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En los últimos años han aparecido una
serie de experiencias en el subcontinente que
apuntaron a poner en cuestión, en mayor o menor medida, las grandes líneas de
las reformas neoliberales, y en algunos
casos, como los de Venezuela y Bolivia, se han animado a retomar el ideal socialista (o más
genéricamente anticapitalista, cuando lo enuncian como “buen vivir”). Es cierto que no siempre
termina de quedar claro cuánto hay de construcción de poder popular, con un horizonte de modificación de las relaciones
de producción y de construcción de un
nuevo tipo de democracia, y cuánto de recomposición del capitalismo en clave neo-desarrollista,
con políticas calificadas de “heterodoxas”,
asentadas en una amplia intervención estatal. Pero eso es parte de la disputa
en curso en el presente y para el futuro cercano.
La prioridad absoluta otorgada a la
opresión económica, junto a la ejercida por un estado al que se veía sólo como brazo represivo al servicio directo de
la explotación, obliteraba la visión sobre otras formas de sojuzgamiento, y
por tanto, la posibilidad de articular una verdadera acción contra-hegemónica. Las reivindicaciones étnicas, de género o
ambientales, corrían el riesgo de aparecer como ‘desviando’ a las fuerzas contrarias al orden existente de sus
objetivos principales, en vez de ser aceptadas
y promovidas como vehículo para, en términos
de Gramsci, ‘comprender y sentir’ la
sociedad en términos más complejos (y completos), de modo de superar esquemas preconcebidos puestos
en entredicho por los procesos en curso.
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América latina, un continente en ebullición social y política. El continente de mayor y más extensa desigualdad económico-social. El Continente de la población más joven del planeta. Es el continente que hoy centraliza el "Consenso de los Commodities" y concatena los Conflictos Sociales más diversos en defensa y protección de sus recursos naturales, la biodiversidad y los Conocimientos Ancestrales.
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AMÉRICA LATINA. CRISIS Y HEGEMONÍA EN TIEMPOS
RECIENTES.
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Daniel
Campione (especial para ARGENPRESS.info).
Domingo
17 de noviembre del 2013.
Siempre
es oportuna la reflexión sobre Gramsci,
un hombre de la militancia y el pensamiento que, desde la cárcel fascista y
casi al mismo tiempo en que el pensamiento codificado y esquemático de la era
de Stalin se consolidaba, produjo una visión compleja y creativa dentro de la
tradición marxista, que nos interpela hasta el día de hoy. El itinerario de
nuestros países en los tiempos recientes constituye un acicate para intentar
hacerlo.
La
América Latina en lo que va del siglo XXI inspira lecturas de raíz gramsciana, a partir del devenir de una
crisis multidimensional y de larga duración, uno de cuyos resultados fue la
activa puesta en cuestión del modelo neoliberal, tanto desde el llano como por
parte de algunos gobiernos, con el planteo de un grado de confrontación con el
capital concentrado y excluyente, resuelto a imponer la hegemonía indisputada
del enfoque neoliberal de resolución de las crisis.
En los
últimos años han aparecido una serie de experiencias en el subcontinente que
apuntaron a poner en cuestión, en mayor o menor medida, las grandes líneas de
las reformas neoliberales, y en algunos casos, como los de Venezuela y Bolivia,
se han animado a retomar el ideal
socialista (o más genéricamente anticapitalista, cuando lo enuncian como
“buen vivir”). Es cierto que no siempre termina de quedar claro cuánto hay de
construcción de poder popular, con un horizonte de modificación de las
relaciones de producción y de construcción de un nuevo tipo de democracia, y
cuánto de recomposición del capitalismo en clave neo-desarrollista, con
políticas calificadas de “heterodoxas”, asentadas en una amplia intervención
estatal. Pero eso es parte de la disputa en curso en el presente y para el
futuro cercano.
Quizás
sea oportuno revisar muy brevemente de dónde venimos. Los movimientos
revolucionarios latinoamericanos se han caracterizado en su mayoría, al menos
hasta la década de los ’70, por una concepción del tipo ‘guerra de movimientos’
y una visión unilateral, limitada, de la dominación de clase, que tendía a
minimizar los aspectos que suelen subsumirse bajo el término gramsciano
‘hegemonía’.
La
prioridad absoluta otorgada a la opresión económica, junto a la ejercida por un
estado al que se veía sólo como brazo represivo al servicio directo de la
explotación, obliteraba la visión sobre otras formas de sojuzgamiento, y por
tanto, la posibilidad de articular una verdadera acción contra-hegemónica. Las
reivindicaciones étnicas, de género o ambientales, corrían el riesgo de
aparecer como ‘desviando’ a las fuerzas contrarias al orden existente de sus
objetivos principales, en vez de ser aceptadas y promovidas como vehículo para,
en términos de Gramsci, ‘comprender y sentir’ la sociedad en términos más
complejos (y completos), de modo de superar esquemas preconcebidos puestos en
entredicho por los procesos en curso.
En el
fondo, se alentaba una concepción de élite revolucionaria, de ‘vanguardismo’
atravesado por esos ‘hermanos enemigos’ que son el voluntarismo y el
economicismo, y que pueden tener como punto de llegada de sus acciones el
disciplinamiento y manipulación de las masas movilizadas.
La
derrota experimentada en carne propia, en algunos casos; la visión de los
contrastes ajenos en otros, el cambio del ‘clima de época’ más en general,
hicieron que aquella visión de la transformación social quedara seriamente
dañada en sus posibilidades de generar movimientos políticos eficaces. Se abría
un abismo para las izquierdas, y muchos se replegaron hacia posiciones en las
que la “economía de mercado” (denominación complaciente para el capitalismo) y
la democracia representativa realmente existente, se convertían en el horizonte
infranqueable para cualquier proyecto de transformación, en lo que ya no debía
ser cuestionado, so pena de desatar tempestades inmanejables.
Un problema para la reconstrucción de una praxis efectivamente de izquierda, radicaba a nuestro juicio en la necesidad de incorporar a la misma los cambios estructurales producidos en las últimas décadas, y pasar por el tamiz crítico (y no por el rechazo unilateral) las aportaciones de quienes en los ochenta decidieron apostarlo todo a la llamada “transición democrática”, a menudo con argumentaciones de raíz gramsciana. Se presenta hoy como necesario recrear un enfoque latinoamericano que no le tema en exceso a los términos “revolución” y “socialismo”, y que sea articulador de las realidades sociales y culturales afines pero diversas de nuestros países.
Un problema para la reconstrucción de una praxis efectivamente de izquierda, radicaba a nuestro juicio en la necesidad de incorporar a la misma los cambios estructurales producidos en las últimas décadas, y pasar por el tamiz crítico (y no por el rechazo unilateral) las aportaciones de quienes en los ochenta decidieron apostarlo todo a la llamada “transición democrática”, a menudo con argumentaciones de raíz gramsciana. Se presenta hoy como necesario recrear un enfoque latinoamericano que no le tema en exceso a los términos “revolución” y “socialismo”, y que sea articulador de las realidades sociales y culturales afines pero diversas de nuestros países.
Estamos
además, y desde hace tiempo, ante la necesidad de un replanteo de la mirada
hacia las clases subalternas, indispensable si queremos tomar el hilo del
desafío acerca de qué tipo de coalición social puede sustentar un proyecto
contra-hegemónico. Hay elementos para pensar que se avanza en una redefinición
de la identidad de los trabajadores (que comprende a desocupados de larga
permanencia, informales, precarios, cuentapropistas, nuevas actividades
surgidas en el campo de los servicios), que se cruza con los conflictos que no
se desenvuelven en el terreno de las relaciones capital-trabajo, y se encarna
en nuevos métodos de lucha, los que en ocasiones suplen importantes
dificultades para sostener la huelga y otras medidas de fuerza tradicionales,
en otras se combinan con ellas, y a menudo siguen vindicando la condición
trabajadora original, aunque el empleo sea precario o falte desde hace tiempo.
Los
actuales pensadores al servicio de la dominación les suelen dejar con gusto a
las organizaciones populares el terreno de la ‘pequeña política’ que sólo
disputa sobre cuestiones ‘parciales y cotidianas’, para mejor encubrir la
renuncia a la ‘gran política’, la que atañe a un poder que se abandona con
exclusividad a las clases dominantes. Las organizaciones populares deben
enfrentarse a fuertes presiones hacia su ‘domesticación’, a encuadrarse en los
límites de una ‘gobernabilidad’, entendida en términos prácticos como que los
dominados ejerzan su libertad de organización y movilización, pero
absteniéndose de todo lo que pueda perturbar seriamente las relaciones de poder
existentes.
Articulación
de tradiciones diferentes, construcción de un discurso alternativo creíble y
eficaz, fortalecimiento organizativo, son requerimientos muy actuales. Pero
también lo son la superación de las trabas que hoy se oponen, en la mentalidad
colectiva, a la militancia activa por la transformación. En primer lugar, la
ideología de la competencia interindividual como modo de moverse en la vida y
el trabajo, con el acceso a un consumo mayor y más variado como objetivo
central, sin atender a ningún objetivo ni acción colectiva relevante. Y luego,
la idea de que la militancia social y política de contenido contestatario tiene
altos costos, que no se ven compensados por sus logros frente a un sistema
dispuesto a todo para el castigo a sus adversarios, cuando no a su supresión.
Hoy estamos ante una situación en que a veces no se trata tanto de convencer de
la justicia de las luchas, sino de su viabilidad y utilidad, de la posibilidad
de que pueden ser conducidas de un modo que incremente la capacidad de acción autónoma desde ‘abajo’ y no la acumulación de
poder y privilegios por “arriba”.
Cabe, creemos, continuar pensando en
transformaciones revolucionarias, entendiéndolas como un proceso,
y no como un ‘acontecimiento’ único al que se adjudica por sí solo la apertura
de una nueva era; y de una manera en que su componente de ‘iniciativa popular’,
de autogobierno y autoorganización de las masas, de generación y difusión de
una ‘visión del mundo’ antagónica a la predominante, ocupe un lugar tanto o más
importante que la conquista del aparato del estado.
Al
plantear la necesidad de encarar la especificidad de la problemática
ético-política sin abandonar la ‘estructural’, al desarrollar el concepto de
hegemonía en un sentido complejo y multidimensional, Gramsci señalaba el camino
para un enfoque que no se inclinara a descubrir una única clave de la sociedad
existente para impugnar a ésta desde allí, sino a visualizar una crítica
global, que no dejara de estar edificada sobre la problemática de la lucha de
clases, de modo de eludir a la vez la tentación de subsumir ese conflicto en el
plano de las relaciones de propiedad y del manejo del aparato coercitivo
estatal. Por añadidura, hay una afinidad entre la época del Gramsci de los
Cuadernos y la actual: la sociedad capitalista atraviesa una crisis de enormes
proporciones, pero ésta no aparece como terminal, y todo indica que una
‘sobrevida duradera’ aguarda al capitalismo.
Se
requiere entonces la aptitud para captar, comprender e impugnar el conjunto de
agravios que comete a diario el orden social capitalista. Y la de encontrar un
modo de ampliar y enriquecer el vasto campo que pueden formar los explotados,
los marginados, y los que sin ser una cosa ni la otra tomen la decisión ética y
política de no seguir asistiendo pasivos al reinado de la injusticia.
En lo que va del siglo XXI, las múltiples expresiones de descontento movilizado, que ha derivado a menudo en abierta rebelión, muestran un cuadro social y cultural ciertamente variopinto, que reduce a la irrelevancia las pretensiones de que un sector se erija en ‘comando único’, y expresa la voluntad cada vez más firme de cuestionar las diferentes aristas de un orden cada día más injusto.
En lo que va del siglo XXI, las múltiples expresiones de descontento movilizado, que ha derivado a menudo en abierta rebelión, muestran un cuadro social y cultural ciertamente variopinto, que reduce a la irrelevancia las pretensiones de que un sector se erija en ‘comando único’, y expresa la voluntad cada vez más firme de cuestionar las diferentes aristas de un orden cada día más injusto.
Ni la
identidad ni el ideal emancipatorio están hoy dados, sino que deben construirse
en un proceso que articule experiencia y conciencia, el lugar propio con el del
conjunto social.
Las
profecías sobre el ocaso definitivo de cualquier forma de "política de
calles" empezaron a verse rotundamente desmentidas en los últimos años por
los alzamientos populares que dieron por tierra con varios presidentes
latinoamericanos. Se instauró una suerte de "revocatoria" de hecho de
mandatos amparados por la legalidad electoral, pero totalmente distanciados de
las necesidades y aspiraciones de la mayoría de la población. Esas conmociones
contribuyeron a abrir paso a fuerzas políticas sin experiencia anterior de
gobierno y a dirigentes no encuadrados en las conducciones políticas
tradicionales. Y en ese tránsito países como Venezuela, Bolivia y Ecuador han
experimentado la conformación de un nuevo “poder constituyente” que trastocó,
al menos en parte, el ordenamiento parlamentario tradicional, y en algún caso
conmovió las bases mismas de legitimación del estado nacional, al trocarlo en
“plurinacional”.
Está por
verse si esos cambios desembocarán en dirección a una recomposición
"transformista" de la dominación social, cultural y política, o
abrirán el camino a mutaciones de carácter estructural, que incluyan una
reformulación de las limitadas democracias realmente existentes en nuestros países.
De todas formas, el sólo hecho de colocar nociones como el “socialismo del
siglo XXI” en el debate público, indica que lo que parecía el pétreo dominio de
las concepciones preconizadas por el capital más concentrado, ha quedado
seriamente agrietado. Las contradicciones son muchas, y amplias las vías por
las que pueden transitar desvíos y retrocesos. Pero cabe la apuesta a construir
un proyecto transformador que pueda tener en América Latina un punto importante
de irradiación hacia el resto del mundo.
Las
clases subalternas latinoamericanas son, desde siempre, ejemplo de diversidad y
mezcla, de un arco iris que nunca lograron agrisar las lluvias de plomo
arrojadas una y otra vez sobre sus hombres y mujeres por los dueños del poder.
Difícil pensar hoy un suelo más adecuado para que, en el mediano plazo,
fructifique un nuevo proyecto capaz de atacar por múltiples caminos el
predominio de la mercantilización y el egoísmo universales, y que pueda
antagonizar a la gigantesca máquina de producir, en simultáneo, un puñado de
millonarios y un elevado número de hambrientos. En la América Latina de hoy
sabemos que las derrotas del pasado y el inexcusable repaso de los errores
cometidos, no
tienen por qué ser equivalente a la renuncia a la lucha contra la desigualdad y
la injusticia.
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*) Texto leído por el autor en la Mesa Redonda
“Crisis y hegemonía en tiempos de Gramsci y en los nuestros” en la Biblioteca
Nacional el 12/11/2013.
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