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Según investigaciones recientes aproximadamente un 50 % de matrimonios en
el mundo se disuelven.
Podemos tomar el dato con pinzas (como todo dato en el campo de la
investigación social), pero no cabe ninguna duda que hay una tendencia fuerte que no puede desconocerse. Esta tendencia
-ahí está lo importante a considerar- nos habla de algo: el matrimonio es una institución en crisis. En todo caso, la modernidad de nuestros días posibilita
poner sobre la mesa sin tanto problema cuestiones que recorren la historia,
anteriormente no dichas, hoy ya más visibilizadas.
Si se echa una mirada histórica a esa tendencia se
descubre que la misma, en estas últimas décadas, ha presentado como diferencia
básica el hecho de mostrarse en forma pública sin mayores problemas; pero ha estado presente en las sociedades
desde tiempos inmemoriales. En cualquier
cultura, y en toda época, el matrimonio, en tanto institución, ha
evidenciado signos de, por lo menos, debilidad. Quizá ahora, sin que el mundo
sea un paraíso precisamente, pero con una mayor permisibilidad para ciertos
temas, se puede hablar con más libertad
sobre esta tendencia (por eso, seguramente, esa mayor de presencia de travestis en las calles guatemaltecas.
Y de moteles…, que se llenan de
"transgresores"). Cada día más, por otro lado, legislaciones de
distintos países aceptan el divorcio como un mecanismo social legítimo. La crisis, parece que llegó para quedarse; ahora ya es tema obligado de
conversación. Es
un hecho político, sin más. Por supuesto que es un tema controversial y se puede
estar furiosamente en contra de esa dinámica, pero la realidad es dura y
obstinada, y aunque desde posiciones ideológicas conservadoras se levante un determinado discurso, la
realidad puede ir por otro lado (así suelen ser las cosas, por lo demás). Para muestra (una entre tantas, las hay
por miles), el discurso moralista de la
Iglesia católica: se fustiga la homosexualidad
por pecaminosa, pero una parte nada desdeñable de sus pastores tienen
juicios por pederastía.
¿Eso es lo "sano" y "normal", el doble discurso, la
hipocresía, la mentira institucionalizada? Evidentemente la psicología de la buena voluntad y la
apelación a valores de "buenos" y "malos" (los
"malos", por supuesto, siempre son los otros) no alcanzan para entender el fenómeno en
cuestión, mucho menos para plantearle alternativas.
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El matrimonio religioso, católico, podrá mantenerse en el tiempo, no como consecuencia de la Modernidad, quizás por los cambios sociales, que genera el camino de la "revolución sexual" de los 80' del siglo XX - consecuencias que recién las estamos viendo - y en el siglo XXI, el nuevo milenio, una sociedad sin valores en general. El matrimonio seguirá "viviendo" como institución?.
***
¿CUÁNTO TIEMPO LE QUEDA AL MATRIMONIO COMO
INSTITUCIÓN?
Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Martes 11 de noviembre del
2014.
Amigos con derechos, amigovios,
parejas abiertas, matrimonios homosexuales…, a lo que podría agregarse, quizá
con otro estatuto sociológico pero igualmente "inquietante" para una
visión tradicional: sexo cibernético, relaciones en el espacio virtual,
¿muñecas y/o muñecos inflables de silicón?, etc., etc. Todo esto es nuevo, y
aún sigue produciendo mucho escozor a las visiones conservadoras. Pero ahí
están, tocando la puerta de nuestras atribuladas sociedades.
"Adán y Eva y ¡no Adán y
Esteban!", vociferaba un predicador evangélico, Biblia en mano. De todos
modos el campo de la sexualidad y las relaciones afectivas en su sentido amplio
siguen siendo -no hay otra alternativa parece- el doloroso talón de Aquiles de
lo humano. ¿Por qué, indefectiblemente, en toda cultura y todo momento
histórico, se ocultan las "zonas pudendas"? Pero, ¿por qué son
pudendas?, justamente. ¿Por qué toda la construcción en torno a esto es tan
pero tan problemática? El psicoanálisis nos da la pista (no queremos saber nada
de la incompletud, de la falta, por eso tapamos los órganos que nos
¿avergüenzan?, porque descubren que estamos en una carencia original: no
podemos ser al mismo tiempo todo, machos y hembras), aunque se prefiera una
psicología de la felicidad que nos otorgue manuales y fórmulas de autoayuda
para ¿triunfar en la vida? y asegurar el "amor eterno" (que, en
realidad, no dura mucho). Resaltar la incompletud no es muy grato que digamos;
mantener la ilusión de la completud obviando el conflicto a la base, es mucho
más gratificante. Las religiones, en general, no dicen algo muy distinto a esta
psicología de la buena voluntad. Por eso todavía siguen ocupando un importante
lugar en la dinámica humana. Y la gente, aunque luego se separe, sigue
cumpliendo con el rito del matrimonio, en una amplia mayoría de casos, en una
iglesia, colocándose un anillo y jurándose fidelidad.
Si bien la "infidelidad" -mejor llamada, con más propiedad científica, relación extramatrimonial- es una práctica tan vieja como el mundo (de ahí el décimo mandamiento de la tradición cristiana, que indica "no codiciar la mujer ajena" -machismo mediante, por supuesto: las mujeres no tienen dueño-, el matrimonio monogámico y heterosexual, al menos en Occidente, se sigue levantando como un paradigma y sinónimo de normalidad. A lo que podría sumarse, como obligado complemento, aquello de "haz lo que yo digo y no lo que yo hago". El matrimonio tiene mucho que ver con todo esto: hay transgresiones por todos lados, hace agua, pesa. A veces agobia. En otros términos: es como cualquier institución. No es una determinante natural; no tiene que ver con ningún instinto biológico. Es un código, una construcción histórica.
Sin dudas, una construcción socio-cultural más: ni tan "normal" ni tan "sana" en sí misma. Construcción, posicionamiento, no más que eso al fin de cuentas, pues en la historia y en diversas modalidades civilizatorias puede encontrarse la monogamia tanto como la poligamia. Y justamente por el machismo patriarcal que mencionábamos, muy raramente la poliandria. Si mantenemos la neutralidad científica y no consideramos el mundo sólo desde lo visceral, lo ideológico cerrado, rápidamente tenemos que agregar que ninguna construcción es más "normal" ni "sana" que otra.
Si bien la "infidelidad" -mejor llamada, con más propiedad científica, relación extramatrimonial- es una práctica tan vieja como el mundo (de ahí el décimo mandamiento de la tradición cristiana, que indica "no codiciar la mujer ajena" -machismo mediante, por supuesto: las mujeres no tienen dueño-, el matrimonio monogámico y heterosexual, al menos en Occidente, se sigue levantando como un paradigma y sinónimo de normalidad. A lo que podría sumarse, como obligado complemento, aquello de "haz lo que yo digo y no lo que yo hago". El matrimonio tiene mucho que ver con todo esto: hay transgresiones por todos lados, hace agua, pesa. A veces agobia. En otros términos: es como cualquier institución. No es una determinante natural; no tiene que ver con ningún instinto biológico. Es un código, una construcción histórica.
Sin dudas, una construcción socio-cultural más: ni tan "normal" ni tan "sana" en sí misma. Construcción, posicionamiento, no más que eso al fin de cuentas, pues en la historia y en diversas modalidades civilizatorias puede encontrarse la monogamia tanto como la poligamia. Y justamente por el machismo patriarcal que mencionábamos, muy raramente la poliandria. Si mantenemos la neutralidad científica y no consideramos el mundo sólo desde lo visceral, lo ideológico cerrado, rápidamente tenemos que agregar que ninguna construcción es más "normal" ni "sana" que otra.
Como un dato con algo de
"perturbador" (al menos para la conciencia tradicionalista y
reaccionaria) que no puede dejarse pasar inadvertido, valga considerar este
ejemplo: en la ciudad de Guatemala, Centroamérica (capital de un país
conservador desde el punto de vista ético, declaradamente cristiano -pero con
un porcentaje de abortos de los más altos de Latinoamérica, por supuesto
clandestinos-), en la última década la cantidad de travestis que ofrecen sus servicios
en las calles aumentó en un 1.000%. ¿Cómo leer el fenómeno? ¿Se vuelve más
"degenerada" la sociedad, o se permite externar más algo que estaba
latente desde siempre? Considérese que quienes demandan el servicio son siempre
varones (¿heterosexuales y monogámicos?). Si subió tanto la oferta, es porque
hay demanda, nos podrían decir los mercadólogos. Esto de ser ¡puro macho!
habría que empezar a ponerlo en cuestión. Lo cual ayudaría a repensar
críticamente -para buscarle alternativas, claro está- la institución
matrimonial.
Según investigaciones recientes
aproximadamente un 50 % de matrimonios en el mundo se disuelven. Podemos tomar
el dato con pinzas (como todo dato en el campo de la investigación social),
pero no cabe ninguna duda que hay una tendencia fuerte que no puede
desconocerse. Esta tendencia -ahí está lo importante a considerar- nos habla de
algo: el matrimonio es una institución en crisis. En todo caso, la modernidad
de nuestros días posibilita poner sobre la mesa sin tanto problema cuestiones
que recorren la historia, anteriormente no dichas, hoy ya más visibilizadas.
Si se echa una mirada histórica a
esa tendencia se descubre que la misma, en estas últimas décadas, ha presentado
como diferencia básica el hecho de mostrarse en forma pública sin mayores
problemas; pero ha estado presente en las sociedades desde tiempos
inmemoriales. En cualquier cultura, y en toda época, el matrimonio, en tanto
institución, ha evidenciado signos de, por lo menos, debilidad. Quizá ahora,
sin que el mundo sea un paraíso precisamente, pero con una mayor permisibilidad
para ciertos temas, se puede hablar con más libertad sobre esta tendencia (por
eso, seguramente, esa mayor de presencia de travestis en las calles
guatemaltecas. Y de moteles…, que se llenan de "transgresores"). Cada
día más, por otro lado, legislaciones de distintos países aceptan el divorcio
como un mecanismo social legítimo. La crisis, parece que llegó para quedarse;
ahora ya es tema obligado de conversación. Es un hecho político, sin más.
Por supuesto que es un tema
controversial y se puede estar furiosamente en contra de esa dinámica, pero la
realidad es dura y obstinada, y aunque desde posiciones ideológicas
conservadoras se levante un determinado discurso, la realidad puede ir por otro
lado (así suelen ser las cosas, por lo demás). Para muestra (una entre tantas,
las hay por miles), el discurso moralista de la Iglesia católica: se fustiga la
homosexualidad por pecaminosa, pero una parte nada desdeñable de sus pastores
tienen juicios por pederastía. ¿Eso es lo "sano" y
"normal", el doble discurso, la hipocresía, la mentira
institucionalizada? Evidentemente la psicología de la buena voluntad y la
apelación a valores de "buenos" y "malos" (los "malos",
por supuesto, siempre son los otros) no alcanzan para entender el fenómeno en
cuestión, mucho menos para plantearle alternativas.
Matrimonio? o
simplemente respeto y vigencia de derechos humanos: derecho y pleno ejercicio del matrimonio del mismo sexo.
***
La institución del matrimonio va
acompañada y se inscribe en otra formación social tal como el patriarcado, el
primado del varón sobre la mujer (se es la "mujer de"; el cinturón de
castidad, aunque no se use de hecho, no salió de nuestras mentalidades, la
mujer es propiedad varonil, igual que una vaca o una gallina), modalidad
cultural que, sin poder decir que esté en absoluto proceso de crítica y de
retirada de la escena, al menos comienza también -muy tibiamente todavía- a ser
cuestionada. En este marco general, entonces, debe entenderse el matrimonio
como el dispositivo social que permite/asegura la perpetuación de la especie,
de la propia cultura, y de la propiedad privada. Es la célula social que sirve
para reproducir el sistema vigente.
Todas las sociedades son
conservadoras (para eso existen justamente: para conservarse a sí mismas,
asegurando los logros históricos que han ido consiguiendo en el nunca terminado
proceso civilizatorio); todas las sociedades, hasta ahora, en mayor o menor
grado son machistas, patriarcales. El ejercicio del poder, al menos hasta
ahora, está concebido en términos masculinos (los que mandan siempre llevan un
cetro de mando, representación fálica por excelencia… -¡hasta el Papa!, que
hizo votos de castidad!-). El matrimonio, en tanto célula primordial de las
sociedades, es por tanto conservador, machista, patriarcal. Y si se quiere
decir de otro modo: es un ejercicio de poder.
En algunas sociedades, incluso,
taxativamente está estipulado que el varón puede disponer de varias mujeres -en
el Islam por ejemplo- mientras que en Occidente la bigamia es delito…, pero se
tolera (al menos para el "macho") una determinada cuota de
"infidelidad", de "canitas al aire". Hoy día, incluso,
podría decirse que también comienza a abrirse el campo también para las
mujeres, pues por las calles ofrecen sus servicios no sólo prostitutas (mujeres
públicas) sino prostitutos.
El matrimonio implica un contrato
social, un ordenamiento legal. Ambas partes firman y se comprometen, tal como
se hace en cualquier contrato civil, a cumplir con la letra pequeña del texto,
esa que nadie lee. El deseo, de todos modos (aquello que quiere normar el
décimo mandamiento) no se puede legalizar. Como arreglo establecido, entonces,
en tanto institución, el matrimonio es producto de un acuerdo, de un convenio;
por tanto, también sujeto a evolución en el tiempo (siempre las legislaciones
van a la zaga de los hechos consumados; se transforma en ley lo que ya existe
de hecho como práctica consuetudinaria).
Hasta ahora el matrimonio, con
deficiencias intrínsecas insalvables (la "infidelidad" es tan vieja
como el mundo y todo indicaría que no hay vacuna efectiva que lo evite. Los
dioses griegos del Olimpo, muy humanos por cierto, también tenían este tipo de
relaciones) ha venido cumpliendo su cometido: reproducir la especie y la
sociedad. Y seguramente pueda seguir cumpliéndolo, aún con sus nuevas
variables: matrimonios homosexuales por ejemplo, que si bien no reproducen
biológicamente, sí pueden adoptar hijos y criarlos. Lo cierto es que, a partir
de esta crisis que ahora se patentiza, pero seguramente presente en toda su
historia, el matrimonio nos abre preguntas que ya no podemos seguir evadiendo.
Por cierto que, como institución, no
se nutre necesariamente del amor que se jura en un altar hasta que la muerte
separe a sus partes ("el amor eterno dura… ¿cuánto tiempo?"); muchos
matrimonios (si se conocieran los datos reales sin dudas caeríamos de espaldas)
se mantienen por otras circunstancias, muy alejadas por cierto del
enamoramiento entre sus cónyuges: conveniencia y/o necesidad social. Una vez
más: somos conservadores, ese es nuestro sino humano. Y ni qué decir de la
cantidad de matrimonios armados a espaldas de sus miembros, más aún de la
mujer, sólo para mantener/conservar/afianzar conveniencias económicas y/o
políticas. Fenómeno, por cierto, que se repite tanto en sectores pobres como en
la llamada "alta" (¿?) sociedad. Evidentemente, el amor existe (sin
dudas es de las cosas más extraordinarias de la vida… ¡y ojalá fuera eterno!),
pero en la vida no queda mucho espacio para el amor. Aunque sí para el
matrimonio.
En sí misma, tal como está planteada en su estructura, la institución matrimonial lleva implícita la posibilidad de la transgresión a la promesa de fidelidad -cosa, por lo demás, muy habitual-. Algunos estudios de opinión de los tantos que circulan por ahí respecto a este tema refieren que el porcentaje de varones con relaciones extra-matrimoniales no es tan desmedidamente más alto que el de las mujeres con "canitas al aire": 60% contra un 35/40% -dato a tomar con cuidado, pero que hay que leer e interpretar adecuadamente: el deseo no es patrimonio varonil-.
En sí misma, tal como está planteada en su estructura, la institución matrimonial lleva implícita la posibilidad de la transgresión a la promesa de fidelidad -cosa, por lo demás, muy habitual-. Algunos estudios de opinión de los tantos que circulan por ahí respecto a este tema refieren que el porcentaje de varones con relaciones extra-matrimoniales no es tan desmedidamente más alto que el de las mujeres con "canitas al aire": 60% contra un 35/40% -dato a tomar con cuidado, pero que hay que leer e interpretar adecuadamente: el deseo no es patrimonio varonil-.
De todos modos, en tanto institución
conservadora, el matrimonio va más allá de estas circunstancias
"domésticas", intentando erigirse como un valor ético en sí mismo
-cerrando los ojos, tolerando, dejando pasar "pecadillos" ocultos-.
Para la tradición occidental y cristiana, se lo pone como un punto de la máxima
aspiración, un valor casi supremo en orden a la construcción social. No hay que
dejar de considerar que muchas parejas no se separan porque el peso de la
tradición y la presión social son excesivamente grandes. Las excusas del caso
pueden ser variadas (los hijos, las habladurías de las familias, la tradición
conservadora), aunque pareciera que el peso de todo eso sigue siendo muy
grande. De todos modos, algo evidencia que está comenzando a fisurarse, porque
ya son numerosos los países que han optado por legalizar la ruptura de ese
contrato matrimonial. El divorcio legal -legalizando una práctica que se da muy
habitualmente en la cotidianeidad- avanza. Así como avanzan otros temas hasta
ayer tabú: la legalización del aborto no terapéutico, el matrimonio homosexual,
la eutanasia, la legalización de ciertas drogas.
Todo lo dicho, entonces, es lo que
abre el cuestionamiento: si está siempre en posibilidad de ser transgredido
(las relaciones -y los hijos- extramatrimoniales son un hecho incontrastable);
si no asegura el enamoramiento de sus partes; si conlleva todo el peso de la
rutina y la formalidad de cualquier institución: ¿por qué se mantiene el
matrimonio?
Dar una respuesta convincente a esta
pregunta implica largos desarrollos sociales, psicológicos, políticos,
ideológicos, que exceden las posibilidades de un pequeño texto como el presente
(pero que, no obstante, invitan a emprenderlos).
Acompañando esas reflexiones -y he ahí probablemente lo más rico que disparan estas preguntas- queda la interrogante: si el matrimonio está en crisis, ¿con qué reemplazarlo entonces?.
Acompañando esas reflexiones -y he ahí probablemente lo más rico que disparan estas preguntas- queda la interrogante: si el matrimonio está en crisis, ¿con qué reemplazarlo entonces?.
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