“No existe en el país el sólido salvoconducto
político que todavía funciona
en muchos países del mundo. Consiste en que las fuerzas de oposición que
pueden llegar al gobierno, más allá del
radicalismo con que puedan hablar desde la oposición, están estructuradas
como soportes que alternan planteles y modalidades en el gobierno haciendo lo
único que se puede hacer, o sea
administrar el orden político neoliberal. No existe esa situación en Argentina. Todos reconocemos que la principal
fuerza de oposición es el peronismo. La palabra remite a dos cuestiones que
no son la misma aunque obviamente están enlazadas, la memoria política presente del peronismo
y la representación institucional del peronismo.
La memoria política presente se
nutre de la mística de los orígenes y a la vez se carga de nuevos contenidos,
referencias y prácticas. La
representación institucional es lo que es toda institución debe ser, la
garantía de la supervivencia de esa memoria
como una fuente de legitimidad para su propio funcionamiento. Por eso el Partido Justicialista es y será el
centro de las tensiones institucionales que el país vivirá en el próximo
período. Es interesante agregar que no estamos hablando ni sola ni
principalmente de las tensiones que trae necesariamente un período de
definiciones político-electorales
más o menos cercanas. No es solamente las candidaturas, las alianzas y
divisiones, los reagrupamientos y los cálculos; es algo más existencial y
permanente lo que se está jugando, es el lugar político en una Argentina que está entrando en una zona
de alto riesgo como comunidad política. Porque todo insinúa que no habrá
consenso con la nueva etapa del ajuste. Que habrá conflictos y movilizaciones.
El gobierno ha ido elaborando una “doctrina
de seguridad” que conlleva un grave cambio en el interior de la etapa
democrática que recuperamos en 1983. Hasta la dupla Mauricio Macri-Patricia Bullrich la represión mortal por parte de
la policía de la protesta social hacía caer a los gobiernos y sepultaba
proyectos políticos personales. Lo saben
De la Rúa y Duhalde. Y también Alfonsín
que eligió salir anticipadamente del gobierno para evitar la pérdida de vidas.
En estos meses se acentuó la violencia policial y de otras fuerzas de
seguridad. Hubo muertos como
consecuencia de este cambio. Se sobreprotegió a quienes quedaron comprometidos
con actos de violencia y represión contra cualquier impugnación política o judicial Ya se insinúa una nueva ofensiva en
la creación de un enemigo político interno. Quien lo dude, no tiene más que
leer la nota de Eduardo Van der Kooy
en Clarín del 12 de junio último.
Allí se asegura que el kirchnerismo
está detrás de la toma de colegios secundarios por la ley de despenalización
del aborto, de las huelgas sindicales, de las protestas en Barcelona contra la realización del partido
Argentina-Israel y de todos los hostigamientos que sufren los funcionarios del gobierno”.
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ARGENTINA: FONDO MONETARIO
INTERNACIONAL Y EL ORDEN POLÍTICO.
*****
Edgardo Mocca.
Página/12 domingo 17 de junio del
2018.
El Fondo manejará de acá en más la economía
argentina. ¿Para qué
hacen falta Macri y su equipo? ¿Será solamente por las razones formales que
autorizan a que este gobierno pueda llamarse “democrático”, es decir las
elecciones, el Congreso… y no mucho más? A
Macri le queda, ante todo, sostener un cierto orden político. En la
división global del trabajo, a los gobiernos de los países convertidos en campo
de experimentación de la usura internacional, son los gobiernos locales y es la
política local la encargada de custodiar ese orden. Y el custodio de ese orden
significa controlar a los sujetos individuales y colectivos que son duramente
perjudicados en sus condiciones materiales y morales de vida.
El primer nivel de ese control es la conquista y/o
defensa de un consenso político básico: nadie puede desafiar el
orden neoliberal. Es decir nadie, políticamente autorizado, tiene que proponerse cambiar al plan del
Fondo por ningún plan realmente alternativo. Están permitidos los gritos,
las quejas y las broncas contra el Fondo; no así una alternativa antagónica.
Eso debe ser conjurado. El consenso no significa que todos apoyen, o ayuden o
quieran al gobierno. Puede caber todo lo contrario, mientras lo que se
cuestione no sean los sacrosantos valores liberales, la “libertad de mercado” en el obvio primer lugar. Entonces el orden
político no es solamente el gobierno, éste es circunstancial, lo que se
necesita es un cierto ambiente en el sistema político, en el gobierno y en la
oposición en condiciones de reemplazarlo. El
ideal, que nunca puede alcanzarse en plenitud, es un orden político que
mantenga claramente separados al palacio y a la calle. Hay un activo social que
organiza a grupos que plantean demandas sectoriales que nunca se cruzan ni se
funden en una iniciativa política. Los
docentes no se preocupan cuando están en conflicto los empleados bancarios, ni éstos se solidarizan con activistas
sociales reprimidos por la policía. El
nexo más sólido entre el palacio y la calle es la encuesta.
Unas cuantas preguntas bien hechas nos transmitirá con precisión en qué
está “la calle”. Y a partir de ahí
los partidos en disputa, el gobernante y los opositores, podrán ajustar su
lenguaje a ese murmullo inorgánico y políticamente estéril que nos acercan los
sondeos de opinión, los “focus groups”
y toda la batería de productos novedosos que aportan los aparatos de psicólogos, sociólogos y muchas
profesiones afines que asesoran esta floreciente industria. Después vendrá el
momento de la publicidad. Cómo mostrar la “marca
partido” para que crezca o por lo menos deje de debilitarse.
Hasta
hace poco parecía que Argentina se
había acercado bastante a ese mundo
feliz del neoliberalismo. Estamos hablando de la etapa anterior a la noche
en que miles de personas se manifestaron en sus barriadas de la Capital y el conurbano, para después confluir una
buena parte de ellos en la plaza del
Congreso. Eran los tiempos del viaje multipartidario a Davos y de la creación de una extraña mayoría parlamentaria
conseguida con el concurso de un importante sector de la oposición. Sin embargo
esa descripción de la realidad correspondía más a la opinión publicada que a la
opinión pública. Esos eran también tiempos de movilizaciones callejeras y gremiales, de
plazas del pueblo, de intensidad política. Claro, la intensidad
política siempre es reinterpretada por el marketing en términos de “minorías intensas”, habitualmente
desconectadas de la opinión profunda de la sociedad, que es la que nos transmiten
las encuestas. La verdad es que es muy frecuente la existencia de minorías
desconectadas pero conviene contar con que las puede haber conectadas. Y en
caso en la Argentina de aquella
etapa esa conexión existía: una parte importante de los sectores que se
manifestaban en la calle tenían lazos políticos con la experiencia política
anterior al triunfo de Cambiemos. No
era cierto que era el kirchnerismo
el que estaba detrás de esas acciones, como se interpretaba y hoy nuevamente
vuelve a interpretarse en clave conspirativa. Se trataba y se trata de que
entre las personas y los sectores sociales enfrentados a Macri y su gobierno, la figura
de Cristina es ampliamente predominante. El
palacio –o buena parte de él– hicieron la vista gorda ante la extraordinaria presencia
popular en las calles. Hasta que las encuestas fueron atravesadas por la
calle.
El macrismo sigue sin poder frenar su retroceso. Y más
importante que eso, se ha detectado en las encuestas
un plebiscitario rechazo al acuerdo con el FMI.
De manera que el retroceso del gobierno no está en cualquier lugar, está en el corazón de la etapa política actual y
de la que el país va a vivir durante un período que, en condiciones normales,
no será breve. Con lo cual la política tiende hacia altos niveles de tensión.
El gobierno no va a llevar al Congreso el acuerdo con el Fondo -como hizo, por ejemplo, Cristina
con el memorándum de entendimiento con Irán
hoy burdamente instrumentalizado para la persecución política. El Congreso podría pronunciarse sobre
la cuestión, lo que permitiría conocer la opinión de cada uno de los diputados
y senadores sobre un hecho político muy gravitante y muy sensible para la
sociedad. Pero independientemente de esto, hay varios asuntos en el contenido
del acuerdo que no pueden pasar sin acuerdos en el Congreso, como el futuro del
Fondo de Garantías de Sustentabilidad
creado por ley del Congreso promulgada en diciembre de 2008, o cualquier forma
de “flexibilización” de las
condiciones de trabajo. También el presupuesto debe discutirse en el Congreso,
aunque ya sabemos el cumplimiento que de esa norma hace Macri. Seguramente, el
palacio va a vivir en una fuerte tensión en los días que vienen. Los ruidos de la calle ya han entrado
al recinto y modificando visiblemente algunas conductas. En estos meses nada
indica que esos ruidos vayan a moderarse. Porque
el orden político no es solamente el que rige entre los actores formales de
la política. El orden político
significa también un mínimo consenso social con las políticas que se ejecutan.
Ese consenso se ha roto en el país.
La CGT ha convocado un paro general para el lunes 25 de este
mes. Todas las centrales y corrientes sindicales relevantes apoyan la medida y
una parte influyente de ellas ha ido
ganando las calles aun antes de la resolución cegetista. Ya no alcanzará
con el sonsonete de las minorías intensas porque en la calle, cada vez más,
está representada una mayoría social.
No existe en el país el sólido salvoconducto
político que todavía funciona en muchos países del mundo. Consiste en que las
fuerzas de oposición que pueden llegar al gobierno, más allá del radicalismo con que puedan hablar desde la oposición,
están estructuradas como soportes que alternan planteles y modalidades en el
gobierno haciendo lo único que se puede hacer, o sea administrar el orden político neoliberal. No existe esa
situación en Argentina. Todos reconocemos que la principal fuerza de oposición es el peronismo.
La palabra remite a dos cuestiones que no son la misma aunque obviamente
están enlazadas, la memoria política
presente del peronismo y la
representación institucional del peronismo.
La memoria política presente se
nutre de la mística de los orígenes y a la vez se carga de nuevos contenidos,
referencias y prácticas. La
representación institucional es lo que es toda institución debe ser, la
garantía de la supervivencia de esa memoria
como una fuente de legitimidad para su propio funcionamiento. Por eso el Partido Justicialista es y será el
centro de las tensiones institucionales que el país vivirá en el próximo
período. Es interesante agregar que no estamos hablando ni sola ni
principalmente de las tensiones que trae necesariamente un período de
definiciones político-electorales
más o menos cercanas. No es solamente las candidaturas, las alianzas y
divisiones, los reagrupamientos y los cálculos; es algo más existencial y
permanente lo que se está jugando, es el lugar político en una Argentina que está entrando en una zona
de alto riesgo como comunidad política. Porque todo insinúa que no habrá
consenso con la nueva etapa del ajuste. Que habrá conflictos y movilizaciones.
El gobierno ha ido elaborando una “doctrina
de seguridad” que conlleva un grave cambio en el interior de la etapa
democrática que recuperamos en 1983. Hasta la dupla Mauricio Macri-Patricia Bullrich la represión mortal por parte de
la policía de la protesta social hacía caer a los gobiernos y sepultaba
proyectos políticos personales. Lo saben
De la Rúa y Duhalde. Y también Alfonsín
que eligió salir anticipadamente del gobierno para evitar la pérdida de vidas.
En estos meses se acentuó la violencia policial y de otras fuerzas de
seguridad. Hubo muertos como
consecuencia de este cambio. Se sobreprotegió a quienes quedaron comprometidos
con actos de violencia y represión contra cualquier impugnación política o judicial Ya se insinúa una nueva ofensiva en
la creación de un enemigo político interno. Quien lo dude, no tiene más que
leer la nota de Eduardo Van der Kooy
en Clarín del 12 de junio último.
Allí se asegura que el kirchnerismo está detrás de la toma de colegios
secundarios por la ley de despenalización del aborto, de las huelgas
sindicales, de las protestas en
Barcelona contra la realización del partido
Argentina-Israel y de todos los hostigamientos que sufren los funcionarios
del gobierno.
Es muy peligroso hablar ese lenguaje. En el
país sabemos por una repetida experiencia que eso nunca termina bien. Los
mismos que hablan hasta por los codos de la ética del periodismo e impugnan que
un periodista tenga opinión y militancia política están alimentando el fuego
con nafta. Acaso el agotamiento del romance de una parte de la sociedad con
Cambiemos termine
arrastrando al sector del periodismo que colaboró activamente para que el país
llegara a esta situación.
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