“La amenaza de una Tercera Guerra Mundial
ha estado presente en la humanidad, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial
e inaugurada la Guerra Fría. Los optimistas pensaron que
tras la llamada Caída del Muro, tal
posibilidad quedaba abolida. El curso de la historia de las últimas décadas
muestra, por el contrario, que la eventualidad de una conflagración de gran
escala está a la vuelta de la esquina. La
actual tensión que se vive en la península coreana pone en evidencia la
precariedad de la paz en el presente siglo. La agresiva política de la actual administración estadounidense, así
como el empeño del gobierno de Corea del
Norte en proseguir con sus ensayos nucleares, representa el riesgo más
inmediato y cierto de un enfrentamiento bélico de consecuencias planetarias”.
“Como se sabe, las dos partes de Corea nunca firmaron un tratado de
paz y han vivido décadas en una suerte de tenso armisticio, que otrora se
inscribió en la lógica de la Guerra
Fría. En la actualidad, Corea del Norte ha orientado todo su esfuerzo al área militar como un modo de garantizar
su defensa, según argumentan en Pyonyang.
La cuestión es que ese desarrollo militar incluye armas nucleares, una
amenaza potencial para sus vecinos, especialmente los aliados de Estados Unidos: Corea del Sur y
Japón. Si bien se espera que el gobierno de la República Popular China logre interceder en nombre de la paz, lo
cierto es que Washington
no descarta una acción militar y ya
ha desplegado su fuerza naval en la zona. Si hemos de atender a los manuales de
poleomología, una acción de este tipo solo podría tener como objetivo aniquilar
absolutamente la capacidad balística y nuclear
de Corea del Norte, pues el más mínimo error implicaría consecuencias
devastadoras en Seúl o en el vecino Japón”.
“En
pocas palabras, si no hay una solución política en el corto o mediano plazo, la opción militar aparece como catastrófica, no
solo para los países beligerantes sino para toda la región y para el mundo
entero. La
comunidad internacional asiste atónita a las actuaciones de Donald Trump,
un personaje que, en pocos meses, se ha convertido de un “candidato excéntrico” a la peor “amenaza a la paz mundial”, arrastrando a su país al borde de una Tercera Guerra Mundial”. Álvaro Cuadra es Doctor de la Université Paris-Sorbonne. Paris. Francia.
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EL CALLEJÓN SIN SALIDA Y LA AMENAZA
NUCLEAR.
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Pierre Rousset.
EuropeSolidaire.
Rebelión lunes 18 de setiembre del 2017.
La guerra de Corea (1950-1953) nunca se saldó con
un tratado de paz. La herida se ha reavivado hoy con implicaciones profundas
para toda la región y para el mundo entero. El pulso entre Washington y
Pyongyang hace que la situación sea hoy inestable y el porvenir aleatorio.
La actual espiral conflictiva no tenía nada de
ineluctable. Para hacer bajar las tensiones en la península habría bastado con
que Estados Unidos hubieran suspendido las grandes maniobras militares
emprendidas con Corea del Sur contra Corea del Norte -o que Pyongyang hubiera
respondido favorablemente a las ofertas de diálogo que tras su reciente
elección presentó el nuevo presidente surcoreano Moon Jae-in.
¿Qué quiere Kim Jong-un?
Quiere asegurar la supervivencia del régimen frente
a un entorno internacional muy hostil y para ello quiere forzar que Estados
Unidos firme un tratado de paz con todas las formalidades -que ftras el
armisticio de 1953 jamás se ha firmado- y que reconozca a Corea del Norte como
Estado nuclear. Vista la suerte impuesta al Irak de Sadam Hussein o a la Libia
de Gadafi, Kim está convencido de que la posesión de tal arsenal es, a medio
plazo, una garantía indispensable de independencia, sabiendo que, de cara al
futuro, la protección china resulta aleatoria.
Pyongyang hace saber regularmente que el abandono
de su programa nuclear es algo que se puede contemplar en el caso que Estados
Unidos pusiera fin a las hostilidades; algo que los grandes medios occidentales
no mencionan casi nunca. Era la posición norcoreana en las negociaciones
diplomáticas de los años 1990 o 2000. No obstante se puede dudar de que hoy,
vistos los progresos realizados en este terreno, el régimen esté dispuesto a
hacerlo, sin al menos obtener garantías considerables que impliquen, por ejemplo,
la desnuclearización de toda la península coreana y de los alrededores.
El lugar concedido al armamento nuclear es
una marca de fábrica de Kim Jong-un. En efecto, ha modificado
radicalmente la política realizada antes que él por su padre y su abuelo sobre
dos ejes: de una parte, acelerando brutalmente este programa (multiplicación de
las pruebas y los disparos, aumento del alcance de los misiles balísticos,
miniaturización y construcción de numerosas ojivas, investigaciones sobre la
bomba de hidrógeno...) y, por otra parte, permitiendo la liberalización parcial
de una economía de mercado a fin de estabilizar la situación social interna que
sigue siendo muy frágil.
Su política es racional, como subrayan
muchos expertos, pero no deja de tener consecuencias muy graves: relanzamiento
de la carrera armamentística, ascenso del militarismo en la región (en Japón en
particular), frenazo a la apertura iniciada en Corea del Sur tras el
derrocamiento de la derecha revanchista. El nuevo presidente, Moon Jae-in, pertenece
a una tradición política que concede una gran importancia a la cuestión
nacional, a la reunificación del país, y por tanto a una apertura en dirección
a Pyongyang. Sus ofertas de diálogo probablemente no eran ficticias.
Sin embargo, Kim Jong-un solo quiere negociar con
Estados Unidos e ignora al presidente Moon. En estas condiciones, este último
se cree forzado a aceptar el refuerzo de la presencia militar estadounidense en
su país y el despliegue de nuevas baterías de misiles antimisiles Thaad, lo que
rechazó inmediatamente después de su elección.
¿Qué quiere Donald Trump?
Quiere en primer lugar lo que quieren tanto el
establishment demócrata como el republicano: no reconocer a Corea del Norte.
Los progresos diplomáticos iniciados en los años 1990 bajo Bill Clinton fueron
saboteados por George Bush junior (que colocó a Pyongyang en el eje del
mal) y Barak Obama que prosiguió la misma política.
El contexto actual refuerza esta postura agresiva.
El estado legal de guerra en la península (de no-paz) permite mantener las
bases militares estadounidenses en Corea del Sur, incluso reforzarlas. A ojos
de Washington, este reto estratégico es particularmente importante cuando en el
Mar de China del Sur se refuerza la hegemonía china: la hegemonía
estadounidense debe en esa medida afirmarse con fuerza en el Pacífico Norte.
Hay que recordar que los misiles Thaad implantados
en Corea del Sur tienen un alcance operativo que cubre una gran parte del
territorio chino y no simplemente Corea del Norte -lo que suscita mucha
inquietud en Pekín, pues esto neutraliza en buena parte su propio arsenal
nuclear... De hecho, con ocasión de la crisis coreana, Trump quiere hacer
presión sobre Pekín por razones de orden global: la gran potencia establecida
(en este caso Estados Unidos) no ve con buenos ojos el despliegue internacional
de la joven potencia emergente (China).
Donald Trump y el alto mando de las fuerzas armadas
quieren además obtener un aumento considerable del presupuesto militar, lo que
está lejos de ser algo ya conseguido; un clima de guerra es un
argumento de peso en las negociaciones en el Congreso de los EEUU. También
desea hacer olvidar su desastrosa situación en el plano interno (escándalos,
impopularidad creciente...).
Juzgado como demasiado imprevisible, ¿querrá
este macho inveterado dar algún día consistencia a su retórica
vengativa y a sus anuncios apocalípticos, aunque sea a costa de crear un
incidente que desencadene una reacción en cadena, incontrolable?
Todo esto constituye un cocktail temible que
inquieta incluso a los más cercanos aliados internacionales de Estados Unidos.
Otro factor potencial de inestabilidad, la
evolución de la situación en Corea del Norte. Hasta ahora, las sanciones
económicas internacionales no han logrado sus objetivos. El régimen tiene
medios para esquivarlas (aunque a un coste financiero notable) y puede contar
con el nacionalismo de la población que no ha olvidado hasta qué punto el país
fue literalmente reducido a cenizas por los bombardeos estadounidenses en los
años 1950. Hasta ahora el régimen ha aguantado y purga sin contemplaciones a
cualquier dirigente norcoreano susceptible de aparecer como alternativa a Kim
Jong-un. Si, a pesar de todo, en un futuro cercano aparecieran fisuras en el
aparato del partido-Estado, ¿cuales serían las consecuencias?
La carrera de las armas nucleares
No hay duda sobre la responsabilidad histórica de
Estados Unidos en la situación de la crisis actual. Sin embargo, el régimen
norcoreano se ha convertido él mismo en un factor activo de militarización en
el Pacífico Norte y más allá. Ahora bien, toda confrontación militar en esta
parte del mundo, aunque fuera "accidental", puede convertirse en
nuclear.
La carrera de armamento nuclear se amplía. Estados
Unidos, Francia... intentan crear las condiciones políticas para utilización
efectiva de bombas pretendidamente tácticas. La puesta a punto
de escudosantimisiles (poco probados) por parte de Estados Unidos
lleva a Rusia a mantener a un nivel muy elevado su arsenal y a China a aumentarlo.
El parque de ojivas chinas es reducido; se consideraba suficiente en la
coyuntura pasada, pero ya no: tiene qye ser modernizado, aumentado y dispersado
en los océanos, mediante una flota de submarinos estratégicos… de los que está
provisto Moscú, pero no aún Pekín.
El Tratado de No proliferación está caduco.
En estas condiciones es dramático que en Francia no
haya ningún movimiento significativo a favor el desarme nuclear y contra la
política gubernamental (de todos los gobiernos) en este terreno.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
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