Elecciones
democráticas, elecciones populares – propias de las democracias electorales – muy comunes
hoy en América Latina, pero también con la presencia real y objetiva de lo poco
que se ha avanzado en el proceso social cultural y político de construcción de CIUDADANÍA, situación real hoy cuando
todos nosotros elegimos – políticamente a
nuestros propios verdugos – aquellos
falsos políticos, que nos impresionan, nos llenan la “vida” con semejante
publicidad de un programa de gobierno iluso, efectista, que nos convence
rápidamente y al final resultamos eligiendo en democracia a quién nos arrebata
nuestros propios Derechos Sociales, muchas
veces con el cuento de la Modernidad, de reformar y modernizar el Estado o simplemente
de crear y desarrollar oportunidades para todos, en el trabajo, por ejemplo,
desatando, desconectando “viejos principios y prácticas laborales”
que no permiten la presencia de la juventud en el trabajo; lo primero que destruyen con políticas
“diplomáticas” es el derecho al
trabajo y la estabilidad laboral -
que no ha sido un regalo del capitalismo, ha sido una histórica reivindicación de los trabajadores sindicalistas en el mundo;
– nos ”expropian” derechos laborales, con el cuento propio de la política
criolla – porque en realidad nos están imponiendo todos los programas de gobierno de las políticas neoliberales,
que definitivamente van a barrer con nuestros Derechos Sociales, n la
práctica de la Sociología de la vida
cotidiana, se acabó la SOLIDARIDAD,
se acabó la FALTA
OPORTUNIDAD PARA TODOS y en el fondo, del escenario nacional, lo que real y objetivamente tenemos, es una ”nueva” realidad, básicamente turbulenta
y ataque permanente, por diversos medios y caminos contra los derechos del
Pueblo en su conjunto, tenemos como resultado una “nueva”, fría, violenta, salvaje e
inhuma realidad, es un profunda y extensa DESIGUALDAD Económico-social-laboral.
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Presidentes actuales de Argentina, Brasil y México. Dos elecciones democráticas - populares - y un golpista contra un gobierno Democrático popular de izquierda reformista. Hoy los tres con la imposición de las políticas neoliberales - propias de la década de los 90', tiempos del Consenso de Washington - han liquidado Derechos sociales de los trabajadores, con sus Políticas de gobierno han profundizado y ampliado la pobreza , realidad que hoy ha generado que tenemos los tres países de mayor desigualdad económico-social-laboral de América Latina.
***.
CUANDO LA DESIGUALDAD ES UNA ELECCIÓN
POPULAR.
*****
José Natanson.
Le Monde Diplomatique.
Jueves 20 de julio del 2017.
El fenómeno suele pasar por debajo del radar de las encuestas y las investigaciones
sociológicas. Cuando se pregunta de manera abierta, nadie, o casi nadie, se
anima a admitirlo. Y sin embargo ocurre: en ocasiones, quizás sin gritarlo pero
de manera perfectamente democrática, las sociedades eligen políticas –y
políticos– que conducen a mayores niveles de desigualdad. En otras
palabras, la injusticia
social no es solo resultado de las
tendencias ingobernables de la economía o la mala praxis de la gestión estatal;
también puede ser popular.
Por supuesto, fuerzas
globales irresistibles, entre las que cabe mencionar el auge de una
economía financiera descontrolada, la heterogeneidad del mundo laboral y la
debilidad de los Estados nacionales, propician sociedades más inequitativas.
Pero lo que interesa aquí no son los efectos casi gravitatorios del capitalismo globalizado sino los
motivos por los cuales, en determinadas condiciones de tiempo y espacio, las
sociedades se inclinan de manera más o menos consciente por modelos
desigualadores, con todas sus consecuencias en términos de convivencia ciudadana, paz social e inseguridad pública.
¿Cómo se explica semejante cosa? El
académico francés François Dubet propone invertir el razonamiento (1). Frente a los estudios de sociología política que suelen
argumentar que la mayor desigualdad, propiciada por las tendencias globales
mencionadas más arriba, deriva en una crisis de los lazos sociales, Dubet postula que es el
resquebrajamiento de la convivencia lo que permite que se profundice la
inequidad social. En suma, la
desigualdad es resultado de una crisis de la solidaridad.
El planteo de Dubet
pone en cuestión la tesis del filósofo liberal John Rawls, que sostenía que, de los tres colores de la tríada revolucionaria francesa, la fraternidad, que aquí llamaríamos solidaridad, es el que tiene menos peso
en la construcción de las democracias modernas. Para Dubet, la fraternidad es condición de posibilidad de la igualdad.
La explicación es bastante simple: aunque infinitamente mejor para la mayoría, la igualdad es, para una minoría
privilegiada, cara. Por eso una sociedad más equilibrada implica que los
sectores más ricos estén dispuestos a resignar ganancias por vía de una
estructura impositiva progresiva que redistribuya mejor el ingreso; exige, en
suma, que haya algunos que acepten “pagar
por otros”, sacrificarse por personas… a las que ni siquiera conocen.
Para que este esfuerzo se concrete en la práctica
es necesario un sentido común que remita a la idea de que somos más o menos
semejantes y que convivimos en un mismo espacio, que es territorial pero también simbólico,
histórico, lingüístico y afectivo. Sin la idea de que compartimos un
destino colectivo, de que nuestro futuro está de alguna manera enlazado al de
los demás, es difícil que los grupos más favorecidos de la sociedad acepten el
sacrificio que implica sostener a los que menos tienen.
Esta dificultad se profundiza en un momento en que
cobran cada vez más importancia los valores relacionados con la identidad
individual, que expresan no lo que tenemos en común, sea nuestro lugar en la pirámide social (clase), nuestro trabajo (sindicato) o nuestra ideología (partido político),
sino lo que nos distingue, lo que nos hace diferentes el uno del otro. El
efecto de este auge identitario es
ambiguo: si por un lado fortalece el pluralismo, la tolerancia y el
multiculturalismo, por otro tiende a consolidar el individualismo de la “sociedad de la desconfianza”, en la
que las personas se miran como si estuvieran sentadas a una mesa de póker. En
ambos casos la pregunta es la misma: ¿cómo asegurar la solidaridad en un
contexto de exacerbación del individualismo?
El trabajador meritocrático.
¿La sociedad
argentina optó de manera deliberada por mayores niveles de inequidad cuando
eligió a Mauricio Macri en las
presidenciales del 2015? Aunque es cierto que el macrismo prometió mantener
las políticas sociales, cosa que hasta el momento cumplió, y “no sacarle a nadie lo que ya tiene”,
cosa que no hizo, también es verdad que la desigualdad
estuvo completamente ausente de su discurso de campaña y que la redistribución
del ingreso, tan socorrida durante el
kirchnerismo, ha desaparecido del debate público.
Como señalamos en otra oportunidad (2), la filosofía que orienta la gestión
macrista no apunta a construir una sociedad más igualitaria (igualdad de
resultados) sino a garantizar condiciones iguales para todos (igualdad de oportunidades): la idea es
consolidar una línea equitativa de largada para que luego los individuos, que
en su singularidad identitaria son todos distintos (y por lo tanto quieren
cosas distintas), compitan entre sí, y que cada uno llegue hasta donde pueda. Bajo esta perspectiva, la balanza de la
justicia se desplaza de la redistribución
del ingreso a la redistribución de
las oportunidades, de la igualdad
social al esfuerzo individual, del
Estado al mercado .
Típicamente
liberal, se trata de uno de los pocos conceptos abstractos a los que cada tanto
recurre el macrismo, verificable en las apelaciones al ciudadano-vecino
utilizando la segunda persona del singular (“Te
hablo a vos, que querés estar mejor”) y en las referencias permanentes a
recuperar una “cultura del trabajo” supuestamente extraviada por los desvaríos
del populismo. El hecho de que la mayoría de quienes formulan este discurso
estén lejos de ser ejemplos de self made men queda
para otro análisis: lo central es que resulta políticamente eficaz.
Esto se explica en buena medida porque el argumento
encarna en un actor concreto, el verdadero sujeto social de esta nueva batalla
cultural: el trabajador meritocrático.
Habitante de la periferia de las ciudades globalizadas, asalariado en el sector
industrial o cuentapropista con algún capital propio (un taxi, un kiosco), el trabajador meritocrático mantiene
–igual que el macrismo– una relación ambigua y problemática con el Estado.
Lejos del vínculo vital de los sectores excluidos, que dependen de la Asignación
Universal o la jubilación mínima para su supervivencia cotidiana, pero lejos
también de la prescindencia de los grupos más acomodados, combina dependencia
estatal con un rechazo casi pulsional por la política: obra social con escuela
pública, colectivo diario al trabajo con universidad del conurbano, escuela
parroquial con dos semanas en Mar del
Plata.
En este contexto, las mejoras de bienestar
experimentadas durante el kirchnerismo
suelen ser atribuidas menos al contexto político que al esfuerzo individual del
“nadie me regaló nada”, y por eso la
vía de ascenso social hacia la clase media pura, que es el gran ideal
aspiracional, es vista menos como una construcción colectiva que como una
escalera hacia lo privado: del hospital a la obra social y de ahí a la prepaga.
Durante su largo ciclo en el poder, el kirchnerismo nunca encontró la forma
de hablarle a este sector social, al que paradójicamente había hecho mucho por
ensanchar, y al final optó por abandonarlo a su suerte, como si ya no mereciera
su distinguida atención. En cambio el macrismo, tomando la posta de Sergio Massa, desplegó una estrategia
para seducirlo que incluyó la promesa de satisfacer sus dos grandes demandas:
la baja del impuesto a las ganancias y la lucha contra la inseguridad. De este
modo logró sumarlo al voto republicano y al apoyo del campo hasta redondear una
base social tan amplia como policlasista:
sin la adhesión tardía del trabajador
meritocrático, Cambiemos nunca hubiera ganado la provincia de Buenos Aires
ni municipios como Lanús, Tres de Febrero o Quilmes.
Con su concepción de la sociedad como una pecera
donde las personas nadan sueltas, sus apelaciones en singular y sus referencias
casi calvinistas al esfuerzo y la cultura del trabajo, cuya contracara es por
supuesto un rechazo implícito a la pereza y la dependencia estatal, el macrismo interpela a este sector
social y, de manera sutil pero perfectamente visible, cambia el eje del debate
público: al poner el foco en la pobreza en reemplazo de la desigualdad, opta
por un problema más consensual y menos conflictivo, abierto a las soluciones
piadosas al estilo Iglesia Católica.
El resultado invisible del nuevo enfoque liberal que nos gobierna es un
resquebrajamiento de la trama de solidaridades identificada por Dubet como una de las causas para la
legitimación de la injusticia social.
Al aire.
La cultura
de masas suele reflejar estas mutaciones sociales. ¿Dónde las
vemos? A la espera de una obra de arte más potente, un libro o una película,
llamemos la atención sobre la deriva de “Meritócratas”,
el comentado aviso publicitario del Chevrolet
Cruce.
Estrenado cinco meses después del cambio de gobierno, el spot invitaba a
imaginar un mundo en donde “cada persona tiene lo que merece”, donde “el que
llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada”. Sobre un fondo de
edificios vidriados, aeropuertos, anteojos modernos y sushi, la publicidad
sostenía que “un verdadero meritócrata
es aquel que sabe qué tiene que hacer y lo hace, sin chamuyos”, porque “sabe
que cuanto más trabaja, más suerte tiene”, antes de un cierre casi de campaña:
“El meritócrata pertenece a una
minoría que no para de avanzar y que nunca fue reconocida. Hasta ahora”.
¿Qué nos
dice “Meritócratas” sobre la Argentina actual? Los
publicistas podrán ser superficiales y frívolos, pero disponen de un instinto
agudo a la hora de detectar tempranamente las corrientes subterráneas de la
sociedad, que es en definitiva la que compra o deja de comprar los productos
que ofrecen. Con la publicidad de Chevrolet,
los creativos de la agencia Commonwealth
McCann buscaban conectar con el Zeitgeist del
macrismo: que se hayan animado a poner al aire semejante
aviso demuestra que el clima de época efectivamente había cambiado, del mismo
modo que el hecho de que al poco tiempo lo hayan tenido que sacar del aire,
forzados por la reacción negativa, las memes y las burlas, sugiere que la
perspectiva liberal-individualista todavía no ha cristalizado en una nueva
hegemonía cultural.
Notas:
1. François Dubet, ¿Por qué preferimos la desigualdad?
(aunque digamos lo contrario), Editorial Siglo XXI,
2016.
2. Véase el editorial “Contra la igualdad de oportunidades”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2016.
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