“El territorio donde
ejercería su poder el Emperador Clima sería global y en una escala imponente; los ataques de sus fuerzas fragmentarían el planeta que
hoy habitamos de una forma que muy posiblemente lo convertiría en algo
parecido, en términos humanos, a la Siria actual. Además, según el tiempo que
tarden los gases de efecto invernadero en dejar la atmósfera, es indiscutible
que sus efectos durarían un periodo inhumanamente prolongado. El calor (pensad en la ardiente Australia
de este momento, solo que mucho peor) sería la moneda corriente en el
imperio. Sin duda, el ser humano sobreviviría de alguna manera, aunque cierto
es que no tenemos ninguna forma de saber si la civilización humana tal como la
conocemos sería capaz de sobrevivir en un planeta que ya no es tan acogedor
como lo ha sido en los últimos miles de años. No obstante, no olvidéis que al igual que la propia Historia, este es
un relato que todavía estamos escribiendo, a pesar de que el Emperador
Clima no podría cuidarse menos de escribir la Historia... ni de nosotros.
Ciertamente, si de verdad él asume el poder, en cierto sentido la Historia se
habrá acabado. En
su mandato no habrá esperanza de democracia ya que a él le tendrá sin cuidado
lo que pensemos, o hagamos, o
digamos, ni la rebeldía –ese ingrediente básico de nuestra Historia– porque
(trayendo a colación algo que señaló Bill McKibben) es imposible rebelarse
contra la física”.
“La Historia todavía no se
ha grabado en... bueno, si no en piedra, entonces en hielo que se está
derritiendo. Más temprano que tarde, sin duda puede ser
un cuento que se despliegue en forma de bucles ambientales que ya no puedan
detenerse ni modificarse. Pero de
momento, parece que la humanidad todavía tiene la posibilidad de escribir su
propia historia, una historia que tendría en cuenta un mundo tal vez menos
acogedor pero aun razonablemente agradable en el que vivan nuestros hijos y
nietos. Y alegrarse de eso. Sin embargo, para que eso suceda, unas negociaciones exitosas en París solo
pueden ser el comienzo de algo mucho más amplio, algo que implique los
tipos de energía que utilizamos y nuestro estilo de vida en este planeta. Afortunadamente, se está experimentando en
el ámbito de las energías alternativas, está empezando a aparecer el
financiamiento necesario para este trabajo y un movimiento medioambiental
mundial se está expandiendo de manera tal que algún día podrá, en un planeta
cada día menos placentero, controlar globalmente el calor antes de que el Emperador
Clima pueda hacer subir el calor de la Historia”.
/////
EL EMPERADOR CLIMA.
¿ PARA CUÁNDO EL APOCALIPSIS?.
*****
Tom
Engelhardt.
TomDispatch.
Rebelión
sábado 12 de diciembre del 2015.
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos
Riba García.
|
Aparición
del calor en la Historia.
Durante seis siglos o más, la Historia ha sido
–sobre todo– el relato del gran juego de los imperios, Desde el tiempo en que
los primeros barcos de madera armados de cañones se alejaron de las costas
europeas, los imperios empezaron a competir por el poder y el control del
mundo. Tres, cuatro, incluso cinco imperios, crecieron y cayeron en un planeta
cada vez más colonizado y arbitrariamente dividido. El relato, el contado
habitualmente, es un cuento de concentración de fuerzas y destrucción hasta
que, en la estela de la segunda gran sangría del siglo XX, quedaron en pie solo
dos potencias imperiales: Estados Unidos y la Unión Soviética. Un cuento en el
que de los otros imperios, los europos y el japonés, poco ha quedado salvo
muerte, escombros, refugiados y escenas que en este momento solo estarían
asociadas con un lugar como Siria.
El resultado de esto es el último pulso imperial al
que llamamos Guerra Fría. Los dos grandes imperios todavía existentes
compitieron “en la sombra” para dirimir la supremacía respecto de las
“periferias” del planeta. Debido a que los conflictos librados estaban
ciertamente lejos, al menos de Washington, y a que (aparte de las amenazas
explicitadas) ambas potencias se abstuvieron de usar armas nucleares,
recibieron el nombre de “guerras limitadas”. Sin embargo, no parecieron que
fueran limitadas a los coreanos o vietnamitas cuya casa o vida fueron barridas
en esas guerras, con el resultado de más escombros, más refugiados y la muerte
de millones de personas.
Esos dos rivales –uno de ellos una entidad
gigantesca y basada en el territorio contiguo y el otro claramente un imperio
no tradicional de bases militares– eran tan enormes y tan poco parecidos a las
“grandes potencias” que les habían precedido –después de todo, eran capaces de hacer
lo que en otros tiempos estaba reservado a los dioses, es decir, destruir
literalmente cualquier punto habitable del planeta Tierra– que recibieron un
novísimo apodo: se les llamó las “superpotencias”.
Y entonces, por supuesto, se acabó ese proceso que
ya llevaba 600 años de rivalidades y consolidaciones y solo quedó una: la
“única superpotencia”. Eso sucedió en 1991, cuando la Unión Soviética
implosionó súbitamente. A los 71 años de edad, desapareció de la faz de la
Tierra, y de la Historia –al menos como algunos la imaginaban entonces– se dijo
sucintamente que se había acabado.
El efecto fragmentación.
Había otra historia acechando detrás del relato de
la concentración imperial; era el de la fragmentación imperial. Comenzó, tal
vez, con la Guerra de la Independencia y el establecimiento de un nuevo país
emancipado del poder del Rey de Inglaterra y la dominación colonial. En el
siglo XX, el movimiento para “descolonizar” el planeta consiguió una fuerza
notable. Desde las Indias Orientales holandesas hasta la Indochina francesa,
desde el Imperio Británico en la India hasta las colonias europeas en África y
Oriente Medio, la “independencia” se respiraba en el ambiente. Se iniciaron o
reforzaron movimientos de liberación, aparecieron grupos armados de guerrilla y
la insurgencia se extendió en lo que se llamaba el Tercer Mundo. El poder
imperial se derrumbaba o cedía control, a menudo después de sangrientas luchas
y, durante cierto tiempo, los resultados parecieron sin duda maravillosos: la
liberación y la independencia nacional en un país tras otro (aunque muchos de
esos pueblos recién liberados se encontraron bajo el dominio de autócratas,
dictadores o represivos regímenes comunistas).
Al principio, que se trataba del relato de un mundo
que se hacía añicos no fue del todo evidente. Ya debería serlo en estos
momentos. Después de todo, las fuerzas insurgentes, las tácticas de la guerra
de guerrillas y las ansias de “liberación” no son hoy en día propiedad
exclusiva de los movimientos de liberación nacional de izquierda sino también
de los grupos de terroristas islámicos. Podríamos verlos como los nietos
armados de la descolonización, quienes no estarían de acuerdo que la suya es
una historia de la fragmentación de regiones enteras. De hecho, da la impresión
de que ellos solo pueden prosperar en lugares que en cierto modo ya han sido
despedazados y son estados fracasados o a punto de serlo (todo esto,
naturalmente, está claro que llega gracias a la mano que le ha echado el último
gran imperio del mundo).
Que su marca global sea la fragmentación debería
ser bastante evidente en estos momentos, cuando en París, Libia, Yemen y otros
sitios que todavía no tienen nombre, los terroristas islámicos están exportando
ese producto –la fragmentación– a lo grande. Por ejemplo, en el modo remoto,
pueden estar ayudando a hacer de Europa un territorio despedazado, abortando
así el último gran intento de relato épico de concentración, la conversión de
la Unión Europea en un Estados Unidos de Europa.
Hablando de fragmentación, el último imperio y el
primer califato del terror tienen mucho en común y, en cierto sentido, pueden
incluso estar confabulados. En el siglo XXI, ambos han demostrado ser máquinas
trituradoras del Gran Oriente Medio y, cada vez más, de África. No olvidemos nunca
que sin el último imperio, nunca habría existido el primer califato.
Ambos han desarrollado su capacidad de sacudir a
sociedades enteras haciendo uso de las tecnologías más avanzadas para conseguir
lo que deseaban. Dos administraciones de Estados Unidos han utilizado aviones
no tripulados manejados a distancia para eliminar a jefes terroristas y a sus
seguidores en todo el Gran Oriente Medio y África, ocasionando muchos “daños
colaterales” y creando una sensación constante de miedo y terror entre los habitantes
de algunas zonas remotas del planeta; los operadores de estos drones dicen que
estas misiones son para “aplastar bichos”. En sus robotizadas operaciones de
caza del hombre, Washington continúa comprometida en una guerra contra el
terror que es funcional a la promoción tanto del terror como de los grupos
terroristas.
El Estado Islámico ha empleado también tecnologías
de control remoto –en su caso, las redes sociales en todas sus variantes– para
promocionar el terror y alimentar el miedo en territorios apartados. Y, por
supuesto, tiene su propia versión de baja tecnología de avión no tripulado: sus
suicidas provistos de un cinturón explosivo y sus asesinos suicidas, que pueden
ser enviados –como máquinas diseñadas para causar daños colaterales– para atacar
blancos individuales situados a miles de kilómetros. En otras palabras,
mientras Estados Unidos se centra en la contrainsurgencia controlada a
distancia, el Estado Islámico ha estado promoviendo una variante notablemente
eficaz de insurgencia manejada desde muy lejos. Juntos, el impacto de ambos ha
sido devastador.
El planeta del Apocalipsis Imperial.
Entre ambos relatos épicos de concentración y
fragmentación está la Historia tal como la hemos conocido en los últimos
siglos. Pero resulta que un tercer relato –desapercibido hasta hace
relativamente poco tiempo– acechaba detrás de los otros dos. Uno que todavía no
está del todo escrito aunque podría ser que se tratara del final real de la
Historia. Cualquier otra cosa –el auge y la caída de los imperios, el poder de
suprimir y el anhelo de rebelión, las dictaduras y la democracia– sigue siendo
el material normal de la Historia. Eventualmente, este tercer relato es el que
acabaría con todos los arreglos.
Promete una concentración de poder perteneciente a
una variedad jamás imaginada antes y una fragmentación de un tipo igualmente
inconcebible. En este momento, cuando las autoridades de prácticamente todos
los países de la Tierra están reunidas en París para llegar a un acuerdo que
ponga freno a la emisión de gases de efecto invernadero y reduzca la velocidad
de calentamiento del planeta, ¿de qué otra cosa podría estar hablando que no
sea el Emperador Clima? Pensad en su futuro reino, de llegar a ser alguna vez,
como el planeta del Apocalipsis Imperial.
En la última era de los imperios, las dos
superpotencias hicieron que por primera vez en la Historia el ser humano
tuviera en sus manos el “final de los tiempos”. Estados Unidos y la Unión
Soviética se apropiaron de la potencia del átomo y construyeron un arsenal
nuclear capaz de destruir varias veces el planeta, es decir, destruir varios
planetas como el que habitamos (en estos días un intercambio relativamente
modesto de este tipo de armas entre India y Pakistán sumergiría a la Tierra en
una versión “reducida” de invierno nuclear como consecuencia del cual 1.000
millones de personas podrían morir de hambre). Mientras nos amenaza este súbito
apocalipsis, una versión en “cámara lenta” del mismo cataclismo, producido
también por la actividad humana, se está acercando, aunque nadie lo perciba.
Este es el porqué, precisamente, de la Cumbre de París: qué ha estado haciendo
a nuestro planeta la explotación de los combustibles fósiles.
Tened en cuenta que desde la revolución industrial
ya hemos calentado el planeta en aproximadamente 1 ºC. En general, los
científicos del clima han sugerido que si la temperatura media global se eleva
por encima de los 2 ºC, podría producirse un conjunto de fenómenos
potencialmente devastadores en nuestro entorno. Sin embargo, algunos de estos
científicos creen que incluso un aumento de 2 ºC será tremendo para la vida
humana. En cualquier caso, si se acordara y cumpliera el compromiso de 183
países de reducir la emisión de gases de invernadero solo se limitaría el
aumento global de la temperatura a un guarismo que rondaría entre 2,7 y 3,7 ºC.
Si no se llega a un acuerdo o en realidad se hace poco por cumplirlo, el
aumento de la temperatura media del mundo podría alcanzar los 5 ºC, algo que
sería catastrófico. Ciertamente, en las décadas que vienen, esto podría ser la
culminación mundial del reino del Emperador Clima.
Naturalmente, su poder aéreo –sus bombarderos,
cazas y drones– serían las supertormentas; sus ejércitos de invasión serían las
intensas y prolongadas sequías y las inundaciones que cubrirían enormes zonas
durante semanas y semanas; su fuerza naval, el derretimiento total o parcial de
la capa de hielo en Groenlandia y la Antártida, lo que provocaría la subida del
nivel del mar y la inundación de los litorales marítimos y muchas de las
grandes ciudades costeras. Sus fuerzas de ocupación no solo se desplegarían en
uno o dos países del Gran Oriente Medio o cualquier otra región sino en todo el
mundo.
El territorio donde ejercería su poder el Emperador
Clima sería global y en una escala imponente; los ataques de sus fuerzas
fragmentarían el planeta que hoy habitamos de una forma que muy posiblemente lo
convertiría en algo parecido, en términos humanos, a la Siria actual. Además,
según el tiempo que tarden los gases de efecto invernadero en dejar la
atmósfera, es indiscutible que sus efectos durarían un periodo inhumanamente
prolongado.
El calor (pensad en la ardiente Australia de este
momento, solo que mucho peor) sería la moneda corriente en el imperio. Sin
duda, el ser humano sobreviviría de alguna manera, aunque cierto es que no
tenemos ninguna forma de saber si la civilización humana tal como la conocemos
sería capaz de sobrevivir en un planeta que ya no es tan acogedor como lo ha
sido en los últimos miles de años.
No obstante, no olvidéis que al igual que la propia
Historia, este es un relato que todavía estamos escribiendo, a pesar de que el
Emperador Clima no podría cuidarse menos de escribir la Historia... ni de
nosotros. Ciertamente, si de verdad él asume el poder, en cierto sentido la
Historia se habrá acabado. En su mandato no habrá esperanza de democracia ya
que a él le tendrá sin cuidado lo que pensemos, o hagamos, o digamos, ni la
rebeldía –ese ingrediente básico de nuestra Historia– porque (trayendo a
colación algo que señaló Bill McKibben) es imposible rebelarse contra la
física.
La Historia todavía no se ha grabado en... bueno,
si no en piedra, entonces en hielo que se está derritiendo. Más temprano que
tarde, sin duda puede ser un cuento que se despliegue en forma de bucles
ambientales que ya no puedan detenerse ni modificarse. Pero de momento, parece
que la humanidad todavía tiene la posibilidad de escribir su propia historia,
una historia que tendría en cuenta un mundo tal vez menos acogedor pero aún
razonablemente agradable en el que vivan nuestros hijos y nietos. Y alegrarse
de eso.
Sin embargo, para que eso suceda, unas
negociaciones exitosas en París solo pueden ser el comienzo de algo mucho más
amplio, algo que implique los tipos de energía que utilizamos y nuestro estilo
de vida en este planeta. Afortunadamente, se está experimentando en el ámbito
de las energías alternativas, está empezando a aparecer el financiamiento
necesario para este trabajo y un movimiento medioambiental mundial se está
expandiendo de manera tal que algún día podrá, en un planeta cada día menos
placentero, controlar
globalmente el calor antes de que el Emperador Clima pueda hacer subir el calor
de la Historia.
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Tom Engelhardt es
cofundador de American Empire Project y autor tanto de The United States of
Fear como de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Dirige
TomDispatch.com, del Nation Institute. Su nuevo libro es Shadow Government:
Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower
World (Haymarket Books).
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