“Pedagogía y fe para la Patria Grande.-
La acumulación de experiencias de la Educación Popular -desde Paulo Freire en
adelante- ha
intentado oponer a la cultura capitalista hegemónica, la cultura popular y sus formas de solidaridades ancestrales, como el
mejor camino para la educación política
de base; como una dinámica nueva que busca vincular las carencias diarias
con los proyectos utópicos. A diferencia de la política heredada de los dominadores, presente en muchos partidos
tradicionales en la actualidad, la educación popular propone re-educarnos
en los movimientos sociales de base, acumular poder popular y construir
alternativas desde abajo,
potentes al punto de mover a los de arriba también.
Sucede que el mismo cristianismo que se impuso a capa y espada, también gestó su orillo
contestatario en rechazo a la religión
opresora, reivindicando para sí un evangelio
anti-imperial y un Jesús hermano y compañero. La Semana Santa por la cual transitamos recordando muerte y
resurrección, no es otra cosa que el retorno de los vencidos a la escena
de la historia. Las formalidades de creencias o adscripciones de fe
pasan a un segundo plano. En un continente
empobrecido todo es relativo, salvo el hambre y la exclusión de los
últimos de la hilera.
Aunque parezcan ya pasadas
de moda en un siglo nuevo,
las enseñanzas de la educación popular y la teología de la liberación
latinoamericanas, se mantienen por fuerza de los tiempos que nos
tocan vivir: ni la fe en un futuro mejor, ni la organización
popular pueden quedar fuera de las batallas que damos contra el capitalismo, el
colonialismo y la sociedad patriarcal en las que habitamos. Este tiempo de reflexión para
quienes creen y quienes no, es el espacio para mediar las estrategias que se
opongan a aquello que es más fuerte aun que el sistema económico que padecemos:
el modelo cultural e ideológico que
reproduce la dominación a la que, por otro lado, nos resistimos.
José Martí diría que no hay proa que taje una nube de ideas, sin embargo hace unos cuarenta años
cuando las ideas libertarias
ocuparon los espacios políticos,
pedagógicos y religiosos, los dominadores
fueron obligados a hablar de distribución económica, de justicia social y
de reformas agrarias; hoy parece que las fuerzas sociales-populares y
las izquierdas
latinoamericanas asumieron el lenguaje del mercado, las restricciones económicas y los planes de gobernabilidad
“democrática”.
Así, como cada vez que los pueblos buscan su educación política para ser libres, los que oprimen optan por la represión y golpes militares, en este tiempo
también enfrentamos a aquellos que ajustan, reprimen y hambrean, con la
diferencia escasa de que, todo parece indicar, hemos dejado de lado la mayor
enseñanza de esta Semana Santa (en clave libertaria): la salvación no es un acto heroico de un individuo iluminado, es en
todo caso un ejercicio colectivo de amor
y entrega por el prójimo y el que sufre día a día la pobreza, el hambre y la expulsión de sus tierras
sagradas. La esperanza es un acto político que se construye
a partir de lo que tenemos”. Fuente-Oscar Soto. ALAI- 31 de marzo del 2018.
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MEDIO SIGLO DE EDUCACIÓN POPULAR.
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Raúl Zibechi.
La Jornada. Viernes 8 de junio del 2018.
Entre las
múltiples creaciones que alumbró la revolución mundial de
1968 (concepto acuñado por Immanuel Wallerstein), la educación popular es
una de las más trascendentes, ya que ha cambiado en profundidad los modos como
concebimos y practicamos el acto educativo, en particular en el seno de los
movimientos anti-sistémicos.
En 1967 Paulo
Freire publicó su primer libro, La
educación como práctica de la libertad, y en 1968 redacta el
manuscrito de Pedagogía del oprimido, que se publica
en 1970. Este libro influyó sobre
varias generaciones y llegó a vender la astronómica cifra de 750 mil ejemplares, algo extraordinario
para un texto teórico. Desde la década de los años setenta los trabajos de Freire fueron debatidos en los
movimientos, que adoptaron sus propuestas
pedagógicas como forma de profundizar el trabajo político de los militantes
con los pueblos oprimidos.
Una de las principales preocupaciones de Freire consistía en superar el
vanguardismo imperante en esos años. Defendía la idea de que para transformar la
realidad hay que trabajar con el pueblo y no para el pueblo, y que es
imposible superar la deshumanización y
la internalización de la opresión sólo con propaganda y discursos generales
y abstractos.
De ese modo sintonizaba con los principales problemas
legados por la experiencia de la Unión
Soviética, pero también abordaba
críticamente los métodos de trabajo de las guerrillas nacidas al influjo de la revolución cubana. Casi la totalidad
de la generación de militantes de las décadas de 1960 y 1970 estábamos firmemente convencidos de representar los
intereses de los sectores populares
(incluyendo pueblos originarios y descendientes de esclavos arrancados de África), pero no se nos ocurría consultarlos
acerca de sus intereses y menos aún sobre sus estrategias como pueblos.
Creo que la educación popular es una de las principales corrientes de pensamiento y
acción emancipatoria nacidas en el entorno de la revolución de 1968. Buena parte de
los movimientos tienen alguna relación con la educación popular, no sólo en sus prácticas educativas y las
pedagogías que asumen, sino sobre todo en los métodos de trabajo en el seno de
las organizaciones.
Freire se mostraba preocupado por transformar las
relaciones de poder entre los revolucionarios y entre éstos y los pueblos
(el vocablo revolución es uno de los
más usados en Pedagogía del
oprimido), probablemente porque estaba intentando superar los límites
del proceso soviético. Sus propuestas metodológicas
buscaban potenciar la autoestima de los oprimidos, jerarquizando sus saberes,
que no los consideraba inferiores a los saberes académicos. Se propuso acortar
las distancias y jerarquías entre los educadores-sujetos
y los alumnos-objetos, con métodos
de trabajo que mostraron enorme utilidad para potenciar la organización de los
sectores populares.
Gracias a las formas de trabajo de la educación popular, los oprimidos
pudieron identificar el lugar estructural de subordinación que los atenazaba,
lo que contribuyó a la creación de las más diversas organizaciones de base en
todo el continente.
En la década
neoliberal de 1990, la educación popular fue tomando
otros caminos. Un excelente trabajo de la socióloga
brasileña Maria da Gloria Gohn (goo.gl/zBZVks),
destaca que se produjo un profundo viraje que llevó a la profesionalización de los educadores
populares, se debilita la
horizontalidad y se consolidan relaciones de poder entre los que enseñan y los
que aprenden. Los educadores
populares van dejando de la lado la relación
militante con sus alumnos para vincularse con la población como grupos
de beneficiarios.
La mayoría de los educadores
populares trabajan para ONG
(antes eran militantes organizados que, por supuesto, no recibían paga) y se
difunde la idea de que los gobiernos
ya no son el enemigo sino fomentadores de iniciativas sociales para incluir a los excluidos. En
adelante, la educación popular se
dirige a individuos y ya no a sujetos colectivos, las metodologías
ocupan un lugar central desplazando los debates político-ideológicos y el concepto de ciudadano sustituye
al de clase.
Los educadores
populares tienden a convertirse en auxiliares
rentados de las políticas estatales cuando, señala Gohn, dejan de luchar por la
igualdad y el cambio social y trabajan para incluir, precaria y
marginalmente, a los excluidos. Los posgrados ocupan el lugar que antes tenían los educadores-militantes, mientras predomina un estilo que deja de lado la organización para la lucha,
para adoptar la agenda de las
financiadoras internacionales interesadas en proyectos para aprender a
insertarse en una economía desregulada
y en un mercado de trabajo sin derechos
sociales.
Es evidente que no
todos los educadores populares tomaron este camino. Aunque un sector
mayoritario se ha incorporado a los ministerios
de Desarrollo Social durante los
gobiernos progresistas, aún con
críticas e insatisfacciones, el sector
más activo y rebelde trabaja junto a los nuevos movimientos, a las fábricas recuperadas y los campesinos sin
tierra, y dedican tiempo y esfuerzos para la formación con sectores populares
rurales y urbanos.
Una porción considerable de la nueva generación de educadores populares
(sin título y sin nombre) se dedica a aprender
los saberes populares en sus territorios, no para codificarlos ni usarlos
con fines propios sino para potenciar la
organización de los de abajo. El historiador chileno Gabriel Salazar sostiene que los sectores populares se educan a sí mismos, en sus espacios y en base a sus cosmovisiones. El
objetivo de la autoeducación popular es crear poder, sostiene.
Los caminos se
bifurcaron, como suele suceder en todos los procesos emancipatorios. Lo importante es que la
educación
popular está viva, que viene mutando desde que emergen nuevos sujetos colectivos y que tiene
la capacidad de incorporar saberes de
los pueblos. Una parte de los educadores decidió que la pedagogía crítica consiste en
bajar y no subir. Fuente. La Jornada. UNAM. México.
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