Trump bajo el orden
internacional de Obama.- Tras
solo ocho meses en el poder, el presidente
Trump sucumbió impotente a los despidos, dimisiones y humillación de todos y cada uno de sus nombramientos
civiles, especialmente aquellos empeñados en revertir el “orden internacional” de Obama. Trump fue elegido para reemplazar
las guerras, sanciones e intervenciones militares por acuerdos económicos que beneficiaran a las clases trabajadora y
media de Estados Unidos. Eso implicaba acabar con los prolongados y
dispendiosos compromisos de las fuerzas
armadas en la “construcción de
naciones” (ocupación), en Irak,
Afganistán, Siria, Libia y otras zonas sin fin de guerra planeadas por
Obama.
Se suponía que las
prioridades militares de Trump eran el refuerzo de las fronteras nacionales y
de los mercados extranjeros. Comenzó solicitando a sus socios de la OTAN que asumieran sus propias
responsabilidades en defensa y pagaran por ellas. A los partidarios del orden
global de Obama de ambos partidos
les horrorizaba que Estados Unidos pudiera perder el control absoluto de la OTAN; inmediatamente se unieron y se
movilizaron para despojar a Trump de sus
aliados económicos nacionalistas y desmontar sus programas.
Trump se dio por vencido enseguida y
se adaptó al orden internacional de Obama, con una única
salvedad: él mismo seleccionaría el gabinete que pusiera en marcha el
viejo/nuevo orden internacional. Maniatado, Trump eligió una cohorte de
generales encabezada por el general James Mattis (conocido como “Perro Loco”)
como ministro de Defensa. Los generales se hicieron cargo de la presidencia. Trump
abdicó de sus responsabilidades.
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LA MILITARIZACIÓN DE LA POLÍTICA EN
ESTADOS UNIDOS.
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Sociólogo. Dr. James Petras..
Rebelión sábado 23 de setiembre el 2017.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
Los militares juegan un papel cada vez mayor a la
hora de definir la agenda de política exterior y, por extensión, de política
interior en Estados Unidos. El ascenso de “los generales” a puestos
estratégicos del régimen de Trump es evidente y ello refuerza la autonomía del
ejército en la determinación de la agenda de política estratégica.
En este artículo analizaremos las ventajas que
aportan los planes bélicos a la élite militar y las razones por las cuales “los
generales” han conseguido imponer su punto de vista sobre la realidad
internacional.
Examinaremos la influencia del estamento militar
sobre el gabinete civil de Trump, consecuencia de la degradación implacable de
la presidencia que lleva a cabo la oposición política.
El preludio a la militarización: la
estrategia de múltiples guerras de Obama y sus consecuencias.
El papel fundamental que desempeña el ejército en
la elaboración de la política exterior de EE.UU. tiene su origen en las
decisiones estratégicas tomadas durante la presidencia de Obama-Clinton. En ese
periodo se implementaron una serie de políticas que influyeron enormemente en
el advenimiento de un poder político-militar sin precedentes.
1- El enorme
incremento de las tropas destinadas a Afganistán y sus subsecuentes fracasos y
retirada debilitaron el régimen Obama-Clinton y aumentaron la animosidad entre
los militares y la Administración Obama. A consecuencia de sus fracasos, Obama
rebajo la reputación las fuerzas armadas y debilitó su autoridad como
presidente.
2- Los
bombardeos masivos y destrucción de Libia, el derrocamiento del régimen de
Gadafi y la incapacidad de la administración Obama-Clinton para imponer un
gobierno títere, pusieron de manifiesto las limitaciones del poder aéreo
estadounidense y la ineficacia de su intervención político-militar. El
presidente equivocó fatalmente su política exterior en el Norte de África y
demostró su ineptitud militar.
3- La invasión
de Siria por parte de mercenarios y terroristas financiados por Estados Unidos
le vinculó a un aliado poco de fiar en una guerra en la que tenía todas las de
perder. Ello provocó una reducción del presupuesto militar y persuadió a los
generales de que el control de las guerras extranjeras y la política exterior
era la única manera de salvaguardar sus posiciones.
4- La intervención
militar de Estados Unidos en Irak tuvo una importancia secundaria en la derrota
del Estado Islámico; los principales actores y beneficiarios fueron Irán y las
milicias chiíes iraquíes aliadas.
5- La
Administración Obama-Clinton organizó el golpe de Estado en Ucrania y facilitó
la toma del poder a una junta militar corrupta e incompetente. Esto provocó la
secesión de Crimea (que se unió a Rusia) y de Ucrania Oriental (aliada a
Rusia). Los generales fueron marginados y descubrieron que se habían aliado con
los cleptócratas ucranianos e incrementado peligrosamente la tensión política
con Rusia. EE.UU. dictó sanciones económicas contra Moscú intentando desviar la
atención de sus ignominiosos fracasos político-militares.
Trump se encontró con un legado de la
administración Obama-Clinton levantado sobre tres patas: un orden internacional
basado en las agresiones militares y la confrontación con Rusia; un “pivote
hacia Asia” basado en el cerco militar y el aislamiento económico de China
logrado mediante amenazas de guerra y sanciones económicas contra Corea del
Norte; y el uso del ejército como guardia pretoriana de los tratados de libre
comercio en Asia, que excluyen a China.
El legado de Obama consiste en un orden
internacional de capital globalizado y múltiples guerras y su continuidad
dependía inicialmente de la elección de Hillary Clinton como presidenta.
Por su parte, Donald Trump prometió en la campaña
presidencial desmantelar o revisar drásticamente la Doctrina Obama que basaba
el orden internacional en el mantenimiento de múltiples guerras, una visión
“neocolonialista” de la nación y el libre comercio. El furioso presidente
saliente comunicó al recién llegado que si procedía a cumplir sus promesas
electorales de un nacionalismo económico se encontraría con la hostilidad
conjunta de todo el aparato del Estado, Wall Street y los medios de
comunicación de masas, con lo que socavaría el orden global centrado en torno a
Estados Unidos.
La apuesta de Trump era cambiar las sanciones
económicas y la confrontación militar de Obama por la reconciliación económica
con Rusia, pero se encontró con el avispero de acusaciones sobre la supuesta
conspiración electoral con Rusia, que insinuaban que había cometido traición, y
con los juicios ejemplares a sus aliados más próximos y a miembros de su propia
familia.
La fabricación mediática del complot Trump-Rusia
fue solo el primer paso de una guerra total contra el nuevo presidente que
consiguió debilitar su agenda económica nacionalista y su intención de cambiar
el orden global de Obama.
Trump bajo el orden internacional de
Obama.
Tras solo ocho meses en el poder, el presidente
Trump sucumbió impotente a los despidos, dimisiones y humillación de todos y
cada uno de sus nombramientos civiles, especialmente aquellos empeñados en
revertir el “orden internacional” de Obama.
Trump fue elegido para reemplazar las guerras,
sanciones e intervenciones militares por acuerdos económicos que beneficiaran a
las clases trabajadora y media de Estados Unidos. Eso implicaba acabar con los
prolongados y dispendiosos compromisos de las fuerzas armadas en la
“construcción de naciones” (ocupación), en Irak, Afganistán, Siria, Libia y
otras zonas sin fin de guerra planeadas por Obama.
Se suponía que las prioridades militares de Trump
eran el refuerzo de las fronteras nacionales y de los mercados extranjeros.
Comenzó solicitando a sus socios de la OTAN que asumieran sus propias
responsabilidades en defensa y pagaran por ellas. A los partidarios del orden
global de Obama de ambos partidos les horrorizaba que Estados Unidos pudiera
perder el control absoluto de la OTAN; inmediatamente se unieron y se
movilizaron para despojar a Trump de sus aliados económicos nacionalistas y
desmontar sus programas.
Trump se dio por vencido enseguida y se adaptó al
orden internacional de Obama, con una única salvedad: él mismo seleccionaría el
gabinete que pusiera en marcha el viejo/nuevo orden internacional.
Maniatado, Trump eligió una cohorte de generales
encabezada por el general James Mattis (conocido como “Perro Loco”) como
ministro de Defensa. Los generales se hicieron cargo de la presidencia. Trump
abdicó de sus responsabilidades.
General Mattis: la militarización de
Estados Unidos.
El general Mattis asumió el legado de Obama y le
añadió su propio matiz incluyendo la “guerra psicológica” incorporada a las
declaraciones exaltadas de Trump en Twitter.
La “doctrina Mattis” combina amenazas graves con
provocaciones agresivas, lo que sitúa a Estados Unidos (y al resto del mundo)
al borde de una guerra nuclear. El general ha adoptado los objetivos y los
campos de operaciones definidos por la anterior Administración dispuesto a
reforzar el orden imperialista internacional existente.
Las políticas de la junta se han basado en las
provocaciones y amenazas contra Rusia y el aumento de las sanciones económicas.
Mattis echó más gasolina al fuego de la retórica antirusa, ya bastante
candente, de los medios de comunicación de masas. El general fomentó una
estrategia de “matonismo diplomático” de baja intensidad, incluyendo una invasión
de las oficinas diplomáticas rusas que no tenía precedente y la expulsión
inmediata de diplomáticos y personal consular.
Estas amenazas militares y estos actos de
intimidación diplomática dan a entender que la Administración de los generales
del títere Trump está dispuesta a destrozar las relaciones diplomáticas con una
gran potencia nuclear mundial y, por ende, a llevar al mundo a una
confrontación nuclear directa.
Lo que Mattis pretende con estas disparatadas
agresiones es nada menos que obligar al gobierno ruso a capitular ante los
antiguos objetivos militares de Estados Unidos: la partición de Siria (que se
inició con Obama), la imposición de sanciones severas a Corea del Norte (que se
inició con Clinton) y el desarme de Irán (principal objetivo de Tel Aviv)
conducente a su desmembración.
La junta de Mattis que ocupa la Casa Blanca
endureció las amenazas a una Corea del Norte, que, en palabras de Putin, “antes
estaría dispuesta a alimentarse de hierba que al desarme”. Los megáfonos de los
medios de comunicación y del ejército pintan a los norcoreanos, víctimas de las
sanciones estadounidenses, como una amenaza “existencial” al continente
norteamericano.
Las sanciones se han endurecido. Hay presiones para
desplegar armamento nuclear en Corea del Sur. Se planean y se ejecutan
maniobras militares masivas por tierra, mar y aire en torno a Corea del Norte.
Mattis retorció el brazo a los chinos (principalmente a los burócratas
empresarios relacionados con las compras) y se aseguró de que el Consejo de
Seguridad de la ONU aprobara un aumento de las sanciones. Y Rusia se unió al
coro anti Pyongyang ¡a pesar de que Putin advirtió de la ineficacia de las
sanciones! (¡Como si el general Perro Loco fuera a tomar en serio el consejo de
Putin, especialmente una vez que Rusia votó a su favor!).
Mattis también ha incrementado la militarización
del Golfo Pérsico, continuando la política de sanciones parciales y
provocaciones belicosas contra Irán.
Cuando trabajaba para Obama, Mattis aumentó los
cargamentos de armas estadounidenses destinados a los terroristas sirios y los
títeres ucranianos, para estar seguro de que Estados Unidos pudiera echar por
tierra cualquier “acuerdo negociado”.
Evaluación de la militarización.
Se supone que al recurrir a “sus generales” Trump
contrarresta cualquier ataque sobre política exterior que pueda recibir por
parte de su propio partido o de congresistas demócratas. El nombramiento de
Mattis “Perro Loco”, conocido rusófobo y belicista, ha servido para pacificar
hasta cierto punto su oposición en el Congreso y debilitar cualquier “hallazgo”
de conspiración electoral entre Trump y Moscú expuesto por el investigador
especial Robert Mueller. Trump mantiene su papel como presidente nominal
adaptándose a lo que Obama le advirtió que era el “orden internacional”, ahora
dirigido por una junta militar no elegida ¡compuesta por remanentes del
gobierno Obama!
Los generales proporcionan una apariencia de legitimidad
al régimen de Trump (especialmente para los demócratas belicistas y los medios
de comunicación). Sin embargo, el traspaso de los poderes presidenciales a
Mattis “Perro Loco” y sus secuaces tendrá un alto precio.
Aunque la junta militar pueda proteger el flanco de
política exterior de Trump, no sirve para reducir los ataques a sus proyectos
internos. Por si fuera poco, el compromiso sobre presupuesto que Trump propuso
a los demócratas ha enfurecido a los líderes de su propio partido.
En resumen, la militarización de la Casa Blanca
producto del debilitamiento de la posición de Trump beneficia a la junta
militar y aumenta el poder de esta. De momento, el programa de Mattis “Perro
Loco” ha tenido resultados diversos: las amenazas de lanzar una guerra preventiva
(posiblemente nuclear) contra Corea del Norte ha reforzado la determinación de
Pyongyang de desarrollar y perfeccionar su capacidad de misiles balísticos de
medio y largo alcance y sus armas nucleares. Las políticas suicidas no han
conseguido intimidar a Corea del Norte. Mattis no ha podido imponer la doctrina
Clinton-Bush-Obama dirigida a despojar a los países (como Libia e Irak) de sus
armas defensivas avanzadas como preludio de una invasión estadounidense de
“cambio de régimen”.
Cualquier ataque de EE.UU. a Corea del Norte
provocaría represalias masivas que se cobrarían decenas de miles de vidas de
militares estadounidenses y causarían la muerte y lesiones a millones de
civiles en Corea del Sur y Japón.
Lo más que ha conseguido “Perro Loco” ha sido
intimidar a las autoridades chinas y rusas (y a sus multimillonarios colegas de
negocios de exportación) para que aumenten las sanciones económicas contra
Corea del Norte. Mattis y sus aliados en la ONU y la Casa Blanca (la chiflada
Nikki Haley [1] y el miniaturizado presidente Trump) pueden llamar a la guerra,
pero no pueden aplicar la llamada “opción militar” sin amenazar a las fuerzas
armadas estadounidenses desplegadas a lo largo de la región de Asia-Pacífico.
El asalto de Mattis “Perro Loco” a la embajada rusa
no debilitó sustancialmente a Rusia, pero ha desvelado la inutilidad de la
diplomacia conciliatoria de Moscú hacia sus supuestos “socios” del régimen de
Trump.
El resultado final puede conducir a una ruptura
formal de las relaciones diplomáticas, que incrementaría el riesgo de una
confrontación militar y un holocausto nuclear global.
La junta militar está presionando a China para que
actúe contra Corea del Norte con el objetivo de aislar el régimen de Pyongyang
y reforzar el cerco militar estadounidense a Pekín. “Perro Loco” ha obtenido un
éxito parcial al volver a China contra Corea del Norte al tiempo que
garantizaba sus instalaciones avanzadas de misiles THADD en Corea del Sur, que
apuntarán directamente a Pekín. Estos son los triunfos a corto plazo de Mattis
frente a los excesivamente dóciles burócratas chinos. Pero si “Perro Loco”
intensifica las amenazas militares directas contra China, Pekín puede tomar
represalias deshaciéndose de miles de millones de bonos del Tesoro
estadounidense, cortando relaciones diplomáticas, sembrando el caos en la
economía de EE.UU. y enfrentando a Wall Street con el Pentágono
El aumento de tropas llevado a cabo por Mattis en
Afganistán y en Oriente Próximo no servirá para intimidar a Irán ni conducirá a
ningún triunfo militar. Por el contrario, implicas grandes gastos y pocas
ganancias, tal y como descubrió Obama tras casi una década de derrotas, fiascos
y pérdidas multimillonarias.
Conclusión.
La militarización de la política exterior de
Estados Unidos, el establecimiento de una junta militar en el seno de la
Administración Trump y el recurso a la política arriesgada de la amenaza
nuclear no ha cambiado el equilibrio de poder global.
En el ámbito interno, la presidencia nominal de
Trump depende de militaristas como el general Mattis. Mattis ha intensificado
el control sobre los aliados de la OTAN, atrayendo incluso a alguna oveja
descarriada como Suecia, para que se unan a Estados Unidos en una cruzada
militar contra Rusia. Ha aprovechado la pasión que sienten los medios de
comunicación por los titulares belicosos y su adulación a los generales de
cuatro estrellas.
Pero, a pesar de todo eso, Corea del Norte
permanece impávida porque puede tomar represalias. Rusia posee miles de armas
nucleares y sigue siendo el contrapoder en un planeta dominado por Estados
Unidos.
China es dueña del Tesoro de Estados Unidos y no se
deja impresionar, a pesar de la presencia de una armada estadounidense cada vez
más dispuesta al choque a lo largo de todo el mar meridional de China.
“Perro Loco” se entusiasma con la atención
mediática, encarnada en periodistas bien vestidos y con una escrupulosa
manicura que no pierden detalle de todos y cada uno de sus discursos
sanguinarios. Los contratistas de la guerra le rodean como un enjambre de moscas
en torno a la carroña. Este general de cuatro estrellas ha alcanzado un estatus
presidencial sin haber ganado ningunas elecciones (falsas o no). No hay duda de
que cuando deje el cargo se convertirá en el más deseado miembro de consejo de
administración o asesor especialista de los grandes contratistas militares
estadounidenses de la historia de EE.UU. Recibirá lucrativos honorarios por
charlas estimulantes de media hora y consolidará las sustanciosas prebendas del
nepotismo para las tres siguientes generaciones de su familia. Podría incluso
presentarse para senador o incluso presidente por cualquiera de los dos
partidos.
La militarización de la política exterior de
Estados Unidos nos ofrece importantes lecciones:
La primera de todas es que la escalada de las
amenazas de guerra no triunfa si el objetivo es desarmar a adversarios que
poseen capacidad para contraatacar. La intimidación mediante sanciones puede
imponer penurias económicas importantes a los regímenes dependientes de la
exportación de petróleo, pero no a las economías endurecidas, autosuficientes o
muy diversificadas.
Las maniobras bélicas multilaterales de baja
intensidad refuerzan las alianzas encabezadas por EE.UU., pero al mismo tiempo
convencen a sus adversarios de que deben aumentar su preparación militar. Las
guerras de intensidad media contra adversarios no nucleares pueden servir para
tomar ciudades importantes, como en Irak, pero el ocupante se enfrenta a
costosas y prolongadas guerras de erosión que pueden socavar la moral del ejército,
provocar malestar en el ámbito nacional y elevar el déficit presupuestario. Y
generan millones de refugiados.
Las políticas militares arriesgadas pueden traer
cuantiosas pérdidas en vidas, aliados y territorio y montones de cenizas
radioactivas… ¡una victoria pírrica!
En resumen:
Las amenazas y la intimidación solo funcionan
contra adversarios conciliadores. La matonería verbal poco diplomática puede
hacer que surjan el espíritu pendenciero y algunos aliados, pero tiene pocas
posibilidades de convencer a los adversarios de que se rindan. La política
estadounidense de militarización mundial excede a sus propias fuerzas armadas y
no ha logrado ninguna victoria militar permanente.
¿Hay alguna voz dentro de los militares
estadounidenses de ideas claras, esos que no se deslumbran por el brillo de sus
estrellas o de sus estúpidos admiradores de los medios de comunicación,
dispuesta a defender la reconciliación global y más respeto mutuo entre las
naciones? El Congreso de Estados Unidos y los medios de comunicación corruptos
han demostrado su incapacidad para evaluar los desastres del pasado, así que mucho menos
podrán forjar una respuesta eficaz a las nuevas realidades globales.
[1] Nikki
Haley es la embajadora de EE.UU. ante la ONU.
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