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La democracia participativa, directa, democracia de ciudadanos, hoy
exige, no sólo rendición de cuentas, accountability, - responsabilidad social de los
líderes, los representantes, ante los organismos constitucionales, sino también
y en lo central ante los gobernados - lucha
contra la cultura del secreto, sino que avanza más allá a construir caminos
directos de comunicación, participación activa y decisiones oportunas, viables,
seguras y que representen alta confiabilidad – es necesario y urgente recuperar la confianza – para generar
procesos de forjar legitimidad de las
instituciones fundamentales de la Democracia. Por eso hoy la colectividad,
la ciudadanía, exige, más que un resultado en particular, pareciera que lo que
la sociedad viene reclamando son procedimientos seguros
y confiables e identificaciones transparentes entre electores y elegidos. Los líderes emergentes han satisfecho este reclamo, respondiendo
al fracaso de las instituciones heredadas. En conclusión, mientras no se
constate que ellos no pueden remplazarlas por algo mucho mejor, y no surjan
alternativas que a sus ventajas comparativas les agreguen rasgos democráticos
que a ellos les faltan, encarnarán el cambio necesario y la democracia posible.
Motivo suficiente para que el juicio respecto de la consolidación sea más
equilibrado y para discriminar de este
asunto el atinente a la profundización de la democracia
¿Cuáles son las limitaciones que enfrentan los nuevos líderes para
hacer de esta democracia,
que más mal que bien se consolida, una
democracia deseable? Ellos han tendido a avanzar por el peligroso camino de
aprovechar las ventajas que supone la disolución de las formas políticas
tradicionales, y al mismo tiempo impedir
el pleno desarrollo de una política de ciudadanos. Aunque es difícil
predecir las consecuencias de su recorrido, la pretensión de ejercer un poder
sin límites,
la búsqueda de referentes sustantivos de
legitimidad para un discurso cada vez más monopolizado de lo político (la
alusión al destino, la "voluntad del pueblo", el "mandato de
Dios", etc.) y la desertificación
de una esfera pública donde se debatan derechos, aparecen como síntomas alarmantes
de la "vocación soberana" que
los embarga. Esto bien puede llevarlos a deteriorar las instituciones. Pero también a su autodestrucción:
buscando preservar su rol como única alternativa frente al caos, podrían
terminar minando la confianza que una vez inspiraran a la sociedad y la eficacia
de las reformas urgentes de introducirlas al sistema democrático representativo.
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La lucha social y política por recuperar la democracia, es un proceso que nos involucra a todos los ciudadanos, porque hoy ha sido secuestrada por los poderes facticos locales y transnacionales. Generar confianza en la ciudadanía es el primer desafío para democratizar las instituciones de la Democracia. Hay que democratizar la Democracia.
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DEMOCRATIZAR ES
DESMERCANTILIZAR.
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Emir Sader.
Página /12 miércoles 13 de noviembre
del 2013.
La fragilidad de las democracias liberales quedó confirmada conforme
pudieron convivir con el neoliberalismo y, más que eso, ser funcionales a ese
modelo de exclusión social. La brutal penetración del dinero en todos los poros
de la sociedad llegó de lleno a la política, con el financiamiento de campañas
electorales, con los lobbies en los parlamentos, todo absorbido por las
democracias liberales, revelando su inmensa elasticidad. Así como, a la vez,
convivieron y lo siguen haciendo con modelos económicos neoliberales, de
concentración de renta, exclusión social, expropiación de derechos
fundamentales, aumento exponencial de la pobreza y la miseria.
Lo
destacaba bien Marx, al decir que cuando las constituciones liberales enuncian
que “todos son iguales frente a la ley”, ahí empieza la desigualdad. Pero
mientras sea desigualdad económica, social, cultural, el liberalismo las
soporta, con tal de que sus cánones para calificar a un país como democrático
sigan vigentes: separación de los poderes, elecciones periódicas, multiplicidad
de partidos, prensa libre (“libre” quiere decir “privada” en el vocabulario
liberal).
La
era neoliberal representa el máximo de realización del capitalismo en su afán
de transformar todo en mercancía, en mercantilizar todo. Libre de las trabas de
las reglamentaciones estatales, el capital fluye sin limitaciones, realizando
la utopía de que sea un mundo en que todo se compra, todo se vende, todo tiene
precio.
En
nuestros países, esos procesos han trasformado profundamente a nuestras
sociedades, destruyendo la escasa red de protección de nuestros Estados,
transfiriendo hacia el mercado lo que eran derechos: a la educación, a la
salud, a la cultura, al transporte, a la vivienda.
Gobiernos
posneoliberales tratan de revertir ese brutal proceso de mercantilización,
reponiendo en la esfera pública lo que fue llevado a la esfera mercantil.
Frenando los procesos de privatización, revirtiendo en algunos casos empresas
privatizadas a la esfera estatal. Pero, en lo fundamental, reconociendo y
ampliando derechos de la gran mayoría de la población, víctima de la
expropiación de derechos de parte del neoliberalismo.
La
polarización fundamental en la era neoliberal se da entre la esfera mercantil y
la esfera pública. Aquella, la esfera del mercado, del consumidor, de la
selección social por medio del dinero. La esfera pública, a su vez, es la
esfera de los derechos, de los ciudadanos, de la inclusión social.
El
Estado es un espacio de lucha hegemónica entre la esfera pública y la esfera
mercantil, pudiendo ser tanto un Estado financierizado, cuanto un Estado
refundado alrededor de la esfera pública. En el Estado, decía Pierre Bourdieu,
siempre hay una mano derecha y una mano izquierda.
El
neoliberalismo destroza al Estado e intenta imponernos la opción entre estatal
y privado. Es decir, entre un Estado desarticulado por ellos o el mercado, que
es lo se esconde detrás de lo que ellos llaman espacio privado.
Mientras
que la disyuntiva es distinta: donde el neoliberalismo habla de esfera privada,
lo que hay es la esfera mercantil. Y la esfera contrapuesta no es la esfera
estatal, sino la esfera pública. La polarización que articula el campo teórico
en la era neoliberal es la que se da entre esfera pública y esfera mercantil.
Democratizar
nuestras sociedades es desmercantilizarlas, es transferir de la esfera
mercantil hacia la esfera pública, la educación, la salud, la cultura, el
trasporte, la habitación, es rescatar como derechos lo que el neoliberalismo
impuso como mercancía.
Esa es la mayor batalla de la era neoliberal: la afirmación hegemónica
de la esfera pública en contra de la esfera mercantil. Una sociedad justa es
una sociedad centrada en la esfera pública, en la universalización de los derechos, en los
ciudadanos, como sujetos de derecho; objetivos de los gobiernos pos-neoliberales.
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