En realidad, la independencia nacional como objetivo primero del
nacionalismo tiene sentido
en la medida en que se defiendan las señas de identidad propias, y mucho más
allá, como una manera efectiva de evitar la explotación por parte de una
potencia extranjera. Ambas
consideraciones marchan unidas aunque el énfasis resulte variado en cada caso.
Y es así entre otros motivos porque diluir esas señas de identidad y asimilar
al pueblo sometido a las condiciones del vencedor es una manera muy eficaz de
garantizar que no se produzcan resistencias que pongan en riesgo el saqueo y la
dominación. De otra parte, fortalecer lo
propio (en todos los órdenes) es la mejor forma de emprender con fundamento
los necesarios procesos de integración regional, un reto impostergable para
todos los países que no tengan el privilegio de ser estados-continentes como Estados Unidos, Rusia, China o India. La
dimensión importa mucho en la correlación de fuerzas para el desempeño
económico en el mercado mundial y para defender la soberanía nacional. En su caso el proyecto de la Unión Europea mantiene
pues su validez si resulta capaz de encontrar equilibrios entre capital y
trabajo (mantener el Estado del Bienestar) pero también si está en condiciones
de poner coto a la desmesura de los banqueros alemanes y otros semejantes que
saquean al sur pobre de la región. Pero
la UE tendría que contribuir también a la gestión satisfactoria del
nacionalismo creciente en el seno de sus estados miembros (lo acaecido en Reino
Unido y España
está lejos de haber sido resuelto) si no quiere exponerse a dinámicas
disolventes.
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Europa, 79 movimientos políticos Separatistas, Nacionalistas que buscan Autonomía. Movimientos Independentistas que tiene como base social principal, lo étnico-cultural, identidad, religioso, económico y geográfico-territorial. La tendencia es creciente, y habrán Estados Europeos, como pueblos originarios hay bajo los Alpes.
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EL AUGE
NACIONALISTA.
*****
Juan Diego García
(especial para ARGENPRESS.info)
Martes 18 de noviembre del
2014.
Aunque resulta una obviedad es
indispensable enfatizar en las diferentes naturalezas del nacionalismo. Hay
nacionalismos que reflejan la necesidad de un pueblo por afirmar su propia
identidad y defender sus intereses en respuesta a alguna forma de agresión
externa y hay nacionalismos que por el contrario sirven para intentar
justificar ese tipo de agresiones.
Ambas expresiones del nacionalismo
tienen raíces comunes que se remiten a la manera de cómo han formado los
estados modernos y a la forma como se ha expandido el capitalismo por el
planeta.
Los estados modernos, prácticamente
sin excepción, no son el fruto de algún arreglo civilizado entre etnias o
colectividades nacionales que espontánea y pacíficamente deciden agruparse. Lo
que la historia registra es más bien que los estados modernos son el resultado
de la imposición violenta de un pueblo o etnia sobre los restantes a los cuales
se les somete de diversas maneras: explotación económica en favor de los
vencedores, desintegración de las instituciones propias y sometimiento a las
del vencedor y procesos de asimilación/integración con la pérdida o disolución
de buena parte de sus señas de identidad como colectivo, incluyendo en muchas
ocasiones la pérdida paulatina del propio idioma. El triunfador de este proceso
tampoco sale indemne y registrará igualmente cierto grado de asimilación de la
cultura de los vencidos, pero siempre en una relación desigual en que gana
mucho más de lo que pierde.
Por muy profunda que haya sido la
asimilación o el sometimiento sorprende la capacidad de resistencia que ofrecen
los pueblos sometidos a través de los siglos.
El asunto cobra relevancia más allá de las interesantes incógnitas antropológicas que suscite. En efecto, en varios estados europeos se producen ahora conflictos nacionalistas de no poca relevancias que vienen a sumarse a los problemas ya existentes que afectan a misma estabilidad de la UE. Los recientes iniciativas separatistas en Escocia y Cataluña (referendo y consulta popular, respectivamente) ni son excepcionales ni han quedado saldadas como problema tras la derrota de los independentistas escoceses y la nulidad legal de la consulta catalana.
El asunto cobra relevancia más allá de las interesantes incógnitas antropológicas que suscite. En efecto, en varios estados europeos se producen ahora conflictos nacionalistas de no poca relevancias que vienen a sumarse a los problemas ya existentes que afectan a misma estabilidad de la UE. Los recientes iniciativas separatistas en Escocia y Cataluña (referendo y consulta popular, respectivamente) ni son excepcionales ni han quedado saldadas como problema tras la derrota de los independentistas escoceses y la nulidad legal de la consulta catalana.
El separatismo también es fuerte en
Italia (la rica región norte, la Padania), en Bélgica con el permanente
enfrentamiento entre las comunidades flamencas y valonas o en España con el
conflicto vasco y en mucho menor medida con los sentimientos separatistas de
una parte de los gallegos. Francia parece haber tenido mayor éxito en sus
esfuerzos por unificar en torno a París y sus instituciones (incluyendo
prácticamente todo, hasta el idioma) al total de los pueblos de su territorio
aunque persistan algunas manifestaciones en Córcega y los bretones se esfuercen
por conservar intacta su propia lengua.
Alemania y Suiza son buenos ejemplos
de que a pesar del origen más o menos violento de su estado nacional han
encontrado mediante formas federales hacer armónicos los intereses de
colectivos nacionales bastante diferenciados. Es notorio el caso suizo que
conserva en sus cantones un régimen institucional que respeta bastante las
viejas tradiciones (incluida la votación a mano alzada para decidir sobre
ciertos asuntos) y ha conseguido mantener unidos pueblos que se expresan en
alemán, francés, italiano y retorromano o romanche.
En realidad, la independencia
nacional como objetivo primero del nacionalismo tiene sentido en la medida en
que se defiendan las señas de identidad propias, y mucho más allá, como una
manera efectiva de evitar la explotación por parte de una potencia extranjera.
Ambas consideraciones marchan unidas aunque el énfasis resulte variado en cada
caso. Y es así entre otros motivos porque diluir esas señas de identidad y
asimilar al pueblo sometido a las condiciones del vencedor es una manera muy
eficaz de garantizar que no se produzcan resistencias que pongan en riesgo el
saqueo y la dominación.
De otra parte, fortalecer lo propio
(en todos los órdenes) es la mejor forma de emprender con fundamento los
necesarios procesos de integración regional, un reto impostergable para todos
los países que no tengan el privilegio de ser estados-continentes como Estados
Unidos, Rusia, China o India. La dimensión importa mucho en la correlación de
fuerzas para el desempeño económico en el mercado mundial y para defender la
soberanía nacional. En su caso el proyecto de la Unión Europea mantiene pues su
validez si resulta capaz de encontrar equilibrios entre capital y trabajo
(mantener el Estado del Bienestar) pero también si está en condiciones de poner
coto a la desmesura de los banqueros alemanes y otros semejantes que saquean al
sur pobre de la región. Pero la UE tendría que contribuir también a la gestión
satisfactoria del nacionalismo creciente en el seno de sus estados miembros (lo
acaecido en Reino Unido y España está lejos de haber sido resuelto) si no
quiere exponerse a dinámicas disolventes.
El correcto manejo de la cuestión
nacional y al mismo tiempo responder a la necesidad de la integración regional
son desafíos que afectan no solo a los europeos. América Latina y el Caribe lo
requieren seguramente con mayor urgencia. Avanzar en el fortalecimiento de
Mercosur, el Alba y la Celac -entre otras instancias de integración- es
perfectamente compatible con la defensa cerrada de lo propio en términos
económicos pero también en la esfera de la cultura y demás elementos de
identidad que definen una colectividad nacional.
Los únicos que asumen que lo nacional se ha diluido irremediablemente en un mundo “globalizado” son los neoliberales criollos porque este mito constituye una de sus banderas ideológicas y les va mucho en ello, o los ingenuos “postmodernos” que en estos lares ya tienen dificultades para pensar en castellano. Por supuesto, también queda alguno que aún considera factible la autarquía.
Los únicos que asumen que lo nacional se ha diluido irremediablemente en un mundo “globalizado” son los neoliberales criollos porque este mito constituye una de sus banderas ideológicas y les va mucho en ello, o los ingenuos “postmodernos” que en estos lares ya tienen dificultades para pensar en castellano. Por supuesto, también queda alguno que aún considera factible la autarquía.
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