Bajo mi criterio, estos fenómenos, lejos de
configurar procesos de desglobalización,
constituyen manifestaciones, como siempre contradictorias, de una nueva fase de
la globalización más dramática, más excluyente y más peligrosa para la
convivencia democrática, si es que no implican su fin. Algunos de ellos,
contrariamente a las apariencias, son afirmaciones de la lógica hegemónica de
la nueva fase, mientras otros constituyen una intensificación de la resistencia
a esa lógica. Antes de referirme a unos y otros, es importante
contextualizarlos a la luz de las características subyacentes a la nueva fase
de globalización. Si analizamos los datos de la globalización de la economía,
concluiremos que la liberalización y la privatización de la economía continúan
intensificándose con la orgía de tratados de libre comercio actualmente en
curso. La Unión Europea acaba de acordar con Canadá un vasto tratado de libre
comercio, el cual, entre otras cosas, expondrá la alimentación de los europeos
a productos tóxicos prohibidos en Europa pero permitidos en Canadá, un tratado
cuyo principal objetivo es presionar a Estados Unidos para que forme parte. Fue
ya aprobada la Alianza Transpacífica, liderada por Estados Unidos, para
enfrentar a su principal rival: China. Y toda una nueva generación de tratados
de libre comercio está en curso, negociados fuera de la Organización Mundial
del Comercio, sobre la liberalización y la privatización de servicios que en
muchos países hoy son públicos, como la salud y la educación. Si analizamos el
sistema financiero, verificaremos que estamos ante el sector más globalizado
del capital y más inmune a las regulaciones nacionales.
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DESGLOBALIZACIÓN?
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Boaventura de Sousa Santos.
Público.es.
Viernes 5 de enero del 2018-
En círculos académicos y en artículos de opinión en
los grandes medios de comunicación se ha mencionado con frecuencia que estamos
entrando en un período de reversión de los procesos de globalización que han
dominado la economía, la política, la cultura y las relaciones internacionales
en los últimos cincuenta años. Se entiende por globalización la intensificación
de las interacciones transnacionales más allá de lo que siempre fueron las
relaciones entre Estados nacionales, las relaciones internacionales, o las
relaciones en el interior de los imperios, tanto antiguos como modernos. Son
interacciones que no están, en general, protagonizadas por los Estados, sino
por agentes económicos y sociales en los ámbitos más diversos. Cuando están
protagonizadas por los Estados, pretenden cercenar la soberanía del Estado en
la regulación social, sean los tratados de libre comercio, la integración
regional, de la que la Unión Europea es un buen ejemplo, o la creación de
agencias financieras multilaterales, como el Banco Mundial y el FMI.
Escribiendo hace más de veinte años[1], dediqué al tema muchas páginas y
llamé la atención sobre la complejidad e incluso el carácter contradictorio de
la realidad que se aglomeraba bajo el término “globalización”. En primer lugar,
mucho de lo que se consideraba global había sido originalmente local o
nacional, desde la hamburguesa tipo McDonald’s, que había nacido en una pequeña
localidad del oeste de Estados Unidos, al estrellato cinematográfico,
activamente producido al principio por Hollywood para rivalizar con las
concepciones del cine francés e italiano que antes dominaban, o incluso la
democracia como régimen político globalmente legítimo, ya que el tipo de
democracia globalizada fue la democracia liberal de matriz europea y norteamericana
en su versión neoliberal, más norteamericana que europea.
En segundo lugar, la globalización, al contrario de
lo que el nombre sugería, no eliminaba las desigualdades sociales y las
jerarquías entre los diferentes países o regiones del mundo. Por el contrario,
tendía a fortalecerlas.
En tercer lugar, la globalización producía víctimas
(normalmente ausentes en los discursos de los promotores de la globalización)
que tendrían ahora menor protección del Estado, ya fueran trabajadores
industriales, campesinos, culturas nacionales o locales, etc.
En cuarto lugar, a causa de la dinámica de la
globalización, las víctimas quedaban más sujetas a sus localidades y en la
mayoría de casos solo salían de ellas forzadas (refugiados, desplazados
internos y transfronterizos) o falsamente ipor voluntad propia (emigrantes).
Llamé a estos procesos contradictorios globalismos localizados y localismos
globalizados.
En quinto lugar, la resistencia de las víctimas se
beneficiaba a veces de las nuevas condiciones tecnológicas ofrecidas por la
globalización hegemónica (transportes más baratos, facilidades de circulación,
internet, repertorios de narrativas potencialmente emancipadoras, como, por
ejemplo, los derechos humanos) y se organizaba en movimientos y organizaciones
sociales transnacionales. Llamé a estos procesos globalización contrahegemónica
y en ella distinguí el cosmopolitismo subalterno y el patrimonio común de la
humanidad o ius humanitatis. La manifestación más visible de este tipo de
globalización fue el Foro Social Mundial, que se reunió por primera vez en 2001
en Porto Alegre (Brasil) y del que fui un participante muy activo desde el
inicio.
¿Qué hay de
nuevo y por qué se diagnostica como desglobalización? Las manifestaciones
referidas son dinámicas nacionales y subnacionales. En cuanto a las primeras,
se subraya el Brexit, por el que el Reino Unido (¿?) decidió
abandonar la UE, y las políticas proteccionistas del presidente de los Estados
Unidos, Donald Trump, así como su defensa del principio de soberanía, oponiéndose
a los tratados internacionales (sobre el libre comercio o el cambio climático),
mandando erigir muros para proteger las fronteras, involucrándose en guerras
comerciales, entre otras, con Canadá, China y México.
En lo que se refiere a las dinámicas subnacionales,
estamos, en general, ante el cuestionamiento de las fronteras nacionales que
resultaron en tiempos y circunstancias históricas muy distintas: las guerras
europeas, desde la Guerra de los Treinta Años y el consecuente Tratado de
Westfalia (1648) hasta las del siglo XX que, debido al colonialismo, se
transformaron en mundiales (1914-18 y 1939-45); el primer (¿quizá segundo?)
reparto de África en la Conferencia de Berlín (1884-85); las guerras de
fronteras en los nuevos Estados independientes de América Latina a partir de
principios del siglo XIX. Se asiste a la emergencia o reactivación de la
afirmación de identidades nacionales o religiosas en lucha por la secesión o el
autogobierno en el interior de Estados, de hecho, plurinacionales. Entre muchos
ejemplos: las luchas de Cachemira, de Irlanda del Norte, de varias
nacionalidades en el interior del Estado español, de Senegal, de Nigeria, de
Somalia, de Eritrea, Etiopía y de los movimientos indígenas de América Latina.
Está también el caso trágico del Estado ocupado de Palestina. Algunos de estos
procesos parecen (¿provisionalmente?) terminados, por ejemplo, la fragmentación
de los Balcanes o la división de Sudán. Otros se mantienen latentes o fuera de
los medios de comunicación (Quebec, Escocia, Cachemira) y otros han explotado
de forma dramática en las últimas semanas, sobre todo los referéndums en
Cataluña, el Kurdistán iraquí y Camerún.
Bajo mi criterio, estos fenómenos, lejos de
configurar procesos de desglobalización,
constituyen manifestaciones, como siempre contradictorias, de una nueva fase de
la globalización más dramática, más excluyente y más peligrosa para la
convivencia democrática, si es que no implican su fin. Algunos de ellos,
contrariamente a las apariencias, son afirmaciones de la lógica hegemónica de
la nueva fase, mientras otros constituyen una intensificación de la resistencia
a esa lógica. Antes de referirme a unos y otros, es importante
contextualizarlos a la luz de las características subyacentes a la nueva fase
de globalización. Si analizamos los datos de la globalización de la economía,
concluiremos que la liberalización y la privatización de la economía continúan
intensificándose con la orgía de tratados de libre comercio actualmente en
curso. La Unión Europea acaba de acordar con Canadá un vasto tratado de libre
comercio, el cual, entre otras cosas, expondrá la alimentación de los europeos
a productos tóxicos prohibidos en Europa pero permitidos en Canadá, un tratado
cuyo principal objetivo es presionar a Estados Unidos para que forme parte. Fue
ya aprobada la Alianza Transpacífica, liderada por Estados Unidos, para
enfrentar a su principal rival: China. Y toda una nueva generación de tratados
de libre comercio está en curso, negociados fuera de la Organización Mundial
del Comercio, sobre la liberalización y la privatización de servicios que en
muchos países hoy son públicos, como la salud y la educación. Si analizamos el
sistema financiero, verificaremos que estamos ante el sector más globalizado
del capital y más inmune a las regulaciones nacionales.[2]
Los datos que son de conocimiento público son
alarmantes: 28 empresas del sector financiero controlan 50 trillones de
dólares, esto es, tres cuartas partes de la riqueza mundial contabilizada (el
PIB mundial es de 80 trillones y además habrá otros 20 trillones en paraísos
fiscales). La gran mayoría de esas instituciones está registrada en América del
Norte y en Europa. Su poder tiene también otra fuente: la rentabilidad de la
inversión productiva (industrial) a nivel mundial es, como máximo, del 2,5 %,
en tanto que la de la inversión financiera puede llegar al 7 %. Se trata de un
sistema para el cual la soberanía de 200 potenciales reguladores nacionales es
irrelevante.
Ante esto, no me parece que estemos en un momento
de desglobalización. Estamos más bien delante de nuevas manifestaciones de la
globalización, algunas de ellas muy peligrosas y patológicas. La apelación al
principio de soberanía por parte del presidente de Estados Unidos es solo la
huella de las desigualdades entre países que la globalización neoliberal ha
venido a acentuar. Al mismo tiempo que defiende el principio de soberanía,
Trump se reserva el derecho de invadir Irán y Corea del Norte. Tras haber
destruido la relativa coherencia de la economía mexicana con el NAFTA y
provocado la emigración, Estados Unidos manda construir un muro para frenarla y
pide a los mexicanos que paguen su construcción. Ello, además de ordenar
deportaciones en masa. En ninguno de estos casos es pensable una política
igual, pero de sentido inverso. El principio de la soberanía dominante surgió
antes en la Unión Europea con el modo como Alemania puso sus intereses
soberanos (esto es, del Deutsche Bank) por encima de los intereses de los
países del sur de Europa y de la UE. La soberanía dominante, combinada con la
autorregulación global del capital financiero, da lugar a fenómenos tan
diversos como el subfinanciamiento de los sistemas públicos de salud y
educación, la precarización de las relaciones labores, la llamada crisis de los
refugiados, los Estados fallidos, el descontrol del calentamiento global, los
nacionalismos conservadores. Las resistencias tienen señales políticas
diferentes, pero a veces asumen formas semejantes, lo que está en el origen de
la llamada crisis de la distinción entre izquierda y derecha.
De hecho, esta
crisis es el resultado de que alguna izquierda haya aceptado la ortodoxia
neoliberal dominada por el capital financiero y hasta se haya autoflagelado con
la idea de que la defensa de los servicios públicos era populismo. El populismo
es una política de derecha, particularmente cuando la derecha puede atribuirla
con éxito a la izquierda. Residen aquí muchos de los problemas que enfrentan
los Estados nacionales. Incapaces de garantizar la protección y el mínimo bienestar
de los ciudadanos, responden con represión a la legítima resistencia de los
ciudadanos.
Ocurre que la mayoría de esos Estados son, de
hecho, plurinacionales. Incluyen pueblos de diferentes nacionalidades
etnoculturales y lingüísticas. Fueron declarados nacionales por la imposición
de una nacionalidad sobre las otras, a veces de modo muy violento. Las primeras
víctimas de ese nacionalismo interno arrogante, que casi siempre se tradujo en
colonialismo interno, fueron el pueblo andaluz después de la llamada
Reconquista de Al-Ándalus, los pueblos indígenas de las Américas y los pueblos
africanos después del reparto de África. Fueron también ellos los primeros en
resistir. Hoy, la resistencia junta a las raíces históricas el aumento de la
represión y la corrupción endémica de los Estados dominados por fuerzas
conservadoras al servicio del neoliberalismo global. A ello se añade el hecho
de que la paranoia de la vigilancia y la seguridad interna ha contribuido, bajo
pretexto de la lucha contra el terrorismo, al debilitamiento de la
globalización contrahegemónica de los movimientos sociales, dificultando sus
movimientos transfronterizos. Por todo esto, la globalización hegemónica se
profundiza usando, entre muchas otras máscaras, la de la soberanía dominante, que académicos
desprevenidos y medios de comunicación cómplices toman por desglobalización.
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Notas:
[1] Toward
a New Common Sense, Nueva York: Routledge, 1995, con traducción
española: Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en
el derecho, Madrid, Trotta, 2009, págs. 290-453.
[2] Puede
consultarse uno de los textos más recientes y más incisivos sobre el capital
de autoría del economista brasileño Ladislau Dowbor, antiguo colega en la
Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra: La era del capital
improductivo. La nueva arquitectura del poder: dominación financiera, secuestro
de la democracia y destrucción del planeta, São Paulo: Outras Palavras
& Autonomia Literária, 2017.
(Traducción
de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez).
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