El gran proyecto imperialista era
(lo pongo en pasado porque ya no avanza y hasta muchos que lo apoyaron dicen
que está moribundo), crear un “orden
internacional” dominado por Washington para avasallar a todo el mundo con
su utópica “globalización neoliberal”, lo que en el fondo nunca fue más que la
aplicación y el respeto de las leyes estadounidenses –consagrarles
definitivamente el alcance extraterritorial que Washington siempre se arrogó-,
para que los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial
cedieran su soberanía nacional y popular, y desarmaran a sus sociedades frente
a la multiplicada potencia de los “mercados
autoregulados”, esa fuerza bruta del capital globalizado y concentrado en
manos de trasnacionales y de Wall Street, con el Pentágono ejerciendo el papel
de gendarme.
Un
reciente libro de Fritz R. Glunk
destaca el “curso socialmente destructivo” de un sistema dominado por intereses
transnacionales al servicio del capital, en el cual los Estados “ya no toman
las decisiones, se limitan a mediar (como resultado de un orden legal) que es
independiente de los derechos democráticos como tales y sin la participación (o
incluso la legitimación) del Estado”, mientras que el analista y académico
Carlos Fazio cita al profesor
estadounidense Robert Bunker, del Instituto de Investigaciones Estratégicas del
Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos, según quien "los ganadores de la globalización"
−representados por las corporaciones multinacionales y la clase capitalista
trasnacional− buscan retirarse de la autoridad reguladora, fiscal, y –en última
instancia− política de los Estados (mientras utilizan a sus instrumentos
coercitivos por excelencia: las fuerzas armadas, policiales y de espionaje, así
como a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial para transformarlo e
instrumentalizarlo en su favor).
/////
2017,
AÑO DEL IMPERIALISMO SIN TAPUJOS. ¿Y EL 2018? (I).
*****
Alberto Rabilotta.
ALAI.
América latina en Movimiento.
Jueves
4 de enero del 2018.
Primera parte
El
agitado 2017 parte con un imperialismo en decadencia que hace un patético
strip-tease –la
Estrategia de Seguridad Nacional - para
revelarse sin tapujos y dar miedo, lo que augura un 2018 sumamente caótico y
peligroso, pero también preñado de posibilidades para las sociedades y países
que se defienden o deberían defenderse de las destructivas políticas del
totalitarismo neoliberal.
El
presidente Donald Trump,
poco antes de la Navidad y en nombre de un “realismo político” digno de la Guerra
Fría, dio a conocer su Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) para recuperar la
supremacía del “orden mundial unipolar” y seguir avasallando gran parte del
mundo. Y (bromeando en serio) dejó claro que de ahora en adelante el
tradicional garrote imperialista es bien real y hasta podrá llegar a ser
nuclear, y que la zanahoria seguirá siendo totalmente virtual.
Dimitri
Peskov, el vocero del Kremlin, declaró
que “una breve lectura (de la ESN), especialmente de las secciones que
mencionan a nuestro país, en su totalidad (demuestran) la naturaleza imperial
del documento, de que no hay deseo de rechazar el mundo unipolar, que hay una
persistente renuencia, rechazo de un mundo multipolar”, mientras que el Secretario del Consejo de Seguridad de
Rusia, Nikolay Patrushev, apuntó que detrás de las imágenes de “Estados agresores” que impone
Washington están los intereses económicos reales y las mismas posiciones
expansionistas que durante la Guerra
Fría y que no han cambiado por décadas (Tass, 26-12-2017).
Por
su parte la agencia oficial china Xinhua, señaló que hablar de la "amenaza china" ha sido durante mucho tiempo una
estrategia a la que han recurrido ideólogos confundidos para llamar la
atención. Pero dichas afirmaciones están claramente pasadas de moda, y no son
más que manifestaciones de una actitud de un juego de suma cero y de una
mentalidad de la Guerra Fría (Xinhua,
28-12-2017).
Lo
positivo es que ya nadie podrá ser o decirse incrédulo, ya que la ENS pone
definitivamente en el basurero de la historia los disfraces del “país cuna de la democracia”, que
sembró dictaduras militares con el fin de “defender
la democracia y el Estado de Derecho liberal” de la “amenaza comunista” que
representó la Unión Soviética, el de
la “Alianza para el Progreso”,
creado para impedir que el ejemplo de la Revolución
Cubana mostrara el camino de la recuperación de la soberanía nacional y
popular a los pueblos del Caribe y
América latina, y por supuesto el perverso disfraz de “intervención
humanitaria” que sirvió para desmembrar y destruir naciones a partir del
desmantelamiento de la Unión Soviética, hecho
histórico al cual Washington contribuyó activamente y que le permitió
instaurar un orden internacional unipolar para tratar de convertir a Rusia en un vasallo más, y para colmo hasta totalmente
desarmado, como prueban documentos oficiales recientemente dados a conocer.
El gran proyecto imperialista era
(lo pongo en pasado porque ya no avanza y hasta muchos que lo apoyaron dicen
que está moribundo), crear un “orden
internacional” dominado por Washington para avasallar a todo el mundo con
su utópica “globalización neoliberal”, lo que en el fondo nunca fue más que la
aplicación y el respeto de las leyes estadounidenses –consagrarles
definitivamente el alcance extraterritorial que Washington siempre se arrogó-,
para que los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial
cedieran su soberanía nacional y popular, y desarmaran a sus sociedades frente
a la multiplicada potencia de los “mercados
autoregulados”, esa fuerza bruta del capital globalizado y concentrado en
manos de trasnacionales y de Wall Street, con el Pentágono ejerciendo el papel
de gendarme.
Un
reciente libro de Fritz R. Glunk
destaca el “curso socialmente destructivo” de un sistema dominado por intereses
transnacionales al servicio del capital, en el cual los Estados “ya no toman
las decisiones, se limitan a mediar (como resultado de un orden legal) que es
independiente de los derechos democráticos como tales y sin la participación (o
incluso la legitimación) del Estado”, mientras que el analista y académico
Carlos Fazio cita al profesor
estadounidense Robert Bunker, del Instituto de Investigaciones Estratégicas del
Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos, según quien "los ganadores de la globalización"
−representados por las corporaciones multinacionales y la clase capitalista
trasnacional− buscan retirarse de la autoridad reguladora, fiscal, y –en última
instancia− política de los Estados (mientras utilizan a sus instrumentos
coercitivos por excelencia: las fuerzas armadas, policiales y de espionaje, así
como a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial para transformarlo e
instrumentalizarlo en su favor).
Ahora,
ya decadente y cada vez con menos aliados (y algunos de ellos tan incontrolables y matones que
sería aconsejable no tenerlos, como Israel
y Arabia Saudita), el imperialismo habla en nombre propio para reagrupar y
unir las fuerzas internas (porque la sociedad está francamente fracturada) y
las fuerzas externas (que no abundan, como muestran las votaciones de la Asamblea General de la ONU), y para
ello la ESN clama que esta ofensiva restablecerá
“la posición de ventaja de Estados Unidos
en el mundo y afianzará las extraordinarias fortalezas de nuestro país ()
Reconstruiremos la fortaleza militar estadounidense para asegurar que no haya
otra mayor () Nos aseguraremos de que el equilibrio de poder siga favoreciendo
a los Estados Unidos en regiones clave
del mundo: el Indopacífico, Europa y Medio Oriente.
Y si el hemisferio latinoamericano
no aparece entre “las regiones claves del mundo”, quizás sea porque Washington
piensa poder mantener la derechización y avasallamiento que ha logrado mediante
“golpes de Estado suaves”, como el contubernio jurídico-mediático en Brasil,
fraudes electorales como en Honduras, o poniendo fin –como ya experimentamos en
algunos países y en México de manera clara- al Estado de Derecho liberal que
sustentaba la “democracia burguesa” e instaurar el Estado de excepción
permanente a la medida del totalitarismo de la globalización neoliberal, tema
que trataremos en la segunda parte.
¿Cuál es la razón del sinceramiento que nos
brinda la ESN?
La
ESN lo explicita: el objetivo es restablecer “la posición de ventaja de Estados Unidos en el mundo” y afianzar “las extraordinarias fortalezas de nuestro país”, o en términos claros, poner fin a
la amenaza a este “orden” unipolar y neoliberal que representa el ya definido
enemigo, las “potencias
revisionistas, como China y Rusia, que utilizan la tecnología, la propaganda y
la coerción para imponer un mundo que representa la antítesis de nuestros
intereses y valores”.
Después
de esas “potencias revisionistas”
que claramente constituyen el tan necesitado enemigo principal, la ESN pone
como amenazas a “dictadores
regionales que propagan el terror, amenazan a sus vecinos y procuran obtener
armas de destrucción masiva”.
Para
despejar dudas y poner la hipocresía de Washington en su lugar vale recordar
que los “dictadores regionales”
(Irán y Corea del Norte) los fabrica EEUU
con su escalada de sanciones, intentos de cambio de régimen y desacato de leyes
y tratados internacionales (como en Irán) y de amenazas de destrucción masiva,
incluso nuclear, como en Corea del Norte. En el caso de Irán, país que respeta
las leyes internacionales –lo que no es el caso de Israel, por ejemplo-,
bastaría con reconocer en lugar de repudiar el Tratado internacional que puso
fin al programa nuclear iraní con potencial para desarrollar el arma atómica,
que los demás signatarios –Gran Bretaña,
Alemania, Francia, Rusia y China, por ejemplo-, y la agencia que controla
su aplicación -el Organismo Internacional para la Energía Atómica de la ONU-,
consideran que Teherán está respetando.
En
el trágico y peligroso caso de Corea del Norte, bastaría con que Washington ponga fin a su política en la
península coreana, que no ha cambiado desde 1950, cuando dividió la península y
lanzó la guerra contra los comunistas, destruyendo la infraestructura y la
economía de ese país, causando millones de muertos, o sea que retire sus
fuerzas y bases militares de Corea del
Sur –que además sirven para controlar los mares y cielos del Lejano
Oriente-, cese de amenazar y de aplicar sanciones, y acepte un justo proceso de
negociaciones que permita desnuclearizar a Pyongyang
y deje a los coreanos del Sur y del Norte decidir ellos mismos el futuro de
la península.
Seguidamente
la ESN nombra como amenaza a los “terroristas yihadistas que fomentan el odio para instigar
la violencia contra personas inocentes en nombre de una ideología maligna, y
organizaciones delictivas transnacionales que propagan las drogas y la
violencia en nuestras comunidades”.
Aquí la hipocresía llega al colmo.
El autor intelectual de la creación de esos yihadistas, el propio Zbig. Brzeziński (Consejero de Seguridad
Nacional de 1977 a 1981 y conocido ideólogo de las estrategias de subversión),
reconoció que los yihadistas y demás terroristas fueron creados a partir de los
años 70 por Washington y sus aliados para empantanar y destruir a la URSS en
Afganistán, y desde entonces han servido y siguen sirviendo –como en Siria-
para desestabilizar y así poder controlar o destruir a países del Oriente Medio
y Asia Central. Esos yihadistas del Estado Islámico, que ahora EEUU está
sacando de Siria para evitar que los destruya el ejército sirio, serán en el
futuro utilizados por Washington en otros países, quizás contra Irán.
Sobre
los narcotraficantes ya son públicos los documentos oficiales que confirman que
la CIA creó el
narcotráfico para financiar operaciones contrarrevolucionarias en Indochina y
luego en Centroamérica. A nivel interno la droga –en particular el “crack” de
los años 80-, sirvió al gobierno estadounidense para dañar profundamente el
tejido social de las comunidades afroamericanas, para llenar las cárceles con
jóvenes afroamericanos y latinos. La
violencia y la corrupción asociada al narcotráfico desde hace décadas le sirve
al Pentágono para desestabilizar a muchas sociedades latinoamericanas y
poder así introducir su política de militarizar la lucha contra la violencia,
como paso a la instalación de bases o puestos militares estadounidenses que
refuerzan el control político-militar de la región, y sirve para justificar,
como en México recientemente, la adopción de un Estado de excepción permanente.
Tanto
los yihadistas como los narcotraficantes son una potencial amenaza para las
sociedades en todo el mundo, y
en el caso de los primeros ya existe una exitosa experiencia de cómo luchar
contra ellos y derrotarlos mediante acuerdos de asistencia militar, de
colaboración política y diplomática, respetando la soberanía nacional del país
agredido por los terroristas, como es el caso de Siria, donde el éxito no se
debe a EEUU y su “coalición internacional”, sino a la colaboración de Rusia,
Irán y Turquía con el gobierno y ejército sirio, y al sólido proceso de
negociaciones entre las partes en conflicto para crear las bases de una
pacificación social, y de una salida política creada por los propios sirios.
Por otra parte es sabido que la
lucha contra la violencia y la corrupción que viene aparejada con el
narcotráfico no debe ser encarada exclusivamente como un asunto policial –y
menos aún militar-, sino como un complejo problema social, político, y
económico. La lucha contra la drogadicción y para reducir el tráfico ilegal de
drogas puede darse de diversas formas, y la peor de ellas ha sido la
estadounidense, donde causó graves daños en las comunidades afroamericanas y
solo ha servido para llenar las cárceles (privatizadas) con millones de jóvenes
que son utilizados como mano de obra casi esclava por empresas privadas, o sea
doblemente alienados y que difícilmente podrán algún día convertirse en
ciudadanos responsables.
La lucha del caos contra la estabilidad, o del
Gran Capital contra la sociedad.
Pero la parte más significativa e
importante de la ESN es cuando califica de “revisionistas” a Rusia y China:
¿Qué es lo que “revisan” Rusia y China? Lo que “revisan” -o más bien “rechazan”-
es el orden unipolar y la globalización neoliberal que le ha permitido a EEUU
dominar el mundo, lanzar guerras, cercar militarmente a Rusia, aplicar
sanciones comerciales, financieras y económicas para desindustrializar y minar
las sociedades de múltiples países, desacatando con toda impunidad las leyes y
tratados internacionales, haciendo irrelevantes instancias de las instituciones
internacionales, de la ONU en particular, para poder continuar sembrando el
caos por todo el mundo.
El pecado “mortal” de Rusia sido
que el presidente Vladimir Putin comenzara hace más o menos una década a
desafiar el orden neoliberal para defender la sociedad de los efectos
destructores de las políticas implantadas por la globalización de la era
Yeltsin. En otras palabras, Putin comenzó la tarea –como él mismo lo señala- de
reconstruir y hacer más sólida y solidaria
la sociedad y la economía, que sufrieron una destrucción sin precedentes en
tiempos de paz después del golpe de Estado de Boris Yeltsin para desmantelar la
Unión Soviética y poder desvalijar
las empresas estatales y las riquezas del país, condenando a millones de al
desempleo y la miseria. En concreto, porque recuerda la historia de Rusia,
Putin ha retornado a la política de defender la soberanía nacional y de
“intervención estatal” en los asuntos económicos y sociales, que no excluye la
planificación sectorial o ramal.
En
el caso de la República Popular de China el pecado “mortal” es proseguir la
política de mantener un Estado socialista dirigido por el Partido Comunista que preserva la soberanía nacional y
que conservó el poder de decisión final con el objetivo de asegurar la
estabilidad social, pilar fundamental desde la revolución, para enfrentar el
enorme desafío de elevar los niveles de vida de la población más numerosa del
planeta en términos nacionales, y haber encuadrado en esos términos la apertura
económica donde participan empresas estatales, privadas y mixtas, nacionales y
extranjeras. Demás está decir que estas políticas reflejan culturas,
experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas, porque
felizmente los chinos no olvidan su historia.
El
imperialismo y el capitalismo “realmente existente” no pueden ignorar el desafío que
constituye el que Rusia y China
hayan unido fuerzas para crear políticas de desarrollo y crecimiento económico
a nivel regional –dentro de la “ruta de
la seda” y bilateralmente-, y que un creciente número de países se hayan
incorporado o estén en proceso de incorporarse en esta importante dinámica
regional. En todo caso, y para confirmar la realidad (y quizás dar una
respuesta a la ESN), el 2017 terminó
con el presidente chino, Xi Jinping,
afirmando que está dispuesto a unirse a su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, para
consolidar la confianza mutua política y estratégica y expandir la cooperación
pragmática integral entre los dos países (Xinhua 31-12-2017).
No solamente esto debilita aún más
la globalización neoliberal sino que fortalece las economías nacionales
implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que
ambas naciones hayan creado a través de esta cooperación una “zona
de estabilidad” y de previsibilidad en materia de relaciones
internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que
fortalece la lucha por un sistema multipolar basado en el respeto mutuo de las
naciones, que contrasta con la imprevisible política de caos
y desestabilización de EEUU y algunos de sus aliados, y que
contribuye en la práctica a impedir que EEUU logre revivir el mundo unipolar.
Como
es sabido que hay pocas cosas nuevas en la historia, vale recordar un
premonitorio texto de Karl Polanyi,
que data de 1945 y se titula “¿Capitalismo
Universal o Planificación Regional?, en el cual advertía que EEUU
continuaría siendo por definición el “hogar” de un capitalismo liberal
suficientemente poderoso como para proseguir por sí mismo la utopía de
restaurar un liberalismo como el del siglo 19, “una universalidad que
compromete a quienes creen en ella a reconquistar el globo”. Frente a este
utópico proyecto, señalaba Polanyi, estaba la promisoria planificación de
dimensión regional de la URSS.
La
“planificación regional” de la “zona de estabilidad” irá construyéndose por la lógica de
la “cooperación pragmática” del
proyecto compartido por Rusia y China,
que ya incluye a varios países y ofrece atractivos suficientes como para el
establecimiento –a finales de diciembre pasado y a nivel de ministros de
Relaciones Exteriores- del “diálogo Paquistán,
Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el
lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre
vías para la incorporación de Afganistán y Paquistán en el proyecto de la “ruta
de la seda”. Demás está decir que si esta iniciativa ruso-china se desarrolla
como previsto, incorporando a Irán, Siria y otros países del Oriente Medio y
del Asia Central, esta será, como hubiese dicho
Brzeziński, la derrota final para la ambición de supremacía global de
Washington.
Por otra parte cualquier observador
neutro puede ver que el papel de Rusia en Siria para combatir a los yhijadistas –gracias a la
persistente y eficiente diplomacia de Moscú, al respeto de la soberanía siria y
del multilateralismo regional, y también a su efectiva asistencia militar-,
atrajo el interés de países donde hay conflictos con el terrorismo (Libia, Yemen o Sudan), o que por
vecindad son afectados (Egipto y El
Líbano), y que la influencia nefasta de las potencias del imperio -EEUU, Inglaterra y Francia- está
volatilizándose frente a la “seguridad y respeto de los compromisos” que
irradia Rusia, un aspecto adicional de gran importancia política de la “zona de estabilidad”.
Es por eso que la política de Rusia
y de China no pasa desapercibida en países que siendo parte del conflicto en el
Oriente Medio -y que sienten que están en el campo perdedor- hayan profundizado
(Turquía) o estén buscando profundizar las relaciones con Moscú y Beijing
(Arabia Saudita, Afganistán. Paquistán y algunos países del Golfo Pérsico, y
también de África).
Esta
lucha entre “el caos imperialista y la estabilidad revisionista”,
siguiendo el razonamiento de la ESN,
constituye el aspecto más relevante de la actual política internacional y
tendrá una incidencia directa en las luchas sociales nacionales en la medida en
que el caos representa la fuerza destructora del capitalismo globalizado, y la
estabilidad una oportunidad de organizar las fuerzas sociales para reconstruir
las sociedades sobre la base del respeto de la soberanía nacional y popular, de
que la sociedad controla la economía, y no al revés como en el neoliberalismo.
En
el plano internacional esa “zona de estabilidad” y de previsibilidad puede ser el
comienzo de la construcción de un orden multilateral respetuoso de los
intereses legítimos de los países, sean pequeños, medianos o grandes. Su
influencia en el continente euroasiático es indiscutible, y ya está dando sus
primeros pasos en Latinoamérica -como vemos en el apoyo que Rusia y China brindan a la
asediada Venezuela, a la siempre sancionada Cuba y a otros países-, y en
África.
*****
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