DISTINGUIDOS AMIGOS(AS) ponemos a consideración de todos ustedes dos
Artículos muy importantes relacionados
a la situación del escenario mundial, después de los acontecimientos sucedidos durante
el desarrollo del Foro Mundial del G-20,
realizado en la Ciudad de Hamburgo, Alemania. El primer
artículo en relación a como se
presenta hoy el Multilateralismo global,
salió fortalecido o herido mortalmente después del foro del G.20, tomando en consideración la participación de los principales
Actores Políticos, en relación con la “nueva”
Gobernanza mundial, producto de la serie de acontecimientos que se van
produciendo relacionados con la Crisis de Occidente, el Brexit, la guerra en Oriente Medio, el
retiro de Estados Unidos del Foro París 2015 y la defensa del Medio Ambiente,
la situación de Ucrania y Georgia y el Poder de Rusia, los procesos
independentistas en Europa o en general en el aspecto central la crisis del
“libre comercio mundial” y el
surgimiento desde las políticas norteamericanas del proteccionismo nacionalista
y populista, pero también relacionado al
abandono y/o reformas que en los últimos tiempos ha planteado el presidente Trump con respecto a los Tratados de Libre Comercio TLC en especial Estados
Unidos, Canadá y México o el propio retiro de Estados Unidos del TPP uno de los temas centrales en materia de libre comercio.
El segundo Artículo relacionado si es posible hablar hoy de un “nuevo
Orden Internacional, global”, tomando en consideración la actuación y
protagonismo político que han cumplido cada uno de los participantes en el Foro G-20, no sólo relacionado con el nuevo
posicionamiento político de los actores principales, los Estados, en la perspectiva de hablar de un Nuevo Orden 2.0 ante
la crisis profunda del Multilateralismo –
y su no expuesto en el artículo, de una posible nueva “concentración de Poderes”,
y retorne la Bipolaridad, no como en
los tiempos de la Guerra Fría – 1945-1989
-, menos como expresión o manifestación política de si es Occidente u Oriente los
Nuevos poderes globales, pero sí en lo principal y central, que “bloques
económico-políticos” asumen la conducción, dirección y control del capitalismo
en los nuevos tiempos”. Para nosotros
es el eje central de como los actores –
los Estados – en el Nuevo Orden Global – asuman esta responsabilidad,
tomando en consideración, que los “nuevos tiempos” para la globalización, no será “ya
el mercado, y menos el poder del libre comercio mundial, es decir la empresas
transnacionales”, sino el ESTADO, en la visión de una “nueva globalización inclusiva, al servicio d elos pueblos y que
trabaje fundamentalmente por disminuir la terrible desigual económico social”,
según el planteamiento central del presidente
chino Xi Jinping, y aceptado por Occidente, aunque a “regañadientes” – por considerar la ausencia para ellos de
Democracia y Libertad. Pero es su única y viable alternativa en el nuevo
milenio.
/////
La Canciller Angela Merkel y el Presidente Trump, han expuesto con sus intervenciones en el Foro del G-20 y ante el mundo hoy de, Dos propuestas, dos alternativas en relación con el Multilateralismo mundial, pero todo relacionado a que bloques económico-políticos, dirigen, controlan el sistema capitalista en los nuevos tiempos histórico-políticos, de una posible Bipolaridad de Estados Mundiales.
***
EL G-20. MULTILATERALISMO,
PODER, INSUBORDINACIÓN Y REALISMO.
*****
Fredes Luis Castro.
ALAI. Jueves 13 de julio del 2017.
ALAI
AMLATINA, 13/07/2017.- En ejercicio de
la presidencia del G-20, Alemania ofició su rol de anfitriona del encuentro
celebrado en Hamburgo que tuvo como consigna “Conformar un mundo
interconectado”. El logo elegido resume los deseos y valores de personalidades
como Angela Merkel, Justin Trudeau y Emmanuel Macron, pero está alejado de los
pronunciamientos de Donald Trump, Vladímir Vladímirovich Putin, y de la
decisión adoptada por el Reino Unido presidido por Theresa May para apartarse
del comando de Bruselas. Esta divergencia no se circunscribe a los jefes de
Estado, de acuerdo a una encuesta realizada por Chatham House a
1823 integrantes de la élite europea, individuos influyentes en áreas clave
como la política, mediática o empresarial, oriundos de distintos países
miembros de la Unión Europea (UE), el 37% está a favor de transferir mayores
facultades a la UE mientras que el 31% aboga por una restauración de poderes a
los estados nacionales.
Es posible que entre los restauradores
existan referentes que coinciden con las conclusiones del informe
brindado por el Global Trade Alert, que acusa la ineptitud del G-20 para
repeler medidas proteccionistas. Sus escribientes conminan a escandalizarse
menos por las restricciones a importaciones que por la “generosidad estatal” de
buena parte de las economías del G-20, generadora de subsidios e incentivos
fiscales que benefician a sus agricultores, exportadores y fabricantes. Tampoco
se puede descartar que el 31% mencionado estime, en su intimidad, que los
estados nacionales son agentes más eficaces a la hora de formular políticas
proteccionistas de los intereses que los cohesionan.
Con temperamento entre sombrío y
conspirativo, Donald Trump opera para combinar la necesidad de reforzar las
articulaciones gendarmes del Estado nación con el repliegue de sus
posibilidades reguladoras en el orden económico financiero, y extractivas en el
orden impositivo cuando toca al capital más concentrado. De ningún modo fue
casual la elección del territorio polaco para ofrecer su
discurso reivindicativo de los valores comprendidos en la tríada de Dios,
familia y libertad, antes de involucrarse en la cumbre del G-20. Es la patria
del eficaz anticomunista Karol Wojtyla/Juan Pablo II y de Juan III Sobieski, el
rey que en 1683 derrotó a las fuerzas otomanas en las puertas de Viena.
Varsovia padeció el estatismo totalitario de los soviéticos y se ubica a la
vanguardia de las administraciones furiosamente excluyentes de las humanidades
extranjeras, mucho más las musulmanas, que buscan asilo y refugio en Europa. Es,
además, uno de los pocos miembros de la OTAN que gasta más del 2% de su PBI en
Defensa.
Para Trump, la supervivencia de
Occidente se encuentra amenazada por un conflicto de civilizaciones que no se
libra en campos de batalla en primer término, sino en la mente, la voluntad y
las almas de la ciudadanía habitante de la geografía occidental. Tristen
Naylor, especialista en relaciones internacionales de la Universidad de Oxford,
disiente con el ex animador de reality
shows, y estima que la cumbre de Hamburgo será recordada como el simbólico
final del liderazgo global estadounidense. Para Naylor, la erosión del respaldo
internacional a ese liderazgo comenzó a agrietarse en los campos de batallas de
Afganistán e Irak, y se consolidó en los de Libia, Siria y Ucrania.
“La decisión de Trump de sacar a los Estados Unidos de la Asociación Transpacífica y el acuerdo climático de París fueron los siguientes pasos en esta lenta fuga del liderazgo global.”
“La decisión de Trump de sacar a los Estados Unidos de la Asociación Transpacífica y el acuerdo climático de París fueron los siguientes pasos en esta lenta fuga del liderazgo global.”
Josef Janning, destacado politólogo
alemán del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, considera que el
enfrentamiento relevante es el que se suscita entre dos perspectivas, la del
multilateralismo contra la de la multipolaridad.
Los defensores europeos del multilateralismo, como Angela Merkel, propician una gobernanza planetaria que a través de foros como el G-20, provea de bienes públicos globales que la legitimen. Esta gobernanza opera mediante actores estatales y no estatales.
Por el contrario, sujetos como Donald Trump, sólo creen en el poder como fuente de legitimación. Para la dirigencia del poder, foros como el G-20 sirven para gestionar y concertar las ambiciones de las entidades nacionales que representan.
Janning, que tiene entre sus antecedentes el de ser profesor invitado en la Universidad Renmin de Beijing, sostiene que Xi Jinping opera también para afirmar los intereses del Estado civilización que gobierna, y se acerca a Europa para aprovechar la confusión que problematiza a sus países, generada en buena medida por el residente de la Casa Blanca. Para el analista germano, su patria y Bruselas se distraen con un escenario secundario al verdadero “gran juego”, que siempre es la lucha tradicional por el poder y la prevalencia, eso sí, en un mundo “ahora profundamente interconectado”.
Los defensores europeos del multilateralismo, como Angela Merkel, propician una gobernanza planetaria que a través de foros como el G-20, provea de bienes públicos globales que la legitimen. Esta gobernanza opera mediante actores estatales y no estatales.
Por el contrario, sujetos como Donald Trump, sólo creen en el poder como fuente de legitimación. Para la dirigencia del poder, foros como el G-20 sirven para gestionar y concertar las ambiciones de las entidades nacionales que representan.
Janning, que tiene entre sus antecedentes el de ser profesor invitado en la Universidad Renmin de Beijing, sostiene que Xi Jinping opera también para afirmar los intereses del Estado civilización que gobierna, y se acerca a Europa para aprovechar la confusión que problematiza a sus países, generada en buena medida por el residente de la Casa Blanca. Para el analista germano, su patria y Bruselas se distraen con un escenario secundario al verdadero “gran juego”, que siempre es la lucha tradicional por el poder y la prevalencia, eso sí, en un mundo “ahora profundamente interconectado”.
Es imposible predecir qué escenario
político económico se impondrá, sin embargo registremos que la Unión Europea de
Angela Merkel mueve sus fichas y avanza con acuerdos comerciales con Canadá y Japón, cuyas dificultades, en especial
en el segundo caso, pueden ceder atento a la necesidad de replicar y prevenir
las acciones de Washington y Beijing. Berlín, París y Tokio, entre otros,
ofertan un software de pactos comerciales y bienes públicos globales, para
contrarrestar y compensar el hardware infraestructural propuesto por China
para conectar diversas geografías y el tecnológico militar estadounidense (amén
de que la centralidad cultural de la patria de Muddy Waters y Steven Spielberg
es un valor agregado que no tiene parangón).
Los gobiernos del Mercosur, en el mejor
de los casos, discuten en los términos preferidos por las economías dominantes,
sin atreverse a formular agenda original o insubordinación
fundante alguna. Los términos que las potencias centrales y
re-emergentes propagandizan e imponen en el terreno económico, buscan facilitar
transacciones y flujos que de ninguna manera aspiran a beneficiar a la
ciudadanía de nuestra región. Es bueno recordar que incluso entre los cultores
del realismo periférico se advirtió que las políticas externas
que adhieren a él, están condenadas al fracaso cuando lubrican una mala
política económica, como la materializada en los 90 del siglo pasado, a favor de firmas
extranjeras y burguesías prebendarias nativas, con su secuela de desempleo,
empobrecimiento y vaciamiento nacional.- July 10, 2017.
*****
Políticamente, será posible la forja de una "nueva" Bipolaridad Mundial, ante la crisis del multilateralismo y la propia crisis de la globalización desde la crisis del libre comercio global. Rusia y Estados Unidos,( China definiendo una nueva Gobernanza mundial) en una "Nueva" Guerra Fría" pero con contenidos y objetivos estratégicos mundiales absolutamente diferentes a la pirmera Guerra Fría del 1945-1989.
***
EL ORDEN INTERNACIONAL
DESPUÉS DE HAMBURGO.
*****
Alberto Por
Alberto Hutschenreuter*
Soberanía Digital jueves 13 del 2017.
Recientemente, en la ciudad alemana de
Hamburgo se realizó el encuentro del Grupo de los 20, que congrega a los
principales países industrializados y actores emergentes del globo. Si bien los
temas centrales del denominado G-20 son de naturaleza económica-financiera, con
los años la agenda se ha ido pluralizando, al punto que en esta ocasión el
“issue” que finalmente sobresalió fue la ecología, es decir, el apoyo de 19
países a las políticas de “orden ambiental” y el rechazo de Estados Unidos al
mismo.
La convocatoria fue también oportunidad
para el primer encuentro entre varios mandatarios, siendo sin duda la reunión
Trump-Putin la que más atención y expectativa concentró.
Frente al casi hundimiento del
multilateralismo, el G-20 aparece como un superviviente que intenta asirse a
mínimos de orden o gobernanza internacional. Considerando que en el foro se dan
cita actores que concentran el 80 por ciento de la población mundial, el 80 por
ciento de la economía global y el 75 por ciento del comercio del orbe, sin duda
el grupo es lo más próximo a un “poder ejecutivo internacional”.
Pero ello no implica un gobierno
internacional: nada más supone una reunión de hombres con poder (no todos,
claro) que podrían lograr acuerdos “moderadores” en diferentes cuestiones, por
caso, induciendo a que se establezcan ceses de fuego o treguas en zonas de
guerra o incluso en temas “extraños” al grupo, por ejemplo, reducción de
armamentos.
Pero nada más, pues las decisiones que
se adoptan en el G-20 no son vinculantes. En este sentido, aunque el poder
internacional está más “representado” en este grupo, en el que también
participan Estados invitados y organizaciones internacionales, los cinco
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU concentran poder real,
más allá que hoy este cuerpo no incluye actores que han construido poder.
Pero tampoco “nada más” porque la
defensa y promoción del interés nacional y la autoayuda continúan y continuarán
siendo realidades de un mundo dividido (y relacionado) entre “unidades
políticas, cada una de las cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a
sí misma y de ser la única dueña de la decisión de combatir o de no hacerlo”,
según la precisa definición de Raymond Aron.
Esta realidad resulta inmodificable, y
es la que explica por qué las relaciones internacionales son relaciones de
poder y de intereses antes que relaciones de derecho y de cooperación. En estos
términos, “homologar” el medio internacional al medio interno, es decir, que
las unidades o partes tengan un centro o dirección y que las instituciones y el
derecho controlen al poder y no a la inversa, es impensable.
En otras palabras y ampliando, “salir
del orden de Estados”, esto es, “reducir” los conceptos de soberanía,
estatalidad, independencia, autoayuda, etc., para dar lugar a lo que Robert
Haass denomina “Orden Mundial 2.0” en el que los Estados, sobre todo los
preeminentes, asumen obligaciones hacia los demás, contando para ello con
normativas más estrictas en segmentos clave para la seguridad internacional,
por caso, en el de las armas de destrucción masiva, no parece un hecho que
pueda alcanzarse. Aunque resulten inadecuados los patrones sobre los que se
apoya el viejo “Orden Mundial 1.0”, es decir, el mundo de la denominada
“soberanía westfaliana” (estado, independencia, autoidentidad, autoayuda, no
injerencia), habrá que encontrar estrategias dentro de este orden.
Sin duda que “nuevas realidades” de
alguna manera han “moderado” los conceptos clásicos, por caso, la profusión de
las interdependencias, la globalización y las crecientes interconexiones; pero
ninguna lo ha hecho al punto de amenazar la soberanía del Estado, como bien
sostiene en un reciente artículo en la revista Foreign Affairs el experto Or
Rosemboin.
Por el contrario, durante el siglo XXI
y particularmente durante los últimos años, el mundo asiste a un
fortalecimiento de aquellos conceptos clásicos en las relaciones
internacionales: la valoración territorial, el interés nacional, la acumulación
militar, el patriotismo, el prestigio, etc.
Consideremos por un momento qué podría
implicar, de acuerdo a un “orden mundial superior”, reducir el concepto de
autoayuda para Estados preeminentes o potencias medias en el segmento de las
armas nucleares.
Significa que Estados Unidos y Rusia
avanzarían hacia un umbral que los deje al borde de la desnuclearización de su
amparo nacional. ¿Es dable este escenario? Sabemos que la respuesta es
negativa: los dos países han avanzado significativamente en la reducción del
arsenal pero nunca quedarían en una “situación anti-estratégica”, es decir, sin
activos mayores en materia de autoayuda, deferencia, disuasión y persuasión
(“suasión”, diría Edward Luttwak).
Asimismo, significa que Israel
renunciaría a su armamento con el fin de evitar que otros países de la región
se nuclearicen y, en ese estado de paridad estratégica, sus oponentes se
sientan “reparados” en relación con el sentimiento árabe de humillación que
tradicionalmente supuso la superioridad militar israelí. De nuevo, sabemos que
ello no sucederá porque Israel jamás renunciará al último activo que asegura su
misma supervivencia.
En otra cuestión, un “orden superior”
exigiría que la OTAN y Rusia descompriman el grado de tensión que existe entre
el Báltico y el Mar Negro, donde cayó una “cortina de armamentos”, y ambos
renuncien a sus fines: la OTAN a la “prevención anti-imperial o revisionista”
que le otorga el “derecho de victoria” en la Guerra Fría; Rusia a su
preponderancia en su “extranjero inmediato”, particularmente en los países más
reluctantes a ella (parte de Ucrania, Georgia, etc.).
Pero sabemos que ello no ocurrirá: un
replanteo de la OTAN, es decir, su desconcentración en las adyacencias de
Rusia, implicaría no solo una sensible re-ganancia de poder para este país,
sino la alteración de los “dividendos de la victoria” en la Guerra Fría. En
cuanto a Rusia, la renuncia a ejercer influencia y vigilancia en las ex
repúblicas soviéticas significaría desistir de una histórica “rutina
geopolítica” que equilibró su debilidad territorial, esto es, los frentes de
ingreso hacia sus ricas profundidades.
Un orden superior significaría que
tanto los Estados poderosos como los que no lo son quedarían sujetos al
cumplimiento irrestricto de toda sentencia del Tribunal Penal Internacional, es
decir, a acatar decisiones emanadas de dicho tribunal contra una persona de un
Estado. Pero sabemos que existe un “justicia internacional selectiva” en este
segmento, puesto que difícilmente alguno de los poderes dominantes del Consejo
de Seguridad de la ONU, a cuya instancia actúa el Tribunal, desprotegerá a un
dirigente o funcionario “suyo”.
Asimismo, dicho orden debería
“pluralizar” el deber de intervención a todos los Estados (invadidos por otros,
bajo guerra civil, con incompatibilidades nacionales, etc.), sin excepción.
Pero sabemos que aquí también existen “intervenciones selectivas” en función
del poder del Estado a intervenir, como así de la importancia geopolítica que
reviste el mismo. Sabemos que difícilmente se considerará una intervención en
un Estado preeminente, por caso, resulta impensable una intervención internacional
en China para salvaguardar los derechos del pueblo tibetano; o una intervención
en “plazas anti-geopolíticas” del globo, es decir, territorios donde no se
encuentran en juego intereses de poderes mayores.
Podríamos continuar con casos donde la
soberanía, el poder, los intereses, la independencia, etc., restringen
severamente (cuando no directamente paralizan) cualquier posibilidad relativa
con ir más allá de dichos conceptos, es decir, dejar atrás el orden clásico y
conocido.
Semejante
posibilidad supone
desconsiderar las diferencias que existen entre “las aspiraciones morales de
una nación en lo particular con las leyes morales que gobiernan el universo”.
Según el creador de este (quinto) principio del realismo político, Hans Morgenthau,
“Todas
las naciones sufren la tentación de cubrir sus aspiraciones particulares con
los ropajes de propósitos morales universales. Una cosa es saber que las
naciones están sujetas a la ley moral; otra muy distinta pretender saber lo que
son el bien y el mal en las relaciones entre las naciones (…) Es exactamente el
concepto de interés definido en términos de poder el que nos salva de los
excesos morales y la locura política. Porque si miramos a todas las naciones y
las comprendemos como entidades políticas que persiguen sus respectivos
intereses, definidos en términos de poder, estamos en aptitud de hacerles
justicia a todas. Y gozamos de esa capacidad en un doble sentido: en el de
juzgar a las demás naciones como juzgamos a la propia; una vez habiéndolo hecho
así, en el de proseguir políticas que respeten los intereses de las demás
naciones, a la vez que protegemos y promovemos los de la propia”.
En breve, intentar cambiar el orden
conocido por lo que deseamos sea un orden internacional será un esfuerzo fútil.
Las únicas posibilidades de lograr un nuevo orden es considerando y trabajando
las experiencias. Y las únicas experiencias de orden perdurable han sido
aquellas basadas en el equilibrio de poder y el aporte de “bienes públicos
globales”, es decir, regímenes o canales que permitan administrar diferencias
entre Estados.
El problema del mundo de hoy es que no
existe equilibrio de poder ni consenso entre los actores preeminentes, mientras
que algunos de dichos bienes ya son inadecuados, su proveedor, Estados Unidos,
no parece dispuesto a continuar sosteniéndolos y nadie se encuentra en
condiciones de relevarlo.
Por ello, la reunión del G-20 en
Hamburgo solo quedará en la historia por los disturbios en la ciudad, el
encuentro entre los mandatarios de Rusia y Estados Unidos, el “19-1” y alguna
que otra graciosa anécdota. Por lo demás, es decir, alguna idea sobre cómo
estructurar un nuevo orden, solo crisis, retórica y “punto muerto”.
*****
*Doctor en Relaciones Internacionales
(summa cum laude, USAL). Posgrado en Control y Gestión de Políticas Públicas (
FLACSO). Profesor Titular de Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra
Aérea. Ex profesor en la UBA. Fue Director del Ciclo Eurasia en la Universidad
Abierta Interamericana.
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