Una mutación del capitalismo: la economía colaborativa.- Treinta años después de la expansión
masiva de la Web, los hábitos de consumo también están cambiando. Se impone
poco a poco la idea de que la opción más inteligente hoy es usar
algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco una economía basada en la
sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición entre los
productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el
intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea
una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante
nuestros ojos, una nueva mutación.
Es un movimiento irresistible. Miles de plataformas digitales de intercambio de productos y
servicios se están expandiendo a toda velocidad. La cantidad de bienes y
servicios que pueden alquilarse o intercambiarse mediante plataformas online,
ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es ya literalmente infinita.
A nivel planetario, esta economía colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con algunos
ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber, la
aplicación digital que conecta a pasajeros con conductores, en solo cinco años
de existencia ya vale 68.000 millones de dólares y opera en 132 países. Por su
parte, Airbnb, la plataforma online de alojamientos para
particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a más de 40 millones
de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni una sola habitación)
más de 30.000 millones de dólares, o sea más que los grandes grupos Hilton,
Marriott o Hyatt.
A este respecto, otro rasgo fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que la base de la sociedad de consumo–,
es el sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir, comprar, tener,
poseer eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial de una época en
la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (viviendas, coches, neveras,
televisores, muebles, ropa, relojes, libros, cuadros, teléfonos, etc.)
constituía para muchas personas la principal razón de la existencia. Parecía
que, desde el alba de los tiempos, el sentido materialista de posesión era
inherente al ser humano.
La economía colaborativa constituye pues un modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes y
servicios mediante el uso de plataformas digitales. Se inspira de las utopías
del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o la
convivialidad, y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet.
Su idea principal es: “lo mío es tuyo”, o sea compartir en vez
de poseer. Y el concepto básico es el trueque. Se trata de conectar, por vía
digital, a gente que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más
conocidas de ese sector son: Uber, Airbnb, Netflix, Blabacar, etc.
Muchos indicios nos conducen a pensar que estamos asistiendo
al ocaso de la 2ª revolución industrial, basada
en el uso masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones
centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga,
como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar.
Por otra parte, en un contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza
principal para la sobrevivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen
los peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de
hiperconsumo globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece
soluciones menos agresivas para el planeta.
En un momento como el actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia
las elites políticas, financieras, mediáticas y bancarias, la economía
colaborativa parece aportar respuestas a muchos ciudadanos en busca de sentido
y de ética responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir.
Criterios todos que, en otros momentos, fueron argamasa de teorías comunitarias
y de ambiciones socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo
rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado
de su reciente periodo ultraliberal.
Nuestra brújula también nos señala la aparición de tensiones entre los ciudadanos y algunos gobiernos en unas dinámicas
que varios sociólogos califican de ‘post-políticas’ o ‘post-democráticas’...
Por un lado, la generalización del acceso a Internet y la universalización del
uso de las nuevas tecnologías están permitiendo a la ciudadanía alcanzar altas
cuotas de libertad y desafiar a sus representantes políticos (como durante la
crisis de los « indignados »). Pero, a la vez, estas mismas herramientas
electrónicas proporcionan a los gobiernos, como ya vimos, una capacidad sin
precedentes para vigilar a sus ciudadanos.
/////
LAS
10 CLAVES QUE EXPLICAN EL NUEVO SISTEMA MUNDO.
*****
Ignacio Ramonet.
ALAI.- martes 4 de octubre del 2016.
¿Cómo es
el Nuevo Sistema Mundo? ¿Cuáles son sus principales características ? ¿Qué
dinámicas están determinando el funcionamiento real de nuestro planeta ?
¿Qué características dominarán en los próximos 15 años, de aquí a 2030?
Para
tratar de describir este Nuevo Sistema Mundo y prever su futuro inmediato,
vamos a utilizar la brújula de la geopolítica, una disciplina que nos permite
comprender el juego general de las potencias y evaluar los principales riesgos
y peligros. Para anticipar, como en un tablero de ajedrez, los movimientos de
cada potencial adversario.
¿Qué nos dice esa brújula?
1.- El declive de Occidente.
La
principal constatación es : el declive de Occidente. Por vez primera desde
el siglo XV, los países occidentales están perdiendo poderío frente a la subida
de las nuevas potencias emergentes. Empieza la fase final de un ciclo de cinco
siglos de dominación occidental del mundo. El liderazgo internacional de
Estados Unidos se ve amenazado hoy por el surgimiento de nuevos polos de
poderío (China, Rusia, India) a escala internacional. El "desclasamiento
estratégico" de Estados Unidos ha empezado. El "siglo americano"
parece llegar a su final, a la vez que va desvaneciéndose el "sueño
europeo"...
Aunque
Estados Unidos sigue siendo una de las principales potencias planetarias, está
perdiendo su hegemonía económica en favor de China. Y ya no ejercerá su ‘hegemonía
militar solitaria’ como lo hizo desde el fin de la guerra fría (1989). Vamos
hacia un mundo multipolar en el que los nuevos actores (China, Rusia, India)
tienen vocación a constituir sólidos polos regionales y a disputarle la
supremacía internacional a Washington y a sus aliados históricos (Reino Unido,
Francia, Alemania, Japón).
En
tercera línea aparecen ahora una serie de potencias intermediarias, con
demografías en alza y fuertes tasas de crecimiento económico, llamadas a
convertirse también en polos hegemónicos regionales y con tendencia a
transformarse, de aquí a 15 años, en un grupo de influencia planetaria
(Indonesia, Brasil, Vietnam, Turquía, Nigeria, Etiopía).
Para
tener una idea de la importancia y de la rapidez del desclasamiento occidental
que se avecina, baste con señalar estas dos cifras : la parte de los
países occidentales en la economía mundial va a pasar del 56% hoy, a un 25% en
2030... O sea que, en menos de quince años, Occidente perderá más de la mitad
de su preponderancia económica... Una de las principales consecuencias de esto
es que EE UU y sus aliados ya no tendrán los medios financieros para asumir el
rol de gendarmes del mundo... De tal modo que este cambio estructural podría
lograr debilitar durablemente a Occidente.
2.- Imparable emergencia de China.
El mundo
pues se "desoccidentaliza" y es cada vez más multipolar. Destaca, una
vez más, el rol de China que emerge, en principio, como la gran potencia en
ciernes del siglo XXI. Aunque China se halla lejos aún de representar un
auténtico rival para Washington. Por una parte, la estabilidad del Imperio del
Medio no está garantizada porque coexisten en su seno el capitalismo más
salvaje y el comunismo más autoritario. La tensión entre esas dos dinámicas causará,
tarde o temprano, una quebradura que podría debilitar su potencia.
De todos
modos, hoy por hoy, en 2016, los Estados Unidos siguen ejerciendo una
indiscutible dominación hegemónica sobre el planeta. Tanto en el dominio
militar (fundamental) como en varios otros sectores cada vez màs
determinantes : en particular, el tecnológico (Internet) y el soft
power (cultura de masas). Lo cual no significa que China no haya
realizado prodigiosos avances en los últimos treinta años. Nunca en la
historia, ningún país creció tanto en tan poco tiempo.
Por el
momento, mientras declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de China es
imparable. Ya es la segunda potencia económica del mundo (delante de Japón y
Alemania).
Para
Washington, Asia es ahora la zona prioritaria desde que el presidente Obama
decidió la reorientación estratégica de su política exterior. Estados Unidos
trata de frenar allí la expansión de China cercándola con bases militares y
apoyándose en sus socios locales tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán,
Filipinas. Es significativo que el primer viaje de Barack Obama, después de su reelección
en 2012, haya sido a Birmania, Cambodia y Tailandia, tres Estados de la
Asociación de naciones de Asia del Sureste (ASEAN), una organización que reúne
a los aliados de Washington en la región, la mayoría de cuyos miembros tienen
problemas de límites marítimos con Pekín.
Los mares
de China se han convertido en las zonas de mayor potencial de conflicto armado
del área Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín con Tokyo, a propósito de la
soberanía de las islas Senkaku (Diaoyú para los chinos). Y también la disputa
con Vietnam y Filipinas sobre la propiedad de las islas Spratly está subiendo
peligrosamente de tono. China está modernizando a toda marcha su armada. En
2012, lanzó su primer portaaviones, el Liaoning, y está construyendo un
segundo, con la intención de intimidar a Washington. Pekín soporta cada vez
menos la presencia militar de Estados Unidos en Asia. Entre estos dos gigantes,
se está instalando una peligrosa « desconfianza estratégica » que, sin
lugar a dudas, podría marcar la política internacional en esta región de aquí a
2030.
3.- El terrorismo yihadista.
Otra de
las amenazas globales que nos indica nuestra brújula es el terrorismo yihadista
practicado ayer por Al Qaeda y hoy por la Organización Estado Islámico o Daesh
(ISIS, en inglés). Las principales causas de ese terrorismo yihadista actual
hay que buscarlas en los desastrosos errores y los crímenes cometidos por las
potencias que invadieron Irak en 2003. Además de los disparates de las
intervenciones en Libia (2011) y en Siria (2014).
En
Oriente Próximo se sigue situando el actual foco perturbador del mundo. En
particular en torno a la inextricable guerra civil en Siria. Lo que está claro
es que, en ese país, las grandes potencias occidentales (Estados Unidos, Reino
Unido, Francia), aliadas a los Estados que más difunden por el mundo una
concepción arcaica y retrógrada del islam (Arabia Saudíta, Qatar y Turquía),
decidieron apoyar (con dinero, armas e instructores) a la insurgencia islamista
sunní. Estados Unidos constituyó en esa región un amplio « eje
sunní » con el objetivo de derrocar a Bachar El Asad y despojar así a
Teherán de un gran aliado regional. Pero el gobierno de Bachar El Asad, con el
apoyo de Rusia e Iràn, ha resistido y sigue consolidándose. El resultado de
tantos errores es el terrorismo yihadista actual que multiplica los atentados odiosos
contra civiles inocentes en Europa y Estados Unidos.
Algunas
capitales occidentales siguen pensando que la potencia militar masiva es
suficiente para venir a cabo del terrorismo. Pero, en la historia militar,
abundan los ejemplos de grandes potencias incapaces de derrotar a adversarios
más débiles. Basta recordar los fracasos norteamericanos en Vietnam en 1975, o
en Somalia en 1994. En un combate asimétrico, aquél que puede más, no
necesariamente gana. El historiador Eric Hobsbawn nos recuerda que « En
Irlanda del Norte, durante cerca de treinta años, el poder británico se mostró
incapaz de derrotar a un ejército tan minúsculo como el del IRA ;
ciertamente
el IRA no tuvo la ventaja, pero tampoco fue vencido. »
Los
conflictos de nuevo tipo, cuando el fuerte enfrenta al débil o al loco, son más
fáciles de comenzar que de terminar. Y el empleo masivo de medios militares
pesados no permite necesariamente alcanzar los objetivos buscados.
La lucha
contra el terrorismo también está autorizando, en materia de gobernación y de
política interior, todas las medidas autoritarias y todos los excesos, incluso
una versión moderna del « autoritarismo democrático » que
toma como blanco, más allá de las organizaciones terroristas en sí mismas, a
todos los insumisos y protestatarios que se oponen a las políticas
globalizadoras y neoliberales.
4.- Hay crisis para largo...
Otra
constatación importante : los países ricos siguen padeciendo las
consecuencias del terremoto económico-financiero que fue la crisis del 2008.
Por primera vez, la Unión Europea, (y el « Brexit » lo confirma), ve
amenazada su cohesión y hasta su existencia. En Europa, la crisis económica
durará al menos un decenio más, es decir hasta por lo menos 2025...
Decimos
que hay crisis, en cualquier sector, cuando algún mecanismo deja de pronto de
actuar, empieza a ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el
conjunto de la maquinaria siga funcionando. Es lo que está ocurriendo en la
economía mundial desde que estalló la crisis de las sub-primes en 2007-2008.
Las
repercusiones sociales de ese cataclismo económico han sido de una brutalidad
inédita: 23 millones de desempleados en la Unión Europea y más de 80 millones
de pobres… Los jóvenes en particular son las víctimas principales; generaciones
sin futuro. Pero las clases medias también están asustadas porque el modelo
neoliberal de crecimiento las abandona al borde del camino.
La
velocidad de la economía financiera es hoy la del relámpago, mientras que la
velocidad de la política, por comparación, es la del caracol. Resulta cada vez
más difícil conciliar tiempo económico y tiempo político. Y también crisis
globales y gobiernos nacionales. Todo esto provoca, en los ciudadanos,
frustración y angustia.
La crisis
global produce perdedores y ganadores. Los ganadores se encuentran,
esencialmente, en Asia y en los países emergentes, que no tienen una visión tan
pesimista de la situación como la de los europeos. También hay muchos
« ganadores » en el interior mismo de los países occidentales cuyas
sociedades se hallan fracturadas por las desigualdades entre ricos cada vez más
ricos y pobres cada vez más pobres.
En
realidad, no estamos soportando una crisis, sino un haz de crisis, una suma de
crisis mezcladas tan íntimamente unas con otras que no conseguimos distinguir
entre causas y efectos. Porque los efectos de unas son las causas de otras, y así
hasta formar un verdadero sistema. O sea, enfrentamos una auténtica crisis
sistémica del mundo occidental que afecta a la tecnología, la
economía, el comercio, la política, la democracia, la identidad, la guerra, el
clima, el medio ambiente, la cultura, los valores, la familia, la educación, la
juventud, etc.
Desde el
punto de vista antropológico, estas crisis se están traduciendo por un aumento
del miedo y del resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de
incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como
pueden ser la pérdida del empleo, los electrochoques tecnológicos, las
biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada... Todo
ello constituye un desafío para las democracias. Porque ese terror se
transforma a veces en odio y en repudio. En varios países europeos, y también
en Estados Unidos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante,
el refugiado, el diferente. Está subiendo el rechazo hacia todos los
"otros" (musulmanes, latinos, gitanos, subsaharianos, "sin
papeles", etc.) y crecen los partidos xenófobos y de extrema derecha.
5.- Decepción y desencanto.
Hay que
entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos
salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente
desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los
sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo,
los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes
percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y
en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia,
España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.
Ese
fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola
populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La
irrupción del multimillonario Donald Trump en la carrera por la Casa Blanca
prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo
prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y
republicanos, la ascensión de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye
un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y
reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la
sociedad, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más
decepcionado del electorado de la derecha.
A ese
respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos
llamar la « rebelión de las bases ». Mejor que nadie, percibió la
fractura cada vez más amplia entre las élites políticas, económicas,
intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado
conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-burocracia de
Washington, anti-medios y anti-Wall Street seduce, en particular, a los electores
blancos, poco cultos, y empobrecidos por los efectos de la globalización
económica.
6.- Seísmos y más seísmos.
A este
respecto podríamos decir que otra gran característica del Nuevo Sistema Mundo
son los seísmos. Seísmos financieros, monetarios, bursátiles, seísmos
climáticos, seísmos energéticos, seísmos tecnológicos, seísmos sociales,
seísmos geopolíticos como el restablecimiento de relaciones entre Cuba y
Estados Unidos, o, en otro sentido, el reciente golpe de Estado institucional
en Brasil contra la presidenta Dilma Rousseff... Seísmos electorales como la
reciente victoria del « no » en Colombia a los Acuerdos de
Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC ; o el reciente
« Brexit » en el Reino Unido, o el éxito de la extrema
derecha en Austria, o la derrota de Angela Merkel en varias elecciones
parciales en Alemania. O el enorme seismo que podría constituir efectivamente
la eventual victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos
Acontecimientos
imprevistos irrumpen con fuerza sin que nadie, o casi nadie, los haya visto
venir. Hay una falta de visibilidad general. Si gobernar es prever, vivimos una
evidente crisis de gobernanza general. En muchos países, el Estado que protegía
a los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia
representativa: "No nos representan !", decían
los "indignados". La gente reclama que la autoridad política vuelva a
asumir su rol conductor de la sociedad. Se insiste en la necesidad de
reinventar la política y de que el poder político le ponga coto al poder
económico y financiero de los mercados.
7.- Internet, el ciber-espionaje y la ciber-defensa
El Nuevo
Sistema Mundo también se caracteriza por la multiplicidad de rupturas
estratégicas cuyo significado a veces no comprendemos. Hoy, Internet
es el vector de la mayoría de los cambios. Casi todas las crisis recientes
tienen alguna relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y de la
información, con la desmaterialización y la digitalización generalizadas, y con
la explosión inaudita de las redes sociales. Más que una tecnología, Internet
es pues un actor fundamental de las crisis. Basta con
recordar el rol de WikiLeaks, Facebook, Twitter y las demás redes sociales en
la aceleración de la información y de la conectividad social a través del
mundo.
De aquí a 2030, en el Nuevo Sistema Mundo, algunas de las mayores colectividades del planeta ya no serán países sino comunidades congregadas y vinculadas entre sí por Internet y las redes sociales. Por ejemplo, ‘Facebooklandia’ : más de mil millones de usuarios... O ‘Twitterlandia’, más de 800 millones... Cuya influencia, en el juego de tronos de la geopolítica mundial, podría revelarse decisivo. Hoy, las estructuras de poder se difuminan gracias al acceso universal a la Red y el uso de nuevas herramientas digitales.
Por otra
parte, por las estrechas complicidades que algunas grandes potencias han
entablado con las grandes empresas privadas que dominan las industrias de la
informática y de las telecomunicaciones, la capacidad en materia de espionaje
de masas ha crecido también de forma exponencial. Las mega empresas, como
Google, Apple, Microsoft, Amazon y más recientemente Facebook han establecido
estrechos lazos con el aparato del Estado en Washington, especialmente con los
responsables de la política exterior. Esta relación se ha convertido en una
evidencia. Comparten las mismas ideas políticas y tienen idéntica visión del
mundo. En última instancia, los estrechos vínculos y la visión común del mundo,
por ejemplo, de Google y la Administración estadounidense están al servicio de
los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos.
Esta
alianza sin precedentes –Estado + aparato militar de seguridad + industrias
gigantes de la Web- ha creado un verdadero imperio de la vigilancia cuyo objetivo
claro y concreto es poner Internet bajo escucha, todo Internet y a todos los
internautas, como lo denunciaron Julian Assange y Edward Snowden.
El
ciberespacio se ha convertido en una especie de quinto elemento. El filósofo
griego Empédocles sostenía que nuestro mundo estaba formado por una combinación
de cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Pero el surgimiento de
Internet, con su misterioso “interespacio” superpuesto al nuestro, formado por
miles de millones de intercambios digitales de todo tipo, por su roaming,
su streaming y su clouding, ha engendrado un nuevo
universo, en cierto modo cuántico, que viene a completar la realidad de nuestro
mundo contemporáneo como si fuera un auténtico quinto elemento.
En este
sentido, hay que señalar que cada uno de los cuatro elementos tradicionales
constituye, históricamente, un campo de batalla, un lugar de confrontación. Y
que los Estados han tenido que desarrollar componentes específicos de las
fuerzas armadas para cada uno de estos elementos: para la tierra : el
ejército de Tierra ; para el aire, el ejército del Aire ; para el
agua, la Armada ; y, con carácter más singular, para el furgo : los
bomberos o “guerreros del fuego”. De manera natural, desde el desarrollo de la
aviación militar en 1914-1918, todas las grandes potencias están añadiendo hoy,
a los tres ejércitos tradicionales y a los combatientes del fuego, un nuevo
ejército cuyo ecosistema es el quinto elemento: el ciberejército, encargado
de la ciberdefensa, que tiene sus propias estructuras orgánicas,
su Estado mayor, sus cibersoldados y sus propias armas:
superordenadores preparados para defender las ciberfronteras y
llevar a cabo la ciberguerra digital en el ámbito de
Internet.
8.- Una mutación del capitalismo: la economía colaborativa
Treinta
años después de la expansión masiva de la Web, los hábitos de consumo también están
cambiando. Se impone poco a poco la idea de que la opción más inteligente hoy
es usar algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso
significa ir abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los
consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores, y
pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio entre los
usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea una verdadera
revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante nuestros ojos,
una nueva mutación.
Es un
movimiento irresistible. Miles de plataformas digitales de intercambio de
productos y servicios se están expandiendo a toda velocidad. La cantidad de
bienes y servicios que pueden alquilarse o intercambiarse mediante plataformas online,
ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es ya literalmente infinita.
A nivel
planetario, esta economía colaborativa crece actualmente
entre el 15% y el 17% al año. Con algunos ejemplos de crecimiento absolutamente
espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta a pasajeros
con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68.000 millones de
dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online
de alojamientos para particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a
más de 40 millones de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni
una sola habitación) más de 30.000 millones de dólares, o sea más que los
grandes grupos Hilton, Marriott o Hyatt.
A este
respecto, otro rasgo fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que
la base de la sociedad de consumo–, es el sentido de la propiedad, el deseo de
posesión. Adquirir, comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor traducían
la ambición esencial de una época en la que el tener definía al ser. Acumular
“cosas” (viviendas, coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes,
libros, cuadros, teléfonos, etc.) constituía para muchas personas la principal
razón de la existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido
materialista de posesión era inherente al ser humano.
La
economía colaborativa constituye pues un modelo económico basado en el
intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de
plataformas digitales. Se inspira de las utopías del compartir y de valores no
mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del espíritu de
gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es: “lo mío es tuyo”, o
sea compartir en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque.
Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con gente que
lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese sector son: Uber, Airbnb, Netflix,
Blabacar, etc.
Muchos
indicios nos conducen a pensar que estamos asistiendo al ocaso de la 2ª
revolución industrial, basada en el uso masivo de energías fósiles y en unas
telecomunicaciones centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía
colaborativa que obliga, como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar.
Por otra
parte, en un contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la
amenaza principal para la sobrevivencia de la humanidad, los ciudadanos no
desconocen los peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de
hiperconsumo globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece
soluciones menos agresivas para el planeta.
En un
momento como el actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y
hacia las elites políticas, financieras, mediáticas y bancarias, la economía
colaborativa parece aportar respuestas a muchos ciudadanos en busca de sentido
y de ética responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir.
Criterios todos que, en otros momentos, fueron argamasa de teorías comunitarias
y de ambiciones socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo
rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado
de su reciente periodo ultraliberal.
Nuestra
brújula también nos señala la aparición de tensiones entre los ciudadanos y
algunos gobiernos en unas dinámicas que varios sociólogos califican de
‘post-políticas’ o ‘post-democráticas’... Por un lado, la generalización del
acceso a Internet y la universalización del uso de las nuevas tecnologías están
permitiendo a la ciudadanía alcanzar altas cuotas de libertad y desafiar a sus
representantes políticos (como durante la crisis de los
« indignados »). Pero, a la vez, estas mismas herramientas
electrónicas proporcionan a los gobiernos, como ya vimos, una capacidad sin
precedentes para vigilar a sus ciudadanos.
9.- Amenazas no militares.
“La
tecnología –señala un reciente informe de la CIA- continuará siendo el gran
nivelador, y los futuros magnates de Internet, como podría ser el caso de los
de Google y Facebook, poseen montañas enteras de bases de datos, y manejan en
tiempo real mucha más información que cualquier gobierno”.
Por eso, la CIA recomienda a la administración de EE.UU. que haga frente a esa
amenaza eventual de las grandes corporaciones de Internet activando el Special
Collection Service, un servicio de inteligencia ultrasecreto -administrado
conjuntamente por la NSA (National Security Service) y el SCE (Service
Cryptologic Elements) de las Fuerzas Armadas- especializado en la captación
clandestina de informaciones de origen electromagnético. El peligro de que un grupo
de empresas privadas controle toda esa masa de datos reside, principalmente, en
que podría condicionar el comportamiento a gran escala de la población mundial
e incluso de las entidades gubernamentales. También se teme que el terrorismo
yihadista sea sustituido por un ciberterrorismo aún más sobrecogedor.
La CIA
toma tanto más en serio este nuevo tipo de amenazas que, finalmente, el declive
de Estados Unidos no ha sido provocado por una causa exterior sino por una
crisis interior : la quiebra económica acaecida a partir de 2007-2008. El
informe insiste en que la geopolítica de hoy debe interesarse por nuevos
fenómenos que no poseen forzosamente un carácter militar. Pues, aunque las
amenazas militares no han desaparecido, algunos de los peligros principales que
corren hoy nuestras sociedades son de orden no-militar: cambio climático,
mutación tecnológica, conflictos económicos, crimen organizado, guerras
electrónicas, agotamiento de los recursos naturales...
Sobre
este último aspecto, es importante saber que uno de los recursos que más
aceleradamente se está agotando es el agua dulce. En 2030, el 60% de la
población mundial tendrá problemas de abastecimiento de agua, dando lugar a la
aparición de “conflictos hídricos”... En cuanto al fin de los hidrocarburos en
cambio, gracias a las nuevas técnicas de fracturación hidráulica, la
explotación del petróleo y del gas de esquisto está alcanzado niveles
excepcionales. Ya Estados Unidos es casi autosuficiente en gas, y en 2030
podría serlo en petróleo, lo cual tiende a abaratar sus costes de producción
manufacturera y exhorta a la relocalización de sus industrias. Pero si EE.UU.
–principal importador actual de hidrocarburos- deja de importar petróleo, es de
proveer que los precios del barril se reducirán. ¿Cuáles serán entonces las
consecuencias para los grandes países exportadores?
10.- Hacia el triunfo de las ciudades y de las clases medias.
En el
mundo hacia el que vamos, el 60% de las personas vivirán, por primera vez en la
historia de la humanidad, en las ciudades. Y, como consecuencia de la reducción
acelerada de la pobreza, las clases medias serán dominantes y triplicarán,
pasando de los 1.000 a los 3.000 millones de personas. Esto, que, en sí, es una
revolución colosal, acarreará como secuela, entre otros efectos, un cambio
general en los hábitos culinarios y, en particular, un aumento del consumo de
carne a escala planetaria. Lo cual agravará la crisis medioambiental.
En 2030,
los habitantes del planeta seremos 8 500 millones pero el aumento demográfico cesará
en todos los continentes menos en África, con el consiguiente envejecimiento
general de la población mundial. En cambio, el vínculo entre el ser humano y
las tecnologías protésicas acelerará la puesta a punto de nuevas generaciones
de robots y la aparición de “superhombres” capaces de proezas físicas e
intelectuales inéditas.
El
futuro es muy pocas veces predecible. No por ello hay que dejar de imaginarlo
en términos de prospectiva. Preparándonos para actuar ante diversas
circunstancias posibles, de las cuales una sola se producirá. A este respecto,
la geopolítica es una herramienta extremadamente util. Nos ayuda a tomar
conciencia de las rápidas evoluciones en curso y a reflexionar sobre la
posibilidad, para cada uno de nosotros, de intervenir y fijar el rumbo. Para tratar de construir
un futuro más justo, más ecológico, menos desigual y más solidario.
*****
Ignacio Ramonet
Doctor en Semiología. Profesor
Emérito de la Universidad de Paris. Director de Le Monde diplomatique en
español. Autor de : El Imperio de la vigilancia (Clave Intelectual,
Madrid, 2016).
Ponencia presentada en el
Encuentro Bolivariano Antiimperialista, XI aniversario de la creación del
Comando Estratégico Operacional (CEO), Caracas, 27 septiembre 2016.
*****
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