EN RUANDA Y
BIRMANIA, HAY UNA “CARNICERÍA” DE NIÑOS.-
Queridos amigos y amigas: Muy poca gente había oído hablar de RUANDA hasta que mataron a 800 mil
personas. Y ahora mismo, en BIRMANIA,
demoledores batallones de soldados persiguen a los ROHINYÁS con el firme propósito de asesinarlos. Es espeluznante.
Están decapitando hasta a niños pequeños. ¡Pero lo más indignante es que el
ejército que está perpetrando esta masacre goza del respaldo de países como Reino Unido, Alemania e Italia!
EL EJÉRCITO DE BIRMANIA lleva años construyendo estas
alianzas. Exijamos a nuestros gobiernos que retiren su apoyo hasta que cese la
matanza -- cuando nuestro llamamiento resuene en todo el mundo, ¡Avaaz sacará
anuncios en medios dirigidos a líderes clave durante una importante cumbre
mundial que tendrá lugar en unos días! VARIOS GOBIERNOS
DE TODO EL MUNDO han intentado negociar con el ejército de Birmania -- con la esperanza de evitar masacres como a
la que estamos asistiendo ahora mismo. Es evidente que esa estrategia ha
fracasado. Sin embargo, ¡podrían conseguir un efecto masivo si cortaran los
lazos con esos asesinos! Los ROHINYÁS
son un pueblo sumido en la pobreza, que lleva años perseguido por tener la piel
más oscura y profesar una religión diferente, y a quienes Birmania niega la
ciudadanía. Algunos se han levantado en
armas y han atacado a las fuerzas de seguridad. Pero ahora se está
cometiendo una verdadera limpieza étnica, la peor crisis a la que los rohinyás se han enfrentado jamás. ¡Firma ya y comparte en todas tus redes!
A los líderes y
ministros de asuntos exteriores de Reino Unido, Alemania, Italia, Japón, EE.UU.
y a todos los gobiernos que suministran apoyo militar a Birmania:
"Estamos
horrorizados con la brutal represión que el ejército birmano está ejerciendo
sobre el pueblo ROHINYÁ. Exigimos la
inmediata suspensión de cualquier apoyo financiero o de adiestramiento al
ejército y gobierno birmanos hasta que cese la violencia contra esta comunidad,
se lleve a los responsables ante la justicia y el gobierno comience un proceso
para acabar con
el limbo apátrida de este pueblo perseguido y su utilización como cabeza de
turco religiosa."
/////
Visita
de Emine Erdogan, esposa del presidente de Turquía, al campo de refugiados
musulmanes rohinyá de Kutupalong, Bangladesh, 7 de septiembre de 2017
(Foto: Mustafa Oztartan/Agencia Anadolu)
(Foto: Mustafa Oztartan/Agencia Anadolu)
***
EL GENOCIDIO DE LOS ROHINYÁ.
LOS GRANDES DEL PETRÓLEO, UNA DEMOCRACIA
FALLIDA Y LOS FALSOS PROFETAS.
*****
Ramzy Baroud.
Middle East Monitor.
Rebelión sábado 16 de setiembre del
2017.
Traducido
del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Hasta
cierto punto, Aung San Suu Kyi es un falso profeta.
Glorificada por Occidente durante muchos años, se convirtió en un “icono
de la democracia” al oponerse a las mismas fuerzas militares que siguen
hoy controlando su país, Birmania,
en una época en que la coalición occidental dirigida por EEUU mantenía en
aislamiento a Rangún por su alianza con
China.
Aung San Suu Kyi
jugó su papel como se esperaba que lo hiciera, consiguiendo la aprobación de la
Derecha y la admiración de la Izquierda. Y por eso ganó el Premio Nobel
de la Paz en 1991, incorporándose al elevado grupo de “Los Mayores”, mientras
los medios de comunicación y diversos gobiernos la promocionaban como figura
heroica a emular.
Hillary Clinton la describió en
una ocasión como “esta extraordinaria mujer”. El recorrido de la “Lady”
birmana de ser una paria política en su propio país, donde estuvo confinada
bajo arresto domiciliario durante quince años, acabó finalmente en triunfo
cuando se convirtió en la líder de Birmania tras una elección multipartidista
celebrada en 2015. Desde entonces,
ha visitado muchos países, cenado con reinas y presidentes, pronunciado
discursos memorables, recibido premios mientras iba limpiando, con perfecto
conocimiento de causa, la imagen del muy brutal ejército al que se había
opuesto durante tantos años. (Incluso hoy, el ejército birmano tiene un poder casi de veto sobre todos los
aspectos del gobierno.)
Pero la gran “humanitaria”
parece haber agotado su aura de honestidad cuando su gobierno, ejército y
policía iniciaron una extendida operación de limpieza étnica contra “el
pueblo más oprimido sobre la Tierra”, los rohinyá.
Este pueblo indefenso ha sido sometido a un genocidio sistemático y
brutal, cometido a través del esfuerzo conjunto del ejército, la policía y una
mayoría de nacionalistas budistas birmanos.
Las
llamadas “Operaciones de Limpieza”
han matado a cientos de rohinyá en
los últimos meses, obligando a más 250.000 seres llorosos, aterrados
y hambrientos a escapar de cualquier manera para poder salvar la vida. Cientos
de ellos han perecido en el mar o han sido
atrapados y asesinados en la jungla.
Las historias de
asesinatos y destrucción recuerdan la limpieza étnica del pueblo palestino
durante la Nakba de 1948. Y no debería sorprendernos que Israel
sea uno de los grandes
proveedores de armas del ejército birmano. A pesar del
extendido embargo armamentístico de muchos países respecto a Birmania, el ministro de Defensa de Israel,
Avigdor Lieberman, insiste en que su país no tiene intención alguna de
interrumpir sus envíos de armas al despreciable régimen de Rangún, que está
utilizando de forma muy activa esas armas contra sus propias minorías, no sólo
los musulmanes del estado de Rakáin
al oeste del país, sino también contra los cristianos del norte.
Uno
de los envíos de Israel lo anunció la compañía israelí Tar
Ideal Concepts en agosto de 2016. La compañía mostraba con
orgullo cómo sus rifles Corner Shot estaban ya siendo utilizados por el
ejército birmano.
La historia de Israel
está plagada de ejemplos de
apoyos a juntas brutales y regímenes autoritarios, pero ¿por qué se han
posicionado como los guardianes de una democracia que se mantiene en silencio
sobre el baño de sangre en Birmania?
Desde
octubre del pasado año, casi un cuarto de la población rohinyá ha sido
expulsada de sus hogares. El resto podría seguirles en un futuro próximo,
convirtiendo un crimen colectivo en una situación casi irreversible.
Aung San Suu Kyi
ni siquiera ha tenido el coraje moral de expresar unas palabras de compasión
hacia las víctimas. En cambio, sólo hizo una declaración con la que no se comprometía a nada: “Tenemos que cuidar de todos los que están
en nuestro país”. Mientras tanto, su portavoz y otros voceros lanzaron una
campaña vilipendiando a los rohinyá,
acusándoles de quemar sus propias aldeas, de inventar sus propias violaciones,
mientras se referían a los que se atrevían a resistir como “yihadistas”, confiando en vincular el
genocidio en curso con la campaña orquestada por Occidente para difamar a los
musulmanes en todas partes.
Pero
informes bien documentados nos ofrecen algo más que una ojeada de la
desgarradora realidad experimentada por los rohinyá. Un reciente informe de la ONU detalla el
relato de una mujer cuyo marido había sido asesinado por los soldados en lo que
lo ONU describe como ataques “extendidos y sistemáticos” que “muy probablemente
representan crímenes contra la humanidad”.
“Me arrancaron la ropa y
me violaron, eran cinco soldados”, dijo la desconsolada mujer. “Mi bebé de ocho
meses no paraba de llorar de hambre cuando entraron en mi casa porque me tocaba
darle de mamar, pero le callaron con un cuchillo”.
Los
refugiados que huyeron hacia Bangladesh tras un viaje de pesadilla relataron
el asesinato de niños, la violación de
mujeres y la quema de aldeas. Algunos de estos relatos han podido verificarse a
través de las imágenes por satélite proporcionadas por Human Rights Watch, que muestran aldeas
destruidas por todo el estado.
En
realidad, el horrible destino de los rohinyá no es que sea algo nuevo del todo.
Pero la particularidad que está mostrando en estos momentos es que Occidente
está ahora completamente del lado del mismo gobierno que perpetra estos actos
atroces.
Y hay una razón para eso:
el petróleo.
Hereward Holland,
informando desde Ramree Island, escribió sobre la “caza del tesoro escondido de
Myammar (Birmania)”.
Depósitos
inmensos de petróleo que han permanecido sin explotar debido a las décadas de
boicot occidental al gobierno de la junta militar están ahora disponibles al
mayor postor. Es un momento de vacas gordas para las grandes de petróleo y están
todas invitadas. Shell, ENI, Total, Chevron y muchas otras están invirtiendo
grandes sumas para explotar los recursos naturales del país, mientras los
chinos –que dominaron la economía birmana durante muchos años- están siendo
lentamente expulsados.
En
efecto, la rivalidad sobre las riquezas sin explotar de Birmania está en su
apogeo en décadas. Son estas riquezas –y la necesidad socavar el estatus de
superpotencia de China en Asia- lo que ha hecho que Occidente cambiara de
posición e instalara a Aung San Suu Kyi
como líder de un país que no ha cambiado nada en lo fundamental, no ha hecho
más que darse un nuevo nombre para allanar el camino para el regreso de las “Grandes del Petróleo”.
Pero son los rohinyá
quienes están pagando el precio.
Que
la propaganda oficial birmana no les confunda. Los rohinyá no son extranjeros, intrusos o inmigrantes en Birmania.
Su reino de Arakán data
del siglo VIII. Durante los siglos siguientes, los habitantes de ese reino
conocieron el Islam a través de los comerciantes árabes y, con el tiempo, se
convirtió en una región de mayoría musulmana. Arakán es el actual estado de Rakáin en Birmania, donde viven aún la
mayor parte de los 1,2 millones de
rohinyá que se estima hay en el país.
La
noción falsa de que los rohinyá vienen
de fuera se inició en 1784, cuando el rey birmano conquistó Arakán y obligó a
cientos de miles a huir. Muchos de los que llegaron a Bengala expulsados de sus
hogares, volvieron finalmente.
Los
ataques contra los rohinyá y
los constantes intentos de expulsarlos de Rakáin,
se han ido renovando durante varios períodos de la historia, por ejemplo: en
1942, tras la derrota japonesa de las fuerzas británicas estacionadas en
Birmania; en 1948; en 1962, tras el golpe de Estado por parte del ejército; en
1977, como resultado de la llamada “Operación Rey Dragón”, donde la junta
militar expulsó de sus hogares hacia Bangladesh a 200.000 rohinyá, y así
sucesivamente.
En
1982, el gobierno militar aprobó la Ley de Ciudadanía que despojaba a
los rohinyá de la ciudadanía,
declarándoles ilegales en su propio país. La guerra contra los rohinyá empezó de nuevo en 2012. Desde
entonces, cada uno de los episodios ha ido siguiendo una narrativa típica:
“enfrentamientos comunales” entre budistas y rohinyá, que han hecho a menudo que decenas de miles del segundo
grupo sean expulsados a la bahía de Bengala, a la selva y, quienes logran
sobrevivir, a los campos de refugiados.
En
medio del silencio internacional, sólo unas pocas respetadas figuras, como
el papa Francisco, se han manifestado en
apoyo de los rohinyá en una oración profundamente conmovedora el pasado mes de
febrero.
Los
rohinyá
son “gente buena”, dijo el Papa. “Son gente pacífica y son nuestros hermanos y
hermanas”. Su petición de justicia no fue nunca atendida.
Los
países árabes y musulmanes permanecieron silenciosos en su mayoría, a pesar de
las protestas públicas para que se
hiciera algo que pusiera fin al genocidio.
Informando
desde Sittwe, la capital de Rakáin, el veterano periodista británico Peter
Oborne describió lo que había visto en un
artículo publicado por el Daily Mail el 4 de septiembre:
Hará
justo cinco años, 50.000 habitantes de los 180.000 que se estimaba había en la
ciudad, pertenecían al grupo étnico musulmán rohinyá. Hoy quedan menos de
3.000. Y no son libres de andar por las calles. Están confinados en un gueto
diminuto rodeado de alambre de espino. Guardias armados impiden que puedan
entrar visitantes o que puedan salir ellos.
Los
gobiernos occidentales, conocedores de esa realidad a través de sus muchos
emisarios sobre el terreno, han ignorado en cualquier caso unos hechos
indiscutibles.
Cuando
las corporaciones estadounidenses, europeas y japonesas hicieron cola para
explotar los tesoros de Birmania, todo lo que necesitaron fue el gesto de aprobación del gobierno de
EEUU. La administración de Barack Obama alabó la “apertura” de Birmania incluso
antes de que las elecciones de 2015 colocaran en el poder a Aung San Suu Kyi y
su Liga Nacional por la Democracia. Tras esa fecha, Birmania se convirtió en
otra “historia de éxito” estadounidense, ajenos, por supuesto, a los hechos de
un genocidio que lleva años perpetrándose en aquel país.
Es
probable que la violencia en Birmania aumente y alcance a otros países de la
ASEAN, simplemente porque los dos principales grupos étnicos y religiosos en
esos países están dominados y casi divididos entre budistas y musulmanes.
Es
probable que el triunfante regreso de EEUU-Occidente para explotar las riquezas
birmanas y las rivalidades entre EEUU y China compliquen aún más la situación
si la ASEAN no pone fin a su desastroso silencio e inicia una
determinada estrategia para presionar a Birmania a que ponga fin a su genocidio
de los rohinyá.
Los
pueblos de todo el mundo deberían adoptar una posición. Las comunidades
religiosas deberían manifestarse. Los grupos por los derechos humanos deberían
hacer más para documentar los crímenes del gobierno birmano y responsabilizar a
quienes le están suministrando armamento.
El
respetado obispo sudafricano Desmond Tutu reprendió con firmeza a
Aung San Suu Kyi por cerrar los ojos ante el genocidio en curso.
Es
lo menos que podemos esperar del hombre que se enfrentó al Apartheid en su propio
país y escribió estas famosas palabras: “Si te mantienes neutral en situaciones de injusticia, has
elegido el lado del opresor”.
*****
El Dr. Ramzy Baroud
lleva más de veinte años escribiendo sobre Oriente Medio. Es un columnista
internacional, consultor de medios, autor de varios libros y fundador de PalestineChronicle.com. Su
último libro es “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto
Press, Londres). Su página web es: www.ramzybaroud.net
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario