EL “NUEVO” IMPERIALISMO: ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN* DAVID HARVEY.- La acumulación por desposesión es un concepto acuñado por el geógrafo teórico
y marxista David Harvey que
consiste en el uso de métodos de la acumulación originaria, para
mantener el sistema capitalista, mercantilizando
ámbitos hasta entonces cerrados al mercado. Mientras que la acumulación originaria supuso la implantación de un nuevo sistema,
según la teoría marxista, al desplazar al feudalismo, la acumulación por desposesión tiene por objetivo mantener el
sistema actual, repercutiendo en los
sectores empobrecidos la crisis de sobre-acumulación del capital. El
término, según David Harvey, define
los cambios neoliberales producidos en los países occidentales
desde los años 1970 hasta
la actualidad y que estarían guiados por cuatro prácticas, principalmente: la privatización, la financiarización, la gestión y manipulación de las crisis y redistribuciones estatales de
la renta. Los cambios se
manifiestan, entre otros, en la privatización de empresas y servicios públicos, que tienen su raíz en la privatización de la propiedad comunal.
La larga supervivencia del capitalismo, a pesar de sus múltiples
crisis y reorganizaciones y de los presagios acerca de su
inminente derrota provenientes tanto de la izquierda como de la derecha, es un
misterio que requiere aclaración. Henry
Lefebvre pensaba que había encontrado la clave del mismo, en su famosa idea
de que el capitalismo sobrevive a través de la producción del espacio, pero no
explicó exactamente cómo sucedía esto. Tanto Lenin como Rosa Luxemburgo, por razones muy distintas, y utilizando
también diferentes argumentos, consideraban que el imperialismo –una forma
determinada de producción del espacio– era la respuesta al enigma, aunque ambos
planteaban que esta solución estaba acotada por sus propias contradicciones. En
los ‘70 traté de abordar el problema mediante el análisis de los “ajustes
espacio-temporales” y de su rol en las contradicciones internas de la
acumulación de capital. Este argumento sólo tiene sentido en relación con la
tendencia del capitalismo a producir crisis de sobreacumulación, la cual puede
entenderse teóricamente mediante la noción de caída de la tasa de ganancia de Marx. Estas crisis se expresan como
excedentes de capital y de fuerza de trabajo que coexisten sin que parezca
haber manera de que puedan combinarse de forma rentable a efectos de llevar a
cabo tareas social-mente útiles. Si no se producen devaluaciones sistémicas (e
incluso la destrucción) de capital y fuerza de trabajo, deben encontrarse
maneras de absorber estos excedentes. La
expansión geográfica y la reorganización espacial son opciones posibles.
Pero éstas tampoco pueden divorciarse de los ajustes temporales, ya que la expansión geográfica a menudo implica
inversiones de largo plazo en infraestructuras
físicas y sociales (por ejemplo, en redes
de transporte y comunicaciones, educación e investigación) cuyo valor tarda
muchos años en realizarse a través de la actividad productiva a la que
contribuyen.
Desde los ‘70 el capitalismo global ha experimentado un problema
crónico y duradero de sobre-acumulación. Considero que los datos
empíricos recopilados por Robert Brenner
para documentar este tema son, en general, convincentes. Por mi parte,
interpreto la volatilidad del capitalismo internacional durante estos años en
términos de una serie de ajustes espacio-temporales que han fracasado, incluso
en el mediano plazo, para afrontar los problemas de sobre-acumulación. Como
plantea Peter Gowan, fue a través de
la orquestación de tal volatilidad que Estados Unidos (EUA) buscó preservar su posición hegemónica en el capitalismo
global. En consecuencia, el viraje reciente hacia un imperialismo abierto
respaldado por la fuerza militar norteamericana puede entenderse como un signo
del debilitamiento de su hegemonía frente a las serias amenazas de recesión y
devaluación generalizada en el país, que contrasta con los diversos ataques de
devaluación infligidos previamente en otros lugares (América Latina en los ‘80
y primeros años de los ‘90, y las
crisis aún más serias que consumieron al Este y Sudeste asiático en 1997 y que
luego hundieron a Rusia y a parte de Latinoamérica).Pero también quiero
plantear que la incapacidad de acumular a través de la reproducción ampliada
sobre una base sustentable ha sido acompañada por crecientes intentos de acumular
mediante la desposesión. Esta, según mi conclusión, es la marca de lo que algunos llaman
“el nuevo imperialismo”.
/////
Marine Le
Pen y Donald Trump. LUIS GRAÑENA.
***
EL TTIP QUE VIENE: NI GLOBALIZACIÓN NI
PROTECCIONISMO, ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN.
*****
Adoración Guamán y Gabriel Moreno.
Docentes de la Universidad de Valencia.
CTXT.
Rebelión sábado 6 de mayo del 2017.
Entre las muchas
coincidencias que pueden encontrarse en el discurso electoral de Trump y Le Pen
se encuentra el rechazo, al menos en el plano formal, de los Tratados de Libre
Comercio de nueva generación y en concreto del TTIP y del CETA. Revestidos de una
retórica calificada de “proteccionismo”, primero Trump en su campaña y ahora Le
Pen han hecho suyo un discurso antitratados que ni parece que vaya a
materializarse ni aporta ninguna alternativa en beneficio de las mayorías
sociales.
Desde luego, es innegable
que la llegada de la Administración Trump ha marcado un punto de inflexión en
las relaciones comerciales entre la UE y Estados Unidos. Partiendo de esta
afirmación, el interés radica en elucidar si la política comercial de Estados
Unidos está dando un giro real o si la tan publicitada ruptura con el modelo
anterior es un elemento más del discurso electoral/populista sin que exista un
cambio real de modelo. El abandono del proceso de ratificación del Tratado
Transpacífico, la paralización de las negociaciones del TTIP, la voluntad de
renegociar el NAFTA han sido claros golpes de efecto destinados a mostrar un
cambio de ruta del que aún no sabemos cuál es su alcance ni naturaleza exacta.
Lo cierto y verdad es que
la contraposición entre “proteccionismo” y “globalización”, que tanto y tan
bien explota la extrema derecha a ambos lados del Atlántico, no es una
traslación automática de la lucha entre soberanía o democracia frente a
neoliberalismo o libre mercado sin frenos. Aunque sea ese el relato del que
Trump o Le Pen intentan aprovecharse, la dicotomía en el fondo es falsa, puesto
que en ella subyace una similar estrategia de acumulación por desposesión, que
se da tanto en el interior de los países que gobiernan o pretenden gobernar
como en sus relaciones con el resto de regiones y Estados de la periferia.
La lectura del documento
sobre la estrategia comercial de Trump, que se ha filtrado el pasado mes de
marzo, nos da buena cuenta de ello. En el mismo se afirma que la nueva política
significa un cambio “real” respecto de la sostenida por la Administración
anterior (lo que en teoría “venden”), aunque un análisis pormenorizado de las
propuestas revela el sostenimiento de una línea que nunca se ha perdido:
América para los americanos, sí, pero fundamentalmente para algunos y contra la
mayoría.
Según el documento, el
objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del
comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los
estadounidenses. Todas las acciones comerciales, continúa el texto, tendrán
como objetivo el crecimiento económico y la promoción del empleo en los
Estados Unidos y la protección de las empresas, trabajadores, sectores y
mercancías de los Estados Unidos frente a los del resto de países. En
este sentido, se van a primar los acuerdos bilaterales frente a los regionales
y se resistirá frente a los intentos de la OMC de debilitar la
postura de Estados Unidos en los diversos tratados multilaterales. En realidad,
nada nuevo bajo el sol ni diferente a lo que la gran potencia ha venido
realizando en las últimas décadas.
En concreto, Trump se fija
los siguientes objetivos: defender y expandir agresivamente la soberanía
de Estados Unidos en materia comercial; responder agresivamente a las
distorsiones a la libre competencia, incluso si son toleradas por la OMC;
sortear las normas de la OMC e impulsar tratados bilaterales que mejorenla
apertura de las fronteras de otros países respecto de los productos y servicios
estadounidenses; expandir el comercio a nuevos mercados clave y renegociar
tratados ya en vigor, en concreto el NAFTA. Es decir, nada que no estuviera, al
menos señalado, en la agenda anterior (Obama y Clinton ya apostaron por
renegociar el NAFTA), nada que implique un cambio radical (en lugar del TPP se
van a negociar tratados bilaterales con cada uno de los países implicados) y
nada que no estuviera presente en la negociación del TTIP.
Como se recordará, el 17
de julio de 2013 el Consejo de la Unión Europea aprobó las Directrices de
negociación relativas a la Asociación Transatlántica sobre Comercio e
Inversión, entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América, más conocido
como TTIP. Este documento, que no se desclasificó hasta el 9 de octubre de
2014, contiene los objetivos y contenidos fundamentales del acuerdo,
estableciendo como finalidad primordial el aumento del comercio y la inversión
entre la UE y los Estados Unidos. Para ello, el documento enmarca los
contenidos del Tratado en tres grandes pilares: el acceso al mercado, las
cuestiones reglamentarias y barreras no arancelarias (cooperación reguladora) y
la producción de normas comunes de obligado cumplimiento, incluyendo un
mecanismo de solución de controversias inversor-Estado (ISDS). Este amplio
contenido ha justificado que el TTIP, al igual que el CETA, sea bautizado como
un “Tratado de Nueva Generación”, ya que su objetivo principal no es el de
eliminar aranceles, sino el de servir de marco jurídico para que el capital
transnacional proteja sus intereses frente a la discrecionalidad, soberana, de
los Estados. Y aunque tras el cambio en la Administración estadounidense las
negociaciones se han paralizado, no se han dado por concluidas; al contrario,
parece que ambas potencias están apostando por retomarlas.
Sin duda, una nueva
apertura de las mismas vendrá marcada por una notable posición de fuerza de los
Estados Unidos que mantendrá las líneas rojas que ya estancaron las
negociaciones en el otoño pasado. Cuestiones como la apertura de los mercados
de la contratación pública con la derogación o modificación de la Buy American
Act o el reconocimiento de las Denominaciones de Origen ya se
plantearon como concesiones imposibles por parte de la Administración Obama y
en estos momentos se pergeñan como líneas infranqueables, con más agresividad
aún. Así las cosas, y con el as en la manga que supondría dar prioridad a un
tratado de nueva generación con el Reino Unido antes de negociar con la UE, el
Gobierno de Trump puede coger el mando de las negociaciones con una Unión
Europea a la que la negociación de estos tratados está provocando fisuras cada
vez más amplias.
En esta coyuntura, el
objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del
comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los
estadounidenses. Sea como fuere, la Administración Trump se encontrará delante
con una UE aún más desunida y débil, con las contradicciones inherentes a su
propio proceso de integración abiertas en canal. La primacía de lo económico y
del mercado en la configuración misma de la UE, sin la necesaria dimensión
social que los atenúe, unida a los últimos ataques neoliberales desde sus
instituciones a los derechos y al bienestar de las mayorías sociales del
continente, han suscitado un sentimiento de rechazo hacia el proyecto que ha
sido, por el momento, canalizado con mayor intensidad por la derecha. La
ausencia de mecanismos redistributivos a nivel continental y la consagración
jurídica, al mismo tiempo, de la estabilidad presupuestaria como indiscutible
camisa de fuerza para las posibilidades de intervención económica de los
Estados han provocado que las libertades económicas fundamentales (de
movimiento, de capitales, de servicios y bienes…) hayan seguido operando sin diques
que las frenen, aumentando la desigualdad y la acumulación de la riqueza a
través, y por encima, de los países.
El descontento, por ende,
se hará aún mayor si no somos capaces de dar un giro rotundo a la arquitectura
misma de la Unión Europea, y la extrema derecha seguirá creciendo si su relato,
falso, sigue teniendo un asidero real en Bruselas al que agarrarse. Ellos, Le
Pen y Trump, se erigen en los salvadores de la comunidad, de la Nación y de la
seguridad, laboral y social, frente a la globalización institucionalizada y al
mundo de las frías cifras del establishment de Washington o de las
instituciones de Bruselas. Pero ellos también, a la vez, no dejan de defender
en el fondo los mismos planteamientos que subyacen a las consecuencias que
critican y de las que se aprovechan en el descontento generalizado. Trump
seguirá con el libre comercio sin trabas, lo potenciará incluso, y la
acumulación de unos pocos y la desigualdad para los muchos aumentará. Lo hará,
eso sí, desde un vigorizado discurso nacionalista y neoproteccionista, mientras
sus millonarias cuentas no pararán de crecer y sus empresas, cual metáfora de
su misma ideología, no cesarán de saltar de un país a otro protegidas por los
tratados de nueva generación auspiciados por EEUU.
Le
Pen,
de ganar, no acabará con la base socioeconómica que alimenta la desigualdad, la
injusticia social y el descontento, como tampoco lo hará Macron, por mucho que ahora ambos decidan que criticar el CETA está à la mode. El Brexit, por su parte, no supondrá un renovado impulso para la
democracia en el Reino Unido, que, de la mano de May y los tories, ya está comenzando a abrazar de nuevo la posibilidad de
aumentar los neoliberales lazos con Estados Unidos y de convertir Londres en un
paraíso para estos nuevos tratados que amparan, recordemos, la impunidad total
de un capital transnacional dueño y señor de los mecanismos tradicionales de
poder.
Frente a la atomización
social, el individualismo extremo, el empobrecimiento de amplias capas de la
población y el aumento de la desigualdad, el capitalismo neoliberal,
precisamente la causa de todos estos factores, parece haber encontrado una vía
de escape para seguir conservando la acumulación que alienta: el nacionalismo
de los falsos proteccionismos que en el fondo no solo no cambian, sino que
profundizan, la acumulación por desposesión que estamos sufriendo. El TTIP que
viene tendrá posiblemente otro nombre y otras formas, pero detrás estarán los
mismos intereses de siempre al servicio de quienes, desde hace demasiado tiempo ya, vampirizan el
futuro de las generaciones presentes y venideras.
Adoración Guamán.
Profesora titular de Derecho del Trabajo en la Universitat de València. Gabriel
Moreno. Investigador en Derecho Constitucional en la Universitat de València.
*****
NOTA IMPORTANTE.-
Lectura
de los Tratados Internacionales.-
TPP.- Acuerdo
Transpacífico de Cooperación Económica.
TTIP.- Tratado
Transatlántico de Comercio e Inversiones. (en Inglés). Entre la Unión Europea y
Estados Unidos.
NAFTA.-
O TLCAN es el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos,
Canadá y México, - el primero, vigente desde el 1 de enero de 1994 -.
CETA:- Tratado
de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá.
OMC.- Organización
Mundial del Comercio. Fundada el 1 de enero de 1995.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario