La defensa de la política extractivista se
desenvuelve en un discurso que mezcla una serie de desafíos realmente
existentes, con todo un juego
retórico plagado de omisiones, desactivaciones simbólicas de campos de poder y
valor, y mitificaciones históricas ―en
la cuales el “desarrollo” es pilar fundamental―, que en su conjunto ofrecen
una conclusión profundamente conservadora, pero que en ningún modo es cierta: no hay alternativas más allá del
extractivismo. El circuito de
acumulación en los capitalismos extractivos se desarrolla como un proceso
metabólico, que intenta capturar, dominar, destruir y/o cooptar todas las
formas territoriales de reproducción de la vida para subsumirlas al patrón macro-energético hegemónico. En
este sentido, a lo largo de los procesos que constituyen este circuito de
acumulación, se van construyendo
justificaciones que puedan legitimar cada fase de este modo de explotación capitalista sobre las
subjetividades y la naturaleza. Es necesario atender a estas fases para
intentar evidenciar cuáles son estas omisiones, desactivaciones y
mitificaciones contenidas en el discurso extractivista. En Teoría económica del capitalismo rentístico de
Asdrúbal Baptista, uno de los clásicos de la literatura petrolera
venezolana, el autor destaca que la especificidad del capitalismo rentístico
radica en el hecho de que su estructura abarca desde el inicio un doble ámbito espacial, un doble ámbito
territorial. En esta dualidad geográfica, el origen de la renta petrolera
es de escala internacional ―determinada por la lógica de la División Internacional del Trabajo―, y
el destino de ésta, estaría enmarcado en una escala nacional, teniendo entonces
al Estado como la interfaz de estos dos procesos. La propuesta de Baptista nos sirve como referente para analizar en estos dos
ámbitos, los diferentes argumentos y epistemes que se proponen para justificar
la expansión del extractivismo: un primer momento, la captación de una renta internacional de la
tierra - RIT (origen); y un segundo momento, la distribución de la misma
(destino).
/////
“La reacción de los pueblos contra el modelo extractivo, es cada vez más
intensa y se está conformando una alianza de hecho entre diversos sectores
sociales”.
***
DESNUDAR AL
EXTRACTIVISMO: REPENSAR EL ORIGEN Y DESTINO DE LA RIQUEZA.
*****
Emiliano Terán Mantovani.
Rebelión viernes 14 de
noviembre del 2014.
“La tierra y las mujeres no
somos territorios de conquista”. “Nosotras somos ricas, tenemos lo que quieras
del territorio: cazamos y pescamos, y hay toda clase de hortalizas. ¿Qué pobres
vamos a ser? No tener naturaleza es ser pobre”
Testimonios recogidos en “La
vida en el centro y el crudo bajo tierra: El Yasuní en clave feminista”.
La defensa de la política extractivista se desenvuelve
en un discurso que mezcla una serie de desafíos realmente existentes, con todo
un juego retórico plagado de omisiones, desactivaciones simbólicas de campos de
poder y valor, y mitificaciones históricas ―en la cuales el “desarrollo” es
pilar fundamental―, que en su conjunto ofrecen una conclusión profundamente
conservadora, pero que en ningún modo es cierta: no hay alternativas más allá
del extractivismo.
El circuito de acumulación
en los capitalismos extractivos se desarrolla como un proceso metabólico, que
intenta capturar, dominar, destruir y/o cooptar todas las formas territoriales
de reproducción de la vida para subsumirlas al patrón macro-energético hegemónico. En este sentido, a lo largo de
los procesos que constituyen este circuito de acumulación, se van construyendo
justificaciones que puedan legitimar cada fase de este modo de explotación
capitalista sobre las subjetividades y la naturaleza. Es necesario atender a
estas fases para intentar evidenciar cuáles son estas omisiones,
desactivaciones y mitificaciones contenidas en el discurso extractivista.
En Teoría económica del capitalismo rentístico de Asdrúbal
Baptista, uno de los clásicos de la literatura
petrolera venezolana, el autor destaca que la especificidad del capitalismo
rentístico radica en el hecho de que su estructura abarca desde el inicio un
doble ámbito espacial, un doble ámbito territorial. En esta dualidad
geográfica, el origen de la renta petrolera es de escala internacional
―determinada por la lógica de la División Internacional del Trabajo―, y el
destino de ésta, estaría enmarcado en una escala nacional, teniendo entonces al
Estado como la interfaz de estos dos procesos.
La propuesta de Baptista nos sirve como referente para
analizar en estos dos ámbitos, los diferentes argumentos y epistemes que se
proponen para justificar la expansión del extractivismo: un primer momento, la
captación de una renta internacional de la tierra - RIT (origen); y un segundo momento, la distribución de la misma
(destino). Sin embargo, es necesario hacer previamente un par de salvedades al
respecto:
a) La separación que propone Baptista sobre
una escala “internacional” y una escala “nacional” es insuficiente para
comprender las diversas dinámicas transterritoriales que constituyen el proceso
capitalista de acumulación en el extractivismo. El elemento sobre el que se
enfoca Baptista, el origen de la RIT, otorga centralidad a los flujos de esta
forma de valor monetaria, haciendo pasar a un segundo plano el hecho de que el
origen de la riqueza es territorial. Esto nos lleva a que, antes que atender
únicamente a la captación de la RIT, nos enfoquemos primordialmente en el
proceso capitalista de extracción que se realiza en el territorio, en la desterritorialización colonial que
genera el capital, en la reconfiguración y reordenamiento político que se
produce en dicho espacio geográfico a raíz de este proceso extractivo.
b) En este mismo sentido, respecto al proceso de
distribución de la RIT, el carácter
“nacional” de la misma se ha desdibujado muchísimo en la globalización
neoliberal, generándose en numerosas ocasiones procesos de regionalización del
capital que trascienden las fronteras de los Estados-nación, y mecanismos
“informales” que desbordan los canales tradicionales de estos procesos, como el
caso de la economía extractiva de frontera en Venezuela (contrabando).
Esto, por supuesto, sin contar con los mecanismos globales de redistribución del excedente (regulares y
fraudulentos) hacia los núcleos hegemónicos de la economía-mundo capitalista.
Primer momento: el proceso capitalista de
extracción y el origen de la RIT .
En nombre del “desarrollo”, el “progreso”, el fin de
la dependencia y la lucha para salir de la pobreza, los diversos discursos
extractivistas nos proponen que debemos sacar más y más de la naturaleza,
ampliar cada vez más los proyectos extractivos en número e intensidades, para
así obtener mayores dividendos monetarios y posteriormente alcanzar tales
grandes objetivos.
Por citar algunos ejemplos,
en México el presidente Enrique Peña Nieto afirmaba que la
promulgación de los reglamentos de la Reforma Energética de fines de 2013 marca
el inicio de una nueva era de desarrollo y crecimiento económico en el país; en
el marco de la extraordinaria expansión del extractivismo sojero en Argentina,
la presidenta de ese país, Cristina
Fernández de Kirchner, inauguraba a fines de abril la planta de
procesamiento de soja más grande del mundo, alegando que se trata del
desarrollo de "una industria de punta para agregar valor a la materia
prima (…) y podamos seguir agregando valor al producto del sector
agropecuario"; y en Perú,
Ollanta Humala ha defendido el Proyecto
minero Conga (Cajamarca), pues “la población necesita ver que los
proyectos económicos que se desarrollan en sus territorios los benefician
directa y concretamente”, incluyendo la supuesta posibilidad de garantizar “
más agua y de mejor calidad ”; argumentos éstos muy similares a los
planteados por los gobiernos “progresistas” de Rafael Correa respecto al petróleo en el Yasuní, o Evo Morales en relación al TIPNIS.
En todos estos casos, el consenso extractivista está
determinado por un fetiche constitutivo de la racionalidad desarrollista,
basado en una idea obsesiva de que el supremo objetivo social es “crear valor”, o bien captarlo como
renta, reproducirlo y expandirlo. En realidad esto significa que lo que el
mercado mundial capitalista considera como útil, válido y valioso, debe
reproducirse de manera acumulativa, exponencial e indefinida, siendo que esta
dinámica crecentista y reproductiva del capital fluye fundamentalmente en la
forma dinero. Esta concepción particular del valor se sostiene sobre varios
pilares:
Ø Su sentido se reproduce desde una pretensión de
universalidad, de objetividad (en la medida en la que aspira a ser
equivalencia absoluta de una serie de “materialidades”) y de un perfil
profundamente economicista, por lo cual hablamos de un patrón colonial del
valor, que coloniza a otros valores existentes, que invisibiliza, subsume o
marginaliza toda una red de procesos de interacción e intercambio metabólicos
de escala molecular, de sentidos simbólicos y afectivos, que en este caso deben
ceñirse a este patrón hegemónico para tener validez.
Ø Desde esta perspectiva, la naturaleza en sí no representa ni reproduce valor. Por esto, la existencia de un
territorio no intervenido por la modernización capitalista, tal y como está,
obstaculizaría la reproducción de capital, es improductivo, parasitario,
incivilizado; es « espacio vacío » –
vacío de valor – . Esto tiene dos implicaciones políticas importantes: una, es
que si la producción del valor se centra en el trabajo, la tierra (naturaleza)
está por tanto condenada a ser objeto de renta (rentístico); la otra
implicación es que la creciente devastación ambiental producto del desarrollo
capitalista, no es contabilizada en ninguna medida como pérdida valor – más
bien este proceso destructivo es la base material para este tipo de “creación
de valor” – .
Ø Los procesos permanentes de « acumulación originaria
», que se han desplegado y continúan haciéndolo por múltiples territorios en
todo el planeta, encarrilan, someten, o destruyen también un enorme y muy
diverso mosaico de cosmovisiones y culturas ancestrales o endógenas, y sus
diferentes metabolismos y universos de valor, a favor de la estructura
universalizante de este patrón colonial de poder.
De esta forma, ante este
discurso extractivista que propone que debemos captar más valor (como renta, a
partir de la expansión de los proyectos extractivos), y crearlo sostenidamente
(sustitución de importaciones, « sembrar el petróleo » para el caso venezolano,
o la « industrialización de la naturaleza » como lo proponen los teóricos de la
UNASUR), es necesario preguntarse:
¿cuál es el saldo socioambiental final que deja este proceso, que va desde la
desterritorialización que produce el proyecto extractivo, hasta la
transformación de la naturaleza en mercancía, y luego en renta?
Si se hacen emerger las
omisiones y desactivaciones simbólicas de otros campos de valor, ocultos por
estos discursos desarrollistas y
extractivistas, reformulando las cuentas que nos ofrecen como “evidencia”
de su verdad, toma más claridad lo profundamente pernicioso que es intensificar
este modelo de desarrollo capitalista.
El modelo minero a gran escala, además de causar miseria, atenta contra
la democracia y los Derechos Humanos en América Latina".
***
En este sentido, planteamos
que hay un valor ontológico en la naturaleza, no sólo en la medida en la que se
considere, desde una visión antropocéntrica, a la misma como un activo (bienes
comunes accesibles a todos los humanos) que debe ser contabilizado como pérdida
cuando se destruye ― como lo propusiera el experimento chino del «PIB verde», abortado rápidamente en
2006―, sino también en el propio sentido de ser de la vida y la reproducción
misma de sus ciclos. Este valor ontológico de la propia vida (el bios),
constituye todos los procesos de reproducción socio-metabólicos y sus
formaciones de valor. De ahí que propongamos el concepto de « valor-vida » .
Si lleváramos pues, el «valor-vida» al metalenguaje económico,
y consideramos los bienes comunes naturales como un activo, el balance
ecológico después de cada proceso extractivo capitalista, e incluso, desde una
perspectiva transterritorial, después del “desarrollo” y la modernización
territoriales (como las expansiones urbanas o modernizaciones agrícolas), sería
sumamente negativo en términos de “pérdidas y ganancias”, siendo importante
también resaltar que la reconfiguración metabólica de los territorios por parte
del capital implica una síntesis indivisible entre la devastación ambiental que
deja, y la desigualdad social que produce, en beneficio primordialmente de sus
administradores.
Si asumiéramos esta nueva eco-contabilidad, sería sumamente
problemático hablar de un proceso puro de creación de riqueza. Es
verdaderamente absurdo convertir el «valor-vida» en un commodity, afectando
masivamente fuentes de agua potable, para luego vanagloriarnos de una alta
captación de RIT y de un gran
crecimiento del PIB, que nos permitirá poder comprar muchas unidades de agua
embotellada. Lo que tenemos como saldo final de estos ciclos extractivos es un
notable incremento de la pobreza del «valor-vida»; una expansión de la cantidad
de sujetos dependientes desvinculados de su relación directa con los bienes
comunes, pero que ahora vivirán en ciudades y se tomarán tazas de café que
requieren en todo su proceso de producción usar hasta unos 140 litros de agua
para cada taza; y un ciclo de acumulación de dinero-renta para comprar
productos importados, que tarde o temprano va a entrar en una fase contractiva.
De esta forma, más que
asumir que este es un proceso de “creación
de riqueza”, la transfiguración de la naturaleza en dinero conlleva en
cambio a una alienación de la riqueza. De ahí que esta transformación material,
metabólico/territorial, y de las sociabilidades que produce el extractivismo,
arroje los nefastos resultados ya conocidos, que se intentan atenuar con la
incumplible promesa de un futuro “desarrollo” para todos. El discurso
pro-extractivista omite toda esta reconfiguración metabólica sobre la base de
una política monetaristocéntrica.
Los cuestionamientos aquí
planteados, hacen parte de una disputa político-cultural, y tienen varias
implicaciones programáticas en los términos de construir alternativas a los
capitalismos extractivos rentísticos y el “desarrollo”:
Ø En todas las escalas espaciales sobre
las que se debe operar para impulsar transiciones post-extractivistas y
post-capitalistas, es fundamental una política no monetaristocéntrica, o no
centrada principalmente en la forma dinero. Hablamos entonces de ampliar la
reproducción de la riqueza por apropiación social de procesos, que
persiga vencer la intermediación que se instituye en el proceso de alienación
de la riqueza anteriormente descrito, y que se puede proyectar tanto a las
políticas públicas, como a las estrategias de los movimientos sociales y
organizaciones populares, en pro de construir tejido autogestionario.
Ø En este sentido, la reivindicación y defensa del «valor-vida» nos lleva a las peticiones y exigencias de moratorias de numerosos
proyectos extractivos y desarrollistas en toda América Latina ― el Yasuní en
Ecuador es tal vez el más emblemático en la región ― , que no responden a las
necesidades de la población, sino primordialmente del mercado capitalista mundial
y las élites nacionales que se enriquecen de éstas. En el caso de Venezuela, el
llamado «Arco Minero de Guayana» es
un proyecto de este tipo ― siendo que la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la
Amazonia y el antropólogo Esteban Emilio Mosonyi han solicitado su
moratoria ― , al igual que los planes de expansión de la explotación
carbonífera en la Sierra de Perijá (Estado Zulia), e inclusive zonas
ecológicamente más sensibles en la Faja Petrolífera del Orinoco, que la Red de
Alerta Petrolera Orinoco Oilwatch, con Francisco Mieres entre sus integrantes,
propusiera en 2004 que no se explotaran.
Ø El impulso de un proceso de reproducción de la riqueza por apropiación social de procesos supone entonces
la expansión del sector común, respecto a los sectores público y
privado, lo que debe ir imperiosamente de la mano del reconocimiento de formas
de autogobierno territorial y la mixtificación de las formas de propiedad, en
pro y defensa de la reproducción de esos valores-vida existentes, que van más
allá de la hegemonía de la riqueza monetarizada.
Ø La promoción de nuevos eco-indicadores para la transición en varias escalas, que logren descentralizar los
procesos de reproducción del valor, y que al mismo tiempo puedan servir para
modificar radicalmente la lógica colonial que constituye las relaciones
socio-metabólicas reinantes en el sistema capitalista.
Ø Si el origen de la riqueza está en el territorio, y
si reconocemos que un proceso de transformación profunda no va a ser impulsado
por el Estado ― y en cambio éste podría tratar de frenarlo ― , surge la
pregunta: ¿deben los movimientos sociales disputarse principalmente la renta
con los administradores del capitalismo rentístico, o en cambio dirigir su
mirada fundamentalmente hacia los territorios y los bienes comunes? La
globalización de la lógica popular del occupy,
practicada tanto por los movimientos urbanos en todo el mundo (indignados,
OWS), como por pueblos campesinos (MST-Brasil) e indígenas (recordemos al
cacique Sabino Romero y los yukpa ocupando haciendas en la Sierra de Perijá en Venezuela) evidencian disputas territoriales en
el campo del «valor-vida», donde se origina la mercantilización de la
naturaleza, la RIT y donde se ejerce directamente el poder neocolonial.
Segundo momento: el destino de la RIT y el
proceso capitalista de su distribución.
El discurso defensor del
extractivismo nos propone que, ante los flagelos de la pobreza, de la
dependencia y el llamado “subdesarrollo”
debemos profundizar este modelo, sin atender al hecho de que, antes que
expandir los proyectos extractivos y ampliar la renta captada, es necesario
revisar cómo se distribuye la misma. Y no sólo se hace referencia a tener
balances positivos y cuentas saneadas, o bien distribuir la renta de manera más
equitativa, sino también a reconocer que los diversos mecanismos de
distribución de la RIT generan
territorialidades, espacialidad, institucionalidades, procesos metabólicos
determinados, relaciones de poder y formas de producción de subjetividad e
interacción social, acordes a los requerimientos biopolíticos de este modelo de
acumulación de capital.
Esto por supuesto implica
que, dependiendo de los sentidos y lógicas que atraviesan estos procesos de
distribución, podrían disputarse y reconfigurarse nuevas producciones de la
política y la territorialidad, que apunten claramente hacia formas de
transición post-extractivistas. Surgen entonces varias preguntas: ¿qué formas
de producción están estimulando y desestimulan estos mecanismos existentes en
nuestros países? ¿Qué estilos de vida promueven? ¿Qué formas de valor
prevalecen? ¿Qué tipo de ordenamiento territorial dispone, qué tipo de patrones
energéticos? ¿Beneficia a una descentralización o a una concentración del
poder? ¿Impulsa una mercantilización de la naturaleza, o bien abre caminos a la
gestión popular de los bienes comunes? ¿Qué horizontes emancipatorios se
podrían trazar desde otras lógicas distributivas?
A modo ilustrativo, existen
algunos ejemplos que se podrían revisar: los investigadores Pablo Iturralde y Eduardo Pichilingue
del Centro de Derecho Económico y Social (CDES), muestran que si se aumentara
la carga tributaria 1,5% más de lo actualmente registrado, sobre las ventas de
los 110 grupos económicos más poderosos en Ecuador, se obtendrían alrededor de
20 mil millones de dólares en un período similar a la de la explotación
petrolera de 25 años en el Yasuní-ITT,
lo cual da aún más sentido a la moratoria exigida para ese territorio, ahora
con un argumento que se propone desde el campo de la redistribución de la
renta. Otro ejemplo es el del precio de la gasolina en Venezuela, la más
barata del mundo, que no sólo le genera pérdidas al Estado venezolano, sino que
promueve estilos de vida y patrones de consumo que para el caso del país
caribeño son notablemente intensivos respecto al resto de países de la región
(¿a quiénes beneficia ese subsidio en el país?), y que desestimula otras
posibles alternativas.
Aunque el discurso y la
política oficial, y en general la retórica de los partidos políticos insiste en
que no hay alternativas al extractivismo, nada más falso que esto. Numerosas
experiencias populares que muestran que sí es posible la vida sin
extractivismo, junto con la urgencia tanto de la crisis ambiental global, como
de la propia crisis del sistema capitalista, y sus consecuencias para una
América Latina que se encuentra en una encrucijada, ponen de manifiesto el doble ámbito de esta
disputa política-cultural para los movimientos sociales: el territorio y la
institucionalidad.
Caracas, noviembre de 2014.
*****
*Emiliano Teran Mantovani es investigador del Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos CELARG.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario