De la lectura del presente texto del destacado académico ecologista-
ambientalista, Dr. Gudynas, es lícito encontrar una separación
política – etapas muy definidas y diferentes – entre el progresismo y el izquierdismo
latinoamericano, hoy presente en varios gobiernos de Nuestra América. Argumentar que el progresismo se concentró
– y se congeló políticamente – en su lucha contra la pobreza, el reconocimiento y vigencia de los derechos sociales,
el control nacional sobre algunos recursos naturales, las políticas de
integración continental – UNASUR Y CELAC -, la defensa política de los
propios procesos progresistas, ante el ataque permanente en las calles y vías
públicas por la derecha golpista, la forja y construcción de una Plataforma Política, Democrática de Nuestra
América en los escenarios institucionales globales – a nivel de las
Naciones Unidas -. También se ha avanzado en políticas nacionales en relación a
la defensa y protección de la Madre
Tierra, pero recién es el inicio, quedan grandes tareas y responsabilidades
como compromiso a resolver en el futuro.
Sin
embargo, también es democrático reconocer que tres grandes “enfermedades”
socio-políticas hoy
están devorando las estructuras del sistema democrático progresista,
nacionalista, alternativas en proceso de construcción política post-neoliberal. Primero, La corrupción como estructura total ha logrado capturar la clase política, ha secuestrado
las instituciones, ha demolido la confianza y legitimidad de las instituciones
o partidos políticos – no todos pero hoy la lucha anti-política se centra en
este escenario en su totalidad -. Segundo, El proceso progresista – a pesar de haber salido del dominio del ALCA y no haber firmado los TLC – con Estados Unidos, pero sí
Convenios de Cooperación, Inversión, Comercio, Exportación de recursos
naturales - con otros países como China, Rusia, India y la propia Unión Europea, ha
generado internamente que en todos los países de Nuestra América – unos de políticas
neoliberales como Perú, Colombia, México – al centro Chile – o progresistas
como Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador o Uruguay – han centrado –
encapsulado toda su política interna-exportación, en el viejo modelo de origen colonial, el
extractivismo primario exportador de recursos naturales, en la
práctica sirviendo a los “viejos”
intereses neo-coloniales del ALCA,
los TLC y hoy dentro de las políticas del Consenso de los Commodities – de inversión, saqueo, desposesión de
los recursos naturales, biodiversidad, conocimientos ancestrales, como “nueva” fuente de acumulación mundial
del capitalismo, así como la práctica nociva de las viejas formas de explotación
de la mano de obra, procesos general que sirve directamente a los
intereses transnacionales del capital corporativo global.
En tercer lugar, no haber profundizado una mayor participación
ciudadana de los Movimientos Sociales – La Sociedad Civil, Real, emergente,
popular, plural, democrática – es decir el Poder Local Popular, debió ser el MOTOR de lucha y resistencia del proceso progresista, izquierdista,
nacionalista, revolucionario, y los Nuevos Sujetos Sociales Históricos que definan los
grandes objetivos estratégicos del proceso. En lo interno existe una gran
debilidad política, que no permitió dar esta “gran salto político” hacia adelante, proceso que era de entera
responsabilidad de los Partidos
Políticos – pero mirando en sus respectivos escenarios nacionales, la
mayoría de ellos están enfermos de cáncer
político y otros ya en salas de “cuidados
intensivos”, por haber sido atrapados y secuestrados por virus maldito de
la corrupción. Políticamente en
todos los países de políticas post-neoliberales hasta hoy existe una marcha
paralela – muy poco es la alianza política entre gobierno y movimientos sociales – y en todos ellos la separación, incluso la
oposición y controversias sobre políticas sociales – laborales – es evidente y
cada vez son más radicales.
Políticamente
se caminado muy poco
– casi nada en materia de corrupción – es esta fría, violenta realidad la
que está golpeando fuerte sobre los gobiernos progresistas actuales y es el “caballito
de batalla” de la derecha golpista. Los Sociólogos que trabajamos en el pensamiento crítico de la
Sociología de las Ausencias, conocemos,
que la corrupción, jamás, nunca ha
venido por el lado del pueblo o de la
izquierda – nosotros hemos nacido en
las calles y plazas públicas, es nuestro hogar histórico, ese es el escenario
de escenarios de las clases y la lucha de clases, el recinto histórico de la
Sociedad Civil, de la Ciudadanía Política – y desde nuestro propio nacimiento hemos combatido y
marcado distancias con las políticas de la derecha conservadora y el conjunto
de sus defensores de oficio y hoy Opinólogos
– o escribanos a sueldo -. La
corrupción vino, en la propia coraza estructural del neoliberalismo – la combatió en la década de los 80’ –
mientras forme y consolide Poder. Aquí está la raíz teórico-doctrinaria de
nuestra diferencia histórica y presente con los “dueños del poder” y su conjunto de inquilinos y fieles servidores.
Distinguido
colega Dr. Gudynas –
si en Ecuador hoy se comete un gran
error político – el haber separado primero y hoy oposición entre los
movimientos de los pueblos originarios y la “revolución Ciudadana” del Presidente Correa o en Bolivia algunos
errores con respecto al comportamiento y trabajo que realizan algunas ONGs,
creo que es importante reconocer el camino político equivocado, peligroso y
destructivo; y en el caso de Ecuador,
debe superarse con audacia, inteligencia y sabiduría y no permitir que los hermanos de los pueblos
originarios hoy caminen con las
burguesías golpistas – los utilizan mientras le sean útiles, después lo reprimen o encarcelan a sus Líderes o los
asesinan -. Pero también usted debe reconocer que hay en todo América Latina, miles de ONGs, y de
ellas cientos no realizan un trabajo
profesional – son en la práctica de la “vida
política” de cada pueblo o Nación, escudos o paraguas de trabajos contra
los procesos políticos de la izquierda revolucionaria y su financiamiento es
exclusivo para realizar este tipo de trabajo destructivo.
Finalmente Dr. Gudynas, personalmente – no lo digo ahora en respuesta a
su brillante artículo sobre “La
Identidad del Progresismo, su agotamiento y el relanzamiento de las izquierdas”.
Los actuales procesos, políticos,
progresistas, nacionalistas, democráticos y de izquierda latinoamericana – “no son
copia ni calco, son creación histórica de cada pueblo”, es un solo proceso
político en construcción social. Para mi representa y
constituye un solo proceso político, que tiene etapas - o fases
histórico-políticas – No hay agotamiento – hay una etapa de definiciones políticas y agudización de la lucha de
clases -, del presente escenario de violencia, hay que fortalecer el
proceso, superar y corregir errores y consolidar políticas muy bien definidas, porque
no es fácil limpiar, salir de los escombros
envenenados que dejó el neoliberalismo – no solo dejó, sino que sigue presente
y envenenando por varios flancos que ellos consideran muy influyentes -. Usted ve hoy como el poder de los medios
de comunicación – ante la crisis estructural de la Política – como en la
práctica dentro de un sistema “democrático”
hoy ejercen una “verdadera dictadura”,
porque ante la ausencia de partidos políticos, corrupción de los gobiernos o
debilidad social por falta o ausencia de Confianza, hoy
los mass-media han logrado imponer su
propia Agenda de gobierno. Hay grandes temas pendientes a trabajar y presentar
alternativas de solución a mediano y largo plazo, pero lo central y fundamental
es forjar y construir la unidad social y
cohesión política con el Poder Local Popular. La Sociedad Civil empoderada
y potenciada construyendo Gobernabilidad
Democrática, recuperando men primer lugar la CONFIANZA del
pueblo desde la Ciudadanía Política,
así como recuperando las formas tradicionales de organización, trabajo, lucha y
resistencia democrática. La Cultura, el
Agua, el Trabajo y la Vida de los Pueblos para
construir y forjar en Nuestra América, La Patria Grande: Otro Mundo, Socialista
y Democrático si es posible.
/////
LA IDENTIDAD DEL PROGRESISMO, SU
AGOTAMIENTO Y LOS RELANZAMIENTOS DE LAS IZQUIERDAS.
*****
Eduardo Gudynas.
Rebelión jueves 8 de octubre del 2015.
Las circunstancias que afectan a los gobiernos
progresistas en América Latina siguen despertando mucha atención. Algunas
reflexiones recientes señalan una crisis, un final o un agotamiento del
progresismo, mientras que otros rechazan cualquier debilidad o retroceso (1).
Intentando salir del ruido en este debate, se confirma la divergencia entre
izquierdas y progresismos, donde éstos últimos muestran una condición propia de
un agotamiento antes que un final. Sorpresivamente, unos cuantos defensores de
los progresismos en lugar de repotenciarlo confirman esta situación.
El reconocimiento que los progresismos tienen una
identidad política en sí misma es evidente desde los dichos y prácticas de esos
gobiernos y sus bases de apoyo. Estos usan ese rótulo, lo defienden, e incluso
lo usan en sus coordinaciones continentales (como los Encuentros
Latinoamericanos Progresistas, ELAP).
Esta distinción del progresismo como un régimen político
distintivo, que resulta de una “gran divergencia” con las izquierdas desde las
cuales se originaron, ya fue señalada poco tiempo atrás (2). En efecto, las
izquierdas de fines de los años noventa, entre otras cosas criticaban las bases
conceptuales del desarrollo, se comprometieron a terminar con la corrupción en
el estado y la política, defendían la ampliación de los derechos y la justicia,
buscaban una radicalización de la democracia con más participación y consultas,
y estaban estrechamente vinculadas a diversos movimientos sociales.
Los progresismos actuales, en cambio, abrazan las
ideas del desarrollo aunque disputan la apropiación de sus excedentes, parecen
haberse rendido ante la corrupción, recortan algunos derechos ciudadanos,
insisten en una mirada economicista de la justicia, detuvieron o retrocedieron
en los mecanismos de democracia participativa y deliberativa para volcarse
hacia el hiperpresidencialismo, y poco a poco se fueron desconectando de muchos
movimientos sociales hasta terminar enfrentados con algunos de ellos.
Los progresismos se reconocen a sí mismos como una
familia política y establecen claras distinciones con otras posturas. Se
presentan como parte de un mismo agrupamiento progresista gobiernos que van
desde Nicolás Maduro en Venezuela hasta Tabaré Vázquez en Uruguay. A la vez se
consideran distintos, por un lado de los gobiernos conservadores (otro amplio
conjunto que incluye a O. Humala en Perú o J.M. Santos en Colombia), y por otro
lado, del resto de las izquierdas, a las que varios califican como infantiles,
ultra, radicales o trotskistas. Por todo este tipo de razones, las diferencias
entre izquierdas y progresismos se han vuelto fáciles de capturar y las
organizaciones ciudadanas las usan cada vez más.
Es comprensible que existan muchos entusiastas del
progresismo, pero también hay que aceptar que sus ideas y prácticas merecen ser
sopesadas críticamente. Si eso se hace con seriedad, está claro que estos
progresismos no se han vuelto neoliberales. Calificarlos de esa manera no sólo
me parece exagerado, sino que muestra problemas conceptuales en entender el
concepto de neolibralismo. Aunque debemos admitir que es un desvío cultivado en
parte por los progresismos, al calificar de neoliberal a buena parte de lo que
fuera distinto de sus planes. Eso desembocó en usos difusos de la categoría, y
por ello, cuando por ejemplo los gobiernos de Correa (Ecuador) o Vázquez
(Uruguay) lanzan las asociaciones “público-privadas”, se vuelve inevitable que
los tilden de neoliberales para adherirse a esos instrumentos mercantiles.
Pero los progresismos también son diferentes de las
posiciones de las izquierdas plurales, independientes y democráticas de las que
partieron a finales de los años noventa. Los progresismos rehúyen de las
pluralidades y prefieren los pensamientos únicos, no les gusta mucho la
independencia ya que reclaman obediencia, y privilegian la delegación
democrática hacia el hiperpresidencialismo antes que radicalizarla localmente.
En cuanto a sus ideas sobre el desarrollo, cuando
se analiza lo que dicen y hacen los progresismos, si bien hay matices en sus
estrategias, todas ellas buscan el crecimiento económico a partir de la
exportación de recursos naturales y la atracción de inversiones, apoyan la
ampliación del consumo popular y aplican algunas medidas compensatorias con los
sectores más pobres. Sus Estados conceden al capital en varios frentes para
conseguir estabilidad económica e inserción comercial, mientras que intenta
controlarlo en otros, en especial allí donde puede aumentar la captura estatal
de excedentes. Supieron aprovechar muy bien una coyuntura de altos precios de
las materias primas y crisis en las naciones industrializadas para crecer
económicamente.
Fin de ciclo o agotamiento.
Esas estrategias están enfrentando variados
problemas, y que son especialmente evidentes en Venezuela y Brasil. Bajo ese
contexto resurgió el debate sobre si esos progresismos están en una crisis
terminal o se están agotando. La distinción entre las dos condiciones no es
menor, ya que sería muy arriesgado hablar de un final de ciclo. Aún bajo
condiciones muy adversas, los agrupamientos políticos progresistas pueden ganar
una elección y retener el poder (como sucedió con la reelección de Dilma Rousseff
en 2014 en Brasil). Incluso hay progresismos que por ahora tiene buen respaldo
y son estables (como el Frente Amplio en Uruguay).
Pero más allá de si retienen o no los gobiernos, es
más claro que se ha debilitado la reflexión teórica que los sostenía, están
perdiendo sus capacidades de innovación, de responder a las nuevas
circunstancias, y les cuesta mucho mantener alineada a su propia militancia por
lo que deben recurrir asiduamente a las adhesiones de sus propios funcionarios
o a impresionantes campañas publicitarias. Se le hace más difícil explicar los
pactos económicos para sostener sus estrategias de desarrollo (como las
concesiones al capital extranjero, las flexibilizaciones sociales y ambientales
o los acuerdos con políticos de la vieja derecha). Siguen pendientes problemas
serios, como la violencia urbana o agudos deterioros ambientales. La conclusión
es que no estamos ante una crisis final sino que presenciamos un agotamiento.
Al sumarse los problemas, la conflictividad retoma
en varios países y se regresa a marchar en las calles. Pero ya no se logra
apaciguar rápidamente a estas movilizaciones apelando al encantamiento con
ideas y sensibilidades progresistas. A la vez, hay menos opciones para
revertirlas por medio de compensaciones económicas. El Estado progresista se ve
forzado a lidiar con la conflictividad mediante otros instrumentos, como
recortando algunos derechos, criminalizando la protesta, e incluso ha llegado a
cruzar algunas líneas rojas de la represión (como ha ocurrido recientemente contra
movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia). Son medidas que alejan a esos
gobiernos todavía más de la izquierda y los vuelve aún más progresistas.
Las defensa progresistas.
Es bajo esta coyuntura que aparecen las recientes
defensas a los progresismos. En muchas de ellas los alcances son limitados y se
repiten ideas comunes, pero lo que más impacta es que en su propia formulación
refuerzan esta percepción de agotamiento. Algunos ejemplos ilustran esta
situación.
Como los argumentos escasean, posiblemente las
defensas más comunes están en afirmar que cualquier cuestionamiento expresa
pensamientos conservadores o sirve a los intereses de la derecha. No se
analizan las puntualizaciones de la izquierda, sino que el progresismo
inmediatamente la rótula de conservadora, o que es funcional a las ideas
conservadores. No hay argumentos, sino que se parte de un juicio previo donde
cualquier crítica al progresismo siempre serviría a intereses conservadores y
por ello debe ser rechazada.
Otras defensas se centran en destacar hechos
positivos, como la reducción de la pobreza o el control nacional sobre algunos
recursos naturales. Sin duda allí hay avances progresistas, y esas son sus
herencias más positivas. Pero parece que no se asume que ese tipo de justificaciones
están perdiendo su fuerza, y que las contradicciones actuales de ese desarrollo
son cada vez más claras. La insistencia en reducir la justicia al campo de los
instrumentos de compensación económica parece estar chocando son sus límites, y
se hace evidente que por ese sendero se vuelve a caer en una mercantilización
de la vida social y la Naturaleza, un extremo que las izquierdas rechazan pero
los progresismos parecen aceptar bajo ciertas condiciones.
Están los que afirman que los progresismos no pueden
ser culpados por los problemas actuales ya que ellos se deben a lo que ocurrió
diez o quince años atrás, bajo los gobiernos neoliberales. Por ejemplo, la
desindustrialización en Brasil sería culpa de las administraciones Collor o
Cardoso, y se evita analizar en detalle las responsabilidades de los dos
gobiernos de Lula da Silva o Dilma Rousseff. En la misma línea, otros van
todavía mucho más atrás, sosteniendo que contradicciones actuales, como los
extractivismos, no se pueden resolver porque venimos haciendo lo mismo durante
cinco siglos.
Aquí el agotamiento se expresa como fugas al pasado
que desnudan las trabas en asumir un análisis crítico sobre el presente.
Siguiendo con el ejemplo de Brasil, hay dificultades para evaluar el papel del
progresismo en exacerbar la primarización de las exportaciones, el desmedido
apoyo gubernamental a las grandes corporaciones (los llamados “campeones
nacionales”, algunos de los cuales ahora se sabe participaban en redes de
corrupción con el mundo político), las resistencias a lograr cadenas
productivas compartidas con los países vecinos, o las medidas financieras que
sobre todo beneficiaron a la banca.
Otras defensas, en cambio, se atrincheran en la
dimensión internacional, aunque por momentos se cae en simplificaciones
fenomenales. Los progresismos por cierto han tenido momentos estelares, como la
derrota del ALCA, y que debemos reconocer. Pero eso no impide analizar
problemas actuales, como los roles concedidos a China, las razones que explican
la ausencia de políticas regionales comunes en rubros claves como energía o
agroalimentos en espacios como UNASUR, o las incapacidades en concretar
efectivamente el Banco del Sur o el SUCRE.
Por último, hay defensas progresistas que son
bastante sinceras en dejar al desnudo este agotamiento. Como no hay argumentos
piden adhesión y obediencia. Esto se puede ver, pongamos por caso, en los
cuestionamientos de Emir Sader a los que denomina como mesiánicos escritores de
misivas (tal vez en alusión a una carta pública donde varios intelectuales
alertábamos sobre el hostigamiento del vicepresidente de Bolivia, Alvaro García
Linera, a un puñado de ONGS). Sader dice, con mucha acidez, que los que firman
esas cartas públicas son personas sin “ninguna capacidad de influencia en la
realidad”, sin “ningún vínculo con la izquierda latinoamericana realmente
existente”, y que cuando fueron candidatos partidarios tuvieron “votaciones
irrisorias” (3). Su posición es clara: abandona el sitio de un intelectual
independiente y crítico, para reclamar disciplina y adhesión partidaria.
Si se apelara a una defensa basada en argumentos y
explicaciones, habría que fundamentar qué tiene de izquierda amenazar con
cerrar a organizaciones ciudadanas que trabajan en temas de desarrollo o
ambiente, o que apoyan a sindicatos o indígenas. O analizar si un gobierno
progresista es realmente tan pero tan débil que siente que cuatro pequeñas ONGs
lo amenazan. O explicar cuál es la lógica política de entender que una carta
pública será cierta o errada según el caudal de votos que pudieron tener
algunos de sus firmantes. Uno de los adherentes en defensa de esas ONGs fue
Noam Chomsky, de donde habría que preguntarse si lo que ha escrito ese
académico debe ser desechado por no haber ganado nunca una elección.
Cuando el único camino que queda para este tipo de
defensas es apelar a una incondicional y disciplinada adhesión al gobierno, es
evidente que estamos ante un agotamiento conceptual. No se analiza si lo que
hace un gobierno está bien o mal, sino que se exige no hacer públicas las
críticas.
Relanzando debates en clave de izquierdas.
¿Cómo lidiar con esta situación? Las izquierdas que
son plurales e independientes no pueden quedar atrapadas bajo estas
circunstancias. El debate de ideas sigue siendo fundamental, el entendimiento
de las prácticas y urgencias de los movimientos sociales es indispensable, y el
antídoto ante los slogans sigue siendo manejos serios y rigurosos de la
información y los análisis. Las voces de las izquierdas son necesarias, aunque
sin duda deberán navegar bajo condiciones adversas ya que en muchos casos serán
hostigadas desde los progresismos como por derecha.
Las izquierdas plurales, democráticas e
independientes siguen teniendo un papel crítico, tanto para evitar retornos a
gobiernos y posturas conservadoras, como para alertar sobre consecuencias
negativas de los progresismos actuales. Muchas medidas que están tomando estos
gobiernos ante la presente crisis tienen efectos casi contrarios a los
supuestos beneficios que dicen sus defensores. Por ejemplo, la adicción
progresista a los extractivismos, está dejando economías todavía más
dependientes de las materias primas, un viejo sueño de las corporaciones
transnacionales que manejan el comercio en esos rubros, y a la vez se traban
las exploraciones de alternativas postextractivistas, otro sueño de las
empresas mineras y petroleras.
Las izquierdas plurales y democráticas también
deben estar atentas a no caer en reflejos conservadores, ni ser partícipes de
una restauración neoliberal. El antídoto está en permanecer siempre enfocadas
en los compromisos con la justicia social y ambiental. Pero tampoco deberían
caer en guerrillas intelectuales donde la diferencia es personificada en
enemigos a combatir o en una lucha para ver quién es más de izquierda.
Muy por el contrario, las izquierdas deben relanzar
sus propias miradas críticas, que rescaten los aportes positivos de los
progresismos, pero que también sean capaces de entender sus contradicciones y
retrocesos. Ellas dejan en claro que los progresismos no son el final del
camino, sino una etapa en procesos de cambio que necesitar continuarse. No
pueden quedarse calladas, y todos tenemos que escuchar sus reflexiones sobre
justicia social y ambiental.
*****
Notas
1. Algunas
defensas conocidas son: ¿El final del ciclo (que no hubo)?, Emir Sader, ALAI
(Quito), 14 setiembre 2015; Diagnosticadores de la capitulación, Aram
Ahoronian, Nodal (Buenos Aires), 15 setiembre 2015; Geopolítica de América
latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto, Alfredo Serrano
M., ALAI (Quito), 15 setiembre 2015. Entre las críticas recientes se pueden
señalar a: El fin del relato progresista en América Latina, S. Schavelzon,
Animal Político, La Razón, La Paz, 21 junio 2015; Hora de hacer balance del
progresismo en América Latina, R. Zibechi, Brecha (Montevideo), agosto 2015;
Venezuela: ¿crisis terminal del modelo petrolero rentista?, E. Lander, Aporrea
(Caracas), Octubre 2014.
2. Esta
distinción fue adelantada, por ejemplo, en Izquierda y progresismo: la gran
divergencia, E, Gudynas, ALAI, Quito, 24 diciembre 2013,
http://alainet.org/active/70074
3. Os
missivistas messiânicos, E. Sader, Carta Maior (S. Paulo), 30 agosto 2015.
Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino
Americano de Ecología Social (CLAES). Este artículo es una
versión corregida de una versión publicada por ALAI, y adelanta algunas ideas
de un libro en preparación sobre la divergencia entre las izquierdas y los
progresismos en América del Sur.
Twitter:
@EGudynas.
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