jueves, 8 de octubre de 2015

LA IDENTIDAD DEL PROGRESISMO, SU AGOTAMIENTO Y LOS RELANZAMIENTOS DE LAS IZQUIERDAS.

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De la lectura del presente texto del destacado académico ecologista- ambientalista, Dr. Gudynas, es lícito encontrar una separación política – etapas muy definidas y diferentes – entre el progresismo y el izquierdismo latinoamericano, hoy presente en varios gobiernos de Nuestra América. Argumentar que el progresismo se concentró – y se congeló políticamente – en su lucha contra la pobreza,  el reconocimiento y vigencia de los derechos sociales, el control nacional sobre algunos recursos naturales, las políticas de integración continental – UNASUR Y  CELAC -, la defensa política de los propios procesos progresistas, ante el ataque permanente en las calles y vías públicas por la derecha golpista, la forja y construcción de una Plataforma Política, Democrática de Nuestra América en los escenarios institucionales globales – a nivel de las Naciones Unidas -. También se ha avanzado en políticas nacionales en relación a la defensa y protección de la Madre Tierra, pero recién es el inicio, quedan grandes tareas y responsabilidades como compromiso a resolver en el futuro.

Sin embargo, también es democrático reconocer que tres grandes “enfermedades” socio-políticas hoy están devorando las estructuras del sistema democrático progresista, nacionalista, alternativas en proceso de construcción política post-neoliberal. Primero, La corrupción como estructura total ha logrado capturar la clase política, ha secuestrado las instituciones, ha demolido la confianza y legitimidad de las instituciones o partidos políticos – no todos pero hoy la lucha anti-política se centra en este escenario  en su totalidad -. Segundo, El proceso progresista – a pesar de haber salido del dominio del ALCA y no haber firmado los TLC – con Estados Unidos, pero sí Convenios de Cooperación, Inversión, Comercio, Exportación de recursos naturales - con otros países como China, Rusia, India y la propia Unión Europea, ha generado internamente que en todos los países de Nuestra América – unos de  políticas neoliberales como Perú, Colombia, México – al centro Chile – o progresistas como Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador o Uruguay – han centrado – encapsulado toda su política interna-exportación, en el viejo modelo de origen colonial, el extractivismo primario exportador de recursos naturales, en la práctica sirviendo a los “viejos” intereses neo-coloniales del ALCA, los TLC y hoy dentro de las políticas del Consenso de los Commodities – de inversión, saqueo, desposesión de los recursos naturales, biodiversidad, conocimientos ancestrales, como “nueva” fuente de acumulación mundial del capitalismo, así como la práctica nociva de las viejas formas de explotación  de la mano de obra, procesos general que sirve directamente a los intereses transnacionales del capital corporativo global.

En tercer lugar, no haber profundizado una mayor participación ciudadana de los Movimientos Sociales La Sociedad Civil, Real, emergente, popular, plural, democrática – es decir el Poder Local Popular, debió ser el MOTOR de lucha y resistencia del proceso progresista, izquierdista, nacionalista, revolucionario, y los Nuevos Sujetos Sociales Históricos que definan los grandes objetivos estratégicos del proceso. En lo interno existe una gran debilidad política, que no permitió dar esta “gran salto político” hacia adelante, proceso que era de entera responsabilidad de los Partidos Políticos – pero mirando en sus respectivos escenarios nacionales, la mayoría  de ellos están enfermos de cáncer político y otros ya en salas de “cuidados intensivos”, por haber sido atrapados y secuestrados por virus maldito de la corrupción. Políticamente en todos los países de políticas post-neoliberales hasta hoy existe una marcha paralela – muy poco es la alianza política entre gobierno y movimientos sociales – y en todos ellos la separación, incluso la oposición y controversias sobre políticas sociales – laborales – es evidente y cada vez son más radicales.


Políticamente se caminado muy poco – casi nada en materia de corrupción – es esta fría, violenta realidad la que está golpeando fuerte sobre los gobiernos progresistas actuales y es el “caballito de batalla” de la derecha golpista. Los Sociólogos que trabajamos en el pensamiento crítico de la Sociología de las Ausencias, conocemos, que la corrupción, jamás, nunca ha venido por el lado del pueblo o de la izquierda – nosotros hemos nacido en las calles y plazas públicas, es nuestro hogar histórico, ese es el escenario de escenarios de las clases y la lucha de clases, el recinto histórico de la Sociedad Civil, de la Ciudadanía Política – y desde nuestro propio nacimiento hemos combatido y marcado distancias con las políticas de la derecha conservadora y el conjunto de sus defensores de oficio y hoy Opinólogos – o escribanos a sueldo -. La corrupción vino, en la propia coraza estructural del neoliberalismo – la combatió en la década de los 80’ – mientras forme y consolide Poder. Aquí está la raíz teórico-doctrinaria de nuestra diferencia histórica y presente con los “dueños del poder” y su conjunto de inquilinos y fieles servidores.

Distinguido colega Dr. Gudynas – si en Ecuador hoy se comete un gran error político – el haber separado primero y hoy oposición entre los movimientos de los pueblos originarios y la “revolución Ciudadana” del Presidente Correa o en Bolivia algunos errores con respecto al comportamiento y trabajo que realizan  algunas ONGs, creo que es importante reconocer el camino político equivocado, peligroso y destructivo; y en el caso de Ecuador, debe superarse con audacia, inteligencia y sabiduría y no permitir que los hermanos de los pueblos originarios hoy caminen con las burguesías golpistas – los utilizan mientras le sean útiles, después lo  reprimen o encarcelan a sus Líderes o los asesinan -. Pero también usted debe reconocer que hay en todo América Latina, miles de ONGs, y de ellas cientos no realizan un trabajo profesional – son en la práctica de la “vida política” de cada pueblo o Nación, escudos o paraguas de trabajos contra los procesos políticos de la izquierda revolucionaria y su financiamiento es exclusivo para realizar este tipo de trabajo destructivo.

Finalmente Dr. Gudynas, personalmente – no lo digo ahora en respuesta a su  brillante artículo sobre “La Identidad del Progresismo, su agotamiento y el relanzamiento de las izquierdas”. Los actuales procesos, políticos, progresistas, nacionalistas, democráticos y de izquierda latinoamericana – “no son copia ni calco, son creación histórica de cada pueblo”, es un solo proceso político en construcción social.  Para mi representa y constituye un solo proceso político, que tiene etapas  - o fases histórico-políticas – No hay agotamiento – hay una etapa de definiciones políticas y agudización de la lucha de clases -, del presente escenario de violencia, hay que fortalecer el proceso, superar y corregir errores y consolidar políticas muy bien definidas, porque no es fácil limpiar, salir de los escombros envenenados que dejó el neoliberalismo – no solo dejó, sino que sigue presente y envenenando por varios flancos que ellos consideran muy influyentes -. Usted ve hoy como el poder de los medios de comunicación – ante la crisis estructural de la Política – como en la práctica dentro de un sistema “democrático” hoy ejercen una “verdadera dictadura”, porque ante la ausencia de partidos políticos, corrupción de los gobiernos o debilidad social por falta o ausencia de Confianza, hoy los mass-media han logrado imponer su propia Agenda de gobierno. Hay grandes temas pendientes a trabajar y presentar alternativas de solución a mediano y largo plazo, pero lo central y fundamental es forjar y construir la unidad social y cohesión política con el Poder Local Popular. La Sociedad Civil empoderada y potenciada construyendo Gobernabilidad Democrática, recuperando men primer lugar la CONFIANZA del pueblo desde la Ciudadanía Política, así como recuperando las formas tradicionales de organización, trabajo, lucha y resistencia democrática. La Cultura, el Agua, el Trabajo y la Vida de los Pueblos para construir y forjar en Nuestra América, La Patria Grande: Otro Mundo, Socialista y Democrático si es posible.

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LA IDENTIDAD DEL PROGRESISMO, SU AGOTAMIENTO Y LOS RELANZAMIENTOS DE LAS IZQUIERDAS.
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Eduardo Gudynas.

Rebelión jueves 8 de octubre del 2015.

Las circunstancias que afectan a los gobiernos progresistas en América Latina siguen despertando mucha atención. Algunas reflexiones recientes señalan una crisis, un final o un agotamiento del progresismo, mientras que otros rechazan cualquier debilidad o retroceso (1). Intentando salir del ruido en este debate, se confirma la divergencia entre izquierdas y progresismos, donde éstos últimos muestran una condición propia de un agotamiento antes que un final. Sorpresivamente, unos cuantos defensores de los progresismos en lugar de repotenciarlo confirman esta situación.

El reconocimiento que los progresismos tienen una identidad política en sí misma es evidente desde los dichos y prácticas de esos gobiernos y sus bases de apoyo. Estos usan ese rótulo, lo defienden, e incluso lo usan en sus coordinaciones continentales (como los Encuentros Latinoamericanos Progresistas, ELAP).

Esta distinción del progresismo como un régimen político distintivo, que resulta de una “gran divergencia” con las izquierdas desde las cuales se originaron, ya fue señalada poco tiempo atrás (2). En efecto, las izquierdas de fines de los años noventa, entre otras cosas criticaban las bases conceptuales del desarrollo, se comprometieron a terminar con la corrupción en el estado y la política, defendían la ampliación de los derechos y la justicia, buscaban una radicalización de la democracia con más participación y consultas, y estaban estrechamente vinculadas a diversos movimientos sociales.

Los progresismos actuales, en cambio, abrazan las ideas del desarrollo aunque disputan la apropiación de sus excedentes, parecen haberse rendido ante la corrupción, recortan algunos derechos ciudadanos, insisten en una mirada economicista de la justicia, detuvieron o retrocedieron en los mecanismos de democracia participativa y deliberativa para volcarse hacia el hiperpresidencialismo, y poco a poco se fueron desconectando de muchos movimientos sociales hasta terminar enfrentados con algunos de ellos.

Los progresismos se reconocen a sí mismos como una familia política y establecen claras distinciones con otras posturas. Se presentan como parte de un mismo agrupamiento progresista gobiernos que van desde Nicolás Maduro en Venezuela hasta Tabaré Vázquez en Uruguay. A la vez se consideran distintos, por un lado de los gobiernos conservadores (otro amplio conjunto que incluye a O. Humala en Perú o J.M. Santos en Colombia), y por otro lado, del resto de las izquierdas, a las que varios califican como infantiles, ultra, radicales o trotskistas. Por todo este tipo de razones, las diferencias entre izquierdas y progresismos se han vuelto fáciles de capturar y las organizaciones ciudadanas las usan cada vez más.

Es comprensible que existan muchos entusiastas del progresismo, pero también hay que aceptar que sus ideas y prácticas merecen ser sopesadas críticamente. Si eso se hace con seriedad, está claro que estos progresismos no se han vuelto neoliberales. Calificarlos de esa manera no sólo me parece exagerado, sino que muestra problemas conceptuales en entender el concepto de neolibralismo. Aunque debemos admitir que es un desvío cultivado en parte por los progresismos, al calificar de neoliberal a buena parte de lo que fuera distinto de sus planes. Eso desembocó en usos difusos de la categoría, y por ello, cuando por ejemplo los gobiernos de Correa (Ecuador) o Vázquez (Uruguay) lanzan las asociaciones “público-privadas”, se vuelve inevitable que los tilden de neoliberales para adherirse a esos instrumentos mercantiles.

Pero los progresismos también son diferentes de las posiciones de las izquierdas plurales, independientes y democráticas de las que partieron a finales de los años noventa. Los progresismos rehúyen de las pluralidades y prefieren los pensamientos únicos, no les gusta mucho la independencia ya que reclaman obediencia, y privilegian la delegación democrática hacia el hiperpresidencialismo antes que radicalizarla localmente.

En cuanto a sus ideas sobre el desarrollo, cuando se analiza lo que dicen y hacen los progresismos, si bien hay matices en sus estrategias, todas ellas buscan el crecimiento económico a partir de la exportación de recursos naturales y la atracción de inversiones, apoyan la ampliación del consumo popular y aplican algunas medidas compensatorias con los sectores más pobres. Sus Estados conceden al capital en varios frentes para conseguir estabilidad económica e inserción comercial, mientras que intenta controlarlo en otros, en especial allí donde puede aumentar la captura estatal de excedentes. Supieron aprovechar muy bien una coyuntura de altos precios de las materias primas y crisis en las naciones industrializadas para crecer económicamente.

Fin de ciclo o agotamiento.

Esas estrategias están enfrentando variados problemas, y que son especialmente evidentes en Venezuela y Brasil. Bajo ese contexto resurgió el debate sobre si esos progresismos están en una crisis terminal o se están agotando. La distinción entre las dos condiciones no es menor, ya que sería muy arriesgado hablar de un final de ciclo. Aún bajo condiciones muy adversas, los agrupamientos políticos progresistas pueden ganar una elección y retener el poder (como sucedió con la reelección de Dilma Rousseff en 2014 en Brasil). Incluso hay progresismos que por ahora tiene buen respaldo y son estables (como el Frente Amplio en Uruguay).

Pero más allá de si retienen o no los gobiernos, es más claro que se ha debilitado la reflexión teórica que los sostenía, están perdiendo sus capacidades de innovación, de responder a las nuevas circunstancias, y les cuesta mucho mantener alineada a su propia militancia por lo que deben recurrir asiduamente a las adhesiones de sus propios funcionarios o a impresionantes campañas publicitarias. Se le hace más difícil explicar los pactos económicos para sostener sus estrategias de desarrollo (como las concesiones al capital extranjero, las flexibilizaciones sociales y ambientales o los acuerdos con políticos de la vieja derecha). Siguen pendientes problemas serios, como la violencia urbana o agudos deterioros ambientales. La conclusión es que no estamos ante una crisis final sino que presenciamos un agotamiento.

Al sumarse los problemas, la conflictividad retoma en varios países y se regresa a marchar en las calles. Pero ya no se logra apaciguar rápidamente a estas movilizaciones apelando al encantamiento con ideas y sensibilidades progresistas. A la vez, hay menos opciones para revertirlas por medio de compensaciones económicas. El Estado progresista se ve forzado a lidiar con la conflictividad mediante otros instrumentos, como recortando algunos derechos, criminalizando la protesta, e incluso ha llegado a cruzar algunas líneas rojas de la represión (como ha ocurrido recientemente contra movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia). Son medidas que alejan a esos gobiernos todavía más de la izquierda y los vuelve aún más progresistas.


Las defensa progresistas.

Es bajo esta coyuntura que aparecen las recientes defensas a los progresismos. En muchas de ellas los alcances son limitados y se repiten ideas comunes, pero lo que más impacta es que en su propia formulación refuerzan esta percepción de agotamiento. Algunos ejemplos ilustran esta situación.

Como los argumentos escasean, posiblemente las defensas más comunes están en afirmar que cualquier cuestionamiento expresa pensamientos conservadores o sirve a los intereses de la derecha. No se analizan las puntualizaciones de la izquierda, sino que el progresismo inmediatamente la rótula de conservadora, o que es funcional a las ideas conservadores. No hay argumentos, sino que se parte de un juicio previo donde cualquier crítica al progresismo siempre serviría a intereses conservadores y por ello debe ser rechazada.

Otras defensas se centran en destacar hechos positivos, como la reducción de la pobreza o el control nacional sobre algunos recursos naturales. Sin duda allí hay avances progresistas, y esas son sus herencias más positivas. Pero parece que no se asume que ese tipo de justificaciones están perdiendo su fuerza, y que las contradicciones actuales de ese desarrollo son cada vez más claras. La insistencia en reducir la justicia al campo de los instrumentos de compensación económica parece estar chocando son sus límites, y se hace evidente que por ese sendero se vuelve a caer en una mercantilización de la vida social y la Naturaleza, un extremo que las izquierdas rechazan pero los progresismos parecen aceptar bajo ciertas condiciones.

Están los que afirman que los progresismos no pueden ser culpados por los problemas actuales ya que ellos se deben a lo que ocurrió diez o quince años atrás, bajo los gobiernos neoliberales. Por ejemplo, la desindustrialización en Brasil sería culpa de las administraciones Collor o Cardoso, y se evita analizar en detalle las responsabilidades de los dos gobiernos de Lula da Silva o Dilma Rousseff. En la misma línea, otros van todavía mucho más atrás, sosteniendo que contradicciones actuales, como los extractivismos, no se pueden resolver porque venimos haciendo lo mismo durante cinco siglos.

Aquí el agotamiento se expresa como fugas al pasado que desnudan las trabas en asumir un análisis crítico sobre el presente. Siguiendo con el ejemplo de Brasil, hay dificultades para evaluar el papel del progresismo en exacerbar la primarización de las exportaciones, el desmedido apoyo gubernamental a las grandes corporaciones (los llamados “campeones nacionales”, algunos de los cuales ahora se sabe participaban en redes de corrupción con el mundo político), las resistencias a lograr cadenas productivas compartidas con los países vecinos, o las medidas financieras que sobre todo beneficiaron a la banca.

Otras defensas, en cambio, se atrincheran en la dimensión internacional, aunque por momentos se cae en simplificaciones fenomenales. Los progresismos por cierto han tenido momentos estelares, como la derrota del ALCA, y que debemos reconocer. Pero eso no impide analizar problemas actuales, como los roles concedidos a China, las razones que explican la ausencia de políticas regionales comunes en rubros claves como energía o agroalimentos en espacios como UNASUR, o las incapacidades en concretar efectivamente el Banco del Sur o el SUCRE.

Por último, hay defensas progresistas que son bastante sinceras en dejar al desnudo este agotamiento. Como no hay argumentos piden adhesión y obediencia. Esto se puede ver, pongamos por caso, en los cuestionamientos de Emir Sader a los que denomina como mesiánicos escritores de misivas (tal vez en alusión a una carta pública donde varios intelectuales alertábamos sobre el hostigamiento del vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, a un puñado de ONGS). Sader dice, con mucha acidez, que los que firman esas cartas públicas son personas sin “ninguna capacidad de influencia en la realidad”, sin “ningún vínculo con la izquierda latinoamericana realmente existente”, y que cuando fueron candidatos partidarios tuvieron “votaciones irrisorias” (3). Su posición es clara: abandona el sitio de un intelectual independiente y crítico, para reclamar disciplina y adhesión partidaria.

Si se apelara a una defensa basada en argumentos y explicaciones, habría que fundamentar qué tiene de izquierda amenazar con cerrar a organizaciones ciudadanas que trabajan en temas de desarrollo o ambiente, o que apoyan a sindicatos o indígenas. O analizar si un gobierno progresista es realmente tan pero tan débil que siente que cuatro pequeñas ONGs lo amenazan. O explicar cuál es la lógica política de entender que una carta pública será cierta o errada según el caudal de votos que pudieron tener algunos de sus firmantes. Uno de los adherentes en defensa de esas ONGs fue Noam Chomsky, de donde habría que preguntarse si lo que ha escrito ese académico debe ser desechado por no haber ganado nunca una elección.

Cuando el único camino que queda para este tipo de defensas es apelar a una incondicional y disciplinada adhesión al gobierno, es evidente que estamos ante un agotamiento conceptual. No se analiza si lo que hace un gobierno está bien o mal, sino que se exige no hacer públicas las críticas.

Relanzando debates en clave de izquierdas.

¿Cómo lidiar con esta situación? Las izquierdas que son plurales e independientes no pueden quedar atrapadas bajo estas circunstancias. El debate de ideas sigue siendo fundamental, el entendimiento de las prácticas y urgencias de los movimientos sociales es indispensable, y el antídoto ante los slogans sigue siendo manejos serios y rigurosos de la información y los análisis. Las voces de las izquierdas son necesarias, aunque sin duda deberán navegar bajo condiciones adversas ya que en muchos casos serán hostigadas desde los progresismos como por derecha.

Las izquierdas plurales, democráticas e independientes siguen teniendo un papel crítico, tanto para evitar retornos a gobiernos y posturas conservadoras, como para alertar sobre consecuencias negativas de los progresismos actuales. Muchas medidas que están tomando estos gobiernos ante la presente crisis tienen efectos casi contrarios a los supuestos beneficios que dicen sus defensores. Por ejemplo, la adicción progresista a los extractivismos, está dejando economías todavía más dependientes de las materias primas, un viejo sueño de las corporaciones transnacionales que manejan el comercio en esos rubros, y a la vez se traban las exploraciones de alternativas postextractivistas, otro sueño de las empresas mineras y petroleras.

Las izquierdas plurales y democráticas también deben estar atentas a no caer en reflejos conservadores, ni ser partícipes de una restauración neoliberal. El antídoto está en permanecer siempre enfocadas en los compromisos con la justicia social y ambiental. Pero tampoco deberían caer en guerrillas intelectuales donde la diferencia es personificada en enemigos a combatir o en una lucha para ver quién es más de izquierda.

Muy por el contrario, las izquierdas deben relanzar sus propias miradas críticas, que rescaten los aportes positivos de los progresismos, pero que también sean capaces de entender sus contradicciones y retrocesos. Ellas dejan en claro que los progresismos no son el final del camino, sino una etapa en procesos de cambio que necesitar continuarse. No pueden quedarse calladas, y todos tenemos que escuchar sus reflexiones sobre justicia social y ambiental.

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Notas

1. Algunas defensas conocidas son: ¿El final del ciclo (que no hubo)?, Emir Sader, ALAI (Quito), 14 setiembre 2015; Diagnosticadores de la capitulación, Aram Ahoronian, Nodal (Buenos Aires), 15 setiembre 2015; Geopolítica de América latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto, Alfredo Serrano M., ALAI (Quito), 15 setiembre 2015. Entre las críticas recientes se pueden señalar a: El fin del relato progresista en América Latina, S. Schavelzon, Animal Político, La Razón, La Paz, 21 junio 2015; Hora de hacer balance del progresismo en América Latina, R. Zibechi, Brecha (Montevideo), agosto 2015; Venezuela: ¿crisis terminal del modelo petrolero rentista?, E. Lander, Aporrea (Caracas), Octubre 2014.

2. Esta distinción fue adelantada, por ejemplo, en Izquierda y progresismo: la gran divergencia, E, Gudynas, ALAI, Quito, 24 diciembre 2013, http://alainet.org/active/70074

3. Os missivistas messiânicos, E. Sader, Carta Maior (S. Paulo), 30 agosto 2015.
Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Este artículo es una versión corregida de una versión publicada por ALAI, y adelanta algunas ideas de un libro en preparación sobre la divergencia entre las izquierdas y los progresismos en América del Sur.

Twitter: @EGudynas.


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