La Operación Cóndor fue un pacto criminal
que se puso en marcha cuando se contó con una verdadera red de dictaduras en el
Cono Sur y en América Latina. El general Alfredo Stroessner llevaba ya una década en el poder en
Paraguay, desde 1954. Así como cuando los militares brasileños derrocaron al
gobierno democrático y popular de João Goulart, en 1964. Después de una serie
de golpes de Estado en Bolivia llegó al poder el general Hugo Bánzer en 1971. El 11 de septiembre de
1973, el general Augusto Pinochet bombardea el palacio presidencial de La Moneda, derrocando al presidente
socialista Salvador Allende. Coincidiendo con el plan
general de “ajustar” el Cono Sur,
donde crecían movimientos populares de envergadura, también en 1973, se instaló
la dictadura cívico-militar en Uruguay. Igualmente, en Perú la dictadura del general Francisco Morales Bermúdez (1975-1980), fue activo enlace
en este proceso criminal. Así mismo,
sólo tres años después, el 24 de marzo de 1976, una junta militar, presidida
por el general Jorge Rafael Videla,
tomó el poder en Argentina, país en el cual había comenzado a actuar la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple
A) desde el 21 de noviembre de 1973, cuando Juan Domingo Perón todavía era
presidente. La Triple A actuó en una coordinación criminal, con la dictadura de
Pinochet en Chile. Esto surgirá en las investigaciones sobre la Operación Colombo, un
modelo de guerra sucia que
se ejecutó en 1975. El Plan Cóndor fue una operación similar a la estrategia de la tensión utilizada en Italia en los setenta, la cual estaba
dirigida por la llamada Operación Gladio, de la
que Licio Gelli fue
un miembro.
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PLAN CONDOR: “DEBEN SABER QUE NO GOZARÁN DE IMPUNIDAD”. La Fiscalía Italiana pidió penas de cadena perpetua para 27 represores.
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Los acusados son todos militares o policías,
incluyendo dos ex presidentes de facto, con la excepción de Juan Carlos Blanco,
un civil que fue ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura uruguaya.
Elena Llorente
Desde Roma sábado 15 de octubre del 2016.
Cadena
perpetua sin atenuantes fue la condena pedida por los fiscales italianos para
27 de los 28 imputados (2 bolivianos, 8 chilenos, 4 peruanos y 15 uruguayos) en
el juicio contra los responsables y torturadores del Plan Cóndor que se está
llevando a cabo en Roma desde 2015. Sólo uno, el uruguayo Ricardo Chávez
Domínguez, fue declarado inocente.
Los
culpables por los secuestros, desaparición y muerte de 43 personas (seis
ítalo-argentinos, 4 ítalo-chilenos y 33 uruguayos, de los cuales sólo 13 son
ítalo-uruguayos) en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, y Brasil, eran
originariamente, 33 pero 5 de ellos murieron desde que comenzó el juicio. Los
acusados son todos militares o policías, con la excepción del uruguayo Juan
Carlos Blanco, un civil que fue ministro de Relaciones Exteriores de la
dictadura uruguaya antes y durante la Operación Cóndor. Entre los acusados se
encuentran también el peruano Francisco Morales Bermúdez y el boliviano Luis
García Meza, ambos militares, que fueron presidentes de facto de sus
respectivos países en las décadas de 1970 y 1980 respectivamente. Sólo uno de
los acusados, el uruguayo Jorge Néstor Troccoli, vive en Italia, donde pensó
que por el hecho de ser de origen italiano y tener pasaporte italiano, iba a
poder escapar a la justicia.
El
jueves y viernes los fiscales a cargo de la causa, Giancarlo Capalbio y Tiziana
Cugini, hicieron una síntesis de los casos y pidieron las condenas. Capalbio,
que hace más de 15 años que se está ocupando del tema, destacó que este es un
juicio “muy atípico” porque todo el proceso introductorio de investigación no
fue preparado por la policía judicial, como suele ocurrir normalmente. Cuando
ocurre un asesinato o una desaparición, los familiares hacen la denuncia e
interviene la policía. Pero en este caso no fue así. Fueron los familiares de
los desaparecidos quienes se ocuparon de reunir las pruebas y los testigos.
Varios de los testigos declararon por videoconferencias pero muchos otros
viajaron a Roma para presentarse personalmente, incluyendo el fiscal general
argentino Pablo Ouviña, que el pasado 7 de octubre declaró por el caso del
ítalo-uruguayo Bernardo Arnone y sus compañeros del PVP (Partido por la
Victoria del Pueblo) de Uruguay. Arnone y sus compañeros fueron secuestrados y
recluidos en 1976 en el centro clandestino “Automotores Orletti” que funcionó
en Buenos Aires.
Cristina
Mihura, viuda de Arnone, vive en Italia desde hace años y ha sido una de las
personas que más se ha movido para llevar adelante este juicio: “Este es un
paso importante,· declaró a Páginað12. “Parece mentira que después de tantos
años de lucha, hoy hayamos escuchado el pedido del fiscal. Han pasado 50
audiencias y un debate complicado, con decenas de testigos. Es un paso formal
porque eso no quiere decir que la Corte acepte lo que piden los fiscales.
Esperamos que haya justicia y que esto sirva de estímulo para que sigan las
investigaciones en todos los países donde fueron cometidos estos delitos.
Porque no nos olvidemos que excepto un caso de este juicio, todos los demás son
desaparecidos de los cuales, después de 40 años, no nos han restituido ni
siquiera los restos y en muchos casos ni se sabe qué pasó”.
El
abogado italiano Arturo Salerni, representante legal de familiares de
desaparecidos chilenos, argentinos y uruguayos en esta causa, destacó que los
jueces pidieron 27 condenas a cadena perpetua. “Significa que los familiares,
los abogados, la prensa, todos hemos trabajado muy bien. Ahora los jueces de la
Corte deberán evaluar cada caso y en enero sabremos como terminará”.
El
pedido de condenas a cadena perpetua de parte de los fiscales no significa en
efecto que terminó el juicio. Todavía se requerirán varios pasos formales hasta
que la corte emita la condena. Y luego, dado que la justicia italiana tiene
tres instancias, habrá que esperar la tercera –después de la apelación– que es
la de la Corte Suprema y será la definitiva.
Eventualmente, cuando las condenas sean realmente definitivas, la
justicia italiana podría pedir a los países de origen, la extradición de los
condenados. Y si están en la cárcel de sus propios países, una vez terminada la
condena teóricamente podrían ser extraditados, explicó el abogado. “Los
responsables de crímenes contra la humanidad deben saber que siempre habrá
quien los persiga,” dijo Salerni. “Deben saber que no gozarán de la impunidad.”
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