Llama la atención ese antifascismo light que une al PP con el
PSOE y Ciudadanos. Se podría decir,
parafraseando un viejo eslogan, que los neoliberales de todos los partidos se hacen partidarios de Macron y defensores de
una democracia demediada y sin
contenido social. Lo que acecha, conviene tenerlo en cuenta, es la
consecuencia natural de esta Europa
neoliberal en crisis: la norteamericanización de la vida pública europea. La UE es, cada vez más, la anti-Europa, una
Europa no europea sino norteamericana y bajo hegemonía alemana: sistemas políticos gobernables donde los que mandan y
no se presentan a las elecciones controlan férreamente a una clase política sin proyecto ni ideología y obligan a los
electores a elegir entre la derecha y la
mano izquierda de la derecha. Elegir siempre entre variantes de un mismo
tipo de capitalismo y poner fin a la historia.
¿Qué historia? La del movimiento obrero organizado y la de
los derechos sindicales y laborales; la de
los grandes partidos de masas, la del control del mercado y del capital
financiero, la del Estado social, es decir, la especificidad de una Europa permeabilizada por 150 años de
lucha de clases, por durísimos conflictos sociales y nacionales, por dos Guerras Mundiales, por la esperanza de construir una sociedad de
hombres y mujeres libres e iguales comprometidos con la emancipación.
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La candidata por el Frente Nacional,
Marine Le Pen (izda.) y su rival, el socio-liberal Emmanuel Macron (dcha.),
poco antes de iniciar el debate televisado por el canal público nacional este 3
de mayo. / Eric Feferberg (Efe)
LA BATALLA DE FRANCIA: EL ODIO A LA REPÚBLICA.
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Manolo Monereo y Héctor Illueca.
Cuarto Poder.
Rebelión. Viernes 5 de mayo del 2017.
Nunca
he creído que amar a la patria impidiera amar a sus hijos;
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! Marc Bloch (La extraña derrota)
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! Marc Bloch (La extraña derrota)
Se trata de esto, de odio,
de un odio viejo y antiguo que se acentúa con los años y que hoy parece hacerse
irreversible. El odio es a la “anomalía” francesa, a la singularidad francesa,
a su específica relación entre Estado y sociedad y, sobre todo, al republicanismo,
a unos valores basados en la igualdad, la libertad y los derechos de
ciudadanía. ¿Por qué? Las élites francesas y las élites dominantes en la Unión
Europea llevan años intentando liquidar un específico modo de ser, de estar y
de organizarse del pueblo francés. Molesta, específicamente, el tamaño y
dimensión del Estado, los mecanismos de regulación del mercado y los derechos
laborales conquistados. Molesta la rebeldía subyacente, la capacidad de
resistencia que se le supone a un pueblo al que se teme y al que se desprecia.
Molesta la Francia surgida de la Resistencia, la Francia de los días gloriosos
y de las conquistas del Estado del bienestar. Molesta la República.
No se trata de idealizar
el pasado. Todo lo anterior, lo sabemos sobradamente, ha sido erosionado,
disminuido, limitado, pero sigue vivo y basta movilizarlo con honestidad para
que se organice y se convierta en una opción política real. Jean-Luc
Mélenchon es el mejor ejemplo de lo que acabamos de decir y, si se nos
permite, Marine Le Pen es también un reflejo de esto. No hay que
confundir las causas con los efectos. Las élites dominantes llevan años
intentando imponer un nuevo régimen político contra la Francia republicana.
Llevan años criticando la burocratización, el conservadurismo de la sociedad,
los excesos de la democracia, la baja competitividad y, sobre todo, la dotación
de derechos y libertades conseguidos por las clases trabajadoras.
El combate ha sido y es
durísimo. Tanto la derecha como la izquierda socialdemócrata lo han intentado
una y otra vez y no han podido lograrlo, fracasaron en su empeño de hacer
irreversible el neoliberalismo. Ya no es posible ocultar que la clase política
francesa es contraria su pueblo, a los deseos mayoritarios, a las aspiraciones
de las personas comunes y corrientes que reclaman más República, más Estado,
más seguridad social, más derechos laborales y sindicales, defensa de la
soberanía popular y de la independencia nacional. Nada nuevo, por lo demás. Son
las bases de un contrato social que funda y organiza una república. A estos
derechos conquistados se les califica hoy de frenos al progreso, de incapacidad
para adaptarse a la modernidad, a la globalización, a una Unión Europea
hegemonizada por Alemania. Es lo que los medios, con sugerente unanimidad,
llaman la Francia conservadora, la Francia atrasada. Una Francia profunda
convertida en una anomalía de la Europa neoliberal abierta al mundo y dominada
con mano de hierro por la gran Alemania.
Definitivamente, el
gobierno de Hollande se ha superado a sí mismo: ha destrozado al Partido
Socialista y ha engendrado a un político como Macron, que viene a poner
fin al régimen republicano tal como lo hemos conocido hasta el presente. No hay
que olvidarlo, aunque desgraciadamente se olvida. El de Hollande ha sido el
gobierno de la autoderrota de la izquierda y el inicio de lo que podríamos
llamar la tendencia irreversible a la norteamericanización de la vida pública
europea. El actual presidente francés, no solo ha incumplido sus promesas
electorales, sino que ha cambiado varias veces de proyecto y de posición
durante su mandato. No es casualidad que en el giro derechista que supuso el
gobierno de Valls estuviera ya incrustado Macron.
Nunca salen las cosas como
se piensan, pero es evidente que el joven financiero formado en la casa Rothschild
entendió a la perfección el sentido de la jugada política y se vio con
capacidad para protagonizarla él solo, sin dependencias de aparatos
partidarios, creando su propio movimiento y dirigiéndose al pueblo directamente
y sin intermediarios. Operación populista de manual; el mejor, el más sabio,
siempre acaba haciendo populismo mientras acusa a los demás de practicarlo. La
otra cara se oculta, pero tampoco conviene olvidarla: el apoyo unánime de la
gran patronal y sus poderosos medios de comunicación; el apoyo del presidente
socialista y de una parte sustancial del Partido Socialista; el apoyo claro,
nítido, de las instituciones europeas y, sobre todo, de la jefa del gobierno
alemán, Merkel. Macron no está solo ante el peligro, viene acompañado de
una enorme fuerza que supone una amenaza inminente para la Francia republicana.
¿A alguien le puede
sorprender que, con esta clase política, con este presidente, con este Partido
Socialista, una parte significativa del pueblo francés acabe apoyando a Marine
Le Pen? En esto tampoco cabe engañarse: lo que hay que hacer es comprenderlo
para encontrar remedios que neutralicen el fenómeno y permitan construir una
alternativa al nivel de las demandas democráticas del pueblo francés. Este es el
gran mérito de Mélenchon. Reconocer la crisis de la V República y proponer su
superación desde la conciencia y el imaginario popular, es decir, desde el
republicanismo político y social. Saber que en la Francia de hoy, gobernando
Hollande, la división entre izquierda y derecha nada dice y oculta más que
aclara. Intuir que las viejas lógicas del voto republicano son cosas del pasado
y que la crisis de la forma-partido, de la actual forma-partido, es
irreversible. Mélenchon, él sí, no tuvo problemas para quedarse solo ante el
peligro de los poderes dominantes que lo ignoraban y lo despreciaban, sólo
frente a su propio partido y demás aliados de la izquierda francesa.
Lo que viene ahora es una
batalla muy dura que recién empieza. Que nadie se equivoque. La elección real
es entre una derecha populista que ha moderado su discurso y que busca
desesperadamente arañar votos en todo el espectro político y una derecha
neoliberal pura y dura que pretende realizar lo que Margaret Thatcher
hizo en Gran Bretaña en los años setenta. Más aún, Macron aspira a ser, junto a
una parte sustancial del Partido Socialista, una especie Toni Blair,
fundador de una república basada en el capital, en el predominio de la gran
empresa y en la devastación social y laboral.
Llama la atención ese
antifascismo light que une al PP con el PSOE y Ciudadanos. Se podría
decir, parafraseando un viejo eslogan, que los neoliberales de todos los
partidos se hacen partidarios de Macron y defensores de una democracia
demediada y sin contenido social. Lo que acecha, conviene tenerlo en cuenta, es
la consecuencia natural de esta Europa neoliberal en crisis: la
norteamericanización de la vida pública europea. La UE es, cada vez más, la
anti-Europa, una Europa no europea sino norteamericana y bajo hegemonía
alemana: sistemas políticos gobernables donde los que mandan y no se presentan
a las elecciones controlan férreamente a una clase política sin proyecto ni
ideología y obligan a los electores a elegir entre la derecha y la mano
izquierda de la derecha. Elegir siempre entre variantes de un mismo tipo de
capitalismo y poner fin a la historia. ¿Qué historia? La del movimiento obrero
organizado y la de los derechos sindicales y laborales; la de los grandes
partidos de masas, la del control del mercado y del capital financiero, la del
Estado social, es decir, la especificidad de una Europa permeabilizada por 150
años de lucha de clases, por durísimos conflictos sociales y nacionales, por
dos Guerras Mundiales, por la esperanza de construir una sociedad de hombres y
mujeres libres e iguales comprometidos con la emancipación.
El síndrome de Vichy
retorna, cómo no. La unanimidad de las grandes organizaciones económicas y de
las instituciones europeas a favor de Macron apunta algo que también está en
juego en estas elecciones: el futuro de la UE. La Francia republicana es, seguramente,
el mayor obstáculo que tiene hoy la UE dirigida por el Estado alemán. Las
élites francesas necesitan el apoyo extranjero para derrotar a su propio
pueblo. Es la gran coincidencia entre Merkel y Macron, el sueño de una Francia
no republicana, fiel aliada de Alemania, comprometida con su proyecto europeo y
subalterna a la Alianza Atlántica. Lo dicho: la batalla de Francia recién comienza y no se
debería menospreciar al pueblo francés. Los que mandan no lo hacen.
Manolo Monereo es
politólogo, autor del blog Carta al Amauta en cuartopoder.es y diputado de
Unidos Podemos. Héctor Illueca es doctor en Derecho y profesor de la
Universidad de Valencia.
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