“MEDIOAMBIENTALISMOS COLONIALES. Si la naturaleza
comunica los impactos de la acción humana en su metabolismo de una forma
jerarquizada, también existen ciertos conceptos referidos al medioambiente,
parcializados de una manera todavía más escandalosa; o, peor aún, que legitiman
y encubren estas focalizaciones regionales, clasistas y raciales.
Como
señala McGurty, para
el caso norteamericano en la década de los 70 del siglo XX,
lo que hizo posible que el debate público sobre las demandas sociales de las
minorías étnicas urbanas, e incluso del movimiento obrero sindicalizado, fuera
soslayado, llevando a que la “temática
social” perdiera fuerza de
presión frente al gobierno, fue un tipo de discurso medioambientalista. Un
nuevo lenguaje acerca del medio ambiente, cargado de una asepsia respecto a las
demandas sociales, que ciertamente puso sobre la mesa una temática más “universal”, pero con responsabilidades
“adelgazadas” y diluidas en el planeta; a la vez que distantes política y
económicamente respecto a las problemáticas de las identidades sociales (obreros, población negra). Aspecto
que no deja de ser celebrado por las grandes corporaciones y el gobierno que
ven encogerse así sus deudas sociales con la población.
Por
otra parte, el sociólogo
francés Keucheyan, subraya
cómo en ciertos países como Estados
Unidos, el “color de la
ecología no es verde sino
blanco”; no solo por la
mayoritaria condición social de los activistas ‒por lo general, blancos, de clase media y alta‒, sino también
por la negativa de sus grandes fundaciones a involucrarse en temáticas
medioambientales urbanas que afectan directamente a los pobres y las minorías
raciales. Al parecer, la
naturaleza que vale la pena
salvar o proteger no es “toda” la naturaleza ‒de la que las
sociedades son una parte fundamental‒, sino solamente aquella naturaleza “salvaje” que se
encuentra
esterilizada de pobres, negros, campesinos, obreros, latinos e indios, con sus
molestosas problemáticas sociales y laborales”.
/////
Naturaleza, hombre y producción.
MEDIOAMBIENTE E IGUALDAD SOCIAL.
*****
Álvaro García Linera.
Vice-Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia.
Rebelión miércoles 17 de mayo del 2017.
¿Puede la naturaleza hablar? ¿Puede la naturaleza
contarnos los males que le afectan? Descontando el lenguaje verbal creado por
el ser humano, la naturaleza no verbaliza; lo que sí tiene es una capacidad
infinita de comunicar, mediante otros lenguajes no proposicionales, un conjunto
de conmociones que la están perturbando. El calentamiento global es uno de
estos cambios dramáticos que a diario la naturaleza nos informa. Cambios
abruptos del clima, sequías en regiones anteriormente húmedas; deshielo de glaciales,
cataclismos ambientales, huracanes con fuerza nunca antes vista, desbordes
crecientes de ríos., etc., son solo unos de los cuantos efectos
comunicacionales con los que la naturaleza informa de lo que le está
sucediendo.
No obstante, la manera en que las catástrofes
ambientales afectan la vida de la humanidad no es homogénea ni equitativa;
mucho menos lo es la responsabilidad que cada ser humano tiene en su origen.
Clase y raza medioambiental.
En la última década, se puede constatar que las
catástrofes naturales más importantes están presentes por todo el globo
terráqueo, sin diferenciar continentes o países; en ese sentido, existe una
especie de democratización geográfica del cambio climático. Sin
embargo, los daños y efectos que esos desastres provocan en las sociedades,
claramente están diferenciados por país, clase social e identificación racial.
De manera consecutiva, hemos tenido en el periodo 2014-2016, los años más
calurosos desde 1880, lo que explica la disminución en el ritmo de lluvias en muchas
partes del planeta. Aun así, los medios materiales disponibles para soportar y
remontar estas carencias y, por tanto, los efectos sociales resultantes de los
trastornos ambientales, son abismalmente diferentes según el país y la
condición social de las personas afectadas. Por ejemplo, ante la escasez de
agua en California, la gente se vio obligada a pagar hasta un 100% más por el
líquido elemento, aunque esto no afectó su régimen de vida. En cambio, en el
caso de la Amazonía y las zonas de altura del continente latinoamericano se
tuvo una dramática reducción del acceso a los recursos hídricos para las
familias indígenas, provocando malas cosechas, restricción en el consumo humano
de agua y ‒especialmente en la Amazonía‒ parálisis de gran parte de la capacidad
productiva extractiva con la que las familias garantizaban su sustento anual.
Huracán Katrina 2005.- Fue un
desastre natural de magnitud sin precedentes: 1.836 muertos, el 80 por ciento
de Nueva Orleans bajo el agua, 1,1 millones de desplazados, y $ 81 mil millones
de dólares en daños y perjuicios. Los esfuerzos iniciales de socorro estaban
desorganizados, y la policía no pudo controlar la violencia que en los días
posteriores, cuando el cielo se despejó. Los más afectados, los
afroamericanos pobres y latinos migrantes.
***
Asimismo, el paso del huracán Katrina por la ciudad de Nueva Orleans en 2005, dejó más de dos mil muertos, miles de desaparecidos y un millón de personas desplazadas. Pero los efectos del huracán no fueron los mismos para todas las clases e identidades étnicas. Según el sociólogo P. Sharkey [1] , el 68% de las personas fallecidas y el 84% de las desaparecidas eran de origen afroamericano. Ello, porque en las zonas propensas a ser inundadas, donde el valor de la tierra es menor, viven las personas de menos recursos; mientras que los que habitan en las zonas altas son los ricos y blancos.
En este y en todos los casos, la vulnerabilidad y el sufrimiento se
concentran en los más pobres (indígenas y negros), es decir, en las clases e
identidades socialmente subalternas. De ahí que se pueda hablar de un enclasamiento y racialización de los efectos
del cambio climático.
Entonces, los medios disponibles para una resiliencia
ecológica ante los cambios medioambientales dependen de la condición
socioeconómica del país y de los ingresos monetarios de las personas afectadas.
Y, dado que estos recursos están
concentrados en los países con las economías dominantes a escala planetaria
y en las clases privilegiadas,
resulta que ellas son las primeras y únicas capaces de soportar y disminuir en
su vida esos impactos, comprando casas en zonas con condiciones ambientales
sanas, accediendo a tecnologías preventivas, disponiendo de un mayor gasto para
el acceso a bienes de consumo imprescindibles, etc. En cambio, los países más
pobres y las clases sociales más vulnerables, tienden a ocupar espacios con
condiciones ambientales frágiles o degradadas, carecen de medios para acceder a
tecnologías preventivas y son incapaces de soportar variaciones sustanciales en
los precios de los bienes imprescindibles para sostener sus condiciones de
vida. Por tanto, la democratización geográfica de los efectos del calentamiento
global se traduce, instantáneamente, en una concentración nacional, clasista y
racial del sufrimiento y el drama causados por los efectos climáticos.
Este
enclasamiento racializado del impacto medioambiental se vuelve
paradójico e incluso moralmente injusto cuando se comparan los datos de las
poblaciones afectadas y de las poblaciones causantes o de mayor incidencia en
su generación.
La nueva etapa
geológica del antropoceno ‒un concepto propuesto por el Premio Nobel de
Química, P. Crutzen‒, caracterizada
por el impacto del ser humano en el ecosistema
mundial, se viene desplegando desde la Revolución Industrial a inicios del
siglo XVIII. Y, desde entonces, primero Europa, luego Estados Unidos, y en
general las economías capitalistas desarrolladas y colonizadoras del norte, son
las principales emisoras de los gases de
efecto invernadero que están causando las catástrofes climáticas. Sin embargo, los que sufren los efectos
devastadores de este fenómeno son los países colonizados, subordinados y más
pobres, como los de África y América
Latina, cuya incidencia en la emisión de CO2 es muchísimo menor.
El Presidente de Kenia - 2016 - declara la sequía que afecta su país, como "DESASTRE NACIONAL", sequía que afecta igualmente a otros países del Cuerno del África, como Etiopía y Somalia, consecuencias de los efectos del fenómeno del "El Niño 2016".
***
Según datos del Banco
Mundial [2] , Kenia contribuye con el 0,1%
de los gases de efecto invernadero,
pero las sequías provocadas por el
impacto del calentamiento global
llevan a la hambruna a más del 10% de su
población. En cambio, en EEUU,
que contribuye con el 14,5%, la sequía solo provoca una mayor erogación
de los gastos en el costo del agua,
dejando intactas las condiciones básicas de vida de su ciudadanía. En promedio,
un alemán emite 9,2 toneladas de CO2 al
año; en tanto que un habitante de Kenia,
0,3 toneladas. No obstante, quien
lleva en sus espaldas el peso del impacto ambiental es el ciudadano keniano y no el alemán. Datos similares se puede obtener
comparando el grado de participación de los países del norte en la emisión de gases de efecto invernadero, como
Holanda (10 TM por persona/año), Japón (7 TM), Reino Unido (7,1 TM), España
5 TM), Francia 8% TM), pero con alta
resilencia ecológica; frente a países del sur con baja participación en la emisión
de gases de efecto invernadero, como Bolivia
(1,8 TM), Paraguay (0,7 TM), India (1,5 TM), Zambia (0,2 TM), etc., pero atravesados de dramas sociales
producidos por el cambio climático. Existe, entonces, una oligarquización
territorial de la producción de los gases de efecto invernadero, una
democratización planetaria de los efectos del calentamiento global, y una
desigualdad clasista y racial de los sufrimientos y efectos de las conmociones
medioambientales.
Medioambientalismos coloniales.
Si la naturaleza comunica los impactos de la acción
humana en su metabolismo de una forma jerarquizada, también existen ciertos
conceptos referidos al medioambiente, parcializados de una manera todavía más
escandalosa; o, peor aún, que legitiman y encubren estas focalizaciones
regionales, clasistas y raciales.
Como señala
McGurty [3] para el caso norteamericano
en la década de los 70 del siglo XX, lo que hizo posible que el debate público
sobre las demandas sociales de las minorías étnicas urbanas, e incluso del movimiento
obrero sindicalizado, fuera soslayado, llevando a que la “temática social” perdiera fuerza de presión frente al gobierno,
fue un tipo de discurso medioambientalista. Un nuevo lenguaje acerca del medio
ambiente, cargado de una asepsia respecto a las demandas sociales, que
ciertamente puso sobre la mesa una temática
más “universal”, pero con responsabilidades “adelgazadas” y diluidas en el
planeta; a la vez que distantes política y económicamente respecto a las
problemáticas de las identidades sociales
(obreros, población negra). Aspecto que no deja de ser celebrado por las
grandes corporaciones y el gobierno que ven encogerse así sus deudas sociales
con la población.
Por otra parte, el sociólogo francés Keucheyan [4] subraya cómo en ciertos países como
Estados Unidos, el “color de la ecología no es verde sino blanco”; no solo por la mayoritaria
condición social de los activistas ‒por lo general, blancos, de clase media y alta‒,
sino también por la negativa de sus grandes fundaciones a involucrarse en
temáticas medioambientales urbanas que afectan directamente a los pobres y las
minorías raciales.
Al parecer, la
naturaleza que vale la pena salvar o proteger no es “toda” la naturaleza ‒de la que las sociedades son una parte
fundamental‒, sino solamente aquella naturaleza
“salvaje” que se encuentra
esterilizada de pobres, negros, campesinos, obreros, latinos e indios, con sus
molestosas problemáticas sociales y laborales.
Perú. Lima 2017. Los Efectos del "Niño Costero" 2017. Huaycos e inundaciones, miles de damnificados, más de un centenar de muertos, resultado y consecuencias de años de Informalidad y haber invadido los derechos naturales y sociales de la Madre Naturaleza. Mayo 2017, comienza la "Gran Reconstrucción del País, concentrado en toda la zona de la "Costa Norte". El desastre social es inmenso, y la destrucción de la Madre Naturaleza no tiene límites, producto de la informalidad y el populismo barato de políticos locales, regionales y nacionales, mezclado de fuertes niveles de corrupción e invasiones "legalizadas"..
***
Todo ello refleja, pues, la construcción de una idea
sesgada de naturaleza de clase,
asociada a una pureza original contrapuesta a la ciudad, que simboliza la
degradación. Así, para estos medioambientalistas, las ciudades son
sucias, caóticas, oscuras, problemáticas y llena de pobres, obreros,
latinos y negros, mientras que la
naturaleza a proteger es prístina y
apacible, el santuario
imprescindible donde las clases pudientes, que disponen de tiempo y dinero para
ello, pueden experimentar su autenticidad y superioridad.
En los países
subalternos, las construcciones discursivas dominantes sobre la naturaleza
y el medioambiente comparten ese carácter elitista y disociado de la
problemática social, aunque incorporan otros tres componentes de clase y de relaciones de poder.
En primer lugar se encuentra
el estado de
auto-culpabilización ambiental. Eso quiere decir que la responsabilidad frente al calentamiento global la distribuyen de
manera homogénea en el mundo. Por tanto, talar un árbol para sembrar alimentos
tiene tanta incidencia en el cambio climático como instalar una usina atómica
para generar electricidad. Y como en la mayoría de los países subalternos
existe una apremiante necesidad de utilizar los recursos naturales para
aumentar la producción alimenticia u obtener divisas a fin de acceder a
tecnologías y superar las precarias condiciones de vida heredadas tras siglos de colonialidad, entonces, para
estas corrientes ambientalistas, los mayores responsables del
calentamiento global son estos países pobres que depredan la
naturaleza. No importa que su contribución a la emisión de gases de efecto
invernadero sea del 0,1% o que el
impacto de los millones de coches y miles de fábricas de los países del norte
afecte 50 o 100 veces más al cambio climático. Surge así una especie de
naturalización de la acción anti-ecológica de la economía de los países ricos,
de sus consumos y de su forma de vida cotidiana, que en realidad son las
causantes históricas de las actuales catástrofes naturales. Dicha esquizofrenia ambiental llega a tales
extremos, que se dice que la reciente sequía
en la Amazonía es responsabilidad de unos cientos de campesinos e indígenas
que habilitan sus parcelas familiares para cultivar productos alimenticios y
no, por ejemplo, del incesante consumo de combustibles fósiles que en un 95% proviene de una veintena de países
del norte, altamente industrializados.
La financiarización de la plusvalía
medioambiental.
Un segundo
componente de esta construcción discursiva de clase es una
especie de “financiarización
medioambiental”. En los países capitalistas desarrollados ha surgido una economía de seguros, expansiva y
altamente lucrativa, que protege a empresas, multinacionales, gobiernos y
personas de posibles catástrofes ambientales. Así, el desastre ambiental ha devenido en un lucrativo y ascendente negocio
de aseguradoras y reaseguradoras que protegen las inversiones de grandes
empresas, no solo de crisis políticas, sino de cataclismos naturales mediante
un mercado de “bonos catástrofe” [5] ,
volviendo al capital “resilente” al
calentamiento global. Paralelamente a ello, en los países subalternos emerge un amplio mercado de empresas de
transferencia de lo que hemos venido a denominar plusvalía medioambiental.
A través de
algunas fundaciones y ONG, las grandes
multinacionales del norte financian, en los países pobres, políticas de protección
de bosques. Todo, a cambio de los Certificados
de Emisión Reducida (CER) [6] que se cotizan en los mercados de carbono. De esta manera, por una
tonelada de CO2 que se deja de
emitir en un bosque de la Amazonía gracias a unos miles de dólares entregados a
una ONG que impide su uso agrícola,
una industria norteamericana o alemana de armas, autos o acero, que utiliza
como fuente energética al carbón y emite gases de efecto invernadero, puede
mantener inalterable su actividad productiva sin necesidad de cambiar de matriz
energética o de reducir su emisión de gases ni mucho menos parar la producción
de sus mercancías
medioambientalmente depredadoras. En otras palabras, a cambio de 100.000 dólares invertidos en un alejado bosque del sur, la empresa puede ganar y ahorrar
cientos de millones de dólares, manteniendo la lógica de consumo destructiva
inalterada.
Así, hoy el
capitalismo depreda la naturaleza y eleva las tasas de ganancia empresarial. Convierte la contaminación en un derecho negociable
en la bolsa de valores. Hace de las catástrofes ambientales provocadas por la
producción capitalista, una contingencia sujeta a un mercado de seguros. Y finalmente transforma la defensa de la
ecología en los países del sur, en un redituable mercado de bonos de carbono
concentrado por las grandes empresas y países contaminantes. En definitiva, el capitalismo esta subsumiendo de
manera formal y real la naturaleza, tanto en su capacidad creativa, como el
mismísimo proceso de su propia destrucción.
Por último, el colonialismo ambiental recoge de su
alter ego del norte el divorcio entre naturaleza y sociedad, con una
variante. Mientras que el ambientalismo dominante
del norte propugna una contemplación de la naturaleza purificada de seres
humanos ‒su política de exterminio de indígenas le permite ese exceso‒, el ambientalismo colonizado, por la
fuerza de los hechos, se ve obligado a incorporar en este tipo de naturaleza
idealizada, a los indígenas que
inevitablemente habitan en los bosques. Pero no a cualquier indígena porque, para ellos, el que cultiva la tierra
para vender en los mercados, el que reclama un colegio, hospital, carretera o
los mismos derechos que cualquier citadino, no es un verdadero sino un falso indígena, un indígena a “medias”, en proceso de campesinización, de mestización; por
tanto, un indígena
“impuro”. Para el ambientalismo colonial, el indígena “verdadero” es un ser carente
de necesidades sociales, casi camuflado con la naturaleza; ese indígena fósil
de la postal de los turistas que vienen en busca de una supuesta
“autenticidad”, olvidando que ella no es más que un producto de siglos de
colonización y despojo de los pueblos del bosque.
En síntesis, no hay nada
más intensamente político que la naturaleza, la gestión y los discursos que se
tejen alrededor de ella. Lo lamentable es que en ese campo de fuerzas, las
políticas dominantes sean, hasta ahora, simplemente las políticas de las clases dominantes. Por eso, aun son
largos el camino y la lucha que permitan el surgimiento de una política medioambiental
que, a tiempo de fusionar temáticas
sociales y ecológicas, proyecte una mirada protectora de la naturaleza desde la perspectiva de las clases subalternas, en lo que alguna
vez Marx denominó una acción metabólica
mutuamente vivificante entre ser humano y naturaleza [7] .
*****
El autor es Vicepresidente del Estado Plurinacional de
Bolivia.
--------
[1] P. Sharkey, “Survival and death un New Orleans:
an empirical look at the human impact of Katrina”, en Journal of Black Studies,
2007; 37; 482.
[2] Databank-Banco Mundial 2013.
[3] E. McGurty, Transforming Environmentalism,
Rutgers University Press, New Brunswick, 2007.
[4] R.
Keucheyan, La naturaleza es un campo de batalla, Clave Intelectual, España,
2016
[5] Banco
Mundial, “ Seguro contra riesgo de desastres naturales: Nueva plataforma de
emisión de bonos de catástrofes”,
[6] BID/
BALCOLDEX, “Guía en Cambio Climático y Mercados de Carbono”, en
https://www.bancoldex.com/documentos/3810_Guia_en_cambio_clim%C3%A1tico_y_mercados_de_carbono.pdf
[7] Marx,
El Capital, Tomo III; Ed. Siglo XXI, pág. 1044, México, 1980.
*****
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