LA GOBERNABILIDAD Y LA GOBERNANZA
MUNDIAL. UNA VISIÓN DESDE LAS CUMBRES DEL G-20.- “Las
reuniones del G-20 son ejemplos de
espacios de influencia. En 2008 se
trazaron dos principios para guiar la reforma del mercado financiero: una fue
fortalecer regulaciones sólidas y el otro fue reforzar la cooperación
internacional para que las leyes sean más consistentes a través de todos los
mercados. Cuatro años más tarde, en el
2012, el Business 20 (B-20), el grupo de empresarios que se reúnen para
discutir la agenda del G-20 con antelación, hicieron un llamado contra la
re-regulación del sistema financiero. El
G-20 pasó de ser un grupo de Estados intentando regular el sistema
financiero a ser un grupo de Estados que está en contra de las regulaciones
lanzadas por la banca central. Este es el efecto del poder del B-20 sobre el
G-20. El B-20 tiene poco interés en las
regulaciones y tiene creciente interés en convertirse en la secretaría del G-20”.
“El
peso de la industria financiera es suficiente como para influir sobre la agenda mundial de los gobiernos del G-20. Existe la creciente convicción de
que el multilateralismo público es disfuncional y debe ser reemplazado. Si la sociedad civil y sus aliados quieren
tener éxito en lograr que las estructuras multilaterales de gobernanza rindan
cuenta por los bienes públicos, deben comprender las formas en que el G-20 está fomentando el crecimiento del
poder empresarial y la proliferación de acuerdos comerciales y de inversión
que codifican los derechos empresariales”.
“El G-20 introdujo importantes cambios a
los grupos o cumbres preexistentes, como el llamado Grupo de los 7. En
términos de eficacia decisional, este nuevo foro de discusión avanzó en la
identificación de una agenda de trabajo común y novedosa, la de regular a los
mercados globales. De la misma manera, mejoró
su legitimidad democrática, al incluir a los países en desarrollo en una
mesa de discusión global que hasta entonces estaba reducida a las potencias
industriales”.
“En
este sentido, el G-20 refleja mejor que cualquier otra cumbre una nueva forma de multilateralismo y de gobernanza global. Mientras en el pasado los consensos se construían en
instituciones internacionales a través del voto de las mayorías y de la
creación de normas de cumplimiento para
los Estados con poder más o menos vinculantes, hoy en día, se asiste a un
mayor protagonismo de los ejecutivos nacionales, los cuales se reúnen en foros ad hoc, para discutir e intercambiar
opiniones sobre cómo alcanzar los bienes públicos globales, a los que los
gobiernos se comprometen de manera voluntaria y personal por formar parte del
grupo”.
“Sin embargo, los avances dados por el G-20 en términos de
eficacia y legitimidad no han sido
lineales ni persistentes. La agenda de trabajo inicial fue perdiendo
protagonismo en favor de las soluciones a la coyuntura o de la dicotomía desarrollo/subdesarrollo, lo que vuelve
a dejar fuera de la discusión a los mercados globales. En términos de
inclusión, la participación de los nuevos
países y organizaciones internacionales de corte social (como la OIT o el PNUD)
demostró que la participación no necesariamente se refleja en influencia. Las
principales decisiones siguen en manos de aquellos gobiernos que, como los del G-7, tienen una mayor
práctica en la negociación y en las instituciones financieras, que manejan y
controlan las estadísticas económicas globales. Algunas de las críticas que pesan sobre el G-20 –su efectividad y su
elitismo– no tienen una solución sencilla. Mejorar la gobernanza interna de
una institución global encierra en sí mismo un profundo dilema: si se amplía el
número de participantes, se disminuye la posibilidad de alcanzar acuerdos; y si se busca la
efectividad decisoria, se pierde la legitimidad democrática”.
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DEL G-20 AL G-CERO.
GOBERNANZA GLOBAL SIN TRUMP.
*****
Soberanía Digital.
Lunes 17 de julio del 2017.
Trump, por su actitud de rechazo al
Acuerdo de París, contra el cambio
climático, socavó el G7 (que ya antes había expulsado a Rusia). En
Hamburgo, su actitud nacionalista y proteccionista de America First no
ha paralizado el G20, pero en buena parte lo ha vaciado pese a la profusión de
contenidos en la declaración final y otros Documentos, que condenan el
proteccionismo, el terrorismo internacional, ponen en pie un plan de acción
para el crecimiento y una iniciativa para África, o incluso, entre otras
propuestas acordadas, se comprometen a luchar por el empleo juvenil en las
zonas rurales o con la formación de las mujeres jóvenes. Pero el problema del G20
no ha sido nunca lo que dice –aunque negociarlo cueste muchos esfuerzos
diplomáticos–, sino más bien lo que no dice y, sobre todo, lo que no hace.
En parte se ha evitado que la cumbre de Hamburgo quedara en un acuerdo de G19,
es decir, sin Estados Unidos. Pero nada garantiza que no estemos, realmente,
ante un G-Cero. “El mundo no ha estado nunca tan dividido”, dijo el presidente
francés Emmanuel Macron en Hamburgo. Si lo ha estado, pero éste es otro mundo
mucho más interconectado –lema de este G2–-, para lo bueno y para lo malo.
Pues, ¿quién manda en el mundo? En
estos momentos nadie. Ni siquiera en grupo. Trump había lamentado antes en
Varsovia que Occidente pierda pie, pero Occidente no sólo se ha quedado sin líder –nadie se fía de
Trump– sino que es un concepto esencialmente globalizador y el actual
presidente de EEUU es un desglobalizador. Puede ser algo temporal, lo que dure
Trump en la Casa Blanca, aunque no hay que olvidar las causas de Trump, pues
hay tendencias subyacentes que muestran que las raíces son profundas y le
anteceden.
La cuestión es si puede haber gobernanza
global sin Estados Unidos, la mayor economía del planeta, el mayor poder
militar, tecnológico y cultural, aunque en estos cuatro aspectos esté perdiendo
terreno. ¿Pueden los demás seguir gestionando el mundo sin el concurso
estadounidense y puede EEUU actuar como le plazca? Es posible que los términos
del Acuerdo de París se mantengan si los demás cumplen. El comunicado de
Hamburgo dice que “los líderes de los otros Estados miembros del G20” aseguran que dicho acuerdo “es irreversible”.
Incluso que EEUU podría acabar cumpliendo en parte porque algunos de los
Estados federados, ciudades y grandes empresas están comprometidos a ello, en
una suerte de una gobernanza global subestatal. Pero en éste y sobre
todo otros terrenos, difícilmente se logrará algo sustancial sin el concurso de
EEUU.
Para empezar, porque “los otros”, el
resto, no forman una unidad, sino que tienen intereses muy diversos. Se ha
visto, por ejemplo, entre Pekín y la UE.,
al no aceptar ésta última otorgarle a China el estatus de economía de mercado
en la Organización Mundial del Comercio,
pues ello limitaría la capacidad europea de abrir procedimientos antidumping
contra importaciones de productos chinos. Están también las medidas de la UE
contra la penetración excesiva del acero chino. Hay otras diferencias, como las
resistencias francesas y alemanas a algunas inversiones chinas en sectores
estratégicos (como la robótica o la energía). Por no hablar de las libertades y
del trato al Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo.
Es, sin embargo, importante, que “los
otros” mantengan encendida la antorcha del sentido común y la integración
comercial. El acuerdo político entre Japón y la UE para un acuerdo
comercial de envergadura, aunque a falta de flecos importantes, es un gran paso
adelante. Entre ambos representan un 19% del PIB mundial y un 38% de las
exportaciones de bienes. Japón también está intentando recuperar Acuerdo de
Asociación Transpacífico (TPP), al que EEUU ha renunciado, y Europa está
impulsando acuerdos con, por ejemplo, Mercosur o África. Pero incluso juntos,
Japón y Europa carecen de una suficiente capacidad estructuradora global.
Está al caer –se ha retrasado hasta
después de la cumbre del G20– que EEUU tome medidas contra las importaciones de
acero, que afectarían esencialmente a China y a los europeos, obligados a
responder en lo que puede ser una escalada. La espiral proteccionista de
EEUU no ha empezado con Trump, pero se está, preocupantemente, acentuando
con él. Según un informe de Global Trade
Alert, que monitorea al G20, en los seis primeros meses del año, es decir,
con la Administración de Trump, EEUU, a todos los niveles, ha introducido un
26% más de medidas contra los intereses de otros países que en el mismo periodo
del año anterior, mientras el resto del G20 no ha seguido una línea similar
contra intereses estadounidenses. Pero también, según el informe, a finales de
2016, aún estaban en vigor 2.420 medidas proteccionistas que dañaban los
intereses comerciales de EEUU. Es decir, que, pese a los años que lleva
hablando del tema, el G20 ha hecho poco por el comercio mundial. De hecho,
según este estudio, desde 2008 los países del G20 han introducido más de 11.000
medidas proteccionistas.
Más no es sólo cuestión de comercio y
proteccionismo, o lucha contra el cambio climático. Todo esto, y el
retraimiento de EEUU del escenario mundial con Trump, pueden tener
consecuencias geopolíticas. En estos momentos, por ejemplo, con la crisis con Corea
del Norte (en la que Trump ha vuelto a la posición de que necesita la
cooperación de China), de Qatar, de Siria (para lo hay un
acercamiento entre EEUU y Rusia con
el anuncio de un alto el fuego en el suroeste), o el ISIS y el terrorismo yihadista, sí hubo coincidencia en el G20, y, sobre todo, en las cruciales
reuniones bilaterales paralelas. El G20
se creó sobre todo para abordar –de forma coordinada, no integrada– asuntos
económicos, y sus primeras cumbres, reuniones de jefes de Estado y de Gobierno,
se empezaron a celebrar a raíz de la crisis desencadenada por la caída de
Lehman Brothers. Casi una década después, muchos de sus integrantes parecen
distanciados en sus posiciones económicas, y quizás no sea éste el mejor foro
para abordar las geopolíticas.
A Trump no ha parecido importarle
demasiado esta reunión –ha estado más pendiente de sus encuentros con Vladimir
Putin, con Xi Jinping o con Theresa May–
que del G20 como tal. Como habían
señalado con anterioridad H.R. McMaster, su asesor de Seguridad Nacional, y
Gary Cohn, su consejero económico, Trump no ve el mundo como una “comunidad
global”, en la que hay que cooperar, sino como una “arena” en la que hay que
pelear. Hoy por hoy, a la luz de este G20,
parecemos estar ante lo que Ian Bremmer llamó hace seis años, y en condiciones
muy distintas –no se debía a la actitud de un presidente de EEUU y de las bases
ciudadanas que le apoyan como ahora–, un G-Cero. Situación preocupante ante el alcance de los
problemas que se están acumulando.
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