Octubre de 1917 cambió el
rumbo de la Humanidad. Hasta ese momento, y salvo el corto episodio de la
Comuna parisiense, la posibilidad
de una alternativa al capitalismo, de edificar un orden socialista que
terminara con la explotación y la miseria, no pasaba de ser una teoría, la que
habían elaborado Marx y Engels en el
siglo XIX. Por ello, la conquista del poder por los obreros rusos, La revolución bolchevique no fue un golpe
de estado encabezados por el partido bolchevique, fue una gigantesca conmoción para las clases
dominantes. Las fábricas nacionalizadas, la expropiación de los
terratenientes, el racionamiento con carácter de clase, todo eso era para la
burguesía mundial una pesadilla, el mundo al revés. Las verdades supuestamente eternas se habían derrumbado; el empresario
no era necesario para el funcionamiento de las fábricas, ni la propiedad
privada constituía necesariamente el fundamento de la sociedad. No es de
extrañar, por tanto, que esa revolución que despertó el entusiasmo de los
trabajadores, concitara también el odio de la burguesía. Desde 1917, el capitalismo mundial no tuvo otro objetivo que la
destrucción del poder soviético. Por cualquier medio, mediante la
intervención armada en la guerra civil de 1918-1921,
el cerco diplomático y el aislamiento económico, la burguesía mantuvo una lucha
implacable contra la Rusia soviética. En esa agresión continua, sistemática, no
podía faltar el combate ideológico. Legiones
de profesores, ensayistas, historiadores y periodistas han dedicado sus
vidas y sus obras a desprestigiar la revolución rusa. Lenin y los bolcheviques han sido
objeto de las peores injurias y el orden que implantaron ha recibido
frecuentemente el calificativo de dictadura sangrienta.
Frente a la tendencia
historiográfica que considera la revolución de Octubre como un golpe de estado
perpetrado por Lenin, este
artículo defiende que la revolución bolchevique fue una auténtica revolución de
masas. A la altura de 1917, los
bolcheviques tenían la mayoría de delegados en los soviets de Rusia y en las diferentes organizaciones de masas. El
apoyo de los obreros y de buena parte de los soldados permitió al partido
bolchevique tomar el poder con bastante facilidad. La victoria en la guerra
civil, en la que los ejércitos contrarrevolucionarios contaron con el apoyo militar y económico de las
principales potencias capitalistas, demostró con claridad que los bolcheviques
contaban con el apoyo de las masas populares rusas, y constituye la prueba irrefutable de
que la teoría golpista carece de cualquier base objetiva.
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OCTUBRE ROJO UN SIGLO DESPUÉS.
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Higinio
Polo.
Rebelión
jueves 6 de julio del 2017.
Un siglo después de su triunfo, la revolución
bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus
terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación
universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración
ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno
capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las
trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que
ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los
beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de
mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y
crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras
mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas
lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en
Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en
Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos
ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas
perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.
Los marineros y milicianos que se lanzaron al
asalto del Palacio de Invierno, que vemos en las imágenes recreadas de
Eisenstein, no son un accidente de la historia; los obreros que se atrevieron a
derribar el trono imperial, a convertir las iglesias en almacenes útiles, y a
dispersar las sombras de la explotación, no eran una ráfaga transitoria de años
convulsos, sino el rumor de siglos de protestas y de gritos de honestidad y
trabajo proletario. En 1917, los bolcheviques supieron expresar el ansia de
justicia de los rusos, la ambición de una vida digna que dejase atrás las
argollas de la miseria y la opresión bajo los zares; supieron traducir el deseo
de los trabajadores de terminar con la explotación en las fábricas. y de los
campesinos de romper la soga que les ataba a una nobleza parasitaria y casi
medieval. La exigencia de paz, en el matadero de la gran guerra,
los gritos reclamando pan, los campesinos exigiendo la tierra, y los
trabajadores las fábricas, resumen la decisión de Lenin y los bolcheviques
protagonizando la revolución que cambió el mundo. Porque fue la aspiración a la
igualdad y la justicia la que creó el poder soviético, la que levantó el
socialismo en condiciones difícilmente imaginables hoy: suele olvidarse, pero
la revolución bolchevique tuvo que construir el socialismo en un país que
perdió, en un lapso de treinta años, a casi cuarenta millones de personas,
víctimas de la guerra civil impuesta tras la revolución por veinte países
capitalistas, y por las dos guerras mundiales desatadas por las rivalidades de
esas mismas potencias. Sólo en la guerra de Hitler, la Unión Soviética vio
morir a veintisiete millones de trabajadores y soldados.
Tras 1017, la revolución bolchevique se extendió
por el mundo, y su voz llegó a los campesinos malayos y a los obreros de los
frigoríficos argentinos, a los labradores chinos y a los trabajadores alemanes;
desde entonces, las ideas y propuestas del socialismo y del comunismo han
seguido galopando por el planeta, iluminando revoluciones, en China o en
Vietnam, en Cuba o en Nicaragua, cambiando el mundo, aunque esa voz haya
sufrido duras derrotas, como la matanza en Indonesia, los campos de la muerte
de Oriente Medio, o la desaparición de la propia URSS y el retroceso social en
Europa y América durante las dos últimas décadas. Pero, ni en Moscú ni en
Madrid, la revolución bolchevique no se ha olvidado, y la historia no ha
terminado.
Hoy, de forma abrumadora, los rusos siguen viendo a
Lenin como un dirigente excepcional, que desempeñó un papel histórico
trascendental, y siguen juzgándolo de manera positiva: apenas un 14 % de la
población aceptaría retirar sus estatuas de las ciudades rusas, y una
abrumadora mayoría lamenta la desaparición de la Unión Soviética. La
popularidad de Lenin crece, y, según el centro Levada, en la última
década ha aumentado de forma notable el número de ciudadanos rusos que
consideran positiva su aportación al país y al mundo. Las estrellas rojas
siguen coronando las torres del Kremlin moscovita, y la presencia de Lenin,
aunque no se traduzca todavía en cambios políticos y sociales, no va a
desaparecer, pese a los interesados augurios de la derecha.
Para conmemorar el centenario, el Partido Comunista
ruso organizará una gran manifestación en Moscú, el 7 de noviembre, así como
otros actos en la gran mayoría de las ciudades del país, y el gobierno de Putin
también ha publicado un calendario de actividades para destacarlo, intentando
atraer hacia el partido del poder las movilizaciones populares de celebración
de la revolución de octubre, hasta el punto de que el comité gubernamental
encargado de organizarlas está lleno de anticomunistas: el poder actual no
puede obviar la importancia de la revolución bolchevique, ni tampoco las
aportaciones de la Unión Soviética, como no puede ignorar el prestigio
creciente de Lenin y del socialismo entre la población, por lo que se ve
obligado a nadar entre dos aguas.
No será sólo en Rusia. En los cinco continentes
habitados, se sucederán las celebraciones entre los trabajadores, acompañadas
por la monótona y reiterada condena de los centros del poder capitalista, que
busca arrojar a la hoguera el persistente susurro de décadas de la revolución
bolchevique y del socialismo. De Bolivia a China, de Cuba a Alemania, de
Venezuela a Vietnam, de Sudáfrica a Australia, ese centenario recorre durante
este año conferencias y congresos, seminarios y libros, ondea en las banderas
rojas de las manifestaciones y en las huelgas que siguen reclamando el fin de
la explotación y un mundo mejor; se interroga por los excesos y errores
cometidos, trabaja en los laboratorios que alumbran el progreso humano, y
brilla en los ojos de las mujeres del mundo que contemplan la desventura y la
marginación de la mitad del cielo sin renunciar a nada; se manifiesta en el
esfuerzo de los campesinos por salvar la vida y el planeta, se escucha en el
ruido de las cadenas de montaje y centellea en el parpadeo de las pantallas de
ordenador, y se revela en la noche maltratada de los pobres, en las gargantas
de los esclavos, en las lágrimas de los apátridas y en el sufrimiento de los
inmigrantes perseguidos por el odio.
Un siglo después, el capitalismo se empeña en
desacreditar la idea de una sociedad justa e igualitaria, y destruye
paulatinamente las conquistas obreras; reduce salarios, convierte la seguridad
en el trabajo en la precariedad de empleos temporales o de trabajadores autónomos,
y mantiene legiones de operarios con empleos-basura, mientras sus terminales
ideológicas y sus medios de comunicación siguen intentando demoler la razón
socialista, destruir el recuerdo de la dignidad obrera y de las luchas por la
emancipación social; al tiempo que los empresarios arrojan el socialismo y la
revolución bolchevique a las tinieblas como un prescindible vestigio del
pasado, y presentan a sindicatos y partidos obreros como herramientas inútiles
superadas por la historia, atreviéndose a postularse a sí mismos como los
creadores de la modernidad y del progreso, aunque tengan las manos sucias de la
explotación y la mentira.
Sin embargo, la huella de la revolución bolchevique
está ahí, y se encuentra en los territorios cotidianos conquistados por las
mujeres y en las leyes que aseguraron los derechos de los trabajadores (en la
reducción de las horas de trabajo diarias y en el derecho a vacaciones pagadas,
en la asistencia sanitaria gratuita y en los permisos de maternidad, en el
derecho a tener pensiones y en la jubilación a una edad antes impensable), como
se encuentra en la derrota del monstruo nazi y en el proceso que dio inicio de
la emancipación de las colonias que los países capitalistas oprimieron, y en
los espacios de libertad contemporánea que se salvaron por el esfuerzo
soviético de ser enterrados en la cal viva del nazismo.
Cien años después, el impulso de la revolución
bolchevique no ha desaparecido, aunque los partidos comunistas vivan años de
debilidad, que no les afecta sólo a ellos, sino a toda la izquierda. Ese
agotamiento debe terminar con el abandono de cualquier esperanza de reforma
capitalista y con la adopción de un programa radical que luche por el
socialismo en todos los continentes, porque el capitalismo ahoga a millones de
trabajadores, ensucia el mundo, aplasta a la humanidad, vende nuestro futuro,
pero alberga también en su seno a quienes tienen el fermento de la revuelta,
con la seguridad de que el comunismo y la revolución bolchevique son la
juventud del mundo de la que nos habló Alberti, y la fraternidad que le dio a
Neruda el verso tierno del comunismo chileno: un siglo después del octubre
rojo, son los trabajadores que se manifestaron en la gigantesca huelga general
de la India en 2016, son las manos que acarician a los niños en medio de las catástrofes con las
que nos hace convivir el capitalismo, y las que se aferran a las alambradas de
los campos de refugiados.
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