“El despertar del sueño.- La búsqueda del sueño del 100 por cien
renovable no se inició con los trabajos de Jacobson y sus
primeras críticas no fueron las de Clack
y colegas. Peter Loftus y su equipo,
por ejemplo, evaluaron críticamente 17 “escenarios
de abandono del carbono” en un trabajo de 2015. Y, anteriormente ese mismo
año, el estudio realizado por un grupo de investigadores australianos dirigidos
por B.P. Heard evaluó la viabilidad
de 24 estudios publicados que describen escenarios basados en un 100 por cien
de energía renovable.
“Este último grupo concluyó que ninguno
de los trabajos de investigación evaluados (entre los
que se incluían varios dirigidos por Jacobson) “proporciona pruebas evidentes de que puedan cumplirse los criterios
básicos de viabilidad”. Descubrieron una amplia gama de fallos técnicos en
los sistemas propuestos. La mayor parte de las situaciones hipotéticas asumían
mejoras tremendamente irrealistas y sin precedentes en la eficiencia energética
(en términos de kilovatios hora consumidos por dólar invertido en su
producción). Como la producción de las
principales fuentes de energía renovable, el viento y el sol, fluctúa
continuamente y cae regularmente a cero, si se pretende satisfacer toda la
demanda sin interrupciones hay que contar con el respaldo de grandes cantidades
de electricidad de “carga base”;
ningún estudio podía gestionar esta limitación sin quemar niveles
ecológicamente destructivos de biomasa o hacer estimaciones descabelladas de
producción hidroeléctrica.
“Las
distintas situaciones hipotéticas no tenían en cuenta la sobrecapacidad y la
redundancia que necesitaría para funcionar esa economía de elevado consumo
energético en medio de un clima global cada vez más imprevisible. (Este año,
las gentes de Texas, Florida y el Oeste
en particular pueden atestiguar las profundas consecuencias que ha tenido esa
imprevisibilidad). Los estudios no valoraban el crecimiento de cuatro a cinco
veces de la infraestructura necesaria para alojar la energía renovable. Ni tampoco las dificultades para mantener
el voltaje y la frecuencia de la corriente alterna dentro de límites
extremadamente ajustados (una necesidad en las sociedades dependientes de la
tecnología) cuando gran parte del suministro proviene del viento y del sol.
Todo esto nos lleva, escribe el equipo
de Heard, a una
fragilidad sistémica que frustrará los intentos por proporcionar la producción
eléctrica prometida cuando sea necesaria”.
/////
Marchan miles en el mundo por Ciencia y contra las políticas ambientales del Presidente de los Estados Unidos Donald Trump.
***
EL MITO DEL CUERNO DE LA
ABUNDANCIA DE LA ENERGÍA VERDE.
ECOLOGÍA SOCIAL: UNA PURA
ILUSIÓN.
******
Stan
Cox y Paúl Cox.
Counterpunch.
Rebelión
lunes 18 de setiembre del 2017.
Traducido
para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
El ambiente que había en la inmensa marea de gente
que participó en la Marcha del Clima [1]
de la pasada primavera era electrizante. Y la electricidad era también el tema
de muchas de las consignas exhibidas. Aquí y allá podía leerse en letreros y
pancartas: “Cambiemos el sistema, no el
clima”. Pero la mayor parte de los lemas daban a entender que para acabar
con la emergencia climática y evitar catástrofes naturales como las que asolarían
el país unos meses más tarde –los
huracanes Harvey e Irma y los grandes incendios forestales del Oeste– era
suficiente con echar de su cargo a Donald
Trump y pasar a una energía de fuentes 100 por cien renovables.
Los brillantes letreros y las alegres pancartas que
prometían un cuerno de la abundancia energética estaban inspirados en algunos
estudios académicos publicados estos últimos años destinados a mostrar cómo
Estados Unidos y el resto del mundo podrían cubrir el 100 por cien de la futura
demanda eléctrica con energía solar, eólica y de otros sistemas “verdes”. Los que han adquirido mayor
notoriedad son un par de informes publicados en 2015 por un equipo de la Universidad de Stanford, dirigido por Mark Jacobson, pero ha habido otros.
Cada vez son más las investigaciones que tiran por
tierra la pretenciosa afirmación de que nos encontramos en un momento de
bonanza para la energía verde. Sin embargo, Al Gore, Bill McKibben [2]
(que hace poco expresó sus esperanzas de que el ataque del huracán Harvey a la industria petrolera en Texas fuera una “llamada de atención” para buscar una
energía 100 por cien renovable) y otras lumbreras de la corriente principal del
movimiento por el clima han cobrado nuevas fuerzas gracias a informes como el
de Jacobson y han incorporado a su discurso el sueño del “100 por cien renovable”.
Y esa visión se está mezclando con otra afirmación
más general y más espuria que se ha popularizado especialmente en la era Trump: el sector privado, nos dicen, ha
tomado la delantera en la cuestión del clima y las fuerzas del mercado
inevitablemente lograrán el sueño del 100 por cien energía renovable y
resolverán la crisis por su cuenta. En este sueño, todo es posible; Jacobson ha
llegado a afirmar que si se instalaran decenas de miles de turbinas eólicas en
el mar se podría llegar a amansar huracanes como Katrina, Harvey o Irma. El sueño del 100 por cien ha adquirido el
estatus de dogma entre los liberales y los activistas climáticos mayoritarios.
Los expertos en energía serios que publican análisis mostrando las graves
debilidades de esta idea se arriesgan a que les califiquen de títeres de la
industria petrolera o incluso de negacionistas climáticos. Jacobson ha llegado
a sugerir que podría emprender acciones legales contra el científico de la NOAA [3] Christopher Clack y otros
veinte colaboradores que publicaron una evaluación crítica de su obra en la revista Proceedings of the National
Academy of Sciences (PNAS) en junio.
El equipo de Jacobson
y otros se aferran a la idea de la transición a una energía 100 por cien
renovable porque desean (y con razón) eliminar la energía fósil y nuclear y
prevén que cualquier futuro fallo en el suministro provocado por un déficit en
la generación de renovables será compensado por esas fuentes sucias. De hecho,
eso es lo que afirman o dan a entender muchos de los análisis opuestos,
incluyendo el estudio de Clack.
Sin embargo, ambas partes comparten otros supuestos
básicos. Las dos pretenden satisfacer toda la demanda futura de electricidad
mediante la producción industrial, las mejoras tecnológicas, la eficiencia y
los mercados, sin límites regulatorios estrictos sobre el total de energía
consumida en la producción y el consumo. Quienes defienden el postulado del 100
por cien renovable están convencidos de que es posible alcanzar dicho escenario
mientras sus críticos concluyen lo contrario, pero ambos coinciden en el
objetivo final: el mantenimiento de una economía de elevado consumo.
Este aspecto del dogma es el problema, no lo relativo al 100 por cien.
Estados Unidos necesita convertirse en un consumidor de energía 100 por cien
renovable lo antes posible. El “100 por
cien renovable para un objetivo del 100 por cien de la demanda” es el
problema. Los escenarios que permitirían cumplir dicha promesa, junto con los
estudios que la analizan minuciosamente, me llevan a la conclusión de que sería
mucho mejor –al menos en los países ricos– transformar la sociedad de modo que
pudiera funcionar con mucho menos consumo final de energía pero garantizando la
suficiencia para todos. Eso supondría un sistema 100 por cien renovable más al
alcance de la mano y evitaría las escandalosas proezas tecnológicas que
requiere el dogma del alto consumo energético. También cuenta con la ventaja de
ser posible.
El despertar del sueño.
La búsqueda del sueño del 100 por cien renovable no
se inició con los trabajos de Jacobson
y sus primeras críticas no fueron las de Clack
y colegas. Peter Loftus y su equipo,
por ejemplo, evaluaron críticamente 17 “escenarios
de abandono del carbono” en un trabajo de 2015. Y, anteriormente ese mismo
año, el estudio realizado por un grupo de investigadores australianos dirigidos
por B.P. Heard evaluó la viabilidad
de 24 estudios publicados que describen escenarios basados en un 100 por cien
de energía renovable.
Este último grupo concluyó que ninguno de los trabajos de investigación
evaluados (entre los que se incluían varios dirigidos por Jacobson) “proporciona pruebas evidentes de que
puedan cumplirse los criterios básicos de viabilidad”. Descubrieron una
amplia gama de fallos técnicos en los sistemas propuestos. La mayor parte de
las situaciones hipotéticas asumían mejoras tremendamente irrealistas y sin
precedentes en la eficiencia energética (en términos de kilovatios hora
consumidos por dólar invertido en su producción). Como la producción de las
principales fuentes de energía renovable, el viento y el sol, fluctúa
continuamente y cae regularmente a cero, si se pretende satisfacer toda la
demanda sin interrupciones hay que contar con el respaldo de grandes cantidades
de electricidad de “carga base”;
ningún estudio podía gestionar esta limitación sin quemar niveles
ecológicamente destructivos de biomasa o hacer estimaciones descabelladas de
producción hidroeléctrica.
Las
distintas situaciones hipotéticas no tenían en cuenta la sobrecapacidad y la
redundancia que necesitaría para funcionar esa economía de elevado consumo
energético en medio de un clima global cada vez más imprevisible. (Este año,
las gentes de Texas, Florida y el Oeste
en particular pueden atestiguar las profundas consecuencias que ha tenido esa
imprevisibilidad). Los estudios no valoraban el crecimiento de cuatro a cinco
veces de la infraestructura necesaria para alojar la energía renovable. Ni
tampoco las dificultades para mantener el voltaje y la frecuencia de la
corriente alterna dentro de límites extremadamente ajustados (una necesidad en
las sociedades dependientes de la tecnología) cuando gran parte del suministro
proviene del viento y del sol. Todo esto nos lleva, escribe el equipo de Heard,
a una fragilidad sistémica que frustrará los intentos por proporcionar la
producción eléctrica prometida cuando sea necesaria.
El grupo de
Loftus descubrió esas mismas debilidades en los estudios que examinó. Pero
además resaltó algunos escenarios de los trabajos de Jacobson y Delucchi, del World Wildlife Fund (WWF) y de Worldwatch.
Esos escenarios tenían en común dos hipótesis consideradas fuera de la
realidad: una mejora de la eficiencia equivalente al triple o al cuádruple del
índice histórico y la fabricación de una capacidad de generación basada en
fuentes renovables muy superior a la capacidad de generación eléctrica
construida en las últimas décadas. Su conclusión es que “sería prematuro y muy arriesgado ‘apostar el planeta´ a la
posibilidad de lograr situaciones hipotéticas como esas.
Límites irrevocables.
En su publicación de la revista PNAS, por la que Jacobson amenazó con
demandar a Clack, el grupo de
expertos examinó dos trabajos de 2015, uno de los cuales era una muy aclamada “hoja de ruta” para alcanzar la
plenitud, 100 por cien de energía renovable en todos los estados de EE.UU.
Además de los “errores de modelización”,
gran parte de la crítica de Clack se
relaciona con la utilización generalizada de tecnologías que todavía no existen
o que no han sido suficientemente comprobadas y no pueden ampliarse a la
descomunal escala prevista. Entre estas se incluyen la acumulación subterránea
de energía termal en prácticamente cualquier edificio del país, un sistema de
transporte aéreo que funcione solo con hidrógeno
(¡!), granjas eólicas desplegadas sobre el 6 por ciento de la superficie de
los 48 estados contiguos, un aumento escandaloso e irrealista de la energía
hidroeléctrica con efectos ecológicos perjudiciales y una ampliación de la
capacidad de generación eléctrica meteórica a un ritmo de unas 14 veces el
índice de la expansión de capacidad media el último medio siglo.
Pero aunque fuera físicamente posible lograr todos
estos incrementos de escala y el Congreso encontrara la manera de derogar y
sustituir la Ley de Murphy, el sueño
del 100 por cien a gran escala no sería posible. Patrick Moriarty y Damon Honnery, de la Universidad Monash de Australia
han identificado (en una serie de trabajos publicados desde 2000, por ejemplo
el publicado en 2016 en Energy
Policy) varios factores cruciales que limitarán la potencia global de
salida de la energía renovable. Por ejemplo, las tecnologías renovables
explotan primero las localidades con vientos más fuertes o mayor insolación y,
al ampliarse, se trasladan a territorios cada vez menos productivos. Allí, su
construcción y funcionamiento requerirán tanta aportación de energía como en
las localidades anteriores, pero su producción será menor.
Además, debido a su generación intrínsecamente
intermitente, gran parte de la energía eléctrica procedente del viento y del
sol tendrá que almacenarse utilizando baterías, hidrógeno, aire comprimido,
agua bombeada u otros medios. Luego tendrá que reconvertirse en electricidad y
trasportarse desde regiones a menudo remotas a los lugares donde se concentran
la población y las empresas. Ello supone una grave disminución de la energía
neta disponible para la sociedad, porque una gran parte se gasta o se pierde
durante su conversión y trasmisión. Por último, la producción de energía
eólica, solar, geotermal, de biomasa y, especialmente, hidroeléctrica, tiene un impacto ecológico sobre el paisaje. Por
tanto, si queremos detener la degradación y destrucción de los ecosistemas
naturales de la Tierra, será necesario vetar extensas áreas al sector
eléctrico.
Moriarty y
Honnery demuestran que si tomamos en cuenta todos esos factores, la ampliación
de la energía renovable se estrella contra una pared de ladrillo, el momento en
el que se precisa tanta energía para instalar y hacer funcionar instalaciones
eléctricas como la que estas generarán a lo largo de su vida operativa. Pero,
incluso antes de alcanzar dicho punto, no tendrá sentido expandir una capacidad
de generación con una producción neta cada vez menor. Su conclusión es que,
como resultado, la producción total de energía renovable del futuro “podría
ser muy inferior al consumo actual de la energía”.
¿Qué es (exactamente) lo que esperamos?.
Un punto fundamental pero que se suele pasar por
alto al hablar de la meta de utilizar
energía 100 por cien renovable es que intenta cubrir las pautas de demanda
del futuro dejando intactas las grandes diferencias en el acceso a la energía y
otros recursos. La economía estadounidense mantendría su sobreproducción,
sobreconsumo y sus desigualdades, mientras miles de millones de personas de las
regiones y países más pobres seguirían si tener acceso a la energía necesaria
para una calidad de vida mínimamente buena.
Los escenarios de energía 100 por cien renovable y sus objeciones críticas
encierran una valiosa lección. Sin proponérselo, muestran de forma cruda por
qué los países ricos necesitan empezar a planificar cómo vivir en el mundo de
energías renovables con un menor consumo imaginado por Moriarty y Honnery y no en el de elevado consumo energético
previsto por la mayoría de los escenarios convencionales del 100 por cien
renovables. El mundo que estos últimos crearían, centrado en el mantenimiento
del nivel de derroche actual, no sería un mundo verde y agradable. Se
consumirían hercúleas cantidades de fuerza de trabajo físico y mental,
desaforadas cantidades de recursos físicos (Incluyendo
inmensos tonelajes de combustibles fósiles) y se sacrificarían ecosistemas
enteros de toda la superficie de la Tierra para generar más electricidad. Todo
ello daría lugar un mundo bastante sombrío. Mientras la sociedad esté
completamente centrada en la adquisición de suficiente energía para seguir
conduciendo, volando y sobre-produciendo tanto como deseemos, hay pocas
esperanzas de que vayan a ser resueltos otros problemas, como la enorme
distorsión del poder político y
económico y de la calidad de vida, o la opresión racial y étnica.
Dentro el
movimiento por el clima, algunas personas creen en el dogma del 100 por
cien y en el sueño que ofrece: que el acomodado estilo de vida estadounidense (el “American way of life”) pueda
perpetuarse y ampliar su esfera de influencia sin variar el paso. Otras saben
que se trata de un sueño imposible de color de rosa pero instan al movimiento a
limitar la discusión pública sobre esas ensoñaciones verdes, porque hablar de
una economía regulada de baja energía sería fatal para las esperanzas y el
entusiasmo de los activistas de base.
El debate sobre la esperanza ignora la cuestión
principal: ¿qué es lo que esperamos? Si
nuestra esperanza es instalar la suficiente capacidad solar y eólica para
mantener indefinidamente en las sociedades ricas del mundo la actual producción
de energía, entonces sí, la situación es desesperada. Pero podemos mantener
otras expectativas que, aunque de momento parezcan borrosas, al menos están a
nuestro alcance: limitar el calentamiento producido por el efecto invernadero
para que las comunidades actualmente empobrecidas y oprimidas de todo el mundo
puedan mejorar sus vidas; que todo el mundo tenga suficiente acceso a comida,
agua, refugio, seguridad, cultura, naturaleza y otras necesidades; o que se acabe la explotación y la opresión
a los humanos y la naturaleza. Siempre hay esperanza, a
menos que confundamos los sueños con la realidad.
*****
Notas del
traductor:
[1] Jornada
de protestas realizada el día 29 de abril de 2017, en la que
miles de personas en varias ciudades de Estados Unidos marcaron el
centésimo día de gobierno del Presidente Donald Trump. marchando en
protesta contras sus políticas medio ambientales.
[2] Ambientalista
estadounidense, especialmente conocido por sus escritos sobre el impacto del
calentamiento global
3.- La
Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (National
Oceanic and Atmospheric Administration, NOAA) es una agencia científica del Departamento
de Comercio de los Estados Unidos cuyas actividades se centran en las
condiciones de los océanos y la atmósfera.
*****
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