ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN ES LA BASE PRINCIPAL DEL NUEVO
IMPERIALISMO.- Con los grandes cambios y transformaciones
sociales, en la historia del mundo contemporáneo de las últimas décadas – EL CAMBIO DE ÉPOCA HISTÓRICA (1)– las
grandes revoluciones de finales de la década de los 70 del siglo XX –
revolución de la comunicación electrónica, revolución del transporte,
revolución de la tecnología y sus correspondientes Leyes y Decretos que
afianzaron y legalizaron la “vigencia del libre comercio mundial”, es decir la
crisis del “viejo capitalismo industrial
y el surgimiento del capitalismo financiero-especulativo mundial (Bolsas,
Bancos, Seguros, Wall Street, Cajas, etc . Y como a finales del siglo XX y en
lo central a comienzos del nuevo milenio, producto del proceso de la DESLOCALIZACIÓN
EMPRESARIAL (1) de cientos de cientos de mega-empresas
transnacionales hacia Medio oriente – China,
India, Hong-Kong, Taiwán, Tailandia, etc. Norte de México, el Caribe y Centro
América, definitivamente estamos asistiendo a un proceso mundial “nuevo”, “distinto”
de las formas de acumulación mundial del capital transnacional.
En el nuevo milenio, la centralización y concentración del poder
económico y político desde lo que constituye y representa el
Capital corporativo global, es decir, las mega empresas corporativas
transnacionales, este centró su gran inversión mundial en la explotación de los Commodities, los recursos
naturales - petróleo, mimería, gas, pesca, agricultura industrial de
exportación, etc – así como en la inmensa, rica y diversa Biodiversidad, como la explotación
y saqueo de los Conocimientos Ancestrales.
Proceso global que se presentó en forma paralela y competitiva al proceso del
surgimiento de las economías emergentes,
los BRICS. Tiempos de la gran crisis del capital global – 2008 – aún no superado,
sin alternativas viables, ante la crisis final de la Unipolaridad Mundial, se produce
en el sistema mundo una nuevo CAMBIO DE ÉPOCA HISTÓRICA, (1) desde el
Multilateralismo global y la crisis estructural del modelo neoliberal. La
explotación, el saqueo de los recursos naturales a nivel global, nos presentan
nuevas formas de acumulación del capitalismo por desposesión; realidad mundial
que amplía, primero políticamente había que terminar, con los procesos
latinoamericanos progresistas de izquierda democrática – con “golpes blandos” desde el Congreso (el
mejor ejemplo es Brasil) o con nuevas formas de dominación y explotación hacia el sector de
los Derechos Sociales. Educación,
Salud, Infraestructura (luz, agua desagüe, etc.), Seguros, Pensiones, Seguridad
y defensa, Bienestar social- que en los últimos tiempos le rinde grandes
beneficios – ocultos, invisibles – al gran
capital corporativo, como nuevos caminos, nuevas vías de acumulación por desposesión, por expropiación, explotación, saqueo
de los Derechos de los Pueblos y la expropiación de la Soberanía Nacional de
las Naciones. Acaso Grecia, no es el ejemplo de esta realidad. Brasil en
cuanto a la privatización y expropiación de los Derechos Sociales es otra realidad fría, violenta, salvaje e
inhumana, de este proceso global.
Desposeídos de la cultura, desposeídos de la sanidad, desposeídos de
la educación, desposeídos de la propiedad, desposeídos de
nuestro cuerpo, desposeídos de nuestra dignidad, desposeídos de nuestros
derechos, desposeídos de otra posibilidad. La historia del capitalismo es la
historia de una continua desposesión, la
historia de una continua extracción de aquello producido colectivamente.
Sin esa continua acumulación por desposesión, sin los decretos, rumbos
institucionales y tácticas capitalistas para cercar y extraer renta de la
producción social, el régimen de acumulación capitalista no podría mantenerse.
Esa es la esencia de un modelo injusto en su origen e injusto en su desarrollo
histórico.
El derecho a la bancarrota, la desobediencia a la estafa financiera,
la lucha de las clases desposeídas, la constitución de un
movimiento de escala terráquea que tome como objetivo un régimen de existencia basado en la producción, conservación y gestión
de los bienes comunes, esos son los objetivos políticos que deben
movilizarnos hoy. Lo que es deseable no
es un mundo sin mercados y sin derechos, sino un mundo sin capitalismo.
Mercados que respondan a necesidades y no fijados como medios abiertos a la
explotación y la especulación; derechos que sirvan para confirmarnos como una sociedad justa y no como pretextos para la
desposesión. Lo deseable es la absoluta desaparición del robo
institucionalizado como única forma de vida, el juicio a un crimen histórico que logra
permanecer invisible y que el actual cambio de época no va a dejar impune.
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EL
NUEVO IMPERIALISMO DE LAS ÉLITES ECONÓMICAS.
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Jesús González
Pazos.
Miércoles 12
de julio del 2017.
ALAI AMLATINA, 12/07/2017.-
Hace unos años, y de forma paralela a la crisis que
sufrieron los planteamientos más tradicionales de la izquierda clásica tras la
desaparición del llamado bloque soviético, el término imperialismo cayó en
desuso hasta su casi desaparición del lenguaje político y quedó relegado a los
libros de historia. No era moderno hablar de imperialismo, como casi tampoco lo
era declararse de izquierdas y si, a lo sumo, progresista. Sin embargo, el
mundo sigue dando vueltas y el afianzamiento del neoliberalismo y de sus
consecuencias más duras, traducidas en el dominio de los mercados y de las
élites económicas sobre la vida de los estados y pueblos, vuelve a poner sobre
la mesa este término.
Así, ajustándose a las nuevas
realidades político-ideológicas que hoy vivimos, se hace necesaria una revisión
y actualización del término y de su significado. Interesa en este sentido un
enfoque que hable del nuevo imperialismo basado principalmente en el
desplazamiento de la acumulación del poder desde las manos de las clases
políticas tradicionales y de los estados-nación hacia las élites económicas.
Pero, hasta llegar a ello, y para entenderlo mejor, exploremos algunos
elementos fundamentales del imperialismo clásico.
Hanna Arendt observó hace ya un tiempo
que la acumulación sin fin de propiedad requería a su vez una acumulación sin
fin de poder. Es decir, cuanta más riqueza se tiene, más poder se necesita para
su protección y ampliación. La historia ha demostrado que los diferentes
imperialismos habidos cumplían en gran medida esta regla, entendiendo además
que la acumulación de poder tenía la necesidad a su vez del aumento de la
expansión y control territorial. Tendremos así los tres elementos esenciales en
el desarrollo imperialista, a saber: capital, poder y territorios. De esta
forma, el término imperialismo será aplicado a la teoría y práctica política
que promueve el dominio de pueblos y países a través del empleo de la fuerza,
ya sea ésta económica, militar, política o, en la mayoría de las ocasiones, del
uso de las tres.
Y esa expansión y dominio territorial
para mantener la acumulación de capital y poder pese a que la misma se
constituía como su talón de Aquiles, su punto más débil. Un repaso rápido por
imperios pasados nos permitirá ver con mayor claridad esta situación reiterada
continuamente a lo largo de la historia, cuando menos, en occidente. Incluso el
dominio estadounidense, con sus nuevos elementos, como son el control de
territorios a distancia y sin necesaria y permanente presencia directa, e
iniciando posiblemente hoy ya su declive como potencia imperial, empieza hace
una década larga ya a sentir el dolor en ese punto débil. Cuando a finales del
siglo pasado centró sus objetivos en el control preferente de oriente medio y
sus recursos naturales, convencido de que América Latina estaba bajo su
absoluto control, fue precisamente este continente el que mostró las primeras
grietas con el desarrollo de los llamados gobiernos progresistas.
Pero lo que aquí tratamos de plantear
es un cambio profundo en el concepto y características del imperio hoy en día.
Porque, lo que señalan muchos indicadores es que la hegemonía y control del
poder ya no necesariamente se basa en el dominio territorial directo según el
modelo tradicional. Al contrario, el eje central hoy sería la acumulación y
concentración de poder en manos de quienes ya disponen de una insultante
acumulación de capital, es decir, en las élites económicas y esto indistintamente
de su adscripción estatal, nacional o identitaria.
Se entiende así mejor que lo
característico ya no serán los viejos imperios español, británico, ruso,
francés o estadounidense ejercidos desde sus respectivas metrópolis, sino uno
nuevo que extiende su dominio desde diferentes puntos focales dispersos en el
planeta, que se han constituido en nuevos centros de poder. Dicho de otra
forma, el nuevo imperialismo se puede ejercer desde puntos tan diversos como la
city londinense, Wall Street, Frankfurt, Shanghai o Silicon Valley. Lo
importante será ahora la concentración del poder en manos de transnacionales
varias (bancarias, financieras, extractivas, construcción, farmacéuticas,
químicas…) que, desde sus respectivos consejos de administración (élites), definirán
las políticas, los lineamientos económicos, los intereses de desarrollo y la
vida de millones y millones de personas, además de la del mismo planeta que
habitamos. Este es el nuevo imperialismo que pretende la reafirmación
neoliberal tras la crisis del capitalismo de los últimos años, caracterizado
por una concentración máxima del poder en las élites económicas, una vez
subalternizadas las clases políticas tradicionales, y por la descentralización
de ese mismo poder, que ya no reside en la metrópoli imperial sino en diversos
focos de poder distribuidos por el mundo. Se entiende así mejor como un
sencillo repaso nos permitiría contabilizar un número muy reducido de empresas
transnacionales que hoy controlan la economía mundial, dictan sus prioridades y
están presentes en los principales centros de poder y decisión, en unos casos
de forma muy visible y en otros en aparente segundo plano (Banco Mundial, Banco
Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, BID, las bolsas, foros de Davos
o Bilderberg…).
Se controla absolutamente la
acumulación de capital en pocas manos, y se ejerce el mismo tipo de control
sobre el poder político, ya no desconcentrado y disperso en multitud de fuerzas
políticas o gobiernos, sino con un papel delegado (subalterno) asignado a éstos
desde las élites económicas, auténticas detentadoras de lo que en algún momento
fue el independiente poder político. Por ello es innegable el paralelismo que
se ha dado en los últimos años entre la pérdida de soberanía de los estados y
el aumento del poder de las transnacionales, que si bien en unos primeros
momentos se centraron en decisiones económicas, ha ido avanzando hacia el
control de otras esferas sociales y políticas hasta alcanzar la vida misma del
planeta.
Así hoy las grandes decisiones que se
necesitan, y urge, tomar, como acuerdos contra el cambio climático o garantías
sobre la sostenibilidad de la vida, pasando por el devenir de las guerras o los
procesos de empobrecimiento de millones de personas, deben atravesar primero
por el tamiz oculto de los consejos de administración de las grandes empresas
que deciden hasta dónde se puede llegar en las principales leyes nacionales o
en los acuerdos y tratados internacionales sin poner en grave riesgo sus
objetivos, principios y beneficios. No se puede olvidar que la base ideológica
de este imperialismo economicista está hoy radicada, más allá del mantenimiento
y desarrollo del sector privado, en la privatización de lo público y de los
recursos comunes a escala planetaria para su explotación y obtención ciega de
ganancias. Siempre en concordancia con la permanente acumulación de capital y
poder para su crecimiento sin fin.
Respecto al control territorial. Para
mantenerlo ya no es estrictamente necesario el uso directo y presencial de
fuerzas militares y administrativas; al contrario se ejerce mediante el control
de las finanzas, las balanzas de pagos y las deudas de los estados. De esta
forma es muy sencillo para los poderes económicos estrangular la viabilidad de
los estados si éstos no definen “convenientemente” sus lineamientos políticos y
económicos, tal y como Grecia nos demostró recientemente. Pero esto no quiere
decir que el nuevo imperialismo descarta totalmente el ejercicio de la fuerza
para reconducir experiencias que puedan plantear alternativas posibles al
control neoliberal. Así se ha puesto de manifiesto a través de los llamados
golpes de estados blandos o institucionales (Honduras, Paraguay, Brasil…) u
otros duros como siempre (Egipto).
En este sentido, si bien en la fase
clásica del imperialismo este sistema supuso un reparto del mundo entre varias
potencias, hoy ese control territorial ya no es estrictamente necesario. Como
tampoco es preciso que ese poder resida en el control que ejerza una
determinada clase política de una metrópoli concreta. Al contrario, se puede
hablar de una clase transnacional (élites económicas) constituida por los
consejos de administración de las distintas grandes transnacionales coordinadas
en diferentes espacios y redes de poder que deciden sobre el presente y futuro
de la mayor parte de la humanidad. Pero, todo esto se puede cambiar, porque ningún imperio es
infinito e inmutable.
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Jesús González Pazos es miembro de Mugarik Gabe
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