El olvido de la ciudad es el olvido de lo común y
de los lugares que hacen posible el repliegue de la vida en lo inevitable del
estar-en-común. La administración, el cuidado y la preocupación de lo común es
lo que la metamorfosis del Estado social en Estado-mercado hace posible la
multiplicación de los cadáveres que yacen debajo de las ruinas de las ciudades
de México. El Estado patán y cínico multiplica los cadáveres en países donde
los estándares de vida acrecientan la docilidad de las capas medias
domesticadas por su capacidad de consumo. En un planeta con cambios climáticos,
azotado por terremotos, tsunamis, huracanes... el nihilismo hipster facilita
la labor de los estados patanes. La indiferencia y la desafección hacia
aquellas clases de desposeídos y explotados hasta la muerte es un complemento
indisociable del estado patán. Por eso, el olvido de la ciudad es también el
olvido que fortalece y reproduce la enajenación de la distinción de las clases
sociales según sus hábitos y acceso al consumo. El estado patán y cínico es
capaz de encubrir sus políticas de la muerte, su impulso necropolítico, en la
estabilidad de la clase media y de la prensa humanista que las organiza en
torno a la educación sentimental de la lágrima cosificada. Junto al complejo
transnacionalizado de los mass media, el neoliberalismo de
izquierda o de derecha es un humanismo consumado en esta forma de la lágrima
con la que el estado patán compone y produce una política de los afectos
cosificados. ¿Es este estado patán el único Estado posible?.
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MÉXICO. EL ESTADO PATÁN O LAS CAJAS
VACÍAS DE PEÑA NIETO.
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Oscar Ariel Cabezas.
Rebelión jueves 28 de setiembre del 2017.
El único imperativo que los estados neoliberales
afirman hoy es el de acumular más y más, sin ningún control sobre el modo en
que se explota y somete la vida vulnerable y vulnerabilizada por la
descomposición de la soberanía moderna. En países de América Latina este
proceso tiene su epicentro en economías abiertas a los vaivenes de los mercados
transnacionales que mediante la retirada del Estado orientado a la “cuestión
social” desregula las economías nacionales a favor del capital globalizado y
usurero. En la usura y el escandaloso principio de la especulación financiera
ha hecho incluso que las naciones no puedan encontrar en el principio de la
soberanía la posibilidad de inmunizar las contingencias de la naturaleza. La
idea de que estas contingencias son ajenas a los estados que deben ocuparse por
la vida en común enajena y esconde la voluntad de los especuladores que han
tomado la posibilidad de que la máquina estatal sea otra cosa que un
conglomerado de mafiosos y mafias destinadas a reproducir la riqueza de unos
poquísimos. Para nadie es una sorpresa que la soberanía es un concepto derruido
y escamoteado por bandas criminales de especuladores que operan al servicio de
la acumulación voraz y salvaje. El olvido completo de la ciudad y de sus
espacios y habitantes por parte de una racionalidad que opera singularmente en
países empobrecidos por la usura y el cinismo de los patanes en el poder.
El cinismo es “humano,
demasiado humano” como para constituir un delito de Estado. Su modus
operandi es la del paladín humanitario que emana de la las tragedias
sociales y políticas. El cinismo se encarna en el patán o el conjunto de
patanes desvergonzados protegidos por el poder y el dinero. No debemos
engañarnos, el patán como marioneta de un Estado subordinado a los intereses de
la especulación financiera no es delictivo, no constituye delito alguno. Por el
contrario, el patán cínico es una figura importante de la política afectiva del
neoliberalismo como producción sentimental de mecanismos culturales en los que
la “ayuda humanitaria” se acopla al
humanismo abstracto de la especulación y del poder de los estados en los que el tsunami de la corrupción se ha
naturalizado. Sin duda, aglomerados en partidos políticos de izquierda y
derecha, el conjunto de patanes que funcionan como grandes espacios del negocio
de la usura y la explotación es lo opuesto al hombre de la ciudad y, así, es lo
opuesto al hombre político que compone y recompone la ciudad toda vez que esta
ha sido convertida en escombro por motivos de una guerra o por las
contingencias de la naturaleza.
Azotada por
el reciente terremoto de 7.1 en la escala de Richter, Ciudad de México se halla en
medio de los escombros y las ruinas de viviendas y edificios colapsados. La
apertura a la afectividad, el cuidado y la preocupación por el otro emanan de
manera espontánea. Hombres, mujeres y perros buscadores se convierten en los
héroes de una ciudad desamparada por la patanería del Estado. La posibilidad de
rescatar a los sobrevivientes sepultados por viviendas y edificios que no
estaban preparados para recibir un sismo diez veces más débil que el que dejó
más de dos mil muertos el 19 de septiembre de 1985 se convierte en materia
afectiva de solidaridad genuina y también en presa fácil de la prensa
sensacionalista. En el calor humano de la afectividad desbordada, sin embargo,
no es posible no gritar la siguiente pregunta: ¡¿Cómo es posible que en 32 años
el Estado no haya podido controlar y vigilar la construcción de la ciudad?! El
estado patán ha olvidado sus ciudades porque hace mucho ha dejado de
comportarse como Estado, hecho y compuesto por ciudades.
El olvido de la ciudad es el olvido de lo común y
de los lugares que hacen posible el repliegue de la vida en lo inevitable del
estar-en-común. La administración, el cuidado y la preocupación de lo común es
lo que la metamorfosis del Estado social en Estado-mercado hace posible la
multiplicación de los cadáveres que yacen debajo de las ruinas de las ciudades
de México. El Estado patán y cínico multiplica los cadáveres en países donde
los estándares de vida acrecientan la docilidad de las capas medias
domesticadas por su capacidad de consumo. En un planeta con cambios climáticos,
azotado por terremotos, tsunamis, huracanes... el nihilismo hipster facilita
la labor de los estados patanes. La indiferencia y la desafección hacia
aquellas clases de desposeídos y explotados hasta la muerte es un complemento
indisociable del estado patán. Por eso, el olvido de la ciudad es también el
olvido que fortalece y reproduce la enajenación de la distinción de las clases
sociales según sus hábitos y acceso al consumo. El estado patán y cínico es
capaz de encubrir sus políticas de la muerte, su impulso necropolítico, en la
estabilidad de la clase media y de la prensa humanista que las organiza en
torno a la educación sentimental de la lágrima cosificada. Junto al complejo
transnacionalizado de los mass media, el neoliberalismo de
izquierda o de derecha es un humanismo consumado en esta forma de la lágrima
con la que el estado patán compone y produce una política de los afectos
cosificados. ¿Es este estado patán el único Estado posible?
El Estado al servicio de las ciudades como lugares
de realización de la vida en comunidad y ajeno a los signos de la especulación
monetaria es un estado que debe re-inventar la izquierda no-tradicional y los
movimientos sociales. Esta reinvención no va a ocurrir como efecto de la
afirmación de que hay que des-cosificar la lágrima para que de ella surja la
solidaridad genuina. Una ciudad compuesta de cuerpos sensibles, de hombres y
mujeres que sienten y luchan contra las contingencias de la naturaleza debe ser
también una ciudad que lucha contra el estado patán y cínico que hunde la vida
de las ciudades de México en la destrucción de las condiciones mínimas del habitar.
El Estado liderado por el Sr. Peña Nieto es un estado humanista y movilizador
de una política de los afectos destinada a proteger la usura, la especulación y
los intereses de las clases acomodadas. Este humanismo consumado en la performance de
las cajas vacías tiene el signo de la ayuda humanitaria y es una de las
muestras del cinismo desvergonzado de un patán que promueve desigualdades e
injusticia en un país envuelto por los escombros y el dolor causado por una
mala y descuidada administración de la ciudad.
Las cajas
vacías de Peña Nieto y las lágrimas de su mujer son propias de la estética de
la mediocridad cínica del conglomerado de patanes del Estado neoliberal. La
ayuda humanitaria es ayuda vacía, es el intento delictivo y corrupto de
movilizar los afectos de una ciudadanía que cada vez más se aproxima a
naturalizar el dolor y la muerte. La performance de Peña Nieto
y su mujer no solo constituye delito de estafa y propaganda engañosa es también
el síntoma de que los estados patanes han aprendido a administrar la muerte
desde el humanismo abstracto de una política de los afectos. Así, las tragedias
sociales son una buena cosa para la obtención de votos y para lucir las
bondades de caraduras que no merecen ni votos ni el respeto de ningún habitante
sensato que se conmueva ante el dolor del otro. En medio de la patanería de
Peña Nieto los mexicanos trabajan a contrapelo de un Estado que prefiere
vigilar a quienes se oponen a las políticas de los especuladores. Peña Nieto
prefiere cumplir el rol policial y muchas veces asesino para asegurar que la
responsabilidad con la vida cívica de una ciudad y de un país parezcan como una
ilusión de otro tiempo.
Las ciudades tienen memoria porque son la morada de
las experiencias y los afectos de una comunidad que hace y deshace sus lazos
según los modos de habitar, convivir el espacio en común. Esperemos que la
memoria no nos haga olvidar que para que haya ciudades debe haber estados
orientados al bien común de sus habitantes. Pues, la solidaridad y el afecto
que ha emanado de lo más doloroso del terremoto en México no son suficientes
para recomponer los cimientos de la vida de las ciudades. El peligro de que
esos afectos y solidaridades sea simplemente una contribución más a la historia
de la lágrima mercantilizada es inminente. La patanería de los estados
neoliberales y sus empresas comunicacionales vive y se fortalece con el afecto
escamoteado, robado y hurtado a la miseria y el dolor de los que sufren en
carne viva el dolor y la desesperanza. ¡FUERZA MÉXICO!
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