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La reforma política. La reforma
política es el objetivo más reclamado por las fuerzas progresistas y el más bloqueado por un Congreso
que, gracias a la patología de la representación generada por el sistema
actual, no es el espejo de la diversidad
social, política y cultural del país. Casi ocho millones de brasileños
exigieron un plebiscito popular para la convocatoria de una asamblea
constituyente exclusiva. En situaciones tan distintas como las de Ecuador y
Colombia, esta fue la solución encontrada para desbloquear un impasse institucional semejante al que amenaza Brasil. Es
muy importante acabar con la financiación corporativa de los partidos o aplicar
efectivamente el principio consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca incriminado por
corrupción) para los cargos públicos. Pero no es suficiente. Todo el sistema de
gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo
se puede explicar que dos de los partidos que apoyaron a la candidata Dilma
Rousseff hayan sido los oponentes más feroces del candidato a gobernador, Tarso
Genro, cuya propuesta de gobierno representa lo más genuino que hay en el
horizonte del PT? Sin una profunda
reforma política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará siendo un país
injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.
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Dr. en Sociología. Boaventura de Sousa Santos.
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SOCIÓLOGO.
BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS.- BRASIL: LA GRAN DIVISIÓN.
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Boaventura de Sousa Santos.
Dr. en Sociología.
Carta Maior. Rebelión
viernes 14 de noviembre del 2014.
Traducido para Rebelión por
Antoni Aguiló y José Luis Exeni.
Las elecciones de Brasil suscitaron una gran atención
en los medios de comunicación a nivel mundial. En gran medida, estos hicieron
una cobertura hostil de la candidata Dilma
Rousseff, en lo que fueron celosamente acompañados por los “grandes media”
brasileños. El paroxismo del odio contrario al PT llevó a una revista de amplia
circulación, Veja, a encaminarse por una vía probablemente ilegal. El New York Times en ninguna
ocasión se refirió a la candidata del PT sin el epíteto de “exguerrillera”. Con
la misma inconsistencia de siempre, no se le ocurriría a este periódico, o a
tantos otros que siguen su línea, referirse a la “excomunista” Ángela Merkel o al “exmaoísta” Durão Barroso, o incluso al “comunista”
Xi Jinping, presidente de China. Los intereses que sustentan a
esta prensa corporativa esperaban y querían que la candidata del PT fuese
derrotada. El terrorismo económico
de las agencias de rating, de The
Economist, del Financial Times y de la bolsa de valores
buscó condicionar a los electores brasileños y asumió una virulencia
sorprendente, tomando en cuenta la moderación del nacionalismo desarrollista
brasileño y el hecho evidente de que son sobre todo factores mundiales (léase,
China) los que afectan el ritmo de crecimiento de países como Brasil.
¿Por qué razón tanta y tan desesperada hostilidad?.
RUSIA Y ESTADOS UNIDOS.- ¿Cuál es el significado
global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una Guerra Fría
ya no entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el capitalismo
neoliberal global, sin vestigio nacionalista o popular, y el capitalismo con
alguna dimensión nacional y popular, o capitalismo socialdemócrata o
socialdemocracia capitalista.
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Los factores externos: la nueva Guerra Fría.
Hay razones externas e
internas que solo parcialmente se sobreponen. Por ello la necesidad de
analizarlas por separado. Las razones externas son mucho más profundas que el
mero apetito del capital internacional por las grandes privatizaciones del presal y de Petrobras, o que la
violencia de la respuesta del capital financiero ante cualquier límite a su
voracidad, por muy moderado que sea. Brasil es hoy el ejemplo internacionalmente
más importante y consolidado de la posibilidad de regular el capitalismo para
garantizar un mínimo de justicia social e impedir que la democracia sea
totalmente capturada por los dueños del capital, como sucede hoy en Estados
Unidos y está ocurriendo un poco en todas partes. Y Brasil no está solo. Solo es el país más importante de un
continente donde muchos otros países (Venezuela,
Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay) buscan soluciones con la misma
orientación política general, aunque diverjan en la dosis de nacionalismo o de
populismo (tal y como Ernesto Laclau,
no condeno en bloque ni a uno ni a otro). Además, estos países han procurado
construir formas de solidaridad regional que no pasan por la bendición
norteamericana, al contrario de lo que sucedía antes.
¿Cuál es el significado
global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una Guerra Fría ya no entre el
capitalismo y el socialismo, sino entre el capitalismo neoliberal global, sin
vestigio nacionalista o popular, y el capitalismo con alguna dimensión nacional
y popular, o capitalismo socialdemócrata o socialdemocracia capitalista. Este
último capitalismo puede asumir muchas formas y puede llegar a estar presente
tanto en Rusia como en China, en India o en África del Sur, o sea,
en los llamados BRICS. El fin de la
Guerra Fría
histórica no fue solo el fin del socialismo en su versión histórica;
fue también el fin de la
socialdemocracia europea, la única entonces existente, pues a partir de ese
momento el capitalismo se sintió liberado de su obligación de sacrificar sus
lucros inmediatos para garantizar la paz social siempre amenazada por la
existencia de una alternativa potencialmente más justa. En ese momento terminó
el capitalismo del breve siglo XX y se buscó reconstruir El Dorado, más mítico que real, de la acumulación del siglo XIX.
Fue entonces solemnemente declarado el fin de la historia y la ausencia de
alternativa al capitalismo neoliberal.
Fue así que la Guerra Fría
desarmó a la socialdemocracia europea. Pero, contradictoriamente, hizo posible
la emergencia de la socialdemocracia latinoamericana. No olvidemos que América
Latina fue una de las grandes víctimas de la Guerra Fría histórica. Durante este periodo, el capitalismo solo
hacía concesiones socialdemócratas en Europa, pues a ello obligaba la tragedia
de dos grandes guerras. Fuera de Europa, en cambio, las zonas de influencia del
capitalismo eran tratadas con la máxima violencia para liquidar cualquier
posibilidad de alternativa. Esa violencia contemplaba guerra financiera, ajuste
estructural, desestabilización social y política, e intervención militar. En
África, todos los países que pretendieron una solución socialista fueron
puestos en orden, desde Gana a Tanzania
y Mozambique. En América Latina, el
“patio trasero” del Imperio, Cuba había sido una distracción imperdonable.
La respuesta fue inmediata. Como decía poco tiempo después de la Revolución
cubana el enviado de Fidel Castro a
varios países de América Latina, Regis
Debray, los Estados Unidos aprendieron más rápidamente la lección de Cuba que la izquierda latinoamericana.
También aquí los mecanismos de intervención fueron varios, unos menos violentos
que otros, de la Alianza para el Progreso a las dictaduras brasileña, chilena y
argentina.
La osadía de América Latina en los últimos quince años
consistió en construir una nueva Guerra
Fría, aprovechando, como en la anterior, un momento de flaqueza del
capitalismo hegemónico. Entrampado desde los años noventa del siglo pasado en
el Oriente Medio para saciar el insaciable complejo industrial militar y su
avidez de petróleo, el Imperio dejó
que avanzasen en su patio formas de nacionalismo y de populismo que, al
contrario de las anteriores, ya no buscaban las exiguas clases medias urbanas,
sino la gran masa de los excluidos y marginados. Tenían, pues, una fuerte
vocación de inclusión social. Esta
emergencia fue también posible gracias a un descubrimiento copernicano hecho
por un gran líder mundial llamado Lula
da Silva. Ese descubrimiento, simple como todos los descubrimientos
genuinos, consistió en ver que el ímpetu democratizador que venía desde la
lucha contra la dictadura había preparado a la sociedad brasileña para una
opción moderada por los pobres, como el mismo Lula en sus orígenes. Se trataba de una opción que la Iglesia católica había asumido durante
un tiempo y luego abandonó cobardemente. No se trataba de socialismo, sino tan
solo de un capitalismo sujeto a algún control político con el objetivo de
realizar políticas de Estado relativamente desvinculadas de los intereses
directos e inmediatos de la acumulación capitalista. Este descubrimiento
transformó la naturaleza de la hegemonía en Brasil y se convirtió rápidamente hegemónica en el continente. Digo
hegemónica porque los propios adversarios tuvieron que usar sus términos para
boicotearla y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente hacia otras
áreas, especialmente a la inclusión étnico-racial. La sociedad brasileña se
hacía más inclusiva en el preciso momento en que se reconocía no solo como
sociedad injusta, sino también como sociedad racista, y se disponía a minimizar
tanto la injusticia social como la injusticia histórica étnico-racial.
El hecho de que este
descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil
y se haya propagado a otros países, cada uno con trazos específicos de sus
trayectorias históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes,
por otras vías, surgieron formas convergentes de rebeldía al capitalismo
neoliberal supuestamente sin alternativa, dio origen a una nueva Guerra Fría. Esta sufriría un golpe fuerte si el país que más
avanzó en este campo decidiese volver al redil neoliberal y se comportara como
un buen rebaño, tal como está sucediendo en Europa, que durante algún tiempo
resistió al destino que le fue dictado por la caída del Muro de Berlín.
De ahí la enorme inversión
hecha para derrotar a la presidenta Dilma.
Al final, el descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, quizá, ni sus
propios protagonistas esperaban. Pero obviamente no se espere que el
capitalismo neoliberal global desista. Se siente suficientemente fuerte para no
tener que convivir con el statu quo europeo anterior a la caída del
Muro. Recurrirá pues al boicot sistemático de la alternativa, por más moderada
e incompleta que sea. Tal vez no incluya las formas más violentas que en el
pasado llevaron a intervenciones de
“cambio de régimen” en países grandes de América Latina y que hoy se
limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras (2009) y Paraguay
(2012). Serán acciones de desestabilización social y política, aprovechando el
descontento popular, financiando ONG
con posiciones “amigas”, proveyendo consultoría técnica para el control de las
protestas, y así obteniendo informaciones cruciales. Esta intervención será más
evidente en países como Venezuela y
Argentina, dada la urgencia de poner fin al antiimperialismo chavista o
peronista. Pero en todos los países con gobiernos de centroizquierda se esperan
acciones de desestabilización interna.
Presidentes
Lula y Dilma. Su gran responsabilidad política y del propio Partido de los
Trabajadores PT. Es acabar con el colonialismo interno, en especial la
agresividad de los grandes medios.
***
Los factores internos: el colonialismo
interno.
Como señalé, la
superposición entre los factores externos e internos existe, aunque no sea
total. La agresividad de los grandes medios de comunicación, la desesperación
que llevó a algunos de ellos a cometer actos probablemente criminosos, se asienta
en el interés de la gran burguesía por recuperar el control pleno de la
economía y obtener los lucros extraordinarios de las privatizaciones a
ejecutar. En esa medida, la gran burguesía brasileña brasilera no es más que el
brazo brasileño de una burguesía transnacional bajo la égida del capital
financiero. No habiendo sido capaz de derrotar a la candidata del PT, seguirá presionando abiertamente (y
es probable que tenga éxito) para que se conforme un equipo económico instalado
en el corazón del gobierno que satisfaga los “imperativos de los mercados”.
Este brazo brasileño del
capital transnacional arrastró consigo importantes sectores de la clase media
tradicional e incluso de la nueva clase media, que es un producto de las
políticas de inclusión de los gobiernos del PT. Y también estos sectores
asumieron el discurso de la agresividad que convierte al adversario en enemigo.
Este discurso no puede explicarse únicamente por razones de clase. Hay factores
que son específicos de una sociedad forjada en el colonialismo y la esclavitud.
Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a través de marcadores
sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco tienen que ver con la
ética del capitalismo weberiano. Se trata de la línea abismal que separa al
pobre del rico y que, por estar lejos de ser sólo una separación económica, no
puede ser superada con medidas económicas compensatorias. Puede, por el
contrario, ser intensificada por ellas.
Desde la óptica de los
marcadores sociales colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una
forma degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante,
ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico y ser perezoso o improductivo.
El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el mismo color de piel
que el rico. Estamos hablando, por tanto, de colonialismo inscrito en las
relaciones sociales que a menudo se desdobla en colonialismo en las relaciones
entre regiones (sur versus norte), la forma más conocida de colonialismo
interno (del norte de Italia con relación al sur; del sur de Brasil en relación
con el norte).
En los términos de este
colonialismo de la sociabilidad, las condiciones naturales de inferioridad pueden
suscitar lo más noble que hay en los seres superiores, pero siempre bajo la
condición de que los inferiores en ningún caso pretendan ser iguales que ellos.
Esta subversión sería más impensable y destructiva que la subversión comunista.
Claro que los seres inferiores pueden creer en el principio de igualdad que
escuchan de la boca de los superiores (nunca de su corazón) y luchar por la
igualdad. Les beneficia luchar solos porque ello los vuelve más civilizados, y
es bueno para la sociedad porque obviamente nunca conseguirán sus objetivos y
acabarán reconociendo el carácter natural de la desigualdad.
El hecho de que el poder
político de la época Lula identificara esta línea abismal y tratara de
superarla mediante políticas compensatorias y de antidiscriminación racial que
ayudaran a los inferiores al abandono de su condición de inferioridad es un
insulto a la nación biempensante y un desperdicio criminal de recursos. En este
caso concreto, tuvo también otra consecuencia: el encarecimiento inoportuno del
servicio doméstico que, tal y como está organizado en Brasil, es una herencia
directa del mundo de Los maestros y los esclavos [1].
Vale la pena tener en
cuenta que el ideario colonialista no es el monopolio de las clases dominantes
y sus aliados. Habita en las mentes de quienes más sufren sus consecuencias. Y
habita, sobre todo, en las mentes de aquellos que fueron ayudados a salir de su
estatuto de inferioridad, pero que activa y rápidamente se olvidan de la ayuda
para pensar tan bien como piensa la sociedad biempensante, la sociedad de este
lado de la línea abismal en la que acaban de integrarse. Me refiero a los
sectores de la llamada nueva clase media.
La mejor
respuesta.
Las razones anteriores no
pretenden explicar las diferencias jugadas en la disputa electoral. Únicamente
pretenden explicar su agresividad. Una vez ganadas las elecciones, el gobierno
tiene que centrarse en las diferencias sin olvidarse de la agresividad. No es
fácil definir la mejor respuesta, pero es fácil prever cuál será la peor. La peor
respuesta será pensar que, como la victoria fue estrecha, el PT sólo consiguió retrasar cuatro años
su paso a la oposición y que, siendo así, no vale la pena el esfuerzo de
cambiar las políticas seguidas hasta ahora e incluso tal vez resulte conveniente
rebajar el nivel de confrontación con la derecha. Esta será la peor respuesta
porque, con ella, el PT no sólo
podría retrasar cuatro años su pasaje a la oposición, sino que quizá podría
tardar muchos más en salir de ella.
Veamos, pues, posibles líneas de respuesta que no retrasen derrotas,
sino que consoliden la hegemonía de la sociedad más inclusiva y diversa y
obligue a la derecha a cambiar los términos de la disputa electoral en los
próximos años y en función de esa nueva sociedad.
Políticas sociales. La victoria se logró gracias a los pobres
que por primera vez se sintieron apoyados para cruzar la línea abismal y
gracias a la militancia aguerrida de quienes se solidarizaron con ellos después
de haber visto la línea abismal y disgustarse con lo que vieron. La primera
orientación consiste en no frustrar las expectativas de quienes lucharon por la
victoria de la candidata Dilma Rousseff. Contrariamente a lo que pensaron
algunos analistas del PT en estado de pánico, las manifestaciones de junio del
año pasado no fueron un caldo de cultivo de la derecha. En el frente de lucha
por Dilma, hubo algunos movimientos que protagonizaron las manifestaciones.
Esto muestra que el descontento fue real, aunque a veces su intensidad haya
sido manipulada. Y también muestra que el beneficio de la duda dado al Gobierno
del PT por los manifestantes de ayer y hoy no volverá a repetirse. La
expectativa es ahora más fuerte que nunca. Si no es satisfecha, particularmente
en las áreas de la educación, la salud, la calidad de vida urbana, medio
ambiente, economía campesina y demarcación de las tierras indígenas, la
frustración será irreversible y corrosiva .
La reforma política. La reforma política es el objetivo más
reclamado por las fuerzas progresistas y el más bloqueado por un Congreso que,
gracias a la patología de la representación generada por el sistema actual, no
es el espejo de la diversidad social, política y cultural del país. Casi ocho
millones de brasileños exigieron un plebiscito popular para la convocatoria de
una asamblea constituyente exclusiva. En situaciones tan distintas como las de
Ecuador y Colombia, esta fue la solución encontrada para desbloquear un impasse
institucional semejante al que amenaza Brasil. Es muy importante acabar con la
financiación corporativa de los partidos o aplicar efectivamente el principio
consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca incriminado por
corrupción) para los cargos públicos. Pero no es suficiente. Todo el sistema de
gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo se puede explicar que dos de los
partidos que apoyaron a la candidata Dilma Rousseff hayan sido los oponentes
más feroces del candidato a gobernador, Tarso Genro, cuya propuesta de gobierno
representa lo más genuino que hay en el horizonte del PT? Sin una profunda
reforma política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará
siendo un país injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.
La participación popular. Dado el bloqueo
institucional que se avecina, los movimientos sociales probablemente tendrán
que volver a la calle y ejercer presión política para que el gobierno de Dilma
se sienta apoyado en las reformas que quiere acometer. Será este el test
decisivo para la presidenta Dilma. Para ser llevado a cabo con éxito, son
necesarios dos aprendizajes recíprocos, ambos cruciales. Los movimientos
populares tienen que aprender a no dejarse manipular por los grandes media,
interesados en radicalizar sus demandas siempre que se circunscriban al
gobierno y no incluyan el sistema económico y financiero, este último uno de
los más depredadores del mundo en las sociedades democráticas. Y tienen
igualmente que aprender a detectar y denunciar a los agitadores profesionales
infiltrados en su interior, una realidad con la que sin duda hay que contar
dado el contexto internacional que he mencionado. A su vez, la presidenta Dilma
tiene que aprender a hablar con quien no habla el lenguaje tecnocrático. Tiene
que superar la impactante distancia mantenida con los movimientos sociales en
su primer mandato. Tiene que saber lidiar con el hecho de que la participación
popular oscilará entre dos formas, la participación institucional y la
participación extrainstitucional (en calles y plazas), y debe tener la lucidez
de saber que la segunda forma será más fuerte mientras más débil y
partidarizada sea la primera.
Justicia y tierras indígenas y quilombolas. El sistema judicial tiene una misión democrática que cumplir en la que
el gobierno no debe interferir. Pero el gobierno puede crear condiciones que
faciliten o, por el contrario, obstaculicen esa misión. La Presidenta se ha
ganado la credibilidad necesaria para asumir su parte de responsabilidad en la
lucha contra la corrupción. Pero también tiene que asumir la defensa de la ley
cuando favorece a sectores históricamente marginados y excluidos, como los
pueblos indígenas, los afrodescendientes y campesinos en general. Mantener al
actual ministro de Justicia es un acto de hostilidad frontal respecto a los
pueblos indígenas cuyas tierras dependen de firmas que el ministro ha pospuesto
ostensiblemente.
Una política de los media. La derecha nunca es agradecida con los gobiernos que no salen de su base
socioeconómica, por más favores que le hagan. A diferencia de otros gobiernos
progresistas del continente, el gobierno popular brasileño no quiso luchar por
una nueva normativa que impidiese a los grandes medios ser el principal elector
de la derecha. Si el gobierno espera que esta actitud benevolente fuese
interpretada como una rama de olivo enviada a ellos para auspiciar una
convivencia civilizada, estaba rotundamente equivocado, como bien mostró la
campaña electoral. El caso de Río Grande do Sul es quizá uno de los más
representativos de este estado de cosas que convierte a los medios de
comunicación corporativos en los principales electores de la derecha. Hay,
pues, que seguir adelante con tanta determinación como moderación en esta área.
El apoyo a los
medios comunitarios y alternativos será un buen comienzo.
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Nota
[1] Casa-Grande e Senzala (1933)
es una obra del antropólogo y escritor Gilberto Freyre que trata sobre la
formación de la sociedad brasileña.
Boaventura de Sousa Santos.
Doctor en Sociología del Derecho, universidades de Coimbra (Portugal) y de
Winsconsin (EE.UU.)
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