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Cuando el
sincretismo gregoriano llegó a los pueblos celtas, el día de todos los santos dio un
salto en el calendario hasta Samhain. En
998 San Odilio, obispo de Cluny, fijó el 1 de noviembre como una fecha de
oración por todos los muertos. El día anterior era víspera de todos los santos,
All Hallows Eve,
expresión que fue degenerando en Halloween. El sincretismo hizo que arraigaran las
creencias cristianas, adheridas a las costumbres paganas. Pero la propia fuerza que imprime la Iglesia a las tradiciones hizo
que éstas no terminasen de morir, y la unión inextricable de ritos cristianos y paganos nos
acompaña hasta la fecha.
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HALLOWEEN: DEL SINCRETISMO A
LA GLOBALIZACION.
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José
Carlos Rodríguez.
CHIC.
Historia del presente. Sábado 2 de noviembre del 2013.
Otorgar alma a la
naturaleza es,
si se piensa sobre ello, de lo más razonable. Nosotros tenemos algo que nos
mueve, y los cambios en la naturaleza, interpretados como acciones, tienen que
responder a algún espíritu que los anima. Las estaciones del año, con su
influencia en los cambios en la naturaleza y su explotación por el hombre, con
su cadencia regular, no pueden ser una excepción. Por eso diversos pueblos las
han reconocido, incluso venerado, o temido.
Los celtas de Europa y las islas británicas celebraban un
festival tras el período de la cosecha, antes de los fríos del invierno. Era el
festival de Salann, o
Samhain, o "final del verano", celebrado en los
últimos días de octubre o primeros de noviembre. Entonces se extinguían todos
los fuegos y los druidas, la clase sacerdotal celta, prendían un nuevo fuego,
símbolo del año que iba a comenzar, y se distribuía casa por casa. El Samhain
era el momento de pagar todas las deudas, pero también el de acudir a las
suertes de adivinación, así como de recibir a los espíritus (sidhe). El
fastidio de que el año comenzase con el mal fario de los sidhe se combatía
aplacando los espíritus a base de hacerles ofrendas: vacas y caballos que se
mataban y quemaban. Así, los frutos de la naturaleza, prestados al pueblo,
volvían a ella en forma de cenizas. Y en ellas podían ver los druidas las
señales sobre quién viviría y quién moriría, quién prosperaría y quién no. Eran
historias cargadas de simbolismo, que corrían de pueblo en pueblo, y que son el
antecedente de la costumbre de leer cuentos de fantasmas en Halloween.
Esta ancestral costumbre se habría disuelto con las oleadas
de la historia si los celtas no se hubieran aferrado a ella como a su propia vida,
de hecho veían ambas como indisolublemente unidas. De modo que cuando el cristianismo llegó a
aquellos confines, en lugar de borrarla del mapa humano, adaptó a la costumbre
pagana sus propias creencias.
La Iglesia siempre ha venerado a sus mártires, y el riego de
sangre cristiana bajo la égida de Roma, y especialmente tras Diocleciano, llevó
a la institución a elegir un día para la conmemoración de todos los mártires,
conocidos y desconocidos. La
Iglesia comenzó a celebrar a todos los santos en 609, aunque
ocho años antes Gregorio I, que por varios motivos ha merecido el apelativo de el Grande, observó que
era más prudente adaptar las creencias verdaderas a las costumbres locales.
Cualquier día del calendario es adecuado, y Bonifacio IV fijó para el día de
todos los mártires el 13 de mayo. En esa fecha concluía la Lemuralia, un evento
en el que se realizaban exorcismos y se expulsaba de las casas a los malos
espíritus.
Cuando el sincretismo gregoriano llegó a los pueblos celtas,
el día de todos los santos dio un salto en el calendario hasta Samhain. En 998
San Odilio, obispo de Cluny, fijó el 1 de noviembre como una fecha de oración
por todos los muertos. El día anterior era víspera de todos los santos, All Hallows Eve,
expresión que fue degenerando en Halloween.
El sincretismo
hizo que arraigaran las creencias cristianas, adheridas a las costumbres
paganas. Pero la propia fuerza que imprime la Iglesia a las tradiciones hizo
que éstas no terminasen de morir, y la unión inextricable de ritos cristianos y
paganos nos acompaña hasta la fecha.
Por si hubiera en esta historia poco sincretismo, se une
también la figura de Guy
Fawkes, un católico romano que planeó prender fuego al
Parlamento inglés, con Jaime I dentro. Aquello fue el 5 de noviembre de 1606.
Cuatro siglos después su figura inspiró V
de vendetta
y al oscuro colectivo anarquista bajo el contradictorio nombre
de Anonymous.
Se celebraba el aniversario de su fallido golpe de Estado incendiario con
efigies de paja, que simbolizaban habitualmente el Papa, y con fuegos de
artificio. El recuerdo de "el último hombre que entró en el Parlamento con
buenas intenciones" se perdió con los primeros colonos en América, pero
revivió con sucesivas oleadas de irlandeses y escoceses. Éstos llevaron también
consigo la unión de catolicismo y paganismo celta que cristaliza en Halloween.
Y aún hay otra costumbre que se adhiere a las anteriores, en
la misma fecha, y que es la de los más pobres de ir casa por casa el día de
todos los santos, o en Thanksgiving (día de acción de
gracias, que se celebra el último jueves de noviembre), en el caso de los
Estados Unidos, a pedir limosna. Es el origen más reciente del trick or treat, susto u ofrenda,
que tiene su origen mediato en los intentos de los celtas de apaciguar a los
espíritus.
A finales del XIX, toda referencia a los espíritus y las
brujas se había perdido casi por completo, al menos en la Gran Bretaña
victoriana. Y la fiesta se quedó en un motivo para reunir a la familia, que
daría especial
protagonismo a los niños. Pero su hora no llegará hasta la
Primera Guerra Mundial, cuando los padres vayan a la guerra, las reuniones
familiares no sean tan nutridas y los niños ganen aún más protagonismo, en una
fiesta que, a ellos, no se les quiere negar. Los niños sacaron la celebración
de casa, y la llevaron a todo el vecindario, una costumbre que se asienta en
los años 30, a tiempo para que la naciente industria del cine la cristalice.
El disfraz, la mención a los espíritus malignos, la juventud
corriendo por las venas y los niños y jóvenes corriendo por las calles
convirtieron la broma u ofrenda al vandalismo y la afrenta. El New York Times llevaba
el 1 de noviembre de 1939 una historia bajo el siguiente titular: "1.000
ventanas rotas en Queens en Halloween". Cuando pasaron de romperse
ventanas a quebrarse vidas, muchos se plantearon si esta fiesta no había ido
demasiado lejos. En Anoka,
Minnesota, se evitaron males mayores convirtiendo la fiesta en
un alarde (parade)
municipal. Esta iniciativa, que tuvo lugar hace 93 años, convirtió a la ciudad,
a falta e otras virtudes, en "la capital mundial de Halloween". El
resto del país comenzó a seguir su ejemplo.
La II Guerra Mundial no dejaba mucho lugar a fiestas como
esta, pero a partir de los años 50 la prosperidad empezó a transformarse en un baby boom, una
generación que más o menos desde mediados de los años 2000 se está jubilando,
pero que hizo suya la fiesta de Halloween. En los años 70, y especialmente en
los 80, la arcana costumbre de los druidas de prender un nuevo fuego para
repartirlo por las casas fue reinterpretado por jóvenes con zippo y bidones de
gasolina como una oportunidad para reírse tontamente mientras se ve cómo arde
la casa de un vecino. A aquello se le llamó "la noche del diablo". Veneno
y cuchillas en las manzanas, chucherías con condimentos extraños y perniciosos…
el vandalismo no abandonaba la fiesta, y el pánico recorría los Estados Unidos.
Un año y otro se repetían las mismas historias de niños muertos por el veneno.
Generalmente proporcionado por miembros de su propia familia.
El cine no quiso dejar pasar la creencia, o la constatación,
de que la muerte
rondaba en Halloween. Con alguna excepción desde los 30 a los
60, la década de los 70, junto con el recrudecimiento del vandalismo en torno a
Halloween, la industria del cine atemorizó a los espectadores, o les hizo reír
con alusiones estereotipadas a la iconografía de la fiesta. En este mundo
globalizado ha caído sobre nosotros la bárbara costumbre de Halloween, dicho sea con todos los
respetos hacia los druidas celtas.
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