LA BATALLA POR LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA.- América Latina viene protagonizando,
desde finales del siglo pasado, una tremenda batalla por construir una
democracia digna de ese nombre. Esto quiere decir, algo
que vaya más allá de la sola alusión a la mecánica electoral y que se sintetiza
en la tentativa de fundar sociedades más justas en este, el continente más
desigual e injusto del planeta. En otras palabras, completar el tránsito entre
una democracia eleccionaria a otra de carácter sustantiva y fundamental.
En nuestro Aristóteles
en Macondo vimos que la experiencia enseña que en la medida en que las
democracias admitan resignadamente la injusticia, la
desigualdad y la opresión inherentes al sistema capitalista sus gobernantes no
tropezarán con obstáculo alguno que trabe su funcionamiento. Claro, la pregunta
es si a un tipo de régimen como ese le cabe el nombre de democracia y la
respuesta es un rotundo no. Pero si,
conmovidos por los sufrimientos y las desdichas de sus pueblos, esos
gobernantes se propusieran poner fin a aquellos flagelos, o hacer real la
soberanía popular, allí comenzarían los problemas. Y tal como lo comprueba
la historia, en tales casos la respuesta de las clases dominantes es brutal. Insistíamos en el libro arriba mencionado
en una tesis que hemos desarrollado y comprobado una y otra vez: que
capitalismo y democracia son incompatibles, que son como el agua y el aceite.
Que las premisas fundamentales de uno y otra son antagónicas, y que la
reconciliación entre ambos –durante la fase keynesiana de posguerra, clausurada
con la contrarrevolución neoliberal de los ochentas- fue más aparente que real,
y siempre parcial y transitoria.
Condiciones de la
democratización.- La
realización del proyecto democrático exige la presencia de una serie de
factores que faciliten su pleno desenvolvimiento: a) la organización del campo popular a
los efectos de constituir el nuevo “bloque histórico” contrahegemónico del que
hablaba Antonio Gramsci porque sin
él, sin la organización, la mayoría social conformada por los pobres, los
explotados, los excluidos carecerá de efectos políticos y mal podría alterar la
correlación de fuerzas en su favor; b)
la concientización, porque una mayoría social, aún organizada, puede
convertirse en fácil presa de la minoría dominante que ha ejercido su
dominio desde siempre. Un movimiento obrero altamente organizado pero sin
conciencia de clase lejos de ser una amenaza es una bendición para la hegemonía
burguesa, como lo prueban hasta el hartazgo la historia del sindicalismo
peronista en la Argentina, la CTM
dominada por el PRI en México y la AFL-CIO en Estados Unidos. ¿Basta con
estas dos condiciones para darle impulso a una democratización fundamental, no
de forma? No. Se requiere, además, y este es el tercer factor, contar con un
sistema de medios de comunicación que torne posible la circulación de las ideas
“subversivas” de
un orden social que debe ser subvertido porque condena a la humanidad y a la
Madre Tierra a su extinción.
No
puede haber estado democrático, o una democracia genuina, si el espacio
público, del cual los medios
son su “sistema nervioso”, no está democratizado. Son los medios quienes
“formatean” la opinión política, imponen su agenda de prioridades y, en
algunos casos –no siempre- hasta fabrican
a los líderes políticos (caso de Silvio Berlusconi en Italia) que habrán
gobernar. La amenaza a la democracia es
enorme porque un sistema de medios altamente concentrado y hegemónico consolida
en la esfera pública un poder oligárquico (en la Argentina es básicamente
el multimedia Clarín y algunos otros socios de menor rango) que, articulado con
los grandes intereses empresariales y con el imperialismo, puede manipular sin mayores contrapesos la conciencia de los
televidentes y del público en general, instalar agendas políticas y
candidaturas e inducir comportamientos políticos de signo conservador o
reaccionario, todo lo cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático.
Es más, en la
situación actual de América Latina, cuando el virus neoliberal –para usar la
gráfica expresión de Samir Amin- ha destruido a los
partidos políticos y los reemplazó por
heteróclitos “espacios” o efímeras coaliciones, donde los políticos se
convierten en verdaderos camaleónicos saltimbanquis que pasan del oficialismo a
la oposición y viceversa sin mayores escrúpulos (como ha ocurrido recientemente
en Argentina en un fenómeno que en
Brasil se llama “fisiologismo”) y cuando el impacto disolvente del
neoliberalismo terminó por diluir los pocos componentes ideológicos que aún
restaban, los medios hegemónicos -todos íntimamente vinculados a la dominación
imperialista- han pasado a asumir las
funciones de los partidos del establishment, convirtiéndose en los
organizadores de la oposición de derecha ante los procesos transformadores
en curso en la región. Ante la vacancia de los partidos tradicionales son los
grandes medios en los países de ALC quienes reclutan la tropa de la derecha,
aportan las orientaciones tácticas de su accionar, establecen la agenda del
proyecto y lo militan día y noche a través de su impresionante aparato
comunicacional, y
se encargan de encontrar los líderes capaces de llevar a buen término estas
iniciativas. FUENTE ATILIO BORON.
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LA DEMOCRACIA MEXICANA A 30 AÑOS DEL 88. ESTAFA Y FRAUDES.
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Massimo Modonesi.
Rebelión martes 9 de enero del 2018.
La
llamada transición a la democracia en México ha sido una
elaborada estafa política plagada de autoritarismo, simulación y fraudes
electorales. A pesar de que el movimiento democrático empujó desde abajo y
logró instalar la demanda en la agenda, las clases dominantes y los grupos dirigentes priístas nunca
perdieron el control de la situación y supieron mantener la iniciativa,
combinando de forma diferente tres dispositivos fundamentales del poder
estatal: la represión, la simulación y la negociación vía concesiones.
Nunca se cayó el sistema, salvo el episodio
técnico del 6 de julio de 1988 y la famosa declaración del secretario de
Gobernación –ahora obradorista– Manuel Bartlett, en relación con el sistema
informático de conteo de votos. Sólo tambaleó, se adaptó y se recompuso.
LA DEMOCRACIA SIMULADA, en la que vivimos se presenta, a grandes rasgos,
mediante dos modalidades de funcionamiento y reproducción. La modalidad normal
o hegemónica que garantiza la alternancia entre partidos equivalentes e
intercambiables y neutraliza por las buenas o las malas las alternativas,
recurriendo a un máximo de consenso y un mínimo de coerción. La modalidad
extraordinaria o excepcional que comporta, en momentos de crisis hegemónica, el
recurso extremo a la violencia política o al fraude electoral. 2006 fue la
máxima expresión de este momento crítico y, al mismo tiempo, mostró la
capacidad de reconfiguración del régimen autoritario neoliberal.
Con esta
doble clave de lectura podemos entender la continuidad de fondo que atraviesa
coyunturas políticas tan disimiles como las de nuestra época: 1988, 1994, 2000,
2006 y 2012.
Después de
la masacre de Tlatelolco en 68 y la guerra sucia de los
setenta, se desempolvó el nacionalismo populista, corporativo y clientelar y se
concedió una reforma política que simuló un pluralismo simplemente nominal.
Cuando se tuvo que recurrir al fraude descarado en 1988 para evitar el
sorpresivo triunfo del neocardenismo, se implementó la estrategia del priísmo
difuso, de priístizar a las oposiciones, empezando con el PAN. Se abrió así
formal y pomposamente la llamada transición a la democracia sin que esto
implicara arriesgar que los partidos y los grupos neoliberales perdieran el
control del aparato estatal. Esta capacidad de recomposición conservadora se
hizo evidente en una coyuntura particularmente delicada en 1994, cuando se tuvo
que hacer frente al levantamiento zapatista y al arreglo de cuentas intrapriísta
que llevó al homicidio de Colosio. Desde 1997, el PRD fue incluido en la
repartición del pastel político de la llamada transición pactada y contaminado
progresivamente por el priísmo, sea por el ingreso masivo en sus filas de ex
priístas sea por la adopción de formas priístas de hacer política.
La estafa se
presentó en su esplendor en 2000, cuando se disfrazó la victoria del candidato
del PAN, producto de un pacto bipartidista de continuidad del neoliberalismo y
el autoritarismo que lo sostiene, en un triunfo de la democracia y del
pluralismo. Después del resbalón de 1988,
el sistema encontró sus fórmulas de reproducción, el voto del miedo en 1994 y en 2012, con el soporte decisivo
de la manipulación mediática. Sólo en
2006, en una coyuntura tanto mexicana como latinoamericana favorable a las
posturas antineoliberales, tuvo que
recurrir a un burdo fraude electoral de emergencia, al estilo del de 1988.
En 2012, además del
contexto de violencia, de su generación y uso instrumental, el régimen del priísmo difuso (que abarcaba al PAN y ahora incluye al PRD) mostró saber desplazar
y operar el fraude al margen del engranaje estrictamente electoral, del conteo
de voto, al desplegar toda la maquinaria estatal, paraestatal y empresarial en
términos de gastos y financiamientos ilícitos, compra de votos, complicidad de
los principales medios de comunicación masiva, campaña sucia en contra del
único real competidor electoral. Al fraude electoral técnico se sustituyó un
fraude electoral político más elaborado y a una escala mayor, que implica
alianzas, complicidades y, de una manera siniestra, construcción de un consenso
mafioso. El movimiento #YoSoy132 ayudó a hacer visible la estafa pero no logró
descarrilar el sistema que la reproduce.
A la luz de
estas consideraciones, ¿qué esperar entonces de la próxima coyuntura electoral? Lo
esperable/previsible es que habrá fraude hasta donde sea necesario: sea en su
versión ampliada y difusa como eventualmente, si llegase a ser imprescindible,
el fraude a la hora de contar los votos. Lo
esperable/deseable es que ocurra, como y más que en otras ocasiones (1988,
1994, 2006, 2012), algo antisistémico, algo que surja desde afuera del
perímetro electoral de la reproducción del régimen, algo que irrumpa y genere
un cortocircuito que haga caer realmente el sistema, que haga visible la estafa
democrática, que instale dinámicas de contrapoder, de organización,
movilización y politización. Si esta irrupción lograse además interrumpir el
proceso de reproducción política del neoliberalismo, aun favoreciendo una opción política
cuestionable, ambigua y contradictoria como Morena, podría iniciar una
verdadera transición democrática.
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*Investigador
del Centro de Estudios Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM massimomodonesi.net.
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