“LA HISTORIA SIN FIN NI DESTINO.-
“Hoy, cuando aún
retumban los últimos petardos de la larga fiesta “del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la globalización
neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso, es
decir, sin horizonte alguno. Trump no es
el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el
forense al que le toca oficializar un deceso clandestino. Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen
sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos
urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y
se coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando mayorías
parlamentarias con acción de masas, los
gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de
opciones pos-neoliberales mostrando que el libre mercado es una perversión
económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho
más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento
económico.
Con ello, el “fin de la historia” comienza a mostrarse como una
singular estafa planetaria y
nuevamente la rueda de la historia ‒con sus inagotables contradicciones y
opciones abiertas‒ se pone en marcha. Posteriormente,
en 2009, en EE.UU. el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido
objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado
de la manga por Obama para estatizar
parcialmente la banca y sacar de la bancarrota a los banqueros privados. El eficientísimo
empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda
así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de
los ciudadanos.
Luego viene la
ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones.
Durante los últimos 20 años, este crece al doble del Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a partir del 2012
apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso
menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en
el motor de la economía planetaria ni en la “prueba” de la irresistibilidad de
la utopía neoliberal. Por último, los votantes ingleses y norteamericanos
inclinan la balanza electoral a favor de
un repliegue a Estados proteccionistas ‒si es posible amurallados‒, además
de visibilizar un malestar ya planetario en contra de la devastación de las
economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el
cual se depositan las esperanzas populares ni
la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases
sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores
detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas
ideológicas de los últimos siglos. Sin
embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral
que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que ‒es el camino
tortuoso de las cosas‒ las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte
de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de
una opción capaz de cautivar y encauzar
la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados. La globalización, como ideología política,
triunfo sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado,
esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la
economía planificada desde arriba. La
caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en
el imaginario planetario quedo una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que
ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere.
Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” ‒como
pregonaban los neoliberales‒, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada
de la historia.
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin
convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la
añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos.
Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido
por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza
movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas
heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que
construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras
suyo la muerte de las narrativas pasadas.
¿Cuál será el
nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la “nada”
heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades
que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su
imprescindible relación metabólica con la naturaleza. En cualquier caso, no
existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser
humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a
construir uno. Eso
es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un
nuevo destino distinto a este emergente capitalismo errático que acaba de
perder la fe en sí mismo”. Álvaro García
Linera.-
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La globalización neoliberal en crisis: ahora más agitada desde dentro
por las políticas prometidas por el sr. Trump, en relación al comercio global,
los TLC, el fin de TPP, de la OTAN, pero también será el fin de la
Deslocalización Empresarial - cuando desde el año de 1990, miles de empresas y
corporaciones de Occidente - Estados Unidos y Europa - se trasladaron hacia los
países como China, India, Taiwán, Hong Kong, Tailandia, Singapur, etc. Las
Maquilas de México, América Central y el Caribe, el retiro solitario de la COP
París 2015 sobre Cambio Climático, su pobre performance en el último Foro Mundial
del G-20, así como el propio Brexit - el retiro de Inglaterra de la Unión
Europea, representan “más que elementos centrales”, condiciones económico-políticas,
que hoy estamos en un escenario global, sin duda será el final de la
globalización neoliberal, creada, desarrollada y mundializada por ellos mismos,
hoy sostenida por las corporaciones mundiales del capital corporativo global.
***
EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN Y
EL RETORNO DE LA HISTORIA.
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Soberanía Digital.
Lunes 25 de setiembre del 2017.
Occidente está invadido por malos
presentimientos. El Brexit y la elección de Donald Trump, después del
interminable baño de sangre en Oriente Medio y una crisis en Ucrania de la que
no se vislumbra el fin, unidos al profundo malestar económico y social
provocado por la crisis financiera de 2008, han aplastado la convicción que
tenía mucha gente en Europa y Norteamérica de que el modelo occidental de la
democracia liberal y el capitalismo de libre mercado, sostenido por una serie de
normas internacionales patrocinadas por Estados Unidos, se extendería a todos
los rincones de la tierra. Como argumenta el autor de un nuevo y breve libro,
“a la hora de la verdad, se demostró que eso no tenía sentido. En los años
posteriores a la caída del Telón de Acero, quizá hubo globalización económica,
financiera y, hasta cierto punto, tecnológica, pero no se globalizaron ni las
instituciones ni las ideas”. Cada vez parece más evidente que la versión
occidental de la globalización ha alcanzado sus límites. Las nuevas
tecnologías, al contrario de todo lo que se esperaba hace 10 o 12 años, no solo
no están favoreciendo la globalización sino que están restringiéndola.
Stephen King es un veterano economista
de la City, de HSBC, que ahora es asesor y consultor político. Escribe con brío
y, a pesar de no ser académico, tiene la autoridad de alguien que conoce bien
los mecanismos internos del sistema de apertura económica y política
desarrollado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y aún más desde la
caída de la Unión Soviética. Ahora que Estados Unidos está cansándose de ser el
pilar fundamental y que Rusia y China le disputan el puesto, ahora que Europa
afronta las consecuencias del Brexit y de un euro que no ha sido un instrumento
de convergencia sino de división, muchos se encuentran ante lo que podríamos
llamar el regreso de la historia. Es una situación muy distinta a la que
proclamaba Francis Fukuyama cuando hablaba del fin de la historia hace 25 años,
y eso explica la ola actual de pesimismo.
El autor es un buen economista y, a
diferencia de muchos de sus colegas, hace un análisis muy respaldado por la
historia y la filosofía. El hecho de que gran parte del análisis económico
moderno esté descontextualizado de estas dos formas de ver el mundo explica por
qué muchos economistas y comentaristas occidentales son incapaces de valorar
hasta qué punto son esclavos de su propia versión de la historia. El autor
destaca que “en Occidente, hablamos como si tal cosa de la comunidad
internacional, una supuesta colección de países que piensan igual y tienen la
misma moral y la misma perspectiva ética. Pero, en realidad, no existe una cosa
semejante”.
"La versión occidental
de la globalización ha alcanzado sus límites"
¿Cuánta gente, en el Reino Unido, es
consciente de que un motivo por el que Londres pudo convertirse en el banquero
del mundo fue que en el siglo XIX el financiero británico tenía la esperanza de
que, donde fuera su dinero, “fuera a estar protegido por el largo brazo de la
ley (inglesa), aplicada, en caso necesario, por el gran poderío de la Armada
Real”? En otras palabras, la globalización de aquella época dependía de la
existencia de instituciones en las que pudieran florecer los mercados. Unas
instituciones que eran esencialmente los imperios. King presenta un análisis
muy estimulante de la mitología y la historia, y examina las diferencias entre
las concepciones de la historia mundial de Occidente, China, Rusia, Persia y
África.
Aborda una cuestión muy importante: el
pensamiento convencional de Occidente dice que la incapacidad de acabar con los
regímenes autoritarios impide un desarrollo económico sostenido en todos los
países de Eurasia. Ese argumento, en su opinión, solo sirve en parte, entre
otras cosas porque cada vez es más evidente que no se puede sacar de donde no
hay. Da la impresión de que el crecimiento está disminuyendo de forma
inexorable en las grandes potencias económicas mundiales. Además, aparte de
Europa occidental y Japón, muchos países no ven motivos “para inclinarse ante
Washington, sobre todo con la actitud tan selectiva que tiene Estados Unidos
respecto a los valores globales; al fin y al cabo, no todo el mundo está
entusiasmado por el caso Irán-Contra, la segunda Guerra del Golfo o el trato de
los presos en Guantánamo”. Los desastrosos resultados de la mal llamada
“Primavera árabe” han creado confusión en el pensamiento y el comportamiento
occidental sobre el crecimiento económico y la democracia. Cuando el principal
aliado de Occidente contra Irán es Arabia Saudí, no puede esperar que el resto
de Oriente Medio crea verdaderamente que ha hecho reflexiones profundas.
A lo largo del libro, el autor explica
por qué la globalización está impulsada no solo por los avances tecnológicos
sino también por el desarrollo —y la desaparición— de las ideas e instituciones
que configuran nuestra política y enmarcan nuestras economías y nuestros
sistemas financieros, a escala tanto local como global. Cuando las ideas
existentes pierden fuerza y las infraestructuras institucionales se derrumban,
no hay tecnología capaz de arreglar la situación. La historia nos enseña muchas
cosas, y hacemos mal en no tenerlas en cuenta. Los árabes conquistaron la
España visigoda en muy pocos años, para asombro de Europa; toda la gente de
izquierdas que estaba convencida de que la Unión Soviética era el modelo se
habría sorprendido de ver en qué había quedado todo unas cuantas décadas
después. Hoy estamos empezando a comprender cómo el aumento de las
desigualdades en los países occidentales —consecuencia de la globalización— ha
fomentado el ascenso de los partidos populistas que desafían el statu quo. ¿Qué
repercusiones tendrá el incremento constante de la inmigración para Europa y
Asia?
El alejamiento del
liberalismo no es inevitable, y King demuestra que la solución contra el
populismo empieza en casa
Frente a esta perspectiva tan pesimista
del futuro a corto plazo, existe otra visión más optimista. El Brexit parece
haber despertado una mayor solidaridad entre los principales miembros de la UE.
Se ha logrado contener el populismo en las últimas elecciones de Francia y
Holanda. En la Casa Blanca, es posible que haya voces más serenas que
prevalezcan sobre la retórica agresiva del Despacho Oval de Trump. España se ha
recuperado de la grave crisis desencadenada en 2008, y la eurozona ha
sobrevivido a una tremenda crisis de la deuda soberana. El Brexit puede
diluirse de forma inesperada. Puede haber trastornos causados por el progreso impersonal
de la tecnología y no por la idea de que existe una comunidad internacional que
está de acuerdo en una serie de objetivos y principios, o incluso una comunidad
occidental unida que proyecta sus “valores occidentales” en Oriente Medio.
Occidente, dice el autor, como concepto
que representa el liberalismo político y económico, “es una construcción
intelectual que está en discrepancia con las acciones de Estados Unidos y los
países de Europa Occidental desde hace siglos”. Quizá esa construcción, en lugar
de iluminar los problemas fundamentales, los vuelve más confusos. El
alejamiento del liberalismo no es inevitable, y King demuestra que la solución
contra el populismo empieza en casa. En Gran Bretaña, muchos acusan a la UE del
aumento de unas desigualdades sociales que en realidad son consecuencia de las
políticas del gobierno británico, y no de unos perversos burócratas de
Bruselas. Es decir, King no da por acabadas la economía de mercado y la
democracia: en el siglo XX, muchos lo pensaron y se demostró que no tenían
razón. Es necesario que haya líderes fuertes y coraje político. En los próximos
años veremos, tanto en Europa como en Estados Unidos, si son capaces de dar un
paso al frente.
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