Ambos
candidatos, caso triunfen,
también abren interrogantes sobre si serían viables. Haddad puede sufrir un rápido
desgaste si no consigue el retorno de los “buenos
tiempos”, sobre todo ante un marco internacional desfavorable, un Congreso
hostil y una sociedad dividida. Bolsonaro sugiere una trayectoria y retórica poco democrática
y tendrá que enfrentar resistencias a la eliminación de derechos sociales y
alteraciones tributarias. Además, aun lográndolo, tendría que lidiar con los efectos
del crecimiento explosivo de pobreza y desigualdad.
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Fernando Haddad, Candidato del Partido de los Trabajadores. P.T. La Izquierda Democrática y Jair Bolsonaro, Candidato de la ultra-derecha brasileña. Hoy se encuentran en las ánforas. LA DEMOCRACIA O LA BARBARIE. El Pueblo Brasileño sabrá definir.
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DEMOCRACIA
O BARBARIE.
PRIMERA
VUELTA EN BRASIL.
*****
En elecciones polarizadas Fernando Haddad, el candidato de Lula, busca hoy
que el ultraderechista Jair Bolsonaro no le saque una ventaja importante y deba
disputar una segunda vuelta el 28.
Eric Nepomuceno.
Desde Río de Janeiro.
Página/12 domingo 7 de octubre del
2018.
Este domingo se abren las urnas de
las más tensas, tumultuosas y enigmáticas elecciones presidenciales en Brasil
desde un ya muy lejano 1961. Poco después (1964) vino el golpe militar que
instauró una dictadura que sobrevivió a lo largo de largos, larguísimos 21
años, en que votar para presidente era un sueño lejano.
En
1985 el Congreso eligió, por el ‘voto
indirecto’ impuesto por la dictadura en su adiós, a Tancredo Neves, un político conservador pero abierto al diálogo.
Fue el fin de la dictadura, pero no el regreso del derecho a votar.
Tancredo
murió y asumió su candidato a vicepresidente, José Sarney, que a lo largo de la dictadura
había sido uno de sus defensores más activos. Sí, sí: cuando digo que mi país
está hecho de absurdos, algunos amigos se ríen…
Entonces vino 1989, cuando el voto popular,
retomado luego de 28 años, cometió uno de los equívocos más absurdos de su
recién nacida historia, eligiendo un aventurero descabellado, Fernando Collor de Melo. Poco duró su
presidencia: en 1992 fue
defenestrado por el Congreso, luego
de un juicio –cargado de pruebas– por
corrupción.
Luego de tanto tumulto acumulado,
este domingo vuelven a abrirse las
urnas en una disputa marcada mucho más por las ausencias que por todas las
muchas presencias.
La
primera ausencia es la del candidato de la ultraderecha, capitán retirado y
diputado desde hace 28 años, Jair
Messias Bolsonaro.
A lo largo de esa larguísima carrera en la Cámara
de Diputados, logró el respaldo de sus pares para aprobar dos (apenas dos)
de los 170 proyectos de ley que
presentó a sus pares. Ejemplo: uno
de los proyectos presentados que ni siquiera llegaron a votación en el pleno
obligaba a que antes del inicio de cada jornada en las escuelas brasileñas se ejecutara el Himno Nacional.
El
gran defensor de
medidas de represión a temas de sexualidad o identidad de género logró
la aprobación de sus pares para dos proyectos que no tienen relación alguna con
las pautas que defiende: uno proponía la exención de impuestos para productos de informática, y otro
autorizaba el uso de determinado componente químico para el combate al cáncer. Ni uno, y menos otro, tienen
algo que ver con el criterio radicalmente conservadora defendida por el diputado Bolsonaro a lo largo de sus
años como diputado.
Su ausencia en la campaña que
termina hoy con la primera vuelta de las elecciones se debió al ataque sufrido
el 6 de septiembre, en una
manifestación callejera: un desequilibrado le asestó una cuchillada que casi lo
llevó a la muerte.
Con eso ganó un espacio en los noticieros que jamás hubiera
alcanzado. Transformado en víctima, se benefició de manera inesperada: impedido
de asistir a los debates transmitidos por televisión,
escapó de las preguntas de los adversarios y principalmente del peligro que
estaría en sus respuestas. Le ahorró al respetable público sus frases homofóbicas, racistas, misóginas y
su defensa exaltada de la tortura, del autoritarismo desenfrenado y de la
violencia como único camino para resolver la criminalidad. Ha sido un caso raro en que el acuchillado se
beneficia.
El
segundo gran ausente es el ex presidente Lula da Silva. Luego de un juicio en que fue condenado sin prueba alguna,
detenido en una celda desde abril, su ausencia se transformó en presencia:
determinó que el ex intendente de San
Pablo y ex ministro de Educación suyo, Fernando Haddad, lo representara en la disputa.
Cuando fue nombrado oficialmente por
el Partido de los Trabajadores, el 11 de
septiembre, Haddad contaba con escasos 4%
de intención de voto, acorde a los sondeos de aquel martes. Tan pronto de supo
que sería el nombre indicado por el ausente Lula, hubo una estampida. Haddad llegó al 25 por ciento, muy cercano a Bolsonaro.
La reacción del candidato de ultraderecha se dio en los últimos ocho días,
cuando logró acarrear parte significativa de electores indecisos y principalmente
de los que antes se posicionaban junto a candidatos de derecha.
El
Lula ausente hizo
su apuesta por el carisma personal y principalmente por la memoria de los brasileños beneficiados por sus dos mandatos
presidenciales (2003-2010). Y la
apuesta resultó: Haddad,
virtualmente desconocido por la inmensa mayoría del electorado, se transformó
en un candidato viable y con altas
posibilidades de victoria en la segunda vuelta. Más que cualquier otra cosa, Lula
logró derrotar el golpe institucional que destituyó, en 2016, a la presidenta
Dilma Rousseff, y cuyo objetivo principal era precisamente impedir que él
volviese al poder. La trama involucraba todas las instancias del Poder Judicial, más el Ministerio Público, y con pleno y
decisivo respaldo de los medios
hegemónicos de comunicación. Pretendía eliminar a Lula del escenario político brasileño y
sepultar su Partido de los Trabajadores.
Ausente, encerrado en una celda, Lula fue una presencia decisiva
en esa primera vuelta electoral que termina hoy.
Y, por fin, hay que considerar la tercera gran –y quizá la más
determinante– ausencia en la campaña electoral: Michel Temer, el traidor que ocupaba la vicepresidencia de Dilma Rousseff y la reemplazó luego del golpe
institucional armado en el Congreso.
Político
mediocre, de trayectoria irrelevante,
al asumir la presidencia Michel Temer
trajo un conjunto de mediocridades cuya única marca es la de la corrupción más impresionante. Impuso
medidas que, en términos prácticos, significaron un retroceso brutal en conquistas sociales alcanzadas no solo bajo los
mandatos de Lula
y Dilma Rousseff sino desde mucho antes.
Tanto él como los integrantes de su pandilla –perdón: de su gobierno– son
olímpicamente rechazados por la mayoría inmensa de los brasileños. Su ausencia
en la campaña electoral, como las de Jair
Bolsonaro y Lula da Silva, ha sido, en verdad, una
presencia determinante.
Gracias a haber impulsado, y luego
participado, del gobierno de Temer, el
Partido de la Social Democracia Brasileña, el PSDB del ex presidente Fernando
Henrique Cardoso, quedó relegado, en el pleito de este año, a un humillante
cuarto lugar. Su candidato, Geraldo
Alckmin, ex gobernador de San Pablo,
fracasó de manera rotunda, acabando con una disputa polarizada –PT de Lula versus el PSDB de Cardoso–
que regía desde las presidenciales desde 1994.
Los sondeos de ayer indican una
batalla reñida en la segunda vuelta, confrontando la ultraderecha de Jair Bolsonaro con la izquierda de Fernando Haddad. Lo que parecía improbable hace poco
tiempo –dos semanas– ocurrió: Bolsonaro
llega a las elecciones con una significativa distancia de Haddad. Si no ocurre una muy poco probable victoria de Bolsonaro hoy,
mañana empieza otra elección.
*****
Brasil el país de la más amplia y profunda Desigualdad Económico- social en América Latina y entre los 10 primeros a nivel mundial.
***
DOS
MODELOS OPUESTOS PARA UN PAÍS EN CRISIS.
LOS
DIFERENTES PLANES ECONÓMICOS DE HADDAD Y BOLSONARO.
*****
Uno propone al Estado como activador, el otro lo ve como el problema y
propone un ajuste peor que el actual, con una fuerte quita de derechos
laborales y una promesa clara de reprimir las protestas sociales.
Página/12
domingo 7 de octubre del 2018.
En la víspera de estas elecciones,
la economía brasileña sigue estancada. Luego de una de sus más fuertes
recesiones de su historia, cuando cayó un diez por ciento entre fines de 2014 y mediados de 2016, y dejó una tasa
de desempleo de más del doce por ciento, se espera que crezca poco más
de uno por ciento este año, repitiendo el pobre desempeño de 2017. La situación fiscal es
preocupante con un déficit nominal de 7,5 por ciento del PBI, y la deuda pública está en 77 por
ciento del PBI, en términos brutos. Así, los futuros presidente y
gobernadores de los estados tendrán poco espacio para implementar políticas
públicas. Positivo, sólo que la inflación parece estar controlada en alrededor
del cuatro por ciento anual, y que el sector externo muestra un déficit en
cuenta corriente del balance de pago del uno por ciento del PBI, combinado con un elevado monto de
reservas internacionales.
Vistos aisladamente, sin embargo,
estos datos macroeconómicos reflejan
un cuadro difícil pero reversible en condiciones normales, si Brasil volviese a crecer. El
gran problema es que el país dejó de funcionar de un modo normal. En el
Congreso Nacional, las disputas
partidarias parecen haber pulverizado la posibilidad de llegar a acuerdos que
garanticen estabilidad en los mandatos. En un país que se ha polarizado como
nunca, estos impactos se sienten en las instituciones que deberían quedar al
margen de estas disputas. El antiguo dicho popular “para los amigos, todo, para los enemigos la ley”, manifestándose
en interpretaciones subjetivas de leyes y procesos judiciales, pareciera estar
más vivo que nunca. Económicamente,
esto impacta paralizando el funcionamiento del sector público e inhibe al
privado en llevar adelante obras de infraestructura esenciales para el
crecimiento.
Los
dos candidatos que
parecen que definirán el pleito electoral manifiestan visiones y soluciones para
la economía diametralmente opuestas. Por un lado, el diputado nacional Jair Bolsonaro, ex capitán del ejército,
expresa la insatisfacción popular con “todo
eso que está ahí”. Asesorado por un financista
ultraliberal, su programa de gobierno y sus declaraciones no dejan dudas:
se trata de achicar drásticamente al Estado
reduciendo su prestación de servicios
públicos -en especial educación,
salud y jubilaciones, áreas de rentabilidad potencial para el sector
privado-, una masiva privatización de
empresas estatales y reducción de costos para el sector privado. También en
su agenda está la flexibilización laboral y el recorte de derechos del trabajo (aguinaldo,
vacaciones), contener aumentos salariales y una reforma tributaria. En
suma, sería la radicalización y profundización de las reformas pro-mercado de
los 90 que fueron retomadas por el
actual gobierno Temer a partir de 2016.
Por otro lado, Fernando Haddad,
del Partido de los Trabajadores (PT), apunta a retornar las políticas de inclusión social de la época de Lula y
de inversiones públicas. Considera que los problemas fiscales sólo se
resolverán con nuevo crecimiento, a partir de estímulos a la demanda privada y
del gasto público, financiada por los bancos públicos y el uso parcial de
reservas internacionales. Además, pretende
una nueva matriz tributaria que alcance a los segmentos más ricos y
eliminar el “techo de gastos”
implementado por Temer. Reformas estratégicas en las jubilaciones y leyes laborales
demandadas por el sector privado, especialmente el mercado financiero,
posiblemente se implementarían en forma atenuada y preservándose los derechos
consagrados en la Constitución de 1988.
Detrás de estas agendas
económicas se encuentran dos visiones de Brasil: Una sugiere que el Estado es la fuente de problemas como la corrupción y falta de crecimiento; la
otra entiende que los problemas estructurales de pobreza, desigualdad y falta de
dinamismo del sector privado sólo pueden ser resueltos a través de la actuación
activa del Estado. De otra forma, también definen el interrogante histórico de Brasil sobre si será uno de los
países con peor distribución de riqueza
en el mundo, o si avanzará en convertirse en una sociedad con consumo de
masa.
Ambos
candidatos, caso triunfen,
también abren interrogantes sobre si serían viables. Haddad puede sufrir un rápido
desgaste si no consigue el retorno de los “buenos
tiempos”, sobre todo ante un marco internacional desfavorable, un Congreso
hostil y una sociedad dividida. Bolsonaro sugiere una trayectoria y retórica poco democrática
y tendrá que enfrentar resistencias a la eliminación de derechos sociales y
alteraciones tributarias. Además, aun lográndolo, tendría que lidiar con los efectos
del crecimiento explosivo de pobreza y desigualdad.
Las medidas económicas de
Bolsonaro parecen ser rechazadas por
la mayor parte de la sociedad, ya que el gobierno Temer las viene adoptando no sin fuerte oposición y no han generado
crecimiento. Sin embargo, no parece afectar su fuerza electoral. Por otro lado, el PT,
pese a estar identificado con la protección de los derechos sociales y de los más pobres, sufre rechazo en todas las
clases sociales. Esta paradoja podría explicarse por medio de encuestas de
opinión, como una reciente de Datafolha,
que reflejan que las personas parecen estar decidiendo su voto en base a una
emoción –sobre todo, rabia, miedo y
frustración– fuertemente impactada por redes sociales que difunden
verdades, mentiras e dudosas interpretaciones. Bajo este contexto, el debate
económico racional queda al margen de las discusiones políticas, y el debate de
problemas reales ya no se debaten en torno a beneficios y costos de diferentes
alternativas.
* Profesores de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil.
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