PRESENTACION DEL INFORME SOBRE LA REPRESION A LOS TRABAJADORES DURANTE EL
TERRORISMO DE ESTADO.- El rol de las empresas en
la dictadura El CELS, Flacso, el Programa Verdad y Justicia y la Secretaría de
Derechos Humanos realizaron una investigación en la que analizaron y
sistematizaron información de 25 empresas para entender la “responsabilidad empresaria” y no la “colaboración” o “complicidad”
Anoche se presentó en la sede de Flacso-Argentina
el informe “Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad: represión a
trabajadores durante el terrorismo de Estado”, un trabajo de investigación
monumental que por primera vez analiza y sistematiza la represión en 25
empresas, elaborado por el CELS,
Flacso-Argentina, el Programa Verdad y Justicia y la Secretaría de Derechos
Humanos del Ministerio de Justicia. Durante la presentación, se explicó uno
de los principales efectos del libro: la posibilidad de caracterizar la
historia de represión obrera y encuadrar la relación entre empresas y dictadura
como de “responsabilidad empresaria” en lugar del papel que denota
posibilidades más subsidiarias como el de colaborador o complicidad. La
contribución de este megainforme a las causas y a la Bicameral de
investigaciones civiles que acaba de ser promulgada en el Congreso fueron parte
de los puntos destacados. En palabras del economista Eduardo Basualdo, el informe aporta “un nuevo conocimiento del régimen dictatorial” y es un “salto
cualitativo en el análisis de los casos no sólo por el tipo de fuentes de
información, o su metodología, sino porque todo eso permitió construir no sólo
una tipología sino jerarquizar los tipos de participación empresaria en la represión a los
trabajadores durante la dictadura militar”. Alejandra Dandan. Página/12
diciembre del 2015.
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LA DICTADURA “DEMOCRÁTICA”
DE LOS PODEROSOS.
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Raúl Zibechi.
La Jornada domingo 14 de mayo del
2017.
Nos hacen falta ideas. La mente no
piensa con información sino con ideas, como destaca Fritjof Capra en La
trama de la vida. En esta tremenda transición/tormenta que vivimos,
necesitamos lucidez y organización para comprender lo que sucede y para
construir las salidas. Cuando la realidad se hace más compleja y la percepción
se enturbia, una característica de las tormentas sistémicas, aclarar la mirada
es un paso ineludible y vital.
Por eso nos atiborran con información basura, porque
contribuye a potenciar la confusión. Es en este sentido que los medios juegan
un papel sistémico que consiste en desviar la atención, hacer que las cosas
importantes y decisivas tengan un trato idéntico a las más superficiales (un
accidente en carretera tiene más cobertura que el caos climático) y tratan los
temas serios como si fueran un partido de fútbol.
Como sabemos, hay quienes piensan que no hay cambios
mayores, que la tormenta sistémica es una crisis pasajera, luego de la cual
todo seguirá su curso normal. Pero los de abajo necesitamos aguzar los
sentidos, detectar los sonidos y los movimientos imperceptibles, porque
nuestras vidas están en riesgo y cualquier despiste puede tener consecuencias
desastrosas. No tenemos seguros de vida ni guardias privados, como tienen los
de arriba.
El historiador francés
Emmanuel Todd reflexiona sobre las elecciones en su país, con
análisis bien interesantes. El primero,
es que desde hace varias décadas existen campos de fuerzas sociales estables,
que le permiten asegurar que la sociedad está dividida en dos mitades y que esa
división permanece casi inalterada (goo.gl/p1i6WN).
En segundo
lugar, se pregunta por qué en el pasado cuarto de siglo el rechazo al modelo
neoliberal no ha crecido (en Europa), pese al aumento de la desocupación y al
fracaso del euro. Analiza la población, un dato estructural que tienden a
minimizar los analistas. En Francia,
la población envejeció hasta seis años desde 1992 y, de hecho, los ancianos han
perdido el derecho de voto, porque una salida del euro derrumbaría sus
pensiones.
La segunda
cuestión que contempla es la estratificación educativa.
Concluye que la gente con estudios superiores produjo una oligarquía de masas y que esa élite pasó de 12 por ciento de la
población en 1992 a 25 por ciento, en sólo 25 años. La conclusión estremece: una población envejecida sumada a una mayor
masa oligárquica desemboca en un creciente conformismo de la mitad de la
población, mientras la otra mitad de abajo se ha deteriorado notablemente desde
el tratado de Maastricht de 1992.
Cuando Marx
escribe el Manifiesto Comunista, la relación entre los de abajo y
los de arriba era de nueve a uno. No
había pensiones para los mayores y la universidad estaba reservada para las
élites. Era un sistema inestable, donde 90
por ciento tenía interés en derribarlo.
Los dos cambios mencionados por Todd (demografía y educación
superior) representan mutaciones profundas para quienes aspiramos a
transformar el mundo. Todavía en 1960
abundaban los universitarios como el Che,
dispuestos a utilizar sus conocimientos junto a los oprimidos. El sistema
supo comprender que tenía un punto débil entre los jóvenes universitarios y
tomó medidas.
Ahora los
docentes de ese nivel ganan fortunas, hasta 30
veces el salario mínimo en varios países. Los estudiantes cuentan con becas que les permiten estirar los
estudios de posgrado hasta bordear los 40
años y luego aspiran a ingresar en la élite universitaria. En el imaginario
colectivo el ascenso social pasa por los estudios superiores a los que se
entrega buena parte de la vida.
Immanuel
Wallerstein sostenía hace tres décadas (en Marx y el subdesarrollo) que bajo el capitalismo la clase alta pasó de 1 a 20 por ciento de la población mundial. La cifra puede acercarse
ahora a 25 por ciento que presume Todd para
la oligarquía de masas. En América
Latina las cifras deben matizarse, pero vamos hacia allá.
Es posible que estemos bordeando la dominación
perfecta: sociedades divididas en partes
casi iguales, entre los que necesitan patear el tablero y los que temen
cualquier cambio. Una mitad conformista y
la otra mitad apabullada por la cuarta guerra mundial. Por encima de ambas,
1 por ciento controla el poder
estatal, el material y las democracias electorales.
A medida que se expanden las dimensiones del grupo en
la cima, a medida que vamos haciendo a los miembros del grupo de la cima cada
vez más iguales entre sí en sus derechos políticos, se hace posible extraer más
de los de abajo, escribe Wallerstein en
Después del liberalismo (página 168). Y agrega que un país mitad libre y mitad esclavo sí
puede durar mucho tiempo.
Las consecuencias de estos cambios deberían llevarnos
a sacar algunas conclusiones estratégicas.
Primero, la democracia se asienta en ese sector que
no quiere desestabilizar el sistema, mientras la otra mitad no se siente
representada. La democracia electoral tiene sentido para la mitad de arriba,
pero es una cárcel para los de abajo.
Dos, para la
mitad desheredada de la población, el diseño actual del capitalismo es
una realidad opresiva, ya que las políticas sociales focalizadas tienden a
neutralizar y dividir a quienes necesitan levantarse contra el sistema.
Los partidos de
centro-izquierda recogen las aspiraciones, y los miedos, de esa mitad
de la población que sólo quiere cambios cosméticos y cuyo ejercicio político
excluyente es votar cada cinco o seis años y asistir a mítines para aplaudir a
sus caudillos.
La mitad de
abajo no puede confiar en un sistema político que funciona como una dictadura
democrática. Una estructura política con total libertad para la mitad de arriba
puede ser la forma más opresiva que se pueda imaginar para la mitad de abajo,
sigue Wallerstein.
Los que viven en la zona del no-ser, en palabras de Fanon, son los que resisten y construyen otros mundos, por mera
necesidad de sobrevivir. Pero son bombardeados por la fantasía de que pueden cambiar
su destino sin quebrar el sistema.
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