Y sin una intervención en el mecanismo de mercado es imposible reducir
las desigualdades, especialmente en un mercado real que nada tiene que ver con el modelo
teórico de competencia perfecta donde millones de individuos y empresas
interaccionan entre sí. Los recursos con
los que cada persona participa en el mercado son desiguales (y reflejan
muchas veces toda una historia familiar), la
mayoría de mercados son oligopólicos (pocas empresas tienen un control del
mismo), las externalidades y costes sociales aparecen por doquier, la
información es imperfecta, el comportamiento de individuos y empresas no sigue
las pautas de racionalidad neoclásica, etc. De hecho, estos mismos reguladores
que claman por la “libertad de mercado”
no dudan en proponer intervenciones masivas cuando las “víctimas” del juego son los grupos de poder. En esos casos, alegan
que se hace para el interés general. Así ha tenido lugar el salvamento del sector financiero, no sólo con
inyecciones directas de dinero público en los bancos, sino también con una
política monetaria heterodoxa que les ha permitido obtener una liquidez casi
infinita (aunque posiblemente ahora esta política monetaria drene su
rentabilidad; como ocurre con muchos tratamientos médicos, todo remedio tiene
sus contraindicaciones)".
"Y es que sin alterar el funcionamiento el “mercado real” (más precisamente el funcionamiento del capitalismo) es imposible
reducir significativamente la pobreza. De hecho, hay tres grandes vías para hacerlo: alterando la distribución
primaria, con mecanismos redistributivos, y con cambios en la distribución de
los recursos. En el primer campo
se encuentran las reglas que cambien la
distribución entre salarios y beneficios,
como cambios en la fijación de los
salarios. En el segundo, un nuevo modelo impositivo que aumente la presión fiscal a las rentas altas y
redistribuya en dinero o en especie a las bajas (los estudios de F. Palma muestran cómo en los últimos
años el 10% más rico ha visto reducida
drásticamente su aportación fiscal y el 10% más pobre las rentas que recibe
vía estatal). El tercero, más
radical, supone una redistribución de los activos (el reparto de tierras es un
ejemplo) o de los derechos de la
propiedad. En los tres espacios hay
posibilidades de acción muy diversas. Pero todas ellas reciben de inmediato la
crítica de las acciones reguladoras y, lógicamente, una feroz resistencia de
los afectados por cualquier cambio en el statu quo. Afectados que cuentan con
muchos más recursos culturales, económicos y mediáticos para hacer aparecer sus
intereses como una cosa natural".
/////
La Juventud marginada, olvidada por los Gobiernos neoliberales, más atención prestan a las corporaciones transnacionales, que a los intereses nacionales de las grandes mayorías sociales, sectores donde se profundiza y amplia la Desigualdad Económico-Social con características salvajes e inhumanas.
***
LOS AMIGOS DE LAS DESIGUALDADES. CUADERNO DE
POSTCRISIS: 18.
*****
Albert Recio Andreu.
Mientras tanto.
Rebelión jueves 6 de junio del 2019.
I
El debate sobre las desigualdades se ha
reanimado en los últimos años. Más o menos, mucha gente intuía que
la pobreza y las desigualdades estaban creciendo, pero durante largo tiempo la
cuestión había sido ignorada por las elites intelectuales. Pero, tanto las valiosas aportaciones de científicos como Richard
Wilkinson y Kate Pickett, Branko Milanovic, Thomas Piketty, James K. Galbraith
o Felipe Palma ―por destacar autores punteros―, como la creciente evidencia
estadística, han obligado a reconocer la gravedad de la cuestión. Incluso
instituciones tan conservadoras como la OCDE
o el Banco Mundial han realizado estudios que toman cuenta de la situación
y abogan por hacerle frente.
Sin embargo, reconocer un problema no es lo mismo que tratar de
resolverlo. Es, en todo caso, sólo un primer paso, pues cuando un
problema no se ve resulta claro que va quedar marginado (por eso el lobby
petrolero ha tratado de forma deliberada de evitar que se reconozca el
calentamiento global). Pero una vez
reconocido, hace falta adoptar un plan de acción para hacerle frente. Todo
plan de acción requiere un buen diagnóstico de las causas que provocan el
problema y el diseño de un plan de medidas para hacerle frente. Ello no es
siempre posible, como bien sabemos para el tratamiento de muchas enfermedades.
Es más fácil detectarlas, acotar su diagnóstico, que explicar cómo se producen
y encontrar un tratamiento eficaz. A menudo hace falta mucha investigación
hasta llegar a entender los procesos y encontrar las respuestas adecuadas. Se requieren
recursos humanos y materiales, se requiere partir de un enfoque teórico
adecuado.
Y sabemos que el desarrollo científico y tecnológico está cuajado de
sesgos, caminos equivocados. Unas veces porque las teorías
disponibles no son adecuadas. Otras porque faltan los recursos, o porque las
interferencias políticas o burocráticas bloquean el trabajo. El trabajo científico no es una actividad
de individuos libres en busca de la verdad (aunque bastante de ello hay en
la mejor ciencia). Es una actividad que
se desarrolla en instituciones que tienen sus propias tradiciones, sus
jerarquías, sus fuentes de financiación, su organización, y esas instituciones
a veces interfieren y otras veces favorecen la obtención de unos determinados
resultados. Y la conversión de conocimiento en respuesta práctica depende
de otro complejo sistema de instituciones y personas que decidirán apoyar uno u
otro desarrollo en función de sus propias lógicas, intereses, ideologías. En el caso de las empresas, el criterio de
rentabilidad es crucial. En el caso de instituciones públicas, influyen
otras cuestiones. Pero, en todo caso, el resultado final dependerá de esta
conjunción entre producción científica, intereses públicos y privados,
instituciones. Tomarlo en consideración nos ayuda a entender por qué se habla
tanto de desigualdad
y se hace tan poco para combatirla.
"El niño-joven" más rico del mundo. Herencia de sus padres, que acumularon la riqueza en las ultimas décadas, mediante el saqueo de los recursos naturales, la diferentes formas hoy de explotación de la mano de obra, así como la expropiación - pública, atada. marrada - con los grupos de pode interno - de nuestros Conocimientos Ancestrales. La Desigualdad más brutal, comenzando desde la Niñez y la Juventud hoy mundializada.
***
II
En la cuestión de la desigualdad, todos
los elementos se conjugan en contra de la adopción de medidas serias y
eficaces. A ello contribuye tanto el enfoque teórico dominante
en economía como la cultura imperante en las instituciones de reguladoras, así
como el poder de los grupos dominantes.
La teoría económica neoclásica es ―a pesar de su
formalización y sofisticación― más una legitimación abstracta de la bondad del
capitalismo que un verdadero conocimiento científico (lo que no quiere decir que todo lo que hacen los economistas teóricos
tenga sentido). No es casualidad que las principales aportaciones teóricas
sobre las desigualdades
estén desarrolladas por autores que se sitúan en la frontera de la tradición neoclásica o directamente fuera de la
misma (o simplemente no son economistas,
como el caso de Wilkinson y Pickett). El modelo del equilibrio general que
sirve de coartada para negar toda intervención pública que altere el mercado se
sustenta en unos supuestos que en muchos casos niegan la realidad, que
difuminan las desigualdades
estructurales. Por ejemplo, el modelo más habitual parte de una
sociedad formada por individuos con recursos parecidos entre sí que simplemente
entran en el intercambio para mejorar su utilidad. También se tiende a minusvalorar los efectos negativos del modelo
(hay variantes del modelo general que muestran que el funcionamiento del
mercado genera un crecimiento sostenido
de las desigualdades, pero se trata de un desarrollo casi siempre
olvidado). Así, por ejemplo, el concepto de productividad, un concepto esencial
a la hora de justificar las desigualdades de ingresos entre individuos, ha sido
objeto de numerosas críticas sustanciales, (por economistas tan diversos como Joan Robinson, Piero Sraffa o José Manuel
Naredo) sin que ello haya impactado en absoluto en el discurso económico
dominante.
Si la base teórica ya es de por sí inadecuada, esta
situación se amplifica cuando se analiza el papel de los organismos reguladores
de la economía. En especial los bancos
centrales (Banco Central Europeo, Banco de España), cuyo papel siempre ha
sido importante, y ha aumentado en el período neoliberal. La mayoría de estas
instituciones están copadas por los economistas
más conservadores y ortodoxos (hace tiempo que corre el convencimiento de
que el único lugar donde un heterodoxo tiene cabida es en la Organización Internacional del Trabajo,
que a la postre es una institución con casi ningún poder real en la economía
cotidiana). Y sus recomendaciones tienen siempre el mismo sentido: cualquier
intervención en el mecanismo de mercado genera distorsiones y efectos
perversos.
Y sin una intervención en el mecanismo de mercado es imposible reducir
las desigualdades, especialmente en un mercado real que nada tiene que
ver con el modelo teórico de competencia perfecta donde millones de individuos
y empresas interaccionan entre sí. Los
recursos con los que cada persona participa en el mercado son desiguales (y
reflejan muchas veces toda una historia familiar), la mayoría de mercados son oligopólicos (pocas empresas tienen un
control del mismo), las externalidades y costes sociales aparecen por doquier,
la información es imperfecta, el comportamiento de individuos y empresas no
sigue las pautas de racionalidad neoclásica, etc. De hecho, estos mismos
reguladores que claman por la “libertad
de mercado” no dudan en proponer intervenciones masivas cuando las “víctimas” del juego son los grupos de
poder. En esos casos, alegan que se hace para el interés general. Así ha tenido
lugar el salvamento del sector
financiero, no sólo con inyecciones directas de dinero público en los
bancos, sino también con una política monetaria heterodoxa que les ha permitido
obtener una liquidez casi infinita (aunque posiblemente ahora esta política
monetaria drene su rentabilidad; como ocurre con muchos tratamientos médicos,
todo remedio tiene sus contraindicaciones).
Y es que sin alterar el funcionamiento el “mercado real” (más precisamente el funcionamiento del capitalismo) es imposible
reducir significativamente la pobreza. De hecho, hay tres grandes vías para hacerlo: alterando la distribución
primaria, con mecanismos redistributivos, y con cambios en la distribución de
los recursos. En el primer campo
se encuentran las reglas que cambien la
distribución entre salarios y beneficios,
como cambios en la fijación de los
salarios. En el segundo, un nuevo modelo impositivo que aumente la presión fiscal a las rentas altas y
redistribuya en dinero o en especie a las bajas (los estudios de F. Palma muestran cómo en los últimos
años el 10% más rico ha visto reducida
drásticamente su aportación fiscal y el 10% más pobre las rentas que recibe
vía estatal). El tercero, más
radical, supone una redistribución de los activos (el reparto de tierras es un
ejemplo) o de los derechos de la
propiedad. En los tres espacios hay
posibilidades de acción muy diversas. Pero todas ellas reciben de inmediato la
crítica de las acciones reguladoras y, lógicamente, una feroz resistencia de
los afectados por cualquier cambio en el statu quo. Afectados que cuentan con
muchos más recursos culturales, económicos y mediáticos para hacer aparecer sus
intereses como una cosa natural.
El Poder de Poderes - oscuro, invisible, poderoso - de los hombres y Mujeres más ricos del Mundo, hoy presentes con todo su Poder en el "famoso" Club Bilderberg. Ahí esta el Poder de los "dueños del mundo" y de quienes "Gobiernan a partir del Foro Económico Mundial" F.E.M. y las Políticas de Davos, lugar donde anualmente se reúnen para "trazar" las políticas del año y deben ser impuestas a nivel global. La Desigualdad Económico-Social, es una de sus herencias salvajes e inhumanas que dejan hoy cuando su propia "globalización de las élites" entra en su crisis final.
***
III
Esta última semana abundan los ejemplos de lo que
trato de contar. Una vez más, el Banco
de España ha vuelto a la carga. Nunca defrauda, es un actor institucional
perfectamente previsible. Y lo ha hecho con tres cuestiones sensibles: el
ahorro, las pensiones y el salario mínimo.
Los dos primeros están relacionados. El ahorro individual tiene como objetivo contar con una reserva financiera para hacer frente
a situaciones imprevistas o caídas de ingresos futuros. La vejez es la situación más cierta en la que puede esperarse una
reducción de ingresos y un posible aumento de gastos. Lo primero que ha planteado el Banco de España es que la gente
ahorra poco y se está endeudando. Lo
segundo, que el sistema público de
pensiones es insostenible y hay que revisarlo, aumentando la edad de
jubilación, rebajando prestaciones y complementándolo con fondos de pensiones. Lo tercero es que una forma de mejorar las rentas de la vejez es
mediante una hipoteca inversa (aún hay mucha gente propietaria de vivienda),
por la cual el banco paga una renta a cambio de controlar la vivienda. El informe del Banco no cuestiona el
actual nivel de salarios que determina la verdadera posibilidad de ahorro de
cada cual, ni explica que la única vía de hacer compatible consumismo y bajos
salarios es con endeudamiento privado (aunque al final el excesivo
endeudamiento genera crisis).
Ni tiene en
cuenta que alargar la edad de jubilación es otra vía de aumento de las desigualdades, puesto
que hay enormes diferencias en las condiciones de salud y los requerimientos
físicos de cada tipo de empleo (sin contar las políticas de ajuste de
plantillas que aplican las empresas). Ni
se toma en cuenta la rentabilidad real de los fondos de pensiones. Más
bien, lo que se pretende es imponer otro modelo de protección social con mayor
peso de fondos privados (e hipotecas inversas) que garantizan nuevas vías de
beneficios al sistema financiero, que en el caso de las hipotecas inversas
acaban en una cierta incautación por los bancos (pues los cálculos financieros
que determinan cuotas casi siempre están sesgados) y que sin duda aumentarán
las desigualdades. La distribución actual de la renta y el cambio demográfico exigen
transformaciones. Pero no la nueva vía a la desigualdad que se propone.
Una vía que, además, hace culpables a la
gente de bajos ingresos de una situación que ellos no han generado.
En lo del salario mínimo aún han estado más brillantes. Cuando el Gobierno anunció la subida a 900 euros el Banco predijo la destrucción de medio millón de
empleos. Algo que no justificaba la evidencia empírica de otros países y territorios. Como no ha
ocurrido, ahora argumentan que se requiere más tiempo para ver el efecto.
Seguramente esperarán a que haya una nueva recesión, que caiga el empleo y que
con una hábil modelización puedan colar su “verdad”.
El aumento del salario mínimo es una modesta medida de reducción de desigualdades, que
tiende a aumentar el “suelo salarial”.
La pertinaz oposición a esta medida ejemplifica el odio de las élites técnicas
a la lucha por la igualdad.
Para remachar la jugada, la Ministra de Economía, Nadia Calviño (formada en el contexto intelectual de los organismos reguladores), ya
ha anunciado que de contrarreforma
laboral nada, aun cuando hay evidencia de que el intento de dinamitar la
negociación colectiva ha sido un elemento crucial en el crecimiento de las desigualdades salariales.
Y hay evidencia de que los países con más peso sindical y negociación colectiva
más inclusiva son los que mantienen
niveles menores de desigualdad.
La desigualdad de ingresos no es sólo una injusticia, sino la fuente de muchos
problemas sociales. No es una cuestión natural, sino el resultado del
complejo funcionamiento de las sociedades capitalistas reales (con la
interacción permanente de empresas privadas e instituciones públicas, con los
mecanismos de dominación imperial que marcan las reglas de juego entre países).
Pero es no sólo una realidad impuesta
desde arriba, sino que es a menudo aceptada y legitimada por importantes sectores de
población socializados en la cultura de
la desigualdad.
Por eso, tomarse en serio la lucha por la igualdad exige intervenir en muchos campos. En el de las reformas de las normas de distribución de la renta,
de fijación de impuestos y políticas públicas. Pero también en la
elaboración científica, en la reforma de las instituciones reguladoras, en la
construcción de un discurso social que rompa con la hegemonía neoliberal. Como siempre, la
lucha por la dignidad humana se juega en muchos campos. Y los enemigos de la
igualdad están atrincherados en muchas posiciones.
*****
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