“HITOS DE UNA HOJA DE RUTA ANTICORRUPCIÓN.- Si acertamos en las tareas en las instituciones y
en la organización, movilización y expresión política de la indignación
popular, es posible que conozcamos la crisis de la Tangentópolis “a la
española” pero sin el desgraciado resultado de la aparición de los Berlusconi. Vamos a estar atentos a los
posibles efectos que a medio plazo tengan las muy oportunas mociones de censura
en la Asamblea de Madrid y en el
Parlamento español presentadas por Podemos. Mociones
que tienen como primer objetivo exigir públicamente responsabilidades políticas
para dar paso, si es posible, en el futuro, a cambios de gobierno y
responsabilidades penales. Y ¿por qué no?, empujar en el sentido de la ruptura
democrática que posibilite la apertura de procesos constituyentes”.
“Si
logramos hacer patente ante la mayoría de la sociedad que la corrupción anida
en el régimen y se alimenta del sistema habremos dado un paso
positivo en la senda de ahondar las grietas del régimen político y de aumentar
la desconfianza y rechazo de las masas respecto al capitalismo. En este caso
como en tantos de la vida social y económica la clave sigue siendo tanto en la
sociedad actual como en una sociedad pos
capitalista lo que el marxista alemán Stefan Heym perseguido por el nazismo
y represaliado por el estalinismo denominaba “control social desde abajo.” Esta es la base de una democracia
real, basada en la iniciativa y participación popular, en el control de las
decisiones de los representantes y en la permanente deliberación del conjunto
de la sociedad sobre los asuntos que les atañe creando mecanismos para poder
decidir en última instancia de forma colectiva y soberana.
EN
EL PLANO DE LA ACTIVIDAD POLÍTICA.- La batalla exige ejemplaridad y
contención en el ingreso de los cargos
públicos como han ejercitado Podemos, las confluencias y las candidaturas
municipalistas del cambio. Y tal como se plantea en sendos trabajos de Pastor
en viento sur, entender la actividad política como compromiso
voluntario con la transformación social y no como un oficio o profesión en la
que escalar, terminar con la profesionalización mediante la limitación de
mandatos, la aplicación de
incompatibilidad con otras actividades remuneradas y rendir cuentas al
electorado, asegurar la regulación de mecanismos como las primarias y la rotación y revocación de
cargos y asimismo acabar con “la presión derivada del incremento de las
necesidades de financiación de los partidos políticos y de las campañas
electorales estimulada cada vez más por el nuevo estilo de hacer política ´a la
americana´” cosa que solo se puede hacer limitando el gasto de las
actividades en campañas y fuera de campañas, y la total transparencia en las
cuentas de los partidos e instituciones en tiempo real. Se trata de convertir instituciones, partidos, sindicatos y cualquier
asociación que se nutra de fondos públicos en auténticas casas de cristal,
dónde prime el derecho de la información
ciudadana sobre cualquiera otro, información ergonómica para las personas o
sea accesible y ordenada. Lo que exige una nueva legislación que regule el
estatuto de los cargos electos, el funcionamiento y la financiación de los partidos
políticos y el sistema electoral”.
/////
CORRUPCIÓN: SU MORAL Y LA NUESTRA.
*****
Manuel Garí.
Viento Sur lunes 3 de julio del 2017.
“Y allí mismo detrás de la estrategia / irrevocable
del terror, ¿no escuchas/ el sanguinario paso de la secta, la marcha repulsiva
/ del investido de poderes, / sus rapiñas, sus mañas y patrañas”. (J.M. Caballero Bonald, Manual de Infractores).
Para quienes pensamos que la política es la gran
herramienta para la emancipación de las clases subalternas, su uso como palanca
de enriquecimiento personal o para sufragar la posición electoral de las
diversas camarillas mafiosas es algo que inmediatamente nos sitúa como
antagonistas del orden que posibilita esta inmoralidad.
No es casualidad que el pueblo de izquierdas, el
que aspira a profundos cambios, tenga una actitud más crítica e inflexible ante
los casos de corrupción de sus líderes que la que mantiene la base popular del
electorado de derechas, capaz de disculpar a Bárcenas si preciso fuera. Sólo en
momentos muy críticos y con elevados riesgos de mayor derechización, ese pueblo
de derechas se moviliza contra el saqueo. En un plano general hay dos enfoques
éticos en disputa sobre la corrupción y de cuál sea el resultado del conflicto,
dependerá el reforzamiento del sentido común dominante que consolida la
dominación o, por el contario, su sustitución por un nuevo sentido común
emancipador emergente.
La hipótesis de trabajo contra la corrupción más
plausible es que si estamos ante un fenómeno individual y aislado, el objetivo
debe ser minimizarla mediante medidas de transparencia, publicidad y control
administrativo, junto a modificación de leyes mercantiles y penales, y todo
ello acompañado del clima que asegure el rechazo social ante tales casos. Pero
si, por el contrario, como es el caso mayoritario, estamos ante un fenómeno
sistémico, hay que plantearse actuaciones sistemáticas, de amplio espectro y
duraderas para lograr su erradicación, que no excluyen las anteriormente
citadas pero que deben ser integradas en un abanico más amplio de medidas. Y
tal como he venido defendiendo la adopción de esas medidas para que sean
eficaces, deben partir de la consideración de la naturaleza del fenómeno de “su
relación estructural con el tipo de capitalismo que se ha ido configurando
contemporáneamente y con el proceso de desmocratización consiguiente” tal y
como plantea Jaime Pastor (2010) en “Corrupción política vs. democracia y
socialismo desde abajo”
La ética de los de arriba.
La clase dominante tiene una doble moral ante el
delito. En su crítica a Max Weber por el estrecho ámbito al que aplica la ética
de la responsabilidad, el filósofo Augusto Klappenbach, refiriéndose al caso
español, escribía hace un año: “sospecho que los protagonistas de los
frecuentes casos de corrupción que se han descubierto en las instituciones
públicas no practicaban sus fechorías con la misma actitud interior que un
delincuente de a pie. Creo que de algún modo estaban convencidos de que su
pertenencia al grupo de los elegidos les concedía ciertas prerrogativas para
recibir prebendas y utilizar el dinero público que ellos mismos habrían
considerado indefendibles en otras circunstancias en las que el robo y la
estafa no gozaran de esta inmunidad”
Pero el error de Weber es aún más grave que el
señalado por Klappenbach. Pues en La ética protestante y el espíritu del
capitalismo asocia de forma gratuita
el buen desarrollo capitalista burgués con unas pautas noroccidentales
cristianas que en teoría rechazan la falta de escrúpulos para obtener dinero.
Esta visión etnocentrista y sectaria, vinculada al mundo calvinista, ha servido
de teoría general en las facultades de economía y política y en las escuelas de
negocio de los países imperialistas y sus satélites. Nunca fue correcta, hoy
menos que nunca. Como plantea Carlos Báez, “la tesis de Weber se ha venido
abajo con la supremacía del capitalismo especulativo”
E incluso aún antes se pudo constatar que Weber mistificó la realidad de la
actuación de los comerciantes e industriales anglicanos, evangelistas,
episcopalianos, luteranos, calvinistas o seguidores de Zuinglio en sus
actuaciones en casa, pero sobre todo en las colonias, en el saqueo de las
mismas y en la explotación de sus habitantes, que no dudaron en corromper y en
servirse de corruptos “locales” como U Po Kyin, uno de los personajes -que
resulta emblemático a estos efectos- de la primera novela del genial George
Orwell.
A la clase dominante el robo del erario público,
evadir impuestos, la comisión de delitos financieros o enviar sus botines a
paraísos fiscales no le repugna tanto como el robo de carteras en el metro por
un raterillo. Cuando esa moral se hace mayoritaria en el pueblo, se explica que
haya trato de favor a muchos de los corruptos imputados o que delincuentes
fiscales y financieros como Trump o Rodrigo Rato hayan llegado a la cima del
poder. Tanto por parte de los gobiernos, de la fiscalía como de la judicatura,
o de algunos medios de comunicación y de los voceros de los partidos que juegan
el papel de abogados de los delincuentes se considera que el ladrón de guante
blanco es un gentleman que cometió un error: le pillaron. Eso es también lo que
explica que el FMI, el santa sanctorum capitalista, haya tenido al frente en
los últimos años como directores a insignes sinvergüenzas: además del citado
patriota Rodrigo Rato le han sucedido Dominique Strauss-Khan y Christine
Lagarde. Son de los suyos. Son muestras de la doble moral burguesa.
Poderoso caballero.
Es un lugar común recurrir a la afirmación
atribuida a Lord Acton “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente”. Es una afirmación incompleta porque no considera que, en una
sociedad regida por el afán de lucro y la riqueza, en la que el discurso
político se reduce al presupuestario, en la que la gestión, incluida la
pública, tiene como criterio fundamental el coste/beneficio, la atracción que
ejerce el dinero es determinante. El poder social del dinero, la ocupación de
las mentes por el dinero es enorme y, por tanto, con esa metástasis de la
mercancía dinero viaja su huésped la corrupción. Dinero y corrupción se
constituyen en una fuerza clave en el entramado de la sociedad burguesa.
Como telón de fondo ideológico de la doble moral
burguesa, está la ideología económica liberal que parte de dos premisas, ambas
indemostradas. Por un lado, la superioridad de la gestión privada frente a la
pública, o sea del mercado respecto al plan para asignar recursos, y, por otro,
la existencia de una separación drástica entre la esfera pública y la privada,
que coexisten, pero no se “contaminan”. Por eso los gobernantes y sus corifeos
no ven problema alguno en las “puertas giratorias”, que los señores diputados
procedan de ciertas empresas, formen parte de ciertos despachos de abogados o
ingenierías, o que acaben formando parte de consejos de administración en
“sectores-premio”; ni atisban corrupción en la aprobación de las innecesarias y
ruinosas autopistas de peaje radiales en Madrid que se han realizado para más
INRI con aval financiero público. Tampoco ven problema a declarar de “interés
nacional” el grueso de las obras públicas sean infraestructuras viarias del AVE
o autopistas o las derivadas de la política hidráulica, cuando realmente esas
decisiones quien realmente las tomó fueron las empresas que se dedican a la
obra pública. Para conseguirlo las grandes compañías cuentan con importantes
bazas: amigos en partidos, presiones y el lubricante monetario.
Mandel (1994) desarrolla la idea que es el poder
económico y su concentración en pocas manos el factor decisivo en la corrupción
porque “el poder corrompe. Mucho poder engendra mucha corrupción. Pero en la
época del capitalismo, no puede haber poder [político] absoluto, pues en última
instancia la riqueza y el dinero dominan. La gran riqueza corrompe tanto como
el poder, si no es que más”.
Idea que
también esbozó años antes Gramsci, al afirmar en las Notas sobre Maquiavelo
que la acumulación de poder económico genera corrupción.
Ambos autores corroboran algo evidente: en el capitalismo, las sacas de
billetes, acciones y obligaciones otorgan un gran poder a quien las poseen y
corrompen lo que tocan en su entorno social.
Salvar las instituciones o defender el interés público.
Situar la posición respecto al dilema que encabeza
el apartado es básico. El riesgo que comporta la corrupción sistémica no es que
acabe con las instituciones. De hecho, algunas de ellas están precisamente
diseñadas para poder saquear las arcas, bienes y servicios públicos. Puede
perpetuarse la corrupción y seguir funcionando la institucionalidad.
Lo incompatible con la corrupción es el interés de
la mayoría social y el ejercicio real de la democracia en condiciones de
igualdad y libertad porque la corrupción mina las bases mismas de la sociedad e
impide que se fundamente en la persecución del bien común. Lo incompatible con
la corrupción por tanto es el interés público.
Por ello es errónea la idea que subyace en la
afirmación del filósofo Gustavo Bueno (2010) cuando afirma que “la democracia
no muere por la corrupción, solamente hiede”.
Las que pueden sobrevivir a la corrupción son las instituciones del Estado,
bajo forma y apariencia más, menos o nada democrática, pero la democracia,
entendida como el gobierno del pueblo por el pueblo sufre un importante
deterioro y quebranto con la corrupción porque ésta va contra el interés público
y merma el espacio material de lo público. El catedrático de Derecho
Administrativo Alejandro Nieto afirma que “La corrupción no ataca al Estado en
general… pero sí al democrático”.
Dados los debates en curso, conviene recalcar que
institucionalidad y democracia no son sinónimos; como tampoco lo son democracia
y capitalismo. Y también que el Estado no es un artefacto neutral en el
conflicto entre las clases con capacidad para acabar con la corrupción. Depende
del momento, el Estado, puede jugar diferentes papeles dependiendo de los
intereses generales de la burguesía con el objetivo de perpetuar su dominación.
Por ello en las sociedades burguesas con libertades políticas el “sensor”
primordial del Estado para actuar frente a los casos de corrupción es el del
grado legitimidad social del poder en esa situación.
El conocimiento público de la proliferación de
casos de corrupción con grados muy altos de latrocinio puede producir tal
alarma social que ponga en riesgo la legitimidad de los gobiernos e incluso del
sistema que amparan. En el caso de que haya un descenso de esa legitimidad,
Adam Smith, fundador del pensamiento económico capitalista en los albores del
mismo, para defender lo esencial del sistema (el negocio), advertía que “El
comercio y las manufacturas, en pocas palabras, no pueden florecer fácilmente
en un Estado en el que no haya un cierto grado de confianza en la justicia del
gobierno”.
Asimismo en ciertas condiciones “la mezcla de esa
fractura social como la que enfrenta a la ciudadanía con la `clase política´ no
podemos sorprendernos de que la hipótesis de un `estallido social´ sea vista
como algo más que probable incluso por quienes no participan en él (…)
difícilmente se puede encontrar desde 1978 un proceso de deslegitimación tan
rápido de un gobierno que contara con mayoría absoluta en el parlamento
español”, tal como planteó hace cuatro años Jaime Pastor (2013).
Ante esa eventualidad el padre de la ciencia
política moderna, Nicolás Maquiavelo, es tajante "Adviértase también la
facilidad con que los hombres se corrompen (…) Bien estudiados tales sucesos
por los legisladores en las repúblicas o en los reinos, les inducirán a dictar
medidas que refrenen rápidamente los apetitos humanos y quiten toda esperanza
de impunidad a los que cometan faltas arrastrados por sus pasiones”. Actualmente la burguesía, inspirada en la
idea de Maquiavelo de que en casos graves hay que hacer tabla rasa y modelar de
nuevo el poder, es posible que se vea obligada a sacrificar algunas piezas para
asegurar la estabilidad de su dominación.
Llegado un punto crítico de ebullición y para
enfriar la caldera social una de las opciones en manos de la burguesía es
sacrificar peones para defender los intereses del conjunto del sistema e
incluso realizar reformas para regenerar el sistema si afectar a su naturaleza.
Incluso en situaciones extremadamente graves como la que vive Brasil en estos
momentos, sectores de la burguesía representada por el ex presidente Cardoso o
la cadena Globo estén pidiendo la dimisión del todavía presidente Michel Temer.
Por ello Mandel (1994), advierte que “el remplazo de las camarillas más
corruptas por otras fuerzas políticas no significa que se altere la dinámica
fundamental si sigue imperando el criterio del enriquecimiento”. Cosa que se pudo constatar en los años
posteriores a ese escrito con los gobiernos italianos de Silvio Berlusconi.
Por ello nuestra apuesta en el para instituciones /
democracia antes planteado, debe superar los marcos formales y situar sus
respuestas en torno a los elementos que sustancian la democracia, la justicia y
la igualdad que son los que efectiva y materialmente son incompatibles con la
corrupción.
Tres consideraciones sobre los instrumentos.
Para conjurar el mal del latrocinio de arcas y
bienes públicos y sus consecuencias, y también el peligro de aparición de cavalieri
populistas, debemos ser conscientes de tres cuestiones:
El laissez
faire liberal es un suicidio social
Dejar “pasar” la corrupción genera indignación,
pero también impotencia cuando no cinismo social que puede ser caldo de cultivo
de la derechización de sectores de masas que buscan en líderes demagogos
parafascistas las soluciones mágicas. Hay que hacerle frente desde el primer
momento con todos los medios y decisión.
Papel y
límites de la ética
Desde la ética y el cambio de valores y parámetros
culturales se puede denunciar e impugnar la corrupción, pero no erradicarla o
al menos minimizarla dada su textura y las causas que la originan. El cambio de
las mentes y los valores es condición sine qua non para luchar contra la
corrupción, pero ni la corrupción es un asunto de meras desviaciones morales
individuales, ni se erradica a (simple) golpe de una nueva ideología
regeneracionista; es preciso modificar las condiciones materiales y el marco
institucional concreto que en cada caso le sirven de base.
Papel y
límites de las medidas jurídico institucionales
Las medidas jurídicas y administrativas para su
detección, control y castigo son necesarias e imprescindibles, pero no
suficientes, precisamente porque la corrupción sistémica tiene relación directa
con el modelo productivo vigente y con el mismo modo de producción. Sin la
acción política no se puede erradicar o minimizar la corrupción, pero la esfera
de la política es una parte, un ingrediente, que sin el concurso de los cambios
materiales tiene muy limitada su capacidad de cambio.
Hannah Arendt, en sus interesantes consideraciones
sobre la naturaleza corruptora de la mafia italiana, afirma que para acabar con
la injusticia social que genera esta gangrena es necesaria la política como
materialización de la libertad de elección, cosa que es cierto, pero, a la vez,
critica innecesaria e incomprensiblemente a Marx porque, según la autora, éste
subordina la política a la producción -afirmación que jamás hizo el alemán-.
Para luchar contra fenómenos como la corrupción que
atraviesan la esfera cultural, moral, institucional y material, se necesita la
acción política desde ya, inmediatamente, sean cuales sean las condiciones y
las correlaciones de fuerza, pero a medio y largo plazo o se modifican las
relaciones de producción o no se logrará combatir efectivamente la lacra social
ni habrá democracia real.
hitos de una hoja de ruta anticorrupción.
Si acertamos en las tareas en las instituciones y
en la organización, movilización y expresión política de la indignación
popular, es posible que conozcamos la crisis de la Tangentópolis “a la
española” pero sin el desgraciado resultado de la aparición de los Berlusconi.
Vamos a estar atentos a los posibles efectos que a medio plazo tengan las muy
oportunas mociones de censura en la Asamblea de Madrid y en el Parlamento
español presentadas por Podemos. Mociones que tienen como primer objetivo
exigir públicamente responsabilidades políticas para dar paso, si es posible,
en el futuro, a cambios de gobierno y responsabilidades penales. Y ¿por qué
no?, empujar en el sentido de la ruptura democrática que posibilite la apertura
de procesos constituyentes.
Si logramos hacer patente ante la mayoría de la
sociedad que la corrupción anida en el régimen y se alimenta del sistema
habremos dado un paso positivo en la senda de ahondar las grietas del régimen
político y de aumentar la desconfianza y rechazo de las masas respecto al
capitalismo.
En este caso como en tantos de la vida social y
económica la clave sigue siendo tanto en la sociedad actual como en una
sociedad pos capitalista lo que el marxista alemán Stefan Heym perseguido por
el nazismo y represaliado por el estalinismo denominaba “control social desde
abajo.” Esta es la base de una democracia real, basada en la iniciativa y
participación popular, en el control de las decisiones de los representantes y
en la permanente deliberación del conjunto de la sociedad sobre los asuntos que
les atañe creando mecanismos para poder decidir en última instancia de forma
colectiva y soberana.
En el plano
de la actividad política.
La batalla exige ejemplaridad y contención en el
ingreso de los cargos públicos como han ejercitado Podemos, las confluencias y
las candidaturas municipalistas del cambio. Y tal como se plantea en sendos
trabajos de Pastor en viento sur, entender la actividad política
como compromiso voluntario con la transformación social y no como un oficio o
profesión en la que escalar, terminar con la profesionalización mediante la
limitación de mandatos, la aplicación de incompatibilidad con otras actividades
remuneradas y rendir cuentas al electorado, asegurar la regulación de
mecanismos como las primarias y la rotación y revocación de cargos y asimismoacabar con “la presión derivada
del incremento de las necesidades de financiación de los partidos políticos y
de las campañas electorales estimulada cada vez más por el nuevo estilo de
hacer política ´a la americana´” cosa
que solo se puede hacer limitando el gasto de las actividades en campañas y
fuera de campañas, y la total transparencia en las cuentas de los partidos e
instituciones en tiempo real.
Se trata de convertir instituciones, partidos,
sindicatos y cualquier asociación que se nutra de fondos públicos en auténticas
casas de cristal, dónde prime el derecho de la información ciudadana sobre
cualquiera otro, información ergonómica para las personas o sea accesible y
ordenada. Lo que exige una nueva legislación que regule el estatuto de los
cargos electos, el funcionamiento y la financiación de los partidos políticos y
el sistema electoral.
Sigue el
dinero y encontrarás el corrupto.
La batalla exige una legislación que condene al
ostracismo total a los paraísos fiscales y a las empresas e individuos que
esconden sus patrimonios en los mismos. Asimismo, es preciso modificar la
legislación de contratación pública para erradicar absolutamente cualquier
grado de discrecionalidad y legislar ex novo sobre los bienes estratégicos como
el suelo, el agua, la energía y el dinero para impedir la especulación que
suele llevar aparejada la corrupción. Los cambios en la administración pública
implicarán minimizar los cargos de libre designación en beneficio del desempeño
de los profesionales de la función pública que deberán estar sometidos al
escrutinio ciudadano permanente mediante modos claramente establecidos. La
batalla exige que se pongan en pie los mecanismos de alerta y control, los
protocolos de actuación, los procedimientos de seguimiento y denuncia en manos
de una ciudadanía moralmente rearmada.
Más
democracia asegura menos corrupción.
Más allá, si establecemos el horizonte
civilizatorio al que queremos encaminarnos, si pensamos en términos de proyecto
de sociedad, podemos concluir que se pueden eliminar las consecuencias
negativas del poder absoluto o casi absoluto que tienen los gobernantes y las
élites económicas sobre su ciudadanía si, y solo si, se combate y elimina a la
vez el Estado fuerte y la gran riqueza del dinero. A eso se le llama transición
post capitalista en ruta hacia la sociedad de iguales y libres, pero exige
luchar contra el capital y sus desmanes, y la ruptura con el sistema político
que lo ampara para poner en pie una nueva arquitectura económica y política,
social y cultural. Ello va más allá de la “estatalización” de la economía, se
trata de socializar las fuentes de riqueza y la gestión de los bienes comunes,
de impulsar la autogestión y, por supuesto, el propio poder para evitar que una
nueva oligarquía acabe adoptando las decisiones fundamentales en los temas que
afectan a la dignidad de las personas y el equilibrio de la biosfera.
Manuel Garí, economista
y miembro del Consejo editorial de viento
sur.
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