En
nuestra revisión global de las políticas de Estados Unidos frente a la
democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las elecciones
libres podemos encontrar innumerables pruebas de oposición y hostilidad
sistemáticas. La base política de la “guerra contra el terrorismo” de
Washington es un ataque planetario y continuado pernicioso contra los gobiernos
independientes, especialmente aquellos de centro-izquierda que se proponen
seriamente reducir la pobreza y la desigualdad. Los métodos elegidos por Washington para llevarla a cabo oscilan desde la financiación de partidos políticos
derechistas a través de USAID y otras ONG, hasta el respaldo a golpes
militares violentos; desde el apoyo a las revueltas callejeras destinadas a la
desestabilización hasta invasiones aéreas y terrestres. La hostilidad de
Washington ante los procesos democráticos no se limita a determinada región o
grupo religioso, étnico o racial. Estados
Unidos ha bombardeado africanos negros en Libia, organizado golpes de Estado en
Latinoamérica contra indígenas y cristianos en Bolivia, apoyado guerras contra musulmanes en Irak, Palestina y Siria, financiado “batallones” neofascistas y ataques armados contra
cristianos ortodoxos en el este de Ucrania
y denunciado a ateos en China y Rusia. Washington subvenciona
y apoya elecciones únicamente cuando las ganan los regímenes clientelares neoliberales y se dedica a desestabilizar
sistemáticamente los gobiernos de centro-izquierda opuestos a sus políticas
imperiales. Ninguno de
los objetivos de las agresiones estadounidenses es, estrictamente hablando, anticapitalista. Bolivia, Ecuador, Brasil y
Argentina son regímenes capitalistas que pretenden regular, fiscalizar y
reducir las disparidades de riqueza mediante reformas moderadas del bienestar. A lo largo
de todo el mundo, Washington apoya a los grupos políticos extremistas ocupados
en actividades violentas y anticonstitucionales que acosan a dirigentes
democráticos y a sus partidarios. El régimen golpista de Honduras ha asesinado a cientos de activistas demócratas, campesinos
pobres y trabajadores rurales, tanto dirigentes como simples militantes.
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Dr. James Petras. Sociólogo. Norteamericano. Científico Social, Es un crítico y con alternativas a ls políticas actuales del gobierno de Estados Unidos.
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SOCIÓLOGO JAMES PETRAS. URNAS O ARMAS:
DEMOCRACIA Y DOMINIO MUNDIAL.
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James Petras.
Rebelión sábado 8 de noviembre del 2014.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
Introducción.
La principal razón por la que Washington se empeña
en guerras, sanciones y operaciones clandestinas para asegurar su poder en el
exterior es que sus clientes no consiguen ganar en elecciones libres.
Un breve repaso a resultados electorales recientes
muestra el escaso atractivo que tienen para sus votantes los partidos apoyados
por Washington. La mayoría de los electorados democráticos rechazan a los
candidatos y partidos que apoyan la agenda global estadounidense: políticas
económicas neoliberales; una política exterior muy militarizada; la colonización
y anexión israelí de Palestina; concentración de la riqueza en el sector
financiero; y escalada militar contra Rusia y China. Mientras la política de
EE.UU. intenta volver a imponer el saqueo y el dominio de la década de los
noventa mediante regímenes clientelares reciclados, los electorados
democráticos desean avanzar mediante gobiernos menos belicosos y más inclusivos
que restauren los derechos laborales y sociales.
Estados Unidos pretende imponer el mundo unipolar
de la era Bush padre y Clinton y se muestra incapaz de reconocer los enormes
cambios que ha experimentado la economía mundial, entre otros el ascenso de
China y Rusia como potencias, la aparición de los países BRIC (Brasil, Rusia,
India y China) y otras organizaciones regionales y, sobre todo, el aumento de
la conciencia democrática de los pueblos.
Al no poder convencer a los votantes mediante la
razón o la manipulación, Washington ha optado por intervenir mediante la fuerza
y financiar a organizaciones que subviertan el proceso electoral. La facilidad
con que la política exterior de EE.UU. recurre a las armas y la coacción
económica cuando no consigue el “resultado apropiado” mediante las urnas
muestra su naturaleza profundamente reaccionaria. Reaccionaria tanto en sus
fines como en los medios utilizados para conseguirlos. En la práctica, las
políticas socioeconómicas imperiales aumentan las desigualdades y reducen el
nivel de vida. Los medios para conseguir el poder, los instrumentos de esas
políticas, que incluyen guerras, intervención y operaciones encubiertas, son
similares a los de los regímenes extremistas y cuasi-fascistas de extrema
derecha.
Elecciones libres y rechazo a los
clientes de EE.UU.
Los partidos y candidatos apoyados por Estados
Unidos han sufrido derrotas en todo el mundo, a pesar del generoso apoyo
financiero y de las campañas de propaganda de los medios de comunicación de
masas internacionales. Lo más sorprendente de estas derrotas electorales es que
la inmensa mayoría de los adversarios no son anticapitalistas ni “socialistas”
y que todos los clientes de EE.UU. son partidos y líderes de derecha o extrema
derecha. Es decir, que el enfrentamiento se suele producir entre partidos de
centro-izquierda y de derecha; lo que está en juego es reforma o reacción, una
política exterior independiente o satelital.
Washington en Latinoamérica: Fracaso tras
fracaso.
Unidos nadie nos derrotaría. Todos cohesionados social y políticamente somos la fortaleza para la construcción de la patria Grande en Nuestra América.
***
En la última década, Washington respaldó a todos
los candidatos neoliberales que fueron derrotados en América Latina y
posteriormente intentó subvertir los resultados democráticos.
Bolivia.
Desde 2005, Evo Morales, el dirigente de centro
izquierda partidario de reformas sociales y una política exterior
independiente, ha ganado tres elecciones presidenciales contra partidos de
derecha apoyados por EE.UU., cada vez con un margen mayor. En 2008, expulsó al
embajador estadounidense y a la DEA por intervenir en la política interna del
país; en 2013 hizo lo mismo con la agencia de desarrollo USAID y la misión
militar estadounidense, que habían apoyado un golpe de Estado fallido en el
departamento de Santa Cruz.
Venezuela
A lo largo de los últimos quince años, el Partido
Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) y su predecesor han ganado todas las
elecciones presidenciales y legislativas (excepto una), a pesar de las ayudas
financieras valoradas en miles de millones de dólares de EE.UU. a los partidos
opositores neoliberales. Incapaz de derrotar al gobierno de reformas radicales
encabezado por Chávez, Washington respaldó un violento golpe de Estado (2002),
un paro patronal (2002-03) y una serie de ataques paramilitares a líderes y
activistas pro-democracia a lo largo de diez años.
Ecuador
Estados Unidos se ha opuesto al gobierno de
centro-izquierda de Rafael Correa por expulsarle de su base militar de Manta,
renegociar y rechazar el pago de parte de su deuda externa y apoyar pactos
regionales que excluyen a EE.UU. Por estos motivos, Washington apoyó el golpe
de Estado encabezado por la policía en 2010 que fue rápidamente derrotado.
Honduras.
Durante el gobierno democráticamente elegido de
Manuel Zelaya, de centro-izquierda, Honduras intentó estrechar sus relaciones
con Venezuela para conseguir mayores ayudas económicas y acabar con su
reputación de república bananera controlada por Estados Unidos. Washington fue
incapaz de derrotarlo en las urnas y respondió apoyando un golpe militar (2009)
que derrocó a Zelaya y puso de nuevo al país bajo el control estadounidense.
Desde entonces, Honduras es tristemente el país latinoamericano que ha sufrido
más asesinatos de líderes populares (200).
Brasil.
El Partido de los Trabajadores ha ganado cuatro
elecciones directas frente a los candidatos neoliberales apoyados por
Washington, desde 2002 hasta las recientemente celebradas en 2014. La
maquinaria de propaganda de EE.UU. -incluyendo el espionaje de la NSA a la
presidenta Dilma Rousseff y a la compañía estatal de petróleo, Petrobras- y la
prensa financiera internacional hicieron todo lo posible por desacreditar al
gobierno reformista de centro-izquierda. Sus esfuerzos fueron en vano. Los
votantes prefirieron al régimen social-liberal “inclusivo” que practica una
política exterior independiente antes que a una oposición integrada en las
políticas socialmente regresivas desacreditadas del régimen de Cardoso (1994-2002).
Durante la campaña electoral previa a estas últimas elecciones, los
especuladores financieros brasileños y estadounidenses intentaron crear temor
en el electorado apostando en contra de la divisa brasileña (el real) y
provocando una caída del mercado de valores. Pero no sirvió de nada. Roussef
ganó con el 52% de los votos.
Argentina.
En Argentina, una revuelta popular masiva acabó con
el régimen neoliberal apoyado por EE.UU. del presidente De la Rua en 2001. A
continuación, en 2003, el electorado se decantó por el gobierno de
centro-izquierda de Kirchner frente al candidato derechista apoyado por Estados
Unidos, Menem. Kirchner desarrolló un programa reformista imponiendo una
moratoria sobre la deuda externa y combinando un alto crecimiento económico con
importantes gastos sociales y una política exterior independiente. La oposición
de Estados Unidos aumentó con la elección de su esposa Cristina Fernández. Las
élites financieras, Wall Street y los tribunales y el Tesoro de EE.UU.
intervinieron para desestabilizar al gobierno, tras fracasar en la reelección
de Fernández. Las presiones financieras extraparlamentarias se han unido al
apoyo económico y político a los políticos derechistas en preparación para las
elecciones de 2015.
Con anterioridad, en 1976, Estados Unidos apoyó el
golpe militar y el terror político que provocaron la muerte de 30.000
activistas y militantes. En 2014, Estados Unidos ha apoyado un “golpe
financiero” al tomar partido desde los tribunales por los “fondos buitre”,
sembrando el terror financiero en los mercados internacionales contra un
gobierno elegido democráticamente.
Paraguay.
El presidente Fernando Lugo era un antiguo obispo
moderado que proponía un programa descafeinado de centro-izquierda. A pesar de
ello, algunos de los temas que puso sobre la mesa entraban en conflicto con la
agenda extremista de Washington, entre ellos la entrada de Paraguay en los
organismos regionales que excluyen a EE.UU., como Mercosur. Luego contaba con el
apoyo de los trabajadores rurales sin tierra y mantuvo lazos con otros
regímenes de centro-izquierda latinoamericanos. Fue depuesto por el Congreso en
2012, en un más que dudoso “golpe institucional” que rápidamente recibió el
respaldo de la Casa Blanca, y fue reemplazado por el neoliberal Federico
Franco, que mantenía estrechos lazos con Washington y era hostil a Venezuela.
Amenazas globales de Estados Unidos a la
democracia.
Forjar y construir desde la Nueva Sociedad Civil Real, emergente, popular, plural, democrática, una nueva Democracia Global: Democracia de Ciudadanos, Participativa, Cívica, Inter-cultural y Republicana, Democracia del Trabajo de pleno y absoluto respeto de nuestra Madre Tierra, es la gran esperanza de la lucha de los pueblos contra el neoliberalismo.
***
Las trabas a la democracia impuestas por Estados
Unidos cuando formaciones políticas de centro-izquierda compiten por el poder
no se limita a Latinoamérica. ¡Ahora ha adquirido dimensiones globales!
Ucrania.
El ejemplo más notorio es el de Ucrania, a la que
Estados Unidos dedicó más de 6.000 millones de dólares a lo largo de quince
años. Washington financió, organizó y apoyó a las fuerzas de choque favorables
a la OTAN que derrocaron al régimen elegido democráticamente del presidente
Yevtushenko, que intentaba equilibrar los vínculos con Rusia y Occidente. En
febrero de 2014, un levantamiento armado y una revuelta de masas provocaron la
caída del gobierno electo y la imposición de un régimen títere completamente
dependiente de Estados Unidos. Los golpistas violentos encontraron resistencia
por parte de muchos activistas pro-democracia del este del país. La junta de
Kiev dirigida por Petro Poroshenko envió tropas por tierra y aire para reprimir
la resistencia popular con el apoyo unánime de EE.UU y la UE. Cuando el régimen
derechista de Kiev decidió imponer su control sobre Crimea y romper el tratado
militar que permitía el uso de sus bases por Rusia, los ciudadanos de Crimea
votaron (con una gran mayoría del 85%) para decidir su escisión y la unión con
Rusia.
Tanto en Ucrania como en Crimea, la política
estadounidense tenía como objetivo imponer por la fuerza la subordinación de la
democracia al plan de la OTAN para rodear a Rusia y debilitar su gobierno
elegido democráticamente.
Rusia.
Tras la elección de Vladimir Putin como presidente,
Estados Unidos organizó y financió un gran número de grupos de estudio (think
tanks) y ONG entre la oposición para desestabilizar al gobierno. Las
manifestaciones a gran escala organizadas por estas ONG tuvieron gran eco en
todos los medios de comunicación occidentales.
Incapaces de asegurar una mayoría electoral tras
sufrir una serie de derrotas en elecciones legislativas y presidenciales y
utilizando el pretexto de la “intervención” rusa en Ucrania, Estados Unidos y
la UE declararon una guerra económica a gran escala contra Rusia. Se aprobaron
sanciones económicas con la esperanza de crear un colapso económico y una
revuelta popular. Pero nada de esto ha ocurrido. Putin ha aumentado su
popularidad y mejorado su posición en Rusia y ha consolidado relaciones con
China y otros países BRIC.
En resumen, Washington ha recurrido a revueltas
populares, cercos militares y una escalada de las sanciones económicas para
derrocar a gobiernos independientes en Ucrania, Crimea y Rusia.
Irán.
Irán celebra elecciones periódicas en las que
compiten partidos pro y anti occidentales. Irán ha despertado la ira de
Washington por su apoyo a la liberación de Palestina del yugo israelí; su
oposición a los estados absolutistas del Golfo Pérsico; y sus vínculos con
Siria, Líbano (Hezbolá) y el Iraq post-Saddam Hussein. Por lo tanto, Estados
Unidos ha impuesto sanciones económicas con el fin de paralizar su economía y
sus finanzas y ha sufragado ONG y facciones políticas entre la oposición
pro-occidental neoliberal. Ante su incapacidad para derrotar electoralmente a
la élite islamista en el poder, ha optado por desestabilizar el país mediante
sanciones para alterar su economía, asesinar a científicos y librar una
ciberguerra.
Egipto.
Washington fue un fiel aliado de la dictadura de
Hosni Mubarak durante más de tres decenios. Tras la revuelta popular de 2011,
que consiguió derrocar al régimen, Washington mantuvo y fortaleció sus lazos
con la policía, el ejército y el aparato de inteligencia de Mubarak. Al mismo
tiempo que promovía una alianza entre el ejército y el recién electo presidente
Mohamed Morsi, Washington financió a ONG que actuaron para subvertir al
gobierno mediante manifestaciones masivas. El ejército, encabezado por el
general Abdel Fattah el-Sisi, favorable a EE.UU., ilegalizó a la Hermandad
Musulmana y abolió las libertades democráticas.
Inmediatamente, Washington renovó la asistencia
militar y económica a la dictadura de Sisi, reforzando sus lazos con el régimen
autoritario. En línea con la política estadounidense e israelí, el General Sisi
intensificó el bloqueo a Gaza, aliado con Arabia Saudí y los déspotas del
Golfo, reforzó sus lazos con el FMI y puso en marcha un programa neoliberal
regresivo, eliminando las subvenciones al combustible y los alimentos y
reduciendo los impuestos a las grandes empresas. El apoyo al golpe de Estado y
la restauración de la dictadura era la única manera en que Washington podía
asegurar la permanencia de clientes leales en el norte de África.
Libia.
Estados Unidos, la OTAN y sus aliados del Golfo
tuvieron que recurrir a la guerra contra el gobierno popular y de bienestar del
Coronel Gadafi (2011) como único modo de acabar con él. Incapaces de derrotarlo
mediante la subversión interna y de desestabilizar su economía, Washington y
sus secuaces de la OTAN lanzaron cientos de bombardeos acompañados de envíos de
armamento a los sátrapas islámicos locales, clanes, tribus y otros grupos
autoritarios. El posterior “proceso electoral” careció de las mínimas garantías
políticas y estuvo plagado de corrupción, violencia y caos, produciendo diversos
centros de poder rivales. Washington optó por debilitar los procedimientos
democráticos produciendo un mundo violento y hobbesiano y sustituyendo un
régimen popular de bienestar por el caos y el terrorismo.
Palestina.
La política de Washington se ha caracterizado por
el apoyo a la ocupación y colonización de territorio palestino, los bombardeos
salvajes y la destrucción generalizada de Gaza. La determinación israelí de
acabar con el gobierno democráticamente elegido de Hamás ha contado con el
apoyo incondicional de EE.UU. El régimen colonial israelí ha implantado
colonias racistas y armadas a lo largo de toda Cisjordania, financiadas por el
gobierno estadounidense, inversores privados y donantes sionistas de EE.UU.
Cuando han tenido que optar entre un régimen nacionalista democráticamente
elegido, Hamás, y un régimen militarista brutal, Israel, los legisladores
estadounidenses no han dejado de apoyar a Israel en su propósito de destruir el
mini-Estado palestino.
Líbano.
Estados Unidos, junto con Arabia Saudí e Israel, se
ha opuesto a la coalición de gobierno dirigida por Hezbolá que ganó las
elecciones en 2011. Asimismo, apoyó la invasión israelí de 2006, que fue
derrotada por las milicias de Hezbolá, y a la coalición de derechas liderada
por Hariri (2008-2011) que perdió las elecciones en 2011. Su intención era
desestabilizar la sociedad apoyando a los extremistas suníes, especialmente en
el norte de Líbano. Al carecer de suficiente respaldo electoral para convertir
el Líbano en un Estado clientelar, Washington se basa en las incursiones
militares israelíes y en los terroristas con base en Siria para desestabilizar
al gobierno elegido democráticamente.
Siria.
El régimen sirio de Bashar al-Asad ha sido blanco
de la enemistad de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí e Israel a
causa de su apoyo a Palestina, sus lazos con Irak, Irán, Rusia y Hezbolá.
Asimismo, su oposición al despotismo de los estados del Golfo y su negativa a
convertirse en un Estado clientelar de EE.UU. le ha supuesto la hostilidad de
la OTAN. Bajo presiones de su oposición democrática interna y sus aliados
externos, Rusia e Irán, el régimen de Asad convocó una conferencia de partidos
opositores, líderes y grupos no violentos con el fin de hallar una solución
electoral al conflicto actual. Pero Washington y sus aliados rechazaron la vía
de resolución democrática, prefiriendo financiar y armar, con ayuda de Turquía
y los países del Golfo, a miles de extremistas islámicos que invadieron el
país. El resultado directo de la decisión de Washington de conseguir un “cambio
de régimen” mediante el conflicto armado ha sido más de un millón de refugiados
y 200.000 muertos entre la población.
Este es el modelo de Democracia - de los misiles, de las intervenciones, del espionaje, - esa democracia es el modelo de Democracia fallida, camino seguro hacia el estado inviable, primero y después al narco-estado.
***
China.
China se ha convertido en la mayor economía del
mundo, el líder comercial e inversor del planeta. Ha sustituido a Estados
Unidos y la Unión Europea en los mercados asiáticos, africanos y
latinoamericanos. Obligado a hacer frente a la competencia económica pacífica y
a propuestas de acuerdos comerciales beneficiosos para ambas partes, Washington
ha escogido llevar adelante una política de cerco militar, desestabilización
interna y acuerdos de integración en el área del Pacífico que excluyen a China.
Estados Unidos ha ampliado sus instalaciones militares y sus bases en Japón,
Australia, y las Filipinas. Ha incrementado la vigilancia naval y aérea en los
límites fronterizos chinos dando alas a las reclamaciones marítimas de sus
vecinos y amenazando las vías marítimas vitales para el país.
EE.UU. ha dado su apoyo a los separatistas
violentos de la región autónoma Uigur, a terroristas tibetanos y a las
protestas populares de Hong Kong, con el fin de fragmentar y desacreditar el
gobierno chino sobre su territorio soberano. El fomento de la separación
mediante métodos violentos ha provocado una dura represión, que crea malestar
entre sus ciudadanos y ceba las críticas de la prensa occidental. La clave de
la oposición estadounidense al ascenso económico chino es política: fomento de
las divisiones internas y debilitamiento de la autoridad central. La democratización
que pretenden los ciudadanos chinos tiene poco que ver con el sainete de
“democracia” financiado por Estados Unidos en Hong Kong o la violencia
separatista de las provincias.
Los esfuerzos estadounidenses por excluir a China
de los principales acuerdos comerciales y de inversión asiáticos han resultado
un fracaso irrisorio. Los principales aliados de EE.UU., Japón y Australia,
tienen una fuerte dependencia del mercado chino. Los aliados (de libre
comercio) de Washington en América Latina (Colombia, Perú, Chile y México)
están ansiosos por incrementar su comercio con China. India y China están
camino de suscribir acuerdos inversores y comerciales multimillonarios con
China y la política de exclusión económica de Washington ha sido abortada desde
su inicio.
En resumen, la decisión estadounidense de primar la
confrontación frente a la conciliación y la asociación, el cerco militar frente
a la cooperación y la exclusión frente a la inclusión es lo contrario a una
política exterior democrática diseñada para promover la democracia en China y
otros lugares. La opción autoritaria para conseguir una supremacía inalcanzable
en Asia no es una virtud, sino un signo de debilidad y decadencia.
Conclusión.
En nuestra revisión global de las políticas de
Estados Unidos frente a la democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las
elecciones libres podemos encontrar innumerables pruebas de oposición y
hostilidad sistemáticas. La base política de la “guerra contra el terrorismo”
de Washington es un ataque planetario y continuado pernicioso contra los
gobiernos independientes, especialmente aquellos de centro-izquierda que se
proponen seriamente reducir la pobreza y la desigualdad.
Los métodos elegidos por Washington para llevarla a
cabo oscilan desde la financiación de partidos políticos derechistas a través
de USAID y otras ONG, hasta el respaldo a golpes militares violentos; desde el
apoyo a las revueltas callejeras destinadas a la desestabilización hasta
invasiones aéreas y terrestres. La hostilidad de Washington ante los procesos
democráticos no se limita a determinada región o grupo religioso, étnico o
racial. Estados Unidos ha bombardeado africanos negros en Libia, organizado
golpes de Estado en Latinoamérica contra indígenas y cristianos en Bolivia,
apoyado guerras contra musulmanes en Irak, Palestina y Siria, financiado
“batallones” neofascistas y ataques armados contra cristianos ortodoxos en el
este de Ucrania y denunciado a ateos en China y Rusia.
Washington subvenciona y apoya elecciones
únicamente cuando las ganan los regímenes clientelares neoliberales y se dedica
a desestabilizar sistemáticamente los gobiernos de centro-izquierda opuestos a
sus políticas imperiales.
Ninguno de los objetivos de las agresiones
estadounidenses es, estrictamente hablando, anticapitalista. Bolivia, Ecuador,
Brasil y Argentina son regímenes capitalistas que pretenden regular, fiscalizar
y reducir las disparidades de riqueza mediante reformas moderadas del
bienestar.
A lo largo de todo el mundo, Washington apoya a los
grupos políticos extremistas ocupados en actividades violentas y
anticonstitucionales que acosan a dirigentes democráticos y a sus partidarios.
El régimen golpista de Honduras ha asesinado a cientos de activistas
demócratas, campesinos pobres y trabajadores rurales, tanto dirigentes como
simples militantes.
Los yihadistas armados por Estados Unidos para
combatir en Libia han perdido el favor de sus mentores de la OTAN y ahora están
en guerra unos contra otros, ocupados en masacrarse mutuamente.
Dondequiera que se han producido intervenciones
estadounidenses en Asia central y meridional, norte de África, América Central
y el Cáucaso, los grupos de extrema derecha han sido, al menos durante un
tiempo, los principales aliados de Washington y Bruselas.
Las fuerzas favorables a la OTAN y la UE en Ucrania
incluyen a un fuerte contingente de neonazis, bandas paramilitares y cuadros
del ejército propensos a bombardear barrios civiles con bombas de racimo.
En Venezuela, las fuerzas terroristas paramilitares
y los extremistas políticos bajo la nómina de Washington asesinaron a un líder
socialista del Congreso y a docenas de izquierdistas.
En México, Estados Unidos ha asesorado, financiado
y apoyado regímenes derechistas cuyas fuerzas militares, paramilitares y
narcoterroristas recientemente asesinaron y quemaron vivos a 43 estudiantes de
magisterio y que están implicadas en la muerte de otros 100.000 ciudadanos en
menos de un decenio.
En los últimos once años, Estados Unidos ha
inyectado más de 6.000 millones de dólares en asistencia militar a Colombia,
creando seis bases militares y varios miles de comandos de operaciones
especiales, duplicando el tamaño del ejército colombiano. Como resultado, miles
de activistas de derechos humanos y de la sociedad civil, periodistas, líderes
sindicales y campesinos han sido asesinados. Más de tres millones de pequeños
campesinos han sido expulsados de sus tierras.
Los medios de comunicación mayoritarios encubren
estas decisiones de EE.UU. de apoyar a la extrema derecha, describiendo a los
gobiernos que asesinan en masa como “regímenes de centro-derecha” o
“moderados”: perversiones lingüísticas o eufemismos grotescos tan estrafalarios
como las actividades bárbaras perpetradas por la Casa Blanca.
No hay crimen que no se cometa para conseguir la
supremacía mundial, ninguna democracia que se oponga puede ser tolerada. Ni
siquiera países tan pequeños como Honduras y Somalia o tan grandes y poderosos
como Rusia y China escapan a la ira y la desestabilización encubierta de la
Casa Blanca.
La búsqueda de la dominación mundial va de la mano
de la creencia subjetiva en “el triunfo de la voluntad”. La supremacía global
depende por completo de la fuerza y la violencia, de la destrucción de un país
tras otro: bombardeos masivos en Yugoslavia, Irak, Afganistán y Libia; guerras
por delegación en Somalia, Yemen y Ucrania; asesinatos masivos en Colombia,
México y Siria.
No obstante, la propagación de los “campos de
exterminio” se ha topado con ciertos límites. En Venezuela, Ecuador y Bolivia,
los procesos democráticos están siendo defendidos por movimientos ciudadanos
consolidados. La proliferación de golpes de Estado violentos con el apoyo del
Imperio se ve obstaculizada por el advenimiento de otras potencias globales.
Tanto China en el Lejano Oriente como Rusia en Crimea y el este de Ucrania han
adoptado medidas enérgicas para limitar la expansión imperial estadounidense.
En el ámbito de la ONU, el presidente de Estados
Unidos y su delegada, Samantha Powers, despotrican llevados por el paroxismo
contra Rusia, calificándola de “el mayor Estado terrorista del mundo” por su
resistencia a verse cercada militarmente y a la anexión violenta de Ucrania. El
extremismo, el autoritarismo y la insensatez política no conocen fronteras. El
extraordinario crecimiento de la policía política secreta, la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA), la destrucción de las garantías constitucionales, la
conversión de los procesos electorales en farsas multimillonarias controladas
por las élites, la creciente impunidad de la policía en los asesinatos a
civiles, todo ello sugiere que la conquista violenta del dominio mundial
necesita la existencia de un Estado policial totalitario dentro de Estados
Unidos.
Los movimientos ciudadanos, los partidos y
gobiernos de centro-izquierda coherentes, los trabajadores organizados, en
Latinoamérica, Asia y Europa, han demostrado que es posible derrotar a los
extremistas autoritarios delegados de Washington. Es posible revertir las
desastrosas políticas neoliberales. A pesar de los esfuerzos imperiales por
impedirlo, es posible crear leyes que defiendan los estados de bienestar y la
reducción de la pobreza, el desempleo y las desigualdades.
La inmensa mayoría de los estadounidense, aquí y
ahora, se oponen rotundamente a Wall Street, las grandes empresas y el sector
financiero. Tres cuartas partes del pueblo estadounidense desprecian a la
Presidencia y al Congreso de su país y se oponen a las guerras en el exterior.
El público norteamericano tiene sus propias razones e intereses para compartir
con los movimientos a favor de la democracia de todo el mundo una enemistad
común hacia Washington y su búsqueda del poder mundial. Aquí y ahora, en los
Estados Unidos de América, debemos aprender y construir nuestros propios
instrumentos políticos democráticos poderosos.
Debemos contener y derrotar “la razón de la
fuerza”, la insensatez política que conforma la “voluntad de poder” de
Washington, mediante “la fuerza de la razón”. Tenemos que deconstruir el
Imperio para reconstruir la República. Debemos detener nuestras intervenciones contra la democracia
en el exterior para construir una república democrática del bienestar en casa.
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