“Como bien sabemos,
semejante papel de dominación no es reciente, sino que forma parte de un largo
periodo histórico, tan
preciado por Fernand Braudel,
representado por la constitución de una economía globalizada. Desde la época
del Renacimiento, el mundo
occidental se ha lanzado a la conquista del orbe gracias al impulso de su
supremacía tecnológica. Pacientemente,
se ha apropiado del mundo de los demás, modelándolo a su imagen y
semejanza, forzándolo a que le obedeciera o le imitase, mientras que por el
camino ha ido eliminando a todos los
pueblos cuya asimilación consideraba imposible, sin que estos trucos osen
perturbar sus certezas. A pesar de ser
solamente una parte del mundo, quiere reducirlo todo bajo su mando, de la
misma manera que unos países que representan hoy en día el diez por ciento de la población
mundial, creen ser la totalidad de la comunidad internacional”.
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Da miedo, NO. infunde terror, sí porque cree que Estados Unidos vive aún en tiempos políticos de la UNIPOLARIDAD GLOBAL. Por eso piensan que es: El gobernante del mundo libre. Político que respeta los Derechos Humanos, No se mete en asuntos internos de otros países, respeta la Libertad de Expresión y principalmente en su primer año de gobierno es un ejemplo de lo que es la Democracia en el Mundo Libre. Cuanto de engaño, farsa y mentira existe de un imperio que sigue creyendo que son los "dueños del mundo", el Estado imperial y continuan vendiendo su "sueño americano"..
***
¡QUE HERMOSO ES EL MUNDO
LIBRE!
*****
Bruno
Guigue.
Rebelión
lunes 25 de setiembre del 2017.
Traducido para Rebelión por Nathalie
Galiana.
Occidente es tan pródigo en los buenos discursos que se cree
la encarnación de los valores universales. Sin embargo, semejante dechado de democracia y campeón de los
"derechos humanos" utiliza siempre sus supuestas virtudes para
apoyar sus pretensiones hegemónicas. Como si fuera una hada madrina que
magnánimamente se dedicase a que su moral coincida con sus intereses, reviste
sus ambiciones materiales con oropeles de justicia y legalidad. Así es como el "mundo libre" practica el
bombardeo a países extranjeros con fines "democráticos",
pero preferentemente en regiones ricas en hidrocarburos o en recursos
minerales. Conjugando a pies juntillas la creencia en sus presuntos valores con
la rapacidad capitalista, actúa como si pudiera convertir su poderío económico
en privilegio moral.
Poco importa que el resto del mundo no caiga en el
engaño, porque el "mundo
libre" siempre tendrá la razón, ya que actúa en nombre del Bien y
nunca aceptará a que se le contradiga mientras siga siendo la parte más fuerte
o mantenga inquebrantable la fe de seguir siéndolo. La barbarie congénita que Occidente atribuye a los demás no es más
que el reverso de su auto-proclamado monopolio de representar la civilización.
Aureolado con el sacrosanto "derecho de injerencia", que reúne en
feliz matrimonio los sacos terreros de los militares americanos con las bolsas
de arroz como ayuda al estilo de Bernard
Kouchner, quien aúna “la injerencia
humanitaria” con los cuidados paliativos de Médicos del Mundo, el Occidente
sometido al vasallaje de Washington quiere hacernos creer que salva al mundo al
mismo tiempo que comete los despiadados saqueos exigidos por los buitres de las
finanzas y las multinacionales del armamento.
Como bien sabemos, semejante papel de dominación no
es reciente, sino que forma parte de un largo periodo histórico, tan preciado
por Fernand Braudel, representado
por la constitución de una economía globalizada. Desde la época del Renacimiento, el mundo occidental se ha
lanzado a la conquista del orbe gracias al impulso de su supremacía
tecnológica. Pacientemente, se ha apropiado del mundo de los demás, modelándolo
a su imagen y semejanza, forzándolo a que le obedeciera o le imitase, mientras
que por el camino ha ido eliminando a todos los pueblos cuya asimilación
consideraba imposible, sin que estos trucos osen perturbar sus certezas. A
pesar de ser solamente una parte del mundo, quiere reducirlo todo bajo su
mando, de la misma manera que unos países que representan hoy en día el diez
por ciento de la población mundial, creen ser la totalidad de la comunidad
internacional.
Durante los
tres últimos siglos, la
conquista colonial ilustró esta propensión de Occidente a extender su
dominio más allá de sus fronteras, con la justificación de aportar a los
pueblos la «civilización". Este
proyecto de dominación planetaria fracasó con la rebelión de los pueblos
colonizados que se fue generando a lo largo del siglo XX, que como reacción ha
producido una segunda versión de los estrategas norteamericanos para erigirse
con el control hegemónico global. América, el Occidente Extremo descubierto por
un Cristóbal Colón que buscaba
llegar al Extremo Oriente, ha heredado del Viejo Continente la ambición
conquistadora y la rapacidad comercial, transformando su falta de pasado en
ambición de futuro, de tal modo que estos Estados
Unidos que emergieron de la nada en la cerrada atmósfera del puritanismo
anglosajón ha magnificado sus pretensiones al tiempo que las unificaba en
función de su propio beneficio. A costa del genocidio de la población amerindia, América se
convirtió en el nuevo paradigma del mundo, aunque no parece seguro que esta
conquista sea definitiva.
Los imperios
coloniales han sucumbido ante su arcaísmo insoportable,
mientras que la hegemonía americana se ejerce a través de los múltiples canales
de la modernidad tecnológica, desde
Google hasta los drones de combate. De repente, parece a la vez más dúctil
y tenaz. Lo que le otorga su flexibilidad también provoca su persistencia en el
tiempo. Desde los cascos blancos de los administradores coloniales europeos
hasta la pantalla digital de la
cibernética militar estadounidense, se ha producido una revolución que ha
sustituido la dominación abrupta, liquidada durante una sangrienta
descolonización, por una empresa colonial multiforme que busca su consolidación
hegemónica. Herederos de las tres “emes”
del colonialismo clásico (misioneros, mercaderes y militares), las
ONGs fabricadas en Estados Unidos han
reemplazado a los misioneros cristianos, de tal modo que los viejos mercaderes
se han convertido en empresas multinacionales que producen la alta tecnología
con la que equipan a los militares. De este modo, el Imperio Americano proyecta
hoy su devastador maniqueísmo sobre el mundo, asentado en la empedernida
seguridad heredada de los fanáticos puritanos emigrados de Europa, que se
asentaron en el Medio Oeste americano, al que vieron como una Nueva Tierra Prometida en
la que volver a nacer.
Con semejantes ideales, el poder americano sueña con los ojos abiertos en hacer un reparto
definitivo del mundo entre los buenos y los malos, que constituye el pilar
inquebrantable y exhibido sin complejos de su insoportable etnocentrismo, en
virtud del cual la ley siempre habrá de estar de su parte, credo fundamental de
su "democracia liberal",
de los "derechos humanos"
y de la "economía de mercado".
Obviamente, se trata de una ideología grosera, una máscara fraudulenta que
utilizan para cubrir los más sórdidos intereses, aunque habremos de admitir que
funciona con eficacia. Si fuese de otro modo, no habría mucha gente capaz de
creer que los Estados Unidos ganaron
militarmente la Segunda Guerra Mundial, que el capitalismo es un buen sistema,
que Cuba es un gulag tropical, que Al-Assad es peor que Hitler y que Corea del Norte supone una amenaza para el mundo.
De esta presunta intimidad con el Bien, los turiferarios del Imperio Norteamericano
deducen lógicamente que poseen el derecho preventivo de rastrear el Mal por
todas las latitudes del planeta. Ningún escrúpulo debe inhibir su frenesí
salvador, frenar a la civilización por antonomasia de la que Washington cree reencarnar,
atribuyéndose de manera expresa la prerrogativa de reducir la barbarie por
todos los medios de que dispone. Por esta razón el imperialismo contemporáneo
funciona como una especie de tribunal universal que distribuye recompensas e
inflige castigos cuando quiere y a quien le parece. Frente a esta jurisdicción
altamente "moral", la CIA actúa
como un juzgado de instrucción, el Pentágono como su brazo secular y el
presidente de los Estados Unidos como un Juez Supremo, una especie de "deus ex machina" de la
justicia divina, que fulmina con el rayo a los secuaces del "Eje del Mal" y a todos
aquellos que impidan el buen funcionamiento del patio trasero del Imperio del
Bien.
Resulta evidente que esta tendencia en creerse la
encarnación de la moral está incrustada en las propias instituciones
estadounidenses, un hecho que perdura y al que no afecta la sucesión coyuntural
más o menos trepidante de los inquilinos de la Casa Blanca. La cruzada contra los bárbaros es utilizada de manera
invariable por Washington como taparrabos a la codicia sin límites del complejo
militar-industrial y para mantener el control secular del llamado “Estado profundo”. De Harry Truman a Donald Trump, pasando
por Barack Obama, de Corea a Siria, pasando por Vietnam, Indonesia, Angola, Mozambique, El Salvador, Nicaragua, Chile,
Sudáfrica, Serbia, Afganistán, Sudán, Somalia, Irak y Libia, la muerte se
administra directamente o por delegación a todos aquellos que se oponen al
reino salvador de la justicia universal norteamericana.
Para llevar a cabo su trabajo sucio, la "América" benefactora siempre
ha sabido utilizar la mano de obra local. Franco,
Hitler y Mussolini (hasta 1939), Chiang
Kai-Tshek, Somoza, Syngman Rhee, Ngo Dinh Diem, Salazar, Batista, Mobutu,
Marcos Trujillo, Pik Botha, Duvalier, Suharto Papadopoulos, Castelo Branco,
Videla Pinochet, Stroessner, Reza Shah Pahlevi, Zia Ul Haq, Bin Laden, Uribe,
el rey Salman, Netanyahu, los nazis ucranianos y los "terroristas moderados" en el Oriente Medio han
proporcionado una colaboración valiosa. “América”,
marca publicitada como líder indiscutible del maravilloso “mundo libre”, pretende encarnar la civilización cuando fulmina a
poblaciones enteras con armas nucleares, con napalm o con misiles de crucero, o
en su defecto, causa la muerte lenta mediante el agente naranja, el uranio
enriquecido o el embargo de medicamentos. Y, desde luego, no le faltan lacayos
para jurar que América realiza misiones inestimables para la humanidad, cuando parece
evidente que la derrota de este imperio criminal sería una noticia excelente.
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Bruno Guigue es profesor universitario en la isla de Réunion,
exalto funcionario francés, analista y ensayista político especializado en
Oriente Medio.
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