Agustín Cueva (1937-1992) se alejó del Ecuador y residió en
México, donde pasó a ser profesor de la UNAM. Continuaron allí sus
investigaciones, entre las que cabe destacar El desarrollo del capitalismo
en América Latina (1977), un libro ajustado al estudio concreto de la
historia. En 1987, cuando galopaba la perestroika en la URSS, fue publicada
otra obra fundamental: La teoría marxista. Categorías de base y
problemas actuales (1987), en la que Cueva precisó el pensamiento de Marx,
criticó sus dogmatizaciones e incluso se anticipó a cuestionar las concepciones
de Antonio Gramsci, a quien ya para entonces, tanto en Europa occidental como
en América Latina, se tenía, según el mismo Agustín, como el novísimo
anti-Lenin, “dotado de incalculables proyecciones teóricas y aun políticas”.
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AGUSTÍN CUEVA Y LA SOCIOLOGÍA MARXISTA.
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Juan J. Paz y Miño C.
Prensa Latina.
Sábado 20 de mayo del 2017.
En 1976, en pleno auge de las ciencias sociales de la
región, se publicó el libro Teoría, acción social y desarrollo en América
Latina, de Aldo E. Solari, Rolando Franco y Joel Jutkowitz, un balance crítico
del pensamiento sociológico latinoamericano desde una perspectiva historicista.
Igualmente quedó en claro que, para entonces, los ejes intelectuales pasaban
por la afinidad u oposición a la teoría marxista.
Alrededor de los años ochenta también la ciencia
social ecuatoriana alcanzó su mayor desarrollo e influencia. Entre la nueva
generación de pensadores igualmente hegemonizó el marxismo, y se produjeron los
más importantes estudios sobre el país, que tienen determinante influencia
hasta el presente.
Anticipándose a esta generación, Agustín Cueva
(1937-1992) fue pionero en replantear los estudios sobre Ecuador desde la
perspectiva del marxismo crítico. Si bien en su obra Entre la ira y la
esperanza (1967), Agustín -con quien guardé una buena amistad-, trazó una
interesante visión de la literatura ecuatoriana como expresión de los diversos
momentos históricos del país, fue su libro El proceso de dominación política
en el Ecuador (1972) el que marcó el inicio de la sociología marxista
contemporánea, con un estudio que acudió a la historia como fundamento para la
comprensión no sólo de la trayectoria republicana del país, sino también para
resaltar la naturaleza del “velasquismo”; es decir, de los gobiernos del
“populista” José María Velasco Ibarra.
Agustín Cueva se alejó del Ecuador y residió en
México, donde pasó a ser profesor de la UNAM. Continuaron allí sus
investigaciones, entre las que cabe destacar El desarrollo del capitalismo
en América Latina (1977), un libro ajustado al estudio concreto de la
historia. En 1987, cuando galopaba la perestroika en la URSS, fue publicada
otra obra fundamental: La teoría marxista. Categorías de base y
problemas actuales (1987), en la que Cueva precisó el pensamiento de Marx,
criticó sus dogmatizaciones e incluso se anticipó a cuestionar las concepciones
de Antonio Gramsci, a quien ya para entonces, tanto en Europa occidental como
en América Latina, se tenía, según el mismo Agustín, como el novísimo
anti-Lenin, “dotado de incalculables proyecciones teóricas y aun políticas”.
Ahora bien, al despegue de la ciencia social
latinoamericana en general y ecuatoriana, en particular, siguió, en pocos años,
el derrumbe del socialismo en la URSS y los países del Este, que trajo como
consecuencia una verdadera catástrofe para el marxismo como teoría otrora
hegemónica y, con todo ello, el impresionante reflujo del partidismo de
izquierda y de los movimientos sociales, sobre cuya base pudo erigirse como
campeón el mundo del capital transnacional globalizado, el neoliberalismo en América
Latina, y en Ecuador el modelo empresarial/neoliberal.
Pero, así como el proceso de la independencia
latinoamericana marcó el rompimiento con el colonialismo a inicios del siglo
XIX y en los albores del régimen capitalista (eso otorga a las revoluciones
independentistas un valor histórico que tratan de negarlo quienes sólo las ven
como un hecho de la clase criolla), la ruptura contra la victoria del capital
transnacional provino de los gobiernos democráticos, progresistas y de nueva
izquierda nacidos en América Latina a inicios del siglo XXI, e inaugurados por
el presidente Hugo Chávez (1999-2013).
Contrariando ciertas creencias, la reivindicación del
socialismo del siglo XXI, el surgimiento de una nueva izquierda y la gestión de
los gobiernos progresistas y democráticos, no sólo marcaron el inicio de un
“ciclo” histórico distinto en América Latina, sino que crearon el espacio
político para el resurgir de las antiguas izquierdas y para que el marxismo
recobrara importancia teórica en la región.
En Ecuador, los sectores de izquierda, los marxistas
de todas las vertientes, y los debilitados movimientos sociales como el
indígena o el de los trabajadores, que habían sido seriamente golpeados y
marginados por la consolidación del modelo empresarial/neoliberal, convergieron
en el triunfo presidencial de Rafael Correa (2007-2017), en el proceso
constituyente (2008) y en el ascenso inicial de la Revolución Ciudadana. Bien
pronto el izquierdismo rompió con el gobierno, al que, desde entonces,
consideraron como “traidor”.
En esas circunstancias, desde la oposición y el
visceral anti-correísmo, también surgió un marxismo que ha adquirido vida
propia. De allí ha provenido una gama central de conceptos que se han repetido
en entrevistas, libros, artículos y páginas de internet: el “correísmo” no
tiene ideología, porque es la expresión práctica del autoritarismo, la
represión, la criminalización de la protesta social, la dictadura; el
“correísmo” controla todos los poderes del Estado; simplemente ha apuntalado un
capitalismo extractivista (y transgénico); es una nueva forma de dominación a
favor de nuevas elites y burguesías, así como del capital transnacional sobre
todo chino; se trata de un populismo tecnocrático; un hiperpresidencialismo.
Son conceptos que incluso han servido a las derechas que durante una década han
combatido a la Revolución Ciudadana.
En la campaña presidencial de 2017 las izquierdas anti
correístas, aunque no de manera unánime, adoptaron tres posiciones: una fue el
llamado a votar por Guillermo Lasso, e incluso hubo dirigentes políticos,
indígenas y de trabajadores que estuvieron en campaña personal con el mismo
exbanquero; otra fue la convocatoria a derrotar al correísmo, para salir de la
“dictadura”; y finalmente, aquella que sostuvo que electoralmente se
presentaban “dos derechas” y que el pueblo debía mantener su “independencia de
clase”, para seguir construyendo, hacia futuro, la “verdadera” opción popular.
Si en la última década (el fenómeno es aún más
antiguo) esas izquierdas no pudieron crear la alternativa auténticamente
revolucionaria frente al correísmo tan vehementemente combatido, ahora se
presentó una situación sui géneris, porque las posiciones anotadas
apuntaron a lo mismo; es decir, a preferir e inducir al voto por Lasso, pero no
por Lenín Moreno, de modo que en Ecuador y en América Latina, por primera vez
en su historia se definió una izquierda y un marxismo pro-bancario, sostenidos
en los mismos conceptos formulados por sus intelectuales orgánicos, y que hoy
adquirieron su real dimensión.
La corriente del marxismo anti-correísta se ha basado
en posicionamientos meramente conceptuales, a los cuales se respalda con el uso
selectivo de aquellos datos de la realidad que pueden calzar a los propósitos
teóricos prefijados, con la unión de frases de Marx que supuestamente respaldan
lo analizado, o con mayor “actualidad” acudiendo a lo que dijo Gramsci.
Salvando cualquier excepción, suele ser evidente la
ausencia de fundamentos históricos, las insuficiencias para buscar respaldo en
el conjunto de los hechos, la nula referencia a fuentes primarias o, por lo
menos, la revisión de la literatura más significativa sobre cada tema abordado.
Ese marxismo, así construido, tiene adeptos y aplausos sólo en sus propias
filas.
Al conmemorarse en Ecuador los 25 años del
fallecimiento del célebre Agustín Cueva, se vuelve necesario resaltar los
fundamentos historicistas que él supo emplear para desarrollar sus
investigaciones porque a su fuerte formación teórica supo unir la práctica
específica de la investigación “empírica” más rigurosa, sobre la base del
examen de fuentes y datos, para la solidez de las ideas, y no para suplantar la realidad con meros
conceptos y peor aún con la ideologización dogmática del marxismo.
Fuente: http://bit.ly/2qxE4Rh.
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