdo y mucha
frustración.
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