Como sabemos, el
materialismo histórico ha sido desacreditado como metarrelato moderno, y una de las razones aducidas fue la de haber
compartido el “mito colectivo” del
progreso. Las filosofías posmodernas
trivializaron el problema al postular un supuesto paradigma del progreso que no distingue al marxismo y al socialismo
de una amalgama de tradiciones y movimientos desde los años de la Ilustración.
No obstante, hay que reparar en que las diversas
corrientes que formaron parte de la tradición socialista desde el siglo XIX compartieron la idea del
carácter positivo e inevitable del progreso social.
Y ciertamente durante el pasado siglo XX el marxismo,
como teoría y 000000000movimiento de masas, aseguró la expansión del progresismo entre
los movimientos sociales y políticos del mundo, a partir de tres grandes realizaciones:
1) La ideología
de la II Internacional, ya mencionada, que, como impugnara Gramsci, hacía de la emancipación el
resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas y de las
contradicciones propias del capitalismo.
2) La ideología del comunismo de corte soviético y del llamado “socialismo real”, heredera de la anterior pero con su propia tensión entre un proyecto de resistencia a la modernización capitalista y un proyecto ultramoderno, de superación de esa modernidad mediante un “salto adelante” hacia el futuro de la humanidad.
2) La ideología del comunismo de corte soviético y del llamado “socialismo real”, heredera de la anterior pero con su propia tensión entre un proyecto de resistencia a la modernización capitalista y un proyecto ultramoderno, de superación de esa modernidad mediante un “salto adelante” hacia el futuro de la humanidad.
3) La ideología
del “desarrollo socialista” que involucró a las experiencias del Tercer mundo, acompañando los
movimientos de descolonización. Se
trata de un proyecto de desarrollo para la “periferia” de la economía mundial
capitalista, con énfasis en la planificación del Estado como antídoto al
subdesarrollo.
/////
¿EL “MATERIALISMO HISTÓRICO” ES UNA
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA?.
*****
Wilder Pérez Varona.
La Tizza.
Rebelión viernes 8 de junio del 2018.
Ponencia del I
Congreso Internacional Marx en el siglo XXI, Desafíos para la transformación del
mundo actual y la Revolución Bolivariana, 5 de mayo del 2018.
Marx ha sido atacado
siempre, pero no en todos los casos a raíz de su propia teoría, sino que se le
ha hecho responsable de elaboraciones que pertenecen al marxismo posterior. Una
solución socorrida ha sido distinguir a Marx
de todo marxismo.
Creo que no es posible hoy pretender una vuelta a un Marx puro, sin “ismos”, sin dar cuenta
de lo que ha sido el marxismo histórico y las experiencias socialistas de
transformación que han reclamado su inspiración. Rescatar hoy, lo valioso del
legado de Marx supone examinar y
tomar posición sobre este tema. Un legado no es algo que se recibe tal cual,
supone nuestra intervención, nuestra decisión sobre qué considerar valioso y
qué no.
Uno de los mecanismos para descalificar las ideas de Marx ha sido tildarlas de utópicas. Hoy
las utopías son imprescindibles porque el orden de dominación desafía la capacidad
de imaginar otra forma de vida y sustenta su hegemonía en ello.
Es cierto que Marx
y sobre todo Engels reivindicaron el
carácter científico de sus propuestas, como opuesto a lo utópico. En su
contexto, consideraban necesario poner el conocimiento al servicio de la
emancipación del trabajo, en lugar de abandonar la ciencia a los representantes
del orden establecido. Y por enfrentar además utopías doctrinarias, mesianismos
secularizados que anunciaban el advenimiento del cielo en la tierra, sin hacerse
cargo de las condiciones reales que pretendían superar. Como el propio Marx escribió, la ignorancia nunca ayudó a
nadie.
Paradójicamente, ya al final de su vida Marx tuvo que lidiar con que sus
propuestas fueran erigidas en nueva doctrina, que alcanzaría más tarde
proporciones inconmensurables.
No se trata de culpar o exculpar a Marx, sino de analizar su propia
evolución y valorar en qué medida logró o no desprenderse de esquemas
precedentes y contemporáneos, hasta qué punto su crítica y su compromiso con
los explotados y oprimidos le permitió formular problemas y crear conceptos que
puedan y deban ser hoy dignos de recuperar.
Voy a esbozar entonces un problema que, como enuncia
el título, resulta bien espinoso, toda vez que las revoluciones poseen una
vocación finalista, teleologicista, inevitable. Pero al fin y al cabo, vengo de una Revolución que, como dijo el
Che, fue realizada contra las oligarquías dominantes y contra
los dogmas revolucionarios.
I
Lo que se ha conocido como materialismo histórico o concepción materialista de la historia ha
sido retrotraído a la redacción de La
Ideología alemana por Marx y Engels (1845–6). Comoquiera que esta
obra solo fue íntegramente publicada en 1932,
fueron el Manifiesto comunista y sobre todo el prólogo
a la Contribución a la crítica
de la economía política de 1859 los textos que la socialdemocracia
de los años 80 y 90 canonizara para
postular y divulgar entre los partidos de masas la nueva concepción del mundo.
Este último texto en particular devino, pese a las advertencias de Engels, no en hilo conductor de la investigación histórica sobre las condiciones concretas de existencia de las formaciones sociales, sino en modelo o esquema prefabricado para reducir el conjunto de aquellas a su determinación económica. El materialismo histórico recibió de este modo su obra canónica. Los debates teóricos en torno al materialismo histórico y al valor práctico de sus conclusiones tomaron cuerpo desde entonces en estrategias y tácticas asumidas por los movimientos revolucionarios adscritos a esta concepción.
De manera general, el materialismo histórico, de la mano de los ideólogos de la II Internacional, fue el modo en que se
codificó y divulgó una teoría abstracta
del movimiento histórico sustentada en la existencia de leyes de la historia,
de un modelo universal de evolución y
transición. Es decir, se presentó como “el
marxismo” una concepción fatalista de
la historia que sometía el devenir de las sociedades a una necesidad
externa, abstracta y casi mística.
Esta ortodoxia
marxista, institucionalizada luego por los partidos y estados comunistas, pretendió
garantizar la correspondencia entre dos
cosas diferentes: la “concepción del
mundo” del movimiento socialista que reivindicaba la obra de Marx, sostenida sobre la
idea de la misión histórica de la clase
obrera; y la doctrina o sistema
atribuido a Marx, basada en el
determinismo económico.
Como sabemos, el
materialismo histórico ha sido desacreditado como metarrelato moderno, y una de las razones aducidas fue la de haber
compartido el “mito colectivo” del
progreso. Las filosofías posmodernas
trivializaron el problema al postular un supuesto paradigma del progreso que no distingue al marxismo y al socialismo
de una amalgama de tradiciones y movimientos desde los años de la Ilustración.
No obstante, hay que reparar en que las diversas
corrientes que formaron parte de la tradición socialista desde el siglo XIX compartieron la idea del
carácter positivo e inevitable del progreso social.
Y ciertamente durante el pasado siglo XX el marxismo,
como teoría y 000000000movimiento de masas, aseguró la expansión del progresismo entre
los movimientos sociales y políticos del mundo, a partir de tres grandes realizaciones:
1) La ideología
de la II Internacional, ya mencionada, que, como impugnara Gramsci, hacía de la emancipación el
resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas y de las
contradicciones propias del capitalismo.
2) La ideología del comunismo de corte soviético y del llamado “socialismo real”, heredera de la anterior pero con su propia tensión entre un proyecto de resistencia a la modernización capitalista y un proyecto ultramoderno, de superación de esa modernidad mediante un “salto adelante” hacia el futuro de la humanidad.
2) La ideología del comunismo de corte soviético y del llamado “socialismo real”, heredera de la anterior pero con su propia tensión entre un proyecto de resistencia a la modernización capitalista y un proyecto ultramoderno, de superación de esa modernidad mediante un “salto adelante” hacia el futuro de la humanidad.
3) La ideología
del “desarrollo socialista” que involucró a las experiencias del Tercer mundo, acompañando los
movimientos de descolonización. Se
trata de un proyecto de desarrollo para la “periferia” de la economía mundial
capitalista, con énfasis en la planificación del Estado como antídoto al
subdesarrollo.
Existe aún otro elemento, implícito en lo anterior,
que concierne a la representación marxista
de la historia como progreso, y que se refiere al carácter unitario, integrador, de la historia.
Esta unicidad de la historia se ha captado según una
lógica de sucesión que distingue determinadas “etapas” de la evolución.
Generalmente, la historia ha sido
pensada como un proceso, ciertamente accidentado, pero que conduce a un estadio social superior justo porque en
él son resueltas las contradicciones y desigualdades anteriores. Y este proceso
ha sido fundamentado sobre tres ideas:
el carácter lineal e irreversible del tiempo
histórico; el desarrollo entendido como
un perfeccionamiento técnico y moral; y
la existencia de una capacidad
incrementada de transformación, que compete tanto al dominio y transformación
de la naturaleza, como a la capacidad de autotransformación del hombre como
ente colectivo (sustento para la autonomía de los sujetos).
II
Ahora bien, ¿hay en Marx realmente una filosofía de la historia? ¿De qué filosofía se
trata? O bien, ¿en qué medida Marx forma parte de la tradición evolucionista y
progresista del siglo XIX? Antes de ocuparme brevemente de estas interrogantes,
unos apuntes sobre lo que puede ser llamado filosofía en Marx.
Marx revolucionó la
práctica de la filosofía al conferir a su actividad teórica crítica otro
lugar, problemas y objetivos. Su obra conforma una totalidad abierta, sujeta a
diversas y siempre nuevas interpretaciones: desde este punto de vista, resulta
arbitraria la distinción entre obras filosóficas, históricas y económicas. Los
postulados y conclusiones presentes en su obra sufren cambios, alteraciones,
renovaciones, a partir de los grandes acontecimientos que procuró comprender y
que sometieron a duras pruebas su teoría. Su pensamiento no puede ser estudiado
como si se tratara de un sistema: hay que volver a trazar su evolución, con sus
crisis y refundaciones.
Marx se nos presenta como un historicista. Por tomar dos ejemplos de alcance indudable, su crítica de la ideología y del fetichismo mercantil se sustenta en el reconocimiento de la historicidad de las relaciones sociales. Tanto la conciencia teórica autonomizada como la representación espontánea inducida por las relaciones mercantiles asumen la forma de una “naturalización” ficticia que niega el tiempo histórico, su dependencia de condiciones históricas concretas y por ende transitorias. En este sentido, la crítica de Marx remite a una oposición entre el punto de vista metafísico y una perspectiva radicalmente historicista.
Marx se nos presenta como un historicista. Por tomar dos ejemplos de alcance indudable, su crítica de la ideología y del fetichismo mercantil se sustenta en el reconocimiento de la historicidad de las relaciones sociales. Tanto la conciencia teórica autonomizada como la representación espontánea inducida por las relaciones mercantiles asumen la forma de una “naturalización” ficticia que niega el tiempo histórico, su dependencia de condiciones históricas concretas y por ende transitorias. En este sentido, la crítica de Marx remite a una oposición entre el punto de vista metafísico y una perspectiva radicalmente historicista.
Sin embargo, la historia en Marx posee también otro sentido. Las condiciones propias del
capitalismo (la contradicción entre centralización de los medios de producción
y la socialización creciente del trabajo) contienen en sí la necesidad del
comunismo. Claro que Marx no
identifica directamente el progreso a la modernidad, ni al liberalismo o al
capitalismo. No hallamos en Marx la
idea positivista de un esquema continuo y ascendente (digamos al estilo de Comte, que entendía el progreso como “desarrollo del orden”).
La dialéctica
de Marx muestra, al respecto, la siguiente ambivalencia: el
capitalismo es progresista en tanto hace inevitable el comunismo, y este último
en tanto resuelve las contradicciones del capitalismo. En lugar de un esquema
lineal hallamos en Marx una
representación de contradicciones irresolubles, de crisis y del papel de la
violencia, que acaban por conferir sentido a un modo de producción y ponerlo al
servicio de aquello que se le opone.
Los teóricos del siglo XIX buscaron leyes del cambio histórico, a fin de situar la sociedad moderna entre un pasado separado por las revoluciones y un futuro presentido por los conflictos de entonces. Esta búsqueda desembocó en esquemas evolucionistas, un campo que no era unívoco, pues en él se enfrentaron las tendencias hacia la conservación del orden establecido con aquellas que se oponían al mismo.
Los teóricos del siglo XIX buscaron leyes del cambio histórico, a fin de situar la sociedad moderna entre un pasado separado por las revoluciones y un futuro presentido por los conflictos de entonces. Esta búsqueda desembocó en esquemas evolucionistas, un campo que no era unívoco, pues en él se enfrentaron las tendencias hacia la conservación del orden establecido con aquellas que se oponían al mismo.
Marx, al abordar la
historia de las “formaciones sociales”
como determinadas por su modo de producción, elabora una línea de evolución
progresiva de los modos de producción. Este esquema distingue a las sociedades
según un criterio intrínseco, el de la socialización; es decir, según la
capacidad de los individuos para controlar colectivamente sus condiciones de
existencia. Este criterio permite evaluar los avances y retrocesos, tanto entre
sociedades como en el curso de la historia de una sociedad.
Esta idea de evolución progresiva es en Marx inseparable de la posibilidad de que sean inteligibles las formaciones sociales, con sus tendencias y coyunturas. Es el análisis de los modos de producción lo que permite conocer y dar sentido a la sucesión de las formaciones sociales concretas.
De este modo, el célebre prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política presenta un esquema de causalidad histórica. Se trata de un programa de investigación y explicación, de un proyecto con vistas a una aplicación concreta. Compuesto por pares categoriales (fuerzas productivas y relaciones de producción, vida material y conciencia de sí) e incluso metafóricos (base y superestructura), este esquema, tan influyente y a la vez debatido en los campos de la ciencia y la política, se halla preso de una tensión entre una visión totalizadora de la historia (hecha de fases de evolución y sucesivas revoluciones) y su postulado sobre las contradicciones de la vida material como motor efectivo del cambio.
Esta idea de evolución progresiva es en Marx inseparable de la posibilidad de que sean inteligibles las formaciones sociales, con sus tendencias y coyunturas. Es el análisis de los modos de producción lo que permite conocer y dar sentido a la sucesión de las formaciones sociales concretas.
De este modo, el célebre prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política presenta un esquema de causalidad histórica. Se trata de un programa de investigación y explicación, de un proyecto con vistas a una aplicación concreta. Compuesto por pares categoriales (fuerzas productivas y relaciones de producción, vida material y conciencia de sí) e incluso metafóricos (base y superestructura), este esquema, tan influyente y a la vez debatido en los campos de la ciencia y la política, se halla preso de una tensión entre una visión totalizadora de la historia (hecha de fases de evolución y sucesivas revoluciones) y su postulado sobre las contradicciones de la vida material como motor efectivo del cambio.
Ahora bien, para discutir la filosofía de la historia en Marx no podemos quedarnos al nivel de
los enunciados generales, sino que hay que pasar a los análisis concretos en
que explicita los conceptos que propone. La puesta en práctica de su esquema
general, en El Capital,
permite introducir matices en la representación de Marx sobre el desarrollo de las relaciones sociales.
Distingamos para ello tres niveles de análisis, que irán en un grado de generalidad decreciente. Para tener una medida de evaluación, examinaremos esos niveles con relación al papel que desempeña en ellos la lucha de clases.
Distingamos para ello tres niveles de análisis, que irán en un grado de generalidad decreciente. Para tener una medida de evaluación, examinaremos esos niveles con relación al papel que desempeña en ellos la lucha de clases.
1) Existe un
primer nivel, el más finalista y determinista, que representa la
línea de sucesión de los modos de producción (del asiático al comunista). Se
trata de un esquema global de la historia sustentado en la productividad del
trabajo. Hay que decir que esta secuencia no excluye el estancamiento y ni
siquiera el retroceso.
En este nivel, a cada modo de producción corresponden
ciertas formas de propiedad, cierto tipo de desarrollo de las fuerzas
productivas y de relación entre el Estado
y la economía y, por lo tanto, cierta forma de la lucha de clases. Solo que
esta aparece como resultado del conjunto, no como principio explicativo del
desarrollo.
2) Hay un
segundo nivel, que es el de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de
producción, en la forma que asume bajo el capitalismo. No se trata aquí de
la manida oposición del carácter dinámico de las fuerzas productivas a la
fijeza de la forma de propiedad burguesa.
Más bien, Marx analiza en él la contradicción entre dos
tendencias: entre la socialización de la producción
(concentración, racionalización, expansión mercantil, universalización de la tecnología)
y la fragmentación de la fuerza de
trabajo, la explotación e incertidumbre para la clase obrera, en su condición de
desposeída de los medios de producción.
Solo la lucha de clases puede resolver esta contradicción
intrínseca del capitalismo. La “expropiación de los expropiadores”
y reapropiación de las fuerzas sociales absorbidas en el movimiento
esquizofrénico de valorización del capital constituye la solución necesaria de
aquella contradicción, irresoluble en los marcos del capitalismo.
3) Finalmente,
existe un tercer nivel, que es de la transformación del mismo modo de
producción, del proceso de la acumulación capitalista. Los análisis sobre la
producción de plusvalor absoluto y
relativo, la lucha por la jornada laboral o las etapas de la revolución
industrial muestran el modo en que evoluciona la relación entre capitalistas y
trabajadores.
De esta manera,
la lucha de clases aparece como un proceso que se constituye desde ambos
lados: los obreros, al reaccionar
ante la explotación, obligan a los capitalistas a renovar sus métodos de
dirección y producción de plusvalor,
a través de los cuales presionan sobre el “trabajo
necesario” y el grado de autonomía de los obreros. En este sentido, la
lucha de clases misma deviene un factor de la acumulación: por ejemplo, el
logro de la limitación de la jornada laboral influye sobre los métodos de
organización “científica” del
trabajo y sobre las innovaciones tecnológicas.
A este nivel, la lucha de clases aparece además a través de la intervención mediadora del Estado entre capital y trabajo, ante el agravamiento del antagonismo de clases, como muestra la introducción de “regulaciones sociales” del trabajo.
IIIA este nivel, la lucha de clases aparece además a través de la intervención mediadora del Estado entre capital y trabajo, ante el agravamiento del antagonismo de clases, como muestra la introducción de “regulaciones sociales” del trabajo.
De este contraste entre el esquema general y los
análisis de El Capital podemos
extraer algunas conclusiones.
Para Marx
la historia adquiere sentido y puede ser explicada solo si se combinan varios
niveles de análisis, desde la línea de evolución de toda la sociedad hasta el
antagonismo cotidiano en el proceso de trabajo.
El examen de la evolución del pensamiento de Marx muestra que su originalidad consiste en recurrir cada vez menos a modelos de explicaciones preexistentes y hacia un tipo de racionalidad sin precedentes. Su referente fundamental es la misma lucha de clases, en el cambio incesante de sus condiciones y formas.
El examen de la evolución del pensamiento de Marx muestra que su originalidad consiste en recurrir cada vez menos a modelos de explicaciones preexistentes y hacia un tipo de racionalidad sin precedentes. Su referente fundamental es la misma lucha de clases, en el cambio incesante de sus condiciones y formas.
La concepción de la historia en Marx se desarrolla, precisamente, como sustentada en la
intervención determinante de la lucha de clases en el decurso mismo de la
historia. Dicho de otro modo, la impronta de la lucha de clases en la historia
no puede ser sujetada a esquemas o momentos dialécticos preexistentes: esta
lucha constituye en sí misma desarrollos que propician secuencias abiertas,
procesos no programados, irreductibles a una lógica externa y anterior.
Desde muy temprano, Marx había proclamado que la tarea de superar el horizonte
capitalista no era puramente teórica, sino que pertenecía al dominio de la
práctica histórica real. Ya la célebre
frase con que inicia el Manifiesto (“La historia de todas las sociedades
anteriores a la nuestra es la historia de luchas de clases”), invierte la
lógica de la “explotación del hombre por el hombre” al rechazar todo
principio de evolución que no sea el de las fuerzas que crean los movimientos
de masas al entrar en conflicto con sus condiciones de existencia.
Las
revoluciones, como auténticos acontecimientos, surgen siempre a
destiempo. Como tal, no hallan nunca una teoría ya preparada para
interpretarlas y servirles de orientación. Si transforman los contornos de lo
que se creía posible (como decía Fernando
Martínez), es porque ponen en entredicho las representaciones sobre la
necesidad del cambio, y, en el límite, la certeza del avance. Por tanto, deben
ser juzgadas a partir de las propias transformaciones que realizan sobre sus
condiciones de partida, considerando su propia lógica resultante.
Marx fue un
pensador de las contradicciones, de los antagonismos. Hacerse cargo
del efecto que ello produjo sobre su propia teoría es una condición necesaria
para apropiarnos de su legado, de cara a las condiciones actuales. Con las
posibilidades impensables que forzaron, los límites que hallaron en su curso y
las deformaciones que padecieron, las revoluciones que su obra inspirara han sido, con todo, su
mejor atalaya para valorarlo.
Wilder Pérez Varona, Instituto de Filosofía de Cuba.
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