QUE ES LA GOBERNANZA DEMOCRÁTICA?.- El
presente trabajo sobre La Gobernanza
Democrática?. Nueva mirada social y política en tiempos históricos y políticos
global neoliberal”, representa un enfoque histórico, crítico y
alternativo a un concepto y forma política “empoderada” con supuesta astucia e
inteligencia por los poderes fácticos mundiales, en el contexto histórico y
político de la globalización neoliberal. Desde una sistematización histórica –
deambulando en contextos sociológicos diferentes, formulaciones hibridas, e
intentar encontrar un “aposento” conceptual distinto y definitivo – y una
“fuerte” presencia en los últimos tiempos políticos, hasta una evasión y falta
de sabiduría, en coyunturas muy difíciles y responsabilidades demasiado
comprometidas con el destino político del sistema democrático actual.
La Gobernanza, como teoría política, forma parte
del conjunto de teorías políticas que el neoliberalismo
implementa mundialmente en los 90’ para hacer posible las políticas públicas
mundiales – contexto global del reajuste económico estructural – del Consenso de
Washington y la “doctrina única” del neoliberalismo. Comprende
procesos desde las decisiones que se toman acerca cómo debe ser el sistema
socio-político y el ejercicio del Poder al interior del mismo; como teoría
política en los procesos de descentralización y democratización; en la lucha
contra la pobreza y las políticas sociales; o como “Buen Gobierno” y los distintos
modos de gobernar; o considerando los cambios en el ámbito político producto de
la globalización neoliberal; vía la alternativa política en el escenario
mundial de la Triple Crisis sistémica; o vía la administración de bienes
comunales y mejorar la calidad de vida y finalmente vía la política mundial
guiada por la responsabilidad social y una geopolítica distinta, diferente y
diversas inspirada en la sostenibilidad y la ecología.
La
Gobernanza hoy expresa una
pluralidad desde lo social, una profunda complejidad desde lo político, una
multidimensionalidad desde lo institucional y ámbito polisémico desde la visualización de las
clases y la lucha de clases, así como
el conjunto de Escuelas que la difunden o la critican en el trabajo político de
cómo debe ser el sistema político y el ejercicio del Poder al interior del
mismo. Por ejemplo, en el contexto mundial del proceso de Deslocalización
Empresarial y las formas de poder que se ejercen internamente en el conjunto de
los poderes fácticos globales y el poder de la Gran Burguesía Transnacional, en
relación directa con las diversas formas de sumisión y explotación de los
”nuevos” esclavos asalariados globales: Sudeste Asiático, las Maquilas en
Centro América e infinidad de sistemas de intermediación laboral, cero derechos
laborales y derechos humanos.
El poder
político de los Estados corporativos globales – hoy
inmersos al interior de la triple Crisis
Global, recesión, - y la crisis política de los Estados nacionales en
desarrollo del “tercer y cuarto mundo”.
El poder
fáctico global: ideológico,
político, mediático, económico, financiero, militar, terrorista y de la
“economía criminal” a nivel global y el nuevo poder de la sociedad civil
popular emergente, - conectada, informada, comunicada, pero no integrada -
la nueva ciudadanía como pertenencia a una comunidad política una comunidad
cultural e identidad, o como resultado interno de un acelerado proceso
económico, social y político: millones de emigrantes, campo-ciudad etc.
1.- Hoy la gobernanza funciona como instrumento ideológico y político de
las corporaciones transnacionales en la fase del capital monopólico
transnacional. Tiene un objetivo principal, suplir la realidad, sustituir al
poder político. El conocido trabajo del Politólogo
Rosenau . Gobernanza sin Gobierno, refuerza y es un
manifiesto a:
*- la presentación del mercado como instrumento de
regulación no sólo económica, sino también social. *- el papel determinante de
los actores no estatales y en especial sociales en el funcionamiento de la
comunidad. *- la multiplicidad de instancias, niveles y redes en la sociedad
actual, que hacen necesariamente ineficaces los intentos de organización y
control políticos de un gobierno central.
2.- Variada, plural, múltiple complejidad de la gobernanza hoy en el
ámbito político, económico, cultural, institucional, nacional y global:
Gestión pública, "Buen Gobierno", gobierno de las empresas, por las empresas y para las empresas, nuevas formas de lucha contra la pobreza, nueva alternativa de articulación desde la sociedad civil entre el Estado y el mercado, nueva lectura para entender los nuevos procesos políticos que resultan de la globalización neoliberal a nivel local, nacional y mundial;
Diversas aplicaciones, acepciones y decisiones acerca cómo debe ser el sistema socio-político y el ejercicio del poder al interior del mismo;
Gestión pública, "Buen Gobierno", gobierno de las empresas, por las empresas y para las empresas, nuevas formas de lucha contra la pobreza, nueva alternativa de articulación desde la sociedad civil entre el Estado y el mercado, nueva lectura para entender los nuevos procesos políticos que resultan de la globalización neoliberal a nivel local, nacional y mundial;
Diversas aplicaciones, acepciones y decisiones acerca cómo debe ser el sistema socio-político y el ejercicio del poder al interior del mismo;
Formas en que interactúan los actores
institucionales, políticos, privados y no gubernamentales, para
mejorar la calidad de vida y contribuir al desarrollo del entorno;
Desafío
institucional, ideológico, político sobre las formas cómo deben
actuar en el nuevo escenario del “Cambio
de Época”, las propuestas, alternativas frente al nuevo proceso de
acumulación mundial del capitalismo, la construcción de los nuevos sujetos
sociales históricos, la multipolaridad mundial, la nueva institucionalidad y
arquitectura financiera global, el poder emergente de los “nuevos poderes”
globales-regionales;
Finalmente, con urgencia necesitamos, o desde los poderes fácticos globales de los Gs – G-20 - o desde el nuevo poder mundial emergente de la Sociedad Civil y Ciudadanía global, una nueva Gobernanza en relación a la “Seguridad Energética Europea” desde la Unión Europea o en torno a la protección de la alimentación, la agricultura y la ganadería, por expresa recomendación de la FAO y la “nueva” responsabilidad Geopolítica para nuestro conflictivo mundo.
Finalmente, con urgencia necesitamos, o desde los poderes fácticos globales de los Gs – G-20 - o desde el nuevo poder mundial emergente de la Sociedad Civil y Ciudadanía global, una nueva Gobernanza en relación a la “Seguridad Energética Europea” desde la Unión Europea o en torno a la protección de la alimentación, la agricultura y la ganadería, por expresa recomendación de la FAO y la “nueva” responsabilidad Geopolítica para nuestro conflictivo mundo.
En fin, su “ropaje” ideológico y político
actual es muy complejo y atractivo en su presentación especialmente en nuestros
países, donde las ONGs las Universidades
y políticos de turno – partidos
políticos en grave crisis final – son los principales portadores y
presentadores. Al respecto, en la historia reciente de la política peruana,
como excepción de un político “bien informado”, existe una “celebre”
opinión-discurso, pero posteriormente en el ejercicio del gobierno “se olvidó”.
“ Mi gobierno, será…
“ Un proyecto que se asienta en el Compromiso y la Responsabilidad; que vuelve a otorgar el protagonismo a la sociedad civil; que llama a la unidad activa de toda la ciudadanía y que desea el concurso de empresarios, sindicatos, asociaciones y la colaboración entre instituciones. Un Nuevo Proyecto de Modernización y de Vitalidad Democrática que cree en el Perú y en la integración de América Latina, que cree en nuestra capacidad de autogobierno y que cree en la gente. El futuro que se abre ante nuestros ojos parte del espectacular desarrollo que ha experimentado la Nación durante los últimos años de “extraordinario crecimiento económico – dizque-primero en América Latina -, fruto de la estabilidad del Gobierno y de la confianza que en él han depositado las peruanas y peruanos, lo que ha dado como resultado una sintonía enriquecedora.
Por ello, por la demostrada eficacia de esta alianza, durante este Gobierno de mi Presidencia pondré en la palabra Gobernanza (en el buen gobierno) todo mi énfasis. Gobernanza entendida como la capacidad de dirección y coordinación del Gobierno para impulsar el desarrollo regional y satisfacer las demandas de los peruanos. Con tal fin, asumo los principios de coherencia, responsabilidad, eficacia, apertura y participación como propios de la Agenda Presidencial de Buen Gobierno, una Agenda que vincula a todas las áreas de Gobierno. Del mismo modo, impulsaré las reformas necesarias para situar la Administración regional al servicio de la segunda transformación. Asimismo, estableceré las opciones de gobierno, de Buen Gobierno, en la capacidad de gestión estratégica. Una capacidad necesaria para articular todas las potencialidades del territorio, tanto económicas como sociales. Una capacidad necesaria para defender los intereses del Perú frente a las exigencias nacionales de transformación del Estado a los que estamos asistiendo actualmente en el proceso de Descentralización.
“ Un proyecto que se asienta en el Compromiso y la Responsabilidad; que vuelve a otorgar el protagonismo a la sociedad civil; que llama a la unidad activa de toda la ciudadanía y que desea el concurso de empresarios, sindicatos, asociaciones y la colaboración entre instituciones. Un Nuevo Proyecto de Modernización y de Vitalidad Democrática que cree en el Perú y en la integración de América Latina, que cree en nuestra capacidad de autogobierno y que cree en la gente. El futuro que se abre ante nuestros ojos parte del espectacular desarrollo que ha experimentado la Nación durante los últimos años de “extraordinario crecimiento económico – dizque-primero en América Latina -, fruto de la estabilidad del Gobierno y de la confianza que en él han depositado las peruanas y peruanos, lo que ha dado como resultado una sintonía enriquecedora.
Por ello, por la demostrada eficacia de esta alianza, durante este Gobierno de mi Presidencia pondré en la palabra Gobernanza (en el buen gobierno) todo mi énfasis. Gobernanza entendida como la capacidad de dirección y coordinación del Gobierno para impulsar el desarrollo regional y satisfacer las demandas de los peruanos. Con tal fin, asumo los principios de coherencia, responsabilidad, eficacia, apertura y participación como propios de la Agenda Presidencial de Buen Gobierno, una Agenda que vincula a todas las áreas de Gobierno. Del mismo modo, impulsaré las reformas necesarias para situar la Administración regional al servicio de la segunda transformación. Asimismo, estableceré las opciones de gobierno, de Buen Gobierno, en la capacidad de gestión estratégica. Una capacidad necesaria para articular todas las potencialidades del territorio, tanto económicas como sociales. Una capacidad necesaria para defender los intereses del Perú frente a las exigencias nacionales de transformación del Estado a los que estamos asistiendo actualmente en el proceso de Descentralización.
Algunos
extractos de una Ponencia presentada
sobre: “ÉTICA, GOBERNANZA Y DESARROLLO”. Abril del 2010. Ponencia que la
pueden leer en el presente Blogger Académico con el Título: ¿GOBERNANZA DEMOCRÁTICA?. Nueva mirada
Sociológica en tiempos históricos y políticos global neoliberal”.
/////
GOBERNANZA DE LA POBREZA.
Del neoliberalismo
despiadado, a la renta básica paliativa.
*****
Alfredo Apilánez.
ALAI. América latina en Movimiento.
Martes 2 de mayo del 2017.
“Entendemos
por ‘paternalismo neoliberal’ aquella estructura social emergente en la que el
Estado desempeña un papel paradójico. Se encarga, por un lado, de estructurar
con determinación la mayoría de los aspectos de la sociedad al servicio de los
‘arrendatarios del laissez-faire’, mientras que al mismo tiempo ejerce el papel
de facilitador de la ‘gobernanza de la pobreza’”. Joe Soss, Richard Fording y Sanford Schram,
“Disciplinando la pobreza” (2011)
Al final
de su extraordinaria disección del tortuoso camino recorrido por la economía
desde los clásicos (Smith, Ricardo y
Marx) hasta la hegemonía actual del dogma
neoclásico-marginalista, Maurice Dobb describe de esta desalentada
manera el “velo” ideológico que,
bajo el ropaje de cientificidad característico de las construcciones
matemáticas de la disciplina, encubre sus verdaderas motivaciones de
legitimación del orden vigente:
“Éste parece un
ejemplo más, si aún hiciera falta alguno, dado a nuestra materia, de los
prejuicios transmitidos al pensamiento por el marco conceptual heredado o
adquirido, el cual, como desde el comienzo hemos sugerido, está permeado por la
ideología, cuando no directamente impulsado e inspirado por ella”.
Y no hay
cuestión más “permeada por la ideología”
que la sistemática ocultación –cuando su función principal debería ser
iluminarlas- de las leyes que rigen la distribución de la riqueza social y del
verdadero origen de la ganancia del capital llevada a cabo por la “teología económica”.
Hedonismo despiadado.
“No hay almuerzo gratis”.- Milton
Friedman
En un
prestigioso manual universitario de microeconomía se puede leer lo siguiente:
”Basándose en el
supuesto de la utilidad marginal decreciente (la satisfacción producida por el
consumo de cantidades mayores de un bien es decreciente), algunas personas
llegaban a deducir que la utilidad marginal de un dólar debía ser menor para
una persona rica que para un pobre. De hecho, esto puede ser cierto en la
mayoría de los casos ya que las personas ricas gastan sus billetes casi de la
misma manera que los pobres gastan sus monedas (sic). Sin embargo, existen
casos en los que este tipo de comparación no se cumple. Por ejemplo, algunas
veces los vagabundos gastan sus dólares –cuando los tienen- más pródigamente
que los ricos. Dado que una buena teoría debe cumplirse en todas las
circunstancias, las comparaciones interpersonales de satisfacción (utilidad) se
consideran altamente cuestionables”.
Que en un
texto académico se pretendan hacer pasar por conocimiento científico semejantes
paparruchas impele a indagar sobre los “prejuicios transmitidos por el marco
conceptual heredado o adquirido” que animan una cosmovisión con tan aquilatadas
sensibilidades poliéticas. Elevémonos pues a las alturas de la ciencia “seria”
y tratemos de explorar las bases teóricas de tan sui generis fundamentos
ético-morales.
El principio –la negación de las comparaciones
interpersonales de utilidad-, tan
burdamente expresado en el fragmento previo, es el corolario esencial de la
aplicación a la economía del “bienestar”
de la teoría de la utilidad ordinal. Se trata de la cumbre de la teoría
marginalista de la demanda y la base para la determinación del precio de
equilibrio en los libérrimos mercados. La ordenación de las preferencias
subjetivas entre los bienes es el fundamento “científico” para la satisfacción óptima de las necesidades del
consumidor “soberano”. Todo el
análisis gravita pues sobre un individuo-mónada que expresa sus gustos y goza de
una dotación dada de recursos, cuyo origen queda en la más absoluta penumbra:
el “hedonista idiota” de la refinada
antropología liberal es un Robinson
Crusoe que sólo disfruta consumiendo privadamente.
Coherente
con esta visión autista del homo
oeconomicus, el axioma básico de la economía del “bienestar” afirma pues que no hay
ninguna razón “científica” que
justifique la transferencia de rentas (o de riqueza acumulada) de los ricos a
los pobres. Es más, tampoco es en absoluto apropiado afirmar que ello podría
aumentar el bienestar general. Se trata de una aseveración totalmente ilegítima
bajo los parámetros de la ciencia seria. No puede afirmarse que el rico “sufra” menos que el pobre con
cualquier pérdida de riqueza o ingreso. Como expresa, con fina ironía, el
ilustre heterodoxo John Kenneth Galbraith en uno de sus excelentes
trabajos histórico-divulgativos:
“los sentimientos de
diversas personas no son comparables; establecer semejantes comparaciones
equivaldría a negar la profundidad y complejidad de las emociones humanas y
ello representa una negación de las modalidades de razonamiento a las que
aspira todo economista cabal y de buena reputación”. Por esotérico que todo
ello pudiera parecer, las consecuencias prácticas de semejante postulado fueron
colosales: en términos económicos estrictos no hay ninguna razón que justifique
la intervención fiscal redistributiva del estado. La teoría económica ortodoxa
no es partidaria de la contaminación de la pureza del mercado con políticas
correctoras. Como añade, irónicamente, Galbraith:
“para los ricos, ésta volvía a ser una muy adecuada conclusión”.
El profesor Lionel Robbins (autor de la canónica definición de la economía como “la
ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines
dados y medios escasos que tienen usos alternativos”; conceptualización que,
dicho sea de paso, podría aplicarse a cualquier ciencia de la conducta en
general) fue el más entusiasta profeta de la nueva verdad revelada. El autor
del pomposo “Ensayo sobre la naturaleza y
la significación de la ciencia económica” y miembro de la sociedad Mont Pelerin -dirigida por el fanático
antisocialista y padre del neoliberalismo Friedrich
Hayek (al que Robbins nombró
profesor en la London School of Economics que dirigía)- llamaba al perentorio
abandono de consideraciones distributivas al no ser posible sostenerlas
científicamente:
“Sostuve que la
agregación o comparación de las satisfacciones de distintos individuos entrañan
juicios de valor y no de hechos, y que tales juicios rebasan los límites de la
ciencia positiva”. Mister Robbins, con inusual franqueza en un científico
riguroso, sella de forma hermética el campo de la Ciencia Económica conminando
a sus devotos cultivadores a no contaminarse con adherencias ético-políticas:
”la parte de la teoría de las finanzas públicas que se refiere a la ‘utilidad
social’ debe tener una significación diferente. No puede deducirse de los
supuestos positivos de la teoría pura, por muy importante que sea como
desarrollo de un postulado ético. Y tanto los postulados utilitarios de los que
se deriva como la economía analítica con la que ha sido asociada serán más
convincentes si esto se reconoce con claridad”.
Ni que
decir tiene que quien no reconozca semejante marco teórico, excluyente de
cualquier intervención perturbadora del libre juego de las fuerzas del mercado,
será automáticamente apartado del grupo de los científicos serios que no se
dejan influir por los “prejuicios
transmitidos al pensamiento por el marco conceptual adquirido”. Científicos
serios –y con ciertas veleidades poéticas, como puede comprobarse- como uno de
los maestros del profesor Robbins: uno de los tres (junto con Menger y Walras)
padres fundadores de la escuela “marginalista”,
Stanley Jevons. Su definición del “núcleo
epistemológico” de la teoría económica no tiene desperdicio:
“El placer y la pena
son sin duda alguna los objetivos últimos del cálculo de la economía (…)
satisfacer nuestras necesidades al máximo y con el mínimo esfuerzo o, en otras
palabras, lograr la máxima satisfacción y placer es el problema de la
economía”. ¡Quién podría resistirse a una concepción de tamaña profundidad
intelectual! No deja de resultar curioso que los adeptos a este descubrimiento “epocal” del cálculo individual
hedonista como riguroso basamento del “problema de la economía” fueran al mismo
tiempo implacables fustigadores de cualquier medida paliativa del sufrimiento
de los que, careciendo de dotación inicial de recursos, no podían alcanzar “la
máxima satisfacción y placer” con sus frustradas preferencias de consumo.
Sin
embargo, faltaba un principio rector que coronara la majestuosa construcción
del nuevo paradigma de la ciencia social por excelencia. Una vez excluidas las
consideraciones redistributivas del campo de estudio, había que proceder a
entronizar los armoniosos equilibrios maximizadores como virtudes teologales
del artefacto marginalista. El llamado “óptimo de Pareto” (obra del economista
italiano Wilfredo Pareto, gran admirador del muy liberal Duce Benito Mussolini)
es la máxima expresión de esa elegante construcción lógico-matemática, cumbre
del aseado positivismo de una ciencia comme il faut: ” En análisis económico
se denomina óptimo de Pareto a aquel punto de equilibrio en el que ninguno de
los agentes afectados puede mejorar su situación sin reducir el bienestar de
cualquier otro agente”. Como anota, con cierto poso de amargura, Amartya
Sen: “Si la suerte de los pobres no puede mejorarse sin reducir la opulencia de
los ricos, la situación será un óptimo de Pareto a pesar de la disparidad entre
ricos y pobres”.
El óptimo
paretiano ofrece así la posibilidad de confinarse en los problemas de la pura
eficiencia económica sin preocuparse por la ‘utilidad social’ mediante un
criterio supuestamente objetivo de “optimalidad” social independiente de la
distribución de la renta. Este estado de la sociedad es conocido técnicamente como superioridad
de Pareto y se
presupone en cualquier equilibrio general competitivo. Ello enlaza
subrepticiamente la existencia matemático-positiva del equilibrio con un
criterio normativo basado en su deseabilidad frente a cualquier situación
alternativa.
Como inquiere
irónicamente Dobb: “¿Qué mejor cosa podía
esperarse como objetivo político, definible en términos económicos puramente
objetivos e independientes de la distribución y, por lo tanto, susceptible de
utilizarse como un criterio objetivo de la eficiencia económica?”.
Empero,
tal vez cegados por el deslumbrante brillo de la imponente construcción, las
egregias eminencias de la ortodoxia tuvieron un instante de ofuscación en el
que, como relata Dobb, “aparecieron la falacia y la confusión”. Olvidando la
prohibición de comparar utilidades individuales y la consiguiente
imposibilidad de realizar agregaciones de “bienestar” de los individuos, los
entusiastas devotos del óptimo paretiano lo convirtieron –cayendo en una
flagrante falacia de composición-en el criterio por antonomasia de maximización
del bienestar social.
Ante la
incredulidad que tal “patinazo” pueda provocar en los devotos creyentes en la
infalibilidad de la ciencia económica, Dobb propone el siguiente ejemplo,
extraído del texto canónico de dos de los grandes popes de la ortodoxia
neoclásica: Paul Samuelson y Robert Solow. En él se afirma con toda solemnidad
que “cada equilibrio competitivo es un óptimo de Pareto y viceversa”,
describiendo tales axiomas como la columna vertebral de la economía del
bienestar y extrayendo la muy apropiada conclusión de que un equilibrio
competitivo es siempre superior a uno no competitivo.
Por arte
de birlibirloque, la prohibición tajante de agregar funciones de utilidad
individuales en pos de un óptimo de bienestar social se soslaya graciosamente
para blandir ad hoc el dogma teologal de que el
modelo abstracto e irreal de la competencia perfecta es el non plus
ultra de la felicidad humana.
Como concluye Dobb, parece que en este intento de hacer que “el óptimo de Pareto
implique mucho más de lo que lógicamente puede hacérsele soportar entran, de la
manera más obvia, cuestiones ideológicas”.
Así pues,
la máxima normativa implícita en la “imponente” construcción teórica neoclásica
prescribe que las consideraciones distributivas no pertenecen al reino de la
ciencia económica porque el libre juego de las fuerzas del mercado dejado a su
albur asigna a cada uno lo que le corresponde. Lo cual libera de paso a los
científicos ‘cabales y de buena reputación’ de preocupaciones ético-morales
para que puedan centrarse en propiciar el sacrosanto crecimiento económico del
PIB que derramará sus dones sobre el cuerpo social. El mismo principio que
opera, mutatis mutandis, en la machacona justificación de las
políticas de expansión cuantitativa de los bancos
centrales, que iban a beneficiar al conjunto de la economía (el llamado efecto
goteo o ‘trickle down’) en lugar de extremar –como
de hecho ha sucedido- hasta el paroxismo los niveles de desigualdad.
En esta
visión autorreguladora y autónoma de la economía, el papel asignado a la
política por la rama “integrista” –formada por neoclásicos y austríacos- de los
teólogos de la disciplina se asemejaría al de un mero lubricante del correcto
funcionamiento de los sagrados mercados.
Reformismo paliativo.
“Los defensores del ingreso universal proponen a las
“multitudes” dar marcha atrás, instaurando una renta monetaria e individualizada,
y esta perspectiva sustituye de hecho a la movilización por una reducción
radical del tiempo de trabajo mediante la transformación de las relaciones de
producción en un sentido socialista. A estas aproximaciones teóricas se añade
una orientación estratégica cuyo efecto es dejar de dar cuenta de la
centralidad de las relaciones de explotación”. Michel Husson
Contra este utilitarismo “despiadado”–que recuerda a la ciencia lúgubre ricardiana- del
núcleo duro de la ortodoxia neoliberal se manifiestan los representantes de la
heterodoxia liberal-progresista dentro del mainstream.
Amartya Sen, destacado economista del bienestar
y uno de los creadores del índice de desarrollo humano, podría servir de paradigma de la
posición redistribuidora-reformista. Su postulado básico se basa en “colar”
consideraciones ético-humanitarias por la puerta trasera de la ortodoxia sin
perturbar la solemne magnificencia del “salón principal”. En su discurso en la
entrega del Nobel, el ex presidente
honorario de OXFAM y gurú económico del PSOE de Zapatero realiza una crítica del
modelo ortodoxo-paretiano abriendo una grieta en el teorema de la imposibilidad de Arrow (según su pléyade de
turiferarios, “el economista más influyente del siglo pasado”). Los resultados
de “imposibilidad” han sido interpretados como una sentencia de muerte para la
posibilidad de una elección social razonada y democrática, principalmente en el
área de la economía del bienestar. El teorema niega que sea posible hallar una
regla de elección no-dictatorial que maximice el bienestar social si se
excluyen comparaciones interpersonales de utilidad.
En las rendidas palabras de Sen:
“Si bien Arrow
(tomando como postulado fundamental la eficiencia de Pareto) situó la
disciplina de la elección social dentro de un marco estructurado –y
axiomático–, conduciendo así al nacimiento de la teoría de la elección social
en su encarnación moderna, también profundizó la penumbra existente al
establecer un sorprendente –y aparentemente pesimista– resultado de alcance
universal. Parecía que las evaluaciones sociales y los cálculos del bienestar
social no podían evitar ser arbitrarios o irremediablemente despóticos”.
La enmienda parcial de Sen –que en ningún aspecto pone en cuestión el “individualismo antropológico” ni la estructura socio-institucional insertos en tales modelos- al hegemon neoclásico consiste en la posibilidad de introducir comparaciones interpersonales que justifiquen la adopción de políticas redistributivas basadas en criterios de elección social no maniatados por el corsé de la “imposibilidad”. Sus “correcciones éticas” a la implacable lógica del cálculo egoísta tienen la misericorde pátina de las homilías eclesiásticas: “el indigente desesperado que sólo desea seguir vivo, el jornalero sin tierra que concentra toda su energía en conseguir su próxima comida, el criado que busca algunas horas de respiro, el ama de casa sometida que lucha por un poco de individualidad; todos pueden haber aprendido a tener los deseos que corresponden a sus apuros pero sus privaciones están amordazadas y veladas por la métrica impersonal de la satisfacción del deseo. En algunas vidas, las cosas pequeñas cuentan mucho”. Así pues, todo se reduce a constatar que el concepto de bienestar del cálculo utilitarista no capta la privación de las personas que sufren grandes carencias o están en condiciones de pobreza absoluta careciendo de preferencias observables de consumo. Marta Pedrajas, experta en políticas de desarrollo y directora del Plan Director de la Cooperación Española, resume la esencia del reformismo paliativo:
”En nuestros días, la
propuesta de economía ética de Amartya
Sen pensamos que es de primera magnitud. Una economía que no entiende sólo
de crecimiento del PIB sino de desarrollo humano, donde la libertad, para poder
llevar el tipo de vida que todos y cada uno de los seres humanos tienen razones
para valorar, debe ser real, posible y debe estar garantizada. Una economía
donde a los más desfavorecidos de la sociedad, se les debe “empoderar” y dar las oportunidades y los recursos necesarios para
poder alcanzar una vida de libertad y de dignidad”.
Si bien
desde una posición más “liberal
anglosajona”, el Principio de Diferencia de John Rawls prueba
una vez más las limitaciones insolubles de aceptar el marco conceptual del
“enemigo”. Tratando, como Sen, de
escapar de las ‘lúgubres implicaciones’ del teorema de Arrow, su propuesta pugna por establecer
“bases objetivas para
las comparaciones interpersonales que permitan, en tanto podamos identificar al
representante menos aventajado, evaluar la ventaja individual en términos del
control basada en la maximización de la cantidad de ‘bienes primarios’”. El utopismo de cariz idealista-kantiano
implícito en tan crípticas propuestas se condensa en la siguiente
caracterización del concepto nodal del egregio filósofo analítico: “los bienes
primarios, […] son las cosas que se supone que un hombre racional quiere
tener, además de todas las demás que pudiera querer (sic). Cualesquiera
que sean en detalle los planes racionales de un individuo, se supone que
existen varias cosas de las que preferiría tener más que menos (sic). […]
Los bienes sociales primarios son, grosso
modo, la
libertad política (el derecho a votar y a ser elegido en cargos públicos)
así como la libertad de expresión y de reunión; la libertad de
conciencia y la libertad de pensamiento; la libertad de la persona
así como el derecho de tener propiedad (personal)”.
Uno de
los máximos adalides de la renta básica –la
propuesta estrella de las fuerzas reformista-redistribuidoras-, el economista y político libertario
Philippe van Parijs , destaca la íntima
conexión entre los distintos enfoques mencionados y su defensa de una “renta incondicional”, epítome del
liberalismo igualitario:
“La maximización del
índice medio de bienes primarios asociado a la peor posición social (Rawls), la igualación de las
capacidades básicas (Sen), la
igualación de los recursos internos y externos (Dworkin) y la maximización del
valor de lo que reciben (en un sentido muy amplio) aquellos que menos reciben (Real Freedom for All) son cuatro formas de tratar de combinar con cierta
precisión el anhelo (“liberal”) de respetar la diversidad de las concepciones
de la vida buena y el anhelo (“igualitarista”) de respetar los intereses de
todos”.
La
metafísica idealista y la completa evacuación de las condiciones materiales de
producción y de las relaciones de propiedad implícitas en tales invocaciones a
los ‘anhelos de vida buena’ quedan sustanciadas en la sorprendente proclama de
Daniel Reventós, profesor de Economía y ‘uno de
los mayores expertos’ españoles en renta básica: “Lo escribiré de forma
lapidaria y más adelante lo argumentaré con algún detalle: la RB no es una
propuesta ni de izquierdas ni de derechas (…) La propuesta de la RB tiene
vocación ecuménica. Que la RB puede ser justificada desde idearios normativos
de derechas o de izquierdas me parece algo ya tan demostrado que casi resulta
tedioso volver a insistir”.
La
pasmosa puerilidad de estas propuestas ‘ni
de izquierdas ni de derechas’ supone, como dice la cita de Husson,
“dar marcha atrás” al reloj de la historia social dejando de dar cuenta de
las relaciones de explotación, abandonando a sus actuales dueños la esfera del
trabajo asalariado y asignando al Estado un papel neutral que soslaya su
función de garante de “la maquinaria de generación y reparto de los frutos de
la producción social”. Con el agravante de la extensión del campo de la
mercancía que implica proponer una renta en forma monetaria.
Las palabras de Eric Toussaint, al final de su espléndido análisis del celebérrimo texto de Pyketty, sirven para ilustrar el
carácter contraproducente de la adopción de tales soluciones
mágico-redistribuidoras de ‘vocación ecuménica’:
“La crítica
fundamental que se le puede hacer a Thomas
Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el
sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para
redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona
las condiciones en las que estas riquezas se originan ni las consecuencias que
resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del
funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del
problema. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más equitativo de
las riquezas, si éstas son producidas por un sistema depredador que no respeta
ni las personas ni los bienes comunes, y acelera la destrucción de
los ecosistemas”.
Si en el
culmen de la inusitada violencia que el capitalismo depredador ejerce sobre el
ser humano y su crucificado planeta, las propuestas motoras del cambio social
de los movimientos progresistas giran únicamente alrededor de la “gobernanza de la pobreza” implícita en tales medidas
redistributivo-asistenciales, habrá que resignarse a emitir desconsoladamente
la clásica exhortación: “que el cielo nos asista”.
*****
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