“Pocos pobres leerán tan especial ensayo,
y bastantes menos podrán entenderlo ya que su
forma y desarrollo parece que más bien responde a compendiar un marco académico sobre el problema fundamental de
toda la civilización occidental, y por ende, de toda la humanidad; la pobreza. Cosa que no es poco, y que tiene gran
mérito, ya que ofrece al lector una visión trascendente de la principal, y más
profunda, anomalía de nuestro paradigma cultural –y de pensamiento–, acuñado por sedimentos ancestrales de
emociones silvestres.
Adela nos muestra en el capítulo sexto del libro que “es imprescindible modificar también las emociones, que son las
que están ligadas a la motivación.” Una
observación trascendente toda vez que, tal y como muestra la autora, las
últimas tendencias científicas revelan que “nuestras disposiciones morales
tienen una base biológica, que son
las emociones, y que están estrechamente ligadas a la motivación.” Es decir; que las
mismísimas “tablas de Moises” tienen base biológica; que ni siquiera son un producto cultural. Y esto lo afirman las
conclusiones técnico–científicas de las llamadas neurociencias”.
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APOROFOBIA, EL RECHAZO AL POBRE,
EMOCIONALMENTE PLACENTERO.
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Francisco Muñoz Gutiérrez.
Rebelión sábado 27 de mayo del 2017.
A miles de kilómetros de mapamundi, allá por Brasil, el pasado 9 de mayo, tuvo lugar
un acto en la Universidad Nacional de
Rosario promovido por la Cátedra del Agua, un departamento de la Facultad
de Ciencias Sociales, coordinado por el prof.
Anibal Faccendi, para llevar a cabo una Declaración sobre la ilegalidad de
la pobreza.
Mientras acá, por España, recién emergía por las librerías un libro singular de 196 páginas
sobre un concepto con estirpe etimológica del más puro ancestro griego; “Aporofobia, el rechazo al pobre”. Concepto
acuñado por Adela Cortina en los años 90, y que ahora presenta en sociedad
en 2017 con el sugerente subtítulo de “Un
desafío para la democracia.”
La editorial que lo publica es Planeta, cosa que tiene su interés en un libro de pobres para; ¿académicos? ... ¿intelectuales? ¿políticos ilustrados? ... Lo digo porque la duda nace en el mismo acto de la compra dado que los 20 euros del precio son ya dolosos incluso para los obispos creyentes de la Santa Madre Iglesia habituales especialistas en pobres y pobrezas.
A partir de ahí el libro es extraño porque su índice se asemeja más a una experiencia de cinemática popular de rebote de una piedra lanzada tangencialmente sobre la superficie del agua y que finalmente en el capítulo 7 se sumerge para diluirse en las profundas oscuridades del capítulo octavo. Sin más.
La editorial que lo publica es Planeta, cosa que tiene su interés en un libro de pobres para; ¿académicos? ... ¿intelectuales? ¿políticos ilustrados? ... Lo digo porque la duda nace en el mismo acto de la compra dado que los 20 euros del precio son ya dolosos incluso para los obispos creyentes de la Santa Madre Iglesia habituales especialistas en pobres y pobrezas.
A partir de ahí el libro es extraño porque su índice se asemeja más a una experiencia de cinemática popular de rebote de una piedra lanzada tangencialmente sobre la superficie del agua y que finalmente en el capítulo 7 se sumerge para diluirse en las profundas oscuridades del capítulo octavo. Sin más.
Pero si su final es sumamente volatil, su preludio y cima son, sin embargo, sumamente
interesantes, aunque de cocina rápida y aliñado con exceso de intelectualidades
que no terminan de recalar en suelo firme; porque la primera cuestión que surge
es si el título no obedece más a una operación de marketing editorial, que a un
ensayo sobre materias tan dispersas como la “neuroeconomía”, la “pirámide de Abraham Maslow”, o la “biomejora
moral”.
Pocos pobres leerán tan
especial ensayo, y bastantes menos podrán entenderlo ya que su forma y
desarrollo parece que más bien responde a compendiar un marco académico sobre
el problema fundamental de toda la civilización occidental, y por ende, de toda
la humanidad; la pobreza. Cosa que
no es poco, y que tiene gran mérito, ya que ofrece al lector una visión
trascendente de la principal, y más profunda, anomalía de nuestro paradigma cultural –y de pensamiento–,
acuñado por sedimentos ancestrales de emociones silvestres.
Adela nos muestra en el capítulo sexto del libro que “es
imprescindible modificar también las emociones, que son las que están ligadas a
la motivación.” Una observación trascendente toda vez que, tal y como muestra
la autora, las últimas tendencias científicas revelan que “nuestras
disposiciones morales tienen una base biológica, que son las emociones, y que
están estrechamente ligadas a la motivación.”
Es decir; que las mismísimas “tablas de Moises” tienen base biológica; que ni siquiera son un
producto cultural. Y esto lo afirman las conclusiones técnico–científicas de
las llamadas neurociencias.
A Galileo lo
condenaron en 1633 por separar ciencia y teología. No sabemos
qué pasará con las neurociencias en el siglo XXI por presentar la Ley Moral
divina como una secreción emocional de base biológica. Algo próximo a una
exudación neuronal que la autora de libro califica de “Biomejora moral”.
Pero de ser cierta esta tesis, la revolución que
comporta dejará al racionalismo científico de Galileo reducido a una mera
anécdota en la historia de las ideas que emergen de los distintos procesos de
ilustración vividos en Occidente.
Para empezar, la propuesta de Adela Cortina toca con gran “chispazo” la charca de la conciencia y
la reputación para recabar en la observación de Maquiavelo cuando recordaba al príncipe que «todos ven lo que
pareces, pocos palpan lo que eres», toda vez que la tesis de Adela Cortina
defiende, junto con Nietzsche y Mounier
que “saber movilizar las emociones es la clave del éxito.”
“Nuestro tiempo –afirma Adela–, es el de las
reputaciones, no el de las conciencias” (pág, 95). Pero las reputaciones
obedecen a códigos parroquiales de carga emocional donde la moralidad “une y
ciega” (pág. 118). Sin embargo la autora reconoce más adelante que; “frente al
mundo antiguo y medieval, la clave del mundo moderno es el individuo con sus
derechos” (pág. 138), siendo que lo justo debe tener primacía sobre lo bueno
(pág, 140).
Y es justo en esta deontología “de lo justo” donde entra en juego el Estado democrático de Derecho
cuando la autora recala en las conocidas tesis de John Rawls por las que la sociedad está obligada a garantizar a
todos sus ciudadanos unos mínimos materiales además de la protección de unos
derechos y libertades incuestionables.
Ya en el territorio de John Rawls recapitulamos un poquito y vemos cómo Adela Cortina se aleja definitivamente
de la anomalía de las emociones y plantea en el capítulo séptimo del libro la
disyuntiva del deber de la justicia contra la obligación de la beneficencia en
la sociedad del intercambio. Se trata de una senda encrespada y afilada con
profundos acantilados que la autora recorre con el piolet de Amartya Sen y su idea de la pobreza como falta de libertad.
“Somos –asegura la autora–, un híbrido de autonomía y vulnerabilidad” (pág.
131)
En su alpinismo académico Adela Cortina maneja con destreza las polainas de la falta de libertad
asociada a la desigualdad para enfilar la cuestión de la pobreza como un
problema de dignidad dado que; “la desigualdad es relevante por motivos de
equidad y justicia social” (pág. 143). Una conclusión poco novedosa a estas
alturas del siglo XXI.
Conclusión clásica que Adela Cortina envuelve en el celofán académico de un híbrido
integrador de dos especies históricamente antagónicas (el bien y el mal), que
ata en una difusa convicción darwinista que sumerge en las profundas
oscuridades de la caverna platónica cuando dice:
“las personas son híbridos del
homo oeconomícus y del homo reciprocans, el hombre que sabe cooperar,
distinguir entre quienes violan los contratos y quienes los cumplen, castigar a
los primeros y premiar a los segundos” (pág. 148).
El libro de Adela
Cortina es todo un Titanic literario que termina hundiéndose cargado de
tesoros intelectuales. Realmente merece la pena leerlo y abrir todos sus
armarios, pero no desde la perspectiva de pobre, o amigo de los pobres, toda
vez que la pobreza no es una patología económica, sino un síntoma de nuestra
profunda y ancestral patología emocional que condiciona íntimamente nuestra
racionalidad.
¿Acaso nuestra fiesta nacional taurina no es un
catecismo de emociones que nos adoctrina constantemente sobre cómo la astucia
“inteligente” (el torero) maneja a su antojo (arte) la fuerza bruta (vitalidad)
de las nobles criaturas sin astucia ni mala voluntad (el toro)?
¿Acaso el
torero no es el “modelo” que reproduce la incuestionable racionalidad de “el empresario” en el manejo a su libre
antojo (arte gestor) de la fuerza bruta (producción) del ganado vitalista de
las fuerza productiva (los pobres asalariados)?
Lo que el
libro de Adela muestra es la imposibilidad de abolir la pobreza
dentro del actual paradigma racional, toda vez que la igualdad carece de
fundamentos emocionales suficientes como para si quiera enfrentarse contra el
torrente de emociones que continuamente se vuelca sobre la “lógica” de la sociedad actual a través de las películas de “acción” y terror; los videojuegos; los
telediarios; las fiestas populares; etc, etc, y donde continuamente se embadurna a todo ser
humano con todas las emociones que genera la desigualdad.
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