Ante esta pérdida de sustantivos críticos (como dice
de Sousa Santos) a la ultra derecha se le abrió de par en par
un campo discursivo para responder con su lenguaje
neo-fascista a las preguntas fuertes que los sectores populares hoy se
hacen frente a la realidad precaria, compleja, desesperanzadora que les toca
vivir. Los tópicos micro-identitarios
no sólo amansaron el discurso crítico de la izquierda y generaron un distanciamiento y desconexión abismal con
el pueblo, también permitieron agrupar a la derecha y al conservadurismo,
le dieron identidad y fueron hábiles
en levantar referentes de opinión que dispararon contra lo que
–metonímicamente- denominan “ideología de género”, los cohesionó
ideológicamente y les permitió pasar a la ofensiva política.
Efectivamente, ¡ha sido la ultraderecha la que
mundialmente se ha levantado contra los discursos políticamente correctos que
el neoliberalismo impuso tras la caída del Muro! Discursos que borraban
toda marca de clases en el lenguaje, de antagonismo y diferencia social
(ejemplo: el pobre no es “pobre”, es una “persona en situación de vulnerabilidad”).
El fascismo ha sabido conectar con
los sentimientos de desamparo, desprotección y abuso que experimentan los
pueblos bajo el neoliberalismo, con
eslóganes fáciles, demagogos, es cierto, pero que están enmarcados en
temáticas que importan y permiten conectar. TRUMP lo dijo mas de una vez, “no podemos preocuparnos ni darnos el lujo
de ser políticamente correctos”. Lo mismo el ultraderechista, Víctor Orban, primer ministro de Hungría, “debemos desechar la corrección política”,
o el ultra nacionalista holandés, Geert
Wilders “es mi deber hablar acerca de
los problemas, aun cuando la élite políticamente correcta prefiera no
mencionarlos”. Ni qué decir de Bolsonaro
en Brasil.
/////
La derrota del neoliberalismo progresista. Obama e Hillary Clinton, se consuelan con un abrazo después de la derrota política del populismo de extrema derecha (fascismo) Trump.
***
TORBELLINO NEOFASCISTA, SOCIALDEMOCRACIA EN
CRISIS TERMINAL Y DESAFÍOS PARA UNA IZQUIERDA AUSENTE.
*****
Pedro Santander.
Rebelión miércoles 17 de octubre del 2018.
Trump no está
solo. Eso ya debería estar claro. Sus posturas misógenas, racistas, clasistas,
homófobas, etc., son apoyadas por líderes y movimiento s de derecha a
largo del mundo. Él es el más poderoso, claro está, por lo tanto, quien marca el
compás, pero no se trata de un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. En Alemania los nazis volvieron al
Bundestag (Parlamento) después de 80 años, en Italia gobierna la extrema
derecha, lo mismo que en Ucrania,
Checoslovaquia y Hungría; en Noruega, Francia y en varios ex países del
Este su avance parece imparable; en Filipinas
su Presidente Duterte no tiene problemas en insultar al Papa, a las
Naciones Unidas, a los homosexuales y a hacer llamados para que la ciudad a nía
haga justicia por sus propias manos . Y ahora el fenómeno avanza sobre América Latina, con Bolsonaro a la
cabeza.
Según el
estadounidense Bernie Sanders, quien enarbola las banderas del “socialismo
democrático”, estamos asistiendo al surgimiento de un nuevo eje autoritario. Este incluye
también a gobiernos como el de Israel que recientemente – al estilo
sudafricano- aprobó la “Nation State Law”, que categoriza a ciudadanos de
primera y segunda, de acuerdo a su origen; o a la monarquía de Arabia Saudita,
la que hace poco concedió la nacionalidad saudí a un robot (“Sofía” se llama),
que tiene más derechos que las verdaderas mujeres saudís.
Slavoj Zizek
piensa que más que concentrarnos en Trump, hay que analizar “el fracaso del
establishment político estadounidense, que le abrió un espacio. El
acontecimiento importante es el fracaso de lo que, en términos marxistas,
llamábamos hegemonía ideológica. Se abrió una brecha de desconfianza del
proceso político dominante en el pueblo y Trump llenó ese espacio” (http://www.perfil.com/noticias/periodismopuro/zizek-trump-como-peron-mezcla-extremos.phtml)
.
Otro derrotado, por sus políticas neoliberales, siendo progresista, después de haber destruido todo un proceso revolucionario. La histórica Revolución Sandinista. Hoy se juega sus últimas "reservas políticas" frente a un pueblo insubordinado por la derecha y el imperialismo. Nicaragua resistirá, pero su Presidente Ortega, hoy debe recurrir al Diálogo Nacional para intentar salvar a los sectores sociales sandinistas.
***
Los discursos y programas de esta alianza mundial
conservadora y neo-fascista comparten atributos esenciales: hostilidad hacia la democracia, hacia la
diversidad (cualquiera que ésta sea) y,
aún más, hacia la izquierda anticapitalista. También comparten, como dice Sander,
“la creencia de que el gobierno debería beneficiar a
sus propios intereses financieros egoístas. Estos líderes también están profundamente conectados a una red de
oligarcas multimillonarios que ven al mundo como su juguete económico”. Estos movimientos autoritarios son parte de
un frente común. No están solos, ni sus condiciones de posibilidad y
despliegue hubiesen sido posibles, si es que lo estuviera. Son alianzas internacionales, están en estrecho contacto entre sí,
comparten tácticas y, como en el caso de los movimientos de extrema derecha
europeos y estadounidenses, incluso comparten algunos de los mismos
financiadores. “El objetivo de este eje
autoritario: derribar un orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial que, a su juicio, limita su acceso al poder y la
riqueza”, dice Sanders).
Crisis de legitimidad del neoliberalismo y crisis terminal de la
socialdemocracia.
El avance global de estas fuerzas políticas ha
sorprendido a muchos, y, sobre todo, a cierta elite neoliberal. La noche de la victoria de Donald Trump el
economista y Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, reconoció que
“la gente como yo —y probablemente la mayoría de los lectores del New York Times o el Financial Times— no hemos entendido
el país en el que vivimos”. Pocos en la
elite gringa apostaba por Trump. La “feminista liberal” Hillary Clintonera
era su favorita, también de las encuestas de opinión pública y de los medios de
referencia.
También en
Chile pocos pensaron que el pinochetista
José Antonio Kast le ganaría a Marco
Enríquez Ominami o a la candidata de la Democracia Cristiana en la presidenciales del 2017; y aún menos pensaban apenas un año atrás que un ex militar que alaba dictaduras, la
tortura y la violación de mujeres, como lo hace Bolsonaro, llegue a ser el
Presidente del más importante país de América Latina.
Pero sí ha habido voces que estaban alertando acerca
de este fenómeno. Además de Sanders,
otra de ellas es la feminista estadounidense, Nancy Fraser, para quien la elección
de Donald Trump es una más de una
serie de “insubordinaciones políticas espectaculares que, en conjunto, apuntan a
un colapso de la hegemonía neoliberal” Entre esas insubordinaciones,
ella menciona el voto del Brexit en el
Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, el apoyo creciente al Frente Nacional en Francia, pero también agrega la campaña de Bernie Sanders para la nominación demócrata en los EE.UU. Aun cuando
difieren en ideología y objetivos, esos motines electorales comparten un blanco común:
rechazan la globalización de las grandes
corporaciones, el neoliberalismo y el establishment político que los respalda.
Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de
capitalismo, crisis que quedó expuesta por primera vez con el casi colapso del
orden financiero global en 2008.
En este contexto, tal vez lo más sorprendente es el
papel que la socialdemocracia y partidos
progresistas afines jugaron durante este “proceso cleptocrático neoliberal” (como lo denomina Sanders). Su
rol fue clave para lograr, por un lado, la subordinación de los movimientos sociales antisistémicos al
capital financiero y, por otro, para aislar a la clase trabajadora de dichos movimientos. Se trata, en opinión de Fraser, de una alianza entre fuerzas progresistas
–fundamentalmente los partidos socialdemócratas como el PSOE, SPD alemán, PSOK griego, PPD y PS de Chile, AD venezolano, MNR
boliviano, etc.- que se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente el
de la financiarización. Tal vez aun
sin quererlo, lo cierto es que le han transferido su carisma al neoliberalismo, es decir, a la cleptocracia del capital. Ideales
progres como la “diversidad”
y el “empoderamiento”,
que en principio podrían servir a propósitos emancipadores, ahora visten de
avance y modernidad a políticas que han resultado devastadoras para la
industria manufacturera y para lo que
antes era la clase media, y ni qué decir las clase popular.
Nancy Fraser, respetada y reconocida intelectual y feminista norteamericana, nos brinda en este artículo una interesante posición ideológica y política sobre el llamado "neoliberalismo progresista" y como sus planteamientos centrales - o reivindicaciones, básicamente sociales - fueron totalmente absorbidas, devoradas - por las corrientes políticas del neoliberalismo ultra-conservador, dominante, hegemónico.
***
Nancy Fraser le da a esta tendencia el nombre de “neoliberalismo progresista”. Lo
describe como una alianza entre las
corrientes dominantes en los nuevos movimientos sociales (feminismo
liberal, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQI), por un lado, y,
por el otro, el más alto nivel de sectores de negocios “simbólicos” y de servicios (Wall
Street, Silicon Valley y Hollywood).
Como consecuencia, la noción liberal e individualista del “progreso” que sustenta el neoliberalismo, fue reemplazando
gradualmente a la noción emancipadora,
anticapitalista, abarcadora, antijerárquica, igualitaria y sensible al
concepto de clase
social que había florecido en los años 60 y 70. “Con la decadencia de la Nueva Izquierda se debilitó la crítica estructural de la sociedad
capitalista, y el esquema mental liberal-individualista se reafirmó a sí mismo,
al tiempo que se contraían las aspiraciones de los progresistas", explica Fraser.
Se trata de un triunfo ideológico del
neoliberalismo sobre la izquierda que sólo fue posible gracias a la complicidad
y alianza que la socialdemocracia
hizo con el capital y que permitió, por ejemplo que dicho neoliberalismo progresista cubrieron el asalto a la seguridad
social con un barniz de carisma
emancipatorio, conteniendo,
cooptando y frenando la rebeldía popular y separando a los movimientos sociales
de la clase trabajadora.
El neoliberalismo progresista en América Latina: la deriva suicida de la
socialdemocracia
El
neoliberalismo progre ha gobernado buena parte de Sudamérica en la última década. El caso de Chile es emblemático. El Partido Socialista, partido originalmente marxista,
antiimperialista, anticapitalista y latinoamericanista, elenista, partido de Salvador Allende, asumió en los últimos 25 años el lamentable rol de vanguardia política y cultural
en la transferencia de legitimidad al neoliberalismo, gracias a gobernanzas de Presidentes socialistas como
Ricardo Lagos y Michelle Bachelet que hicieron una gestión neoliberal en lo económico,
reaccionaria en política exterior y progresista
en lo valórico-cultural.
Ex Presidentes de Brasil DILMA Y LULA, cual es su
responsabilidad política en este proceso que terminara con la elección del
fascista Bolsonaro. Perdió el PT y perdió la democracia progresista y los millones
de trabajadores que confiaron políticamente en ellos.
***
Pero también el PT
brasileño, aun con Lula y Dilma a la cabeza, hace años que ya había
abandonado su visión de clase,
antiimperialista y emancipadora, reemplazándola por una versión light de
progresismo que nunca tocó los intereses
del gran capital. El PT no hizo
la prometida reforma
agraria, pero sí estimuló la actividad
agro-forestal que, a la par de enriquecer aun más a los empresarios de la soya y madereros, aumentaba la
devastación de la selva amazónica.
No se modificó un ápice el modelo económico,
ni las ganancias del 1% más rico, antes bien, éstas aumentaron, y queda
para el juicio de la historia el incumplimiento programático en lo económico y en lo socio-ambiental. Es cierto que la pobreza se redujo, aunque fue sobre
la base, por un lado, de una lógica asistencialista
de frágil sostenimiento en épocas de recesión económica, como quedó claro
después de la crisis del 2008 y, por
otro, de una inevitable despolitización
popular.
Como dice Stefanoni,
“el propio PT hizo mucho por
debilitar su épica originaria, su integridad moral y su proyecto de futuro. La lucha de clases soft que durante su gobierno mejoró la situación de los de abajo,
sin quitarles a los de arriba terminó por ser considerada intolerable por la elite. La experiencia petista
terminó exhibiendo relaciones demasiado estrechas entre el gobierno y la burguesía nacional que socavaron su proyecto de reforma ética de la política y
terminaron de debilitar la moral de sus
militantes” (http://nuso.org/articulo/antiprogresismo/). La consiguiente desconfianza popular hacia el PT,
azuzada intensa e intencionadamente por los medios, contribuyó a abrir la puerta al fascismo.
Lo complejo es que a pesar de que las relaciones capital-trabajo no se
modifican bajo las gobernanzas del
neoliberalismo progresista, antes bien, favorecen al primero, los partidos progres
transfieren legitimidad porque a
menudo acceden a los gobiernos como consecuencia de las luchas sociales de los
pueblos. En nuestro continente los pueblos originarios, los afros, los sectores
populares, los trabajadores, los estudiantes resistieron la primera oleada neoliberal privatizadora
y protagonizaron levantamientos, insurrecciones y amplias resistencias del más
diverso tipo. Argentina, Bolivia,
Ecuador, Venezuela e incluso Chile son ejemplos de ello. La izquierda
llega al poder, sobre todo en forma
de socialdemocracia, con la promesa
de mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía,
“pero cuando llegan al poder traicionan esas promesa y dicen al pueblo que es el mercado el que obliga
a ir en una u otra dirección, cuando la gente
no ha votado al mercado, sino a ellos
para que apliquen políticas alternativas”, aclara el socialdemócrata senegalés Pierre Sané, ex director general de
Amnistía Internacional (http://www.publico.es/sociedad/entrevista-ex-director-general-amnistia-internacional-pierre-sane-izquierda-responsabilidad-ascenso-fascista-rendirse-mercado-gobierna.html)
.
Entonces, no es de sorprenderse que el pueblo que vive un aumento generalizado
de sus condiciones de precariedad,
que ven corrupción en partidos que
tuvieron un capital ético y claudicación de sus banderas originarias, rechacen
ya no el neoliberalismo sin más,
sino, sobre todo, el neoliberalismo progresista. Ahí es por donde, como dice Zizek, “se abre la brecha de la desconfianza” y la
ultra derecha la llena.
Slavoj Zizek. su clara y contundente posición política frente al llamado neoliberalismo progresista.
***
Nos encontramos así en una situación en la cual
observamos, por un lado, una crisis legitimidad del neoliberalismo
y, por otro, una crisis terminal socialdemocracia. A la par, pueblos mirando con simpatía al neo-fascismo en el mundo entero.
Aunque duela, no debiera sorprendernos que los sectores populares que viven a diario las cada vez peores condiciones de vida,
pérdida de derechos, incertidumbre y explotación del neoliberalismo, miren
hacia la ultraderecha. Ésta les
habla de sus temas: economía, seguridad, delincuencia, migración, y un futuro mejor.
Zizek
recuerda que “Marine Le Pen fue la
única, entre los grandes partidos, que se dirigió directamente a la clase
obrera.”
En cambio,
¿cuáles han sido los temas del neoliberalismo progresista? ¿qué tópicos debaten
los partidos y movimientos progres con fruición? La feminista
Nancy Fraser lo viene alertando hace
tiempo:
dado que este neoliberalismo
progresista combina políticas económicas regresivas, liberalizantes, con
políticas de reconocimiento identitario aparentemente progresistas, se prioriza
una agenda pública con temas que, aunque legítimos, sólo sintonizan con una
minoría ilustrada. “Una izquierda
moderna liberal” la llama Zizek, que se concentra tanto en temas como el multiculturalismo, “que ha perdido
contacto con la gente común, y dejó espacio para que se impusiera esta derecha populista”.
La izquierda
soft, los liberales, los progres
se las juegan por el multiculturalismo, el ambientalismo, el lenguaje
inclusivo, los derechos LGBTQI, etc. temas que son enteramente
compatibles con el neoliberalismo
financiero y que, a su vez, permiten bloquear el igualitarismo social y la crítica
capitalista. Así, el feminismo
liberal, el anti-racismo liberal
y el capitalismo verde son las únicas opciones críticas que el sistema legitima, estimula y visibiliza a través de
sus dispositivos comunicacionales, calificando toda otra resistencia o rebelión como populismo.
Se levantó así en los últimos 20 años una agenda en apariencia crítica, pero basada en
temas micro -identitarios, que
sintonizan con una audiencia
hipersegmentada y redundan en una multifragmentación
de la lucha social. El caso de las diversidades
y disidencias sexuales es ilustrativo, en ese sentido. Lo que comenzó como
una sigla que todos podíamos recordar (y comprender) –“LGT”- hoy se ha transformado, a la luz de apasionados debates
mediáticos, en “LGTBQI+”… Es decir,
como a menudo recuerda Bernie Sander,
“mientras el 1% superior de la
población mundial pose e la mitad de la riqueza del planeta, mientras que el 70% inferior de la población en edad de
trabajar representa solo el 2,7% de
la riqueza mundial”, el progresismo pelea intensamente por asuntos como la
normalidad queer, las masculinidades neo-ortodoxas o la descolonialidad
hetero-normada...
Esta situación de hablar preferentemente acerca de reivindicaciones micro-identitarias,
produjo una profunda desconexión identitaria
entre las fuerzas progresistas y amplios sectores de la población que,
mientras perciben que sus condiciones de vida socio-económicas empeoran y pocas
esperanzas tienen que las de sus hijos e
hijas sean mejores, ven que desde el progresismo se les habla de la lucha
por el matrimonio gay, por la adopción homoparental, los derechos trans, el
animalismo, la eutanasia, etc.
Son todos temas legítimos,
sin duda, reivindicaciones justas, claro está, estamos con ellas. Pero ocurrió
que el neoliberalismo, mediante sus dispositivos
mediáticos hegemónicos, supo convertirlos en tópicos de desalojo
ideológico y amansamiento político. Es decir, en discursos que desplazan y
reemplazan la crítica social sistémica.
Ante esta pérdida de sustantivos críticos (como dice
de Sousa Santos) a la ultra derecha se le abrió de par en par
un campo discursivo para responder con su lenguaje
neo-fascista a las preguntas fuertes que los sectores populares hoy se
hacen frente a la realidad precaria, compleja, desesperanzadora que les toca
vivir. Los tópicos micro-identitarios
no sólo amansaron el discurso crítico de la izquierda y generaron un distanciamiento y desconexión abismal con
el pueblo, también permitieron agrupar a la derecha y al conservadurismo,
le dieron identidad y fueron hábiles
en levantar referentes de opinión que dispararon contra lo que
–metonímicamente- denominan “ideología de género”, los cohesionó
ideológicamente y les permitió pasar a la ofensiva política.
Efectivamente, ¡ha sido la ultraderecha la que
mundialmente se ha levantado contra los discursos políticamente correctos que
el neoliberalismo impuso tras la caída del Muro! Discursos que borraban
toda marca de clases en el lenguaje, de antagonismo y diferencia social
(ejemplo: el pobre no es “pobre”, es una “persona en situación de vulnerabilidad”).
El fascismo ha sabido conectar con
los sentimientos de desamparo, desprotección y abuso que experimentan los
pueblos bajo el neoliberalismo, con
eslóganes fáciles, demagogos, es cierto, pero que están enmarcados en
temáticas que importan y permiten conectar. TRUMP lo dijo mas de una vez, “no podemos preocuparnos ni darnos el lujo
de ser políticamente correctos”. Lo mismo el ultraderechista, Víctor Orban, primer ministro de Hungría, “debemos desechar la corrección política”,
o el ultra nacionalista holandés, Geert
Wilders “es mi deber hablar acerca de
los problemas, aun cuando la élite políticamente correcta prefiera no
mencionarlos”. Ni qué decir de Bolsonaro
en Brasil.
El lugar estratégico de las prioridades
La izquierda
vinculada a la socialdemocracia, a lo “progresista” ha cedido
demasiado ante las posiciones de la clase
media urbana proglobalización, olvidándose de los perdedores, marginados,
expulsados del sistema, a los que hay que recuperar defendiendo políticas
redistributivas. Es imprescindible competir con la ultraderecha, pero con un proyecto político creíble para los
votantes de clase trabajadora que han dejado de apoyar las alternativas
progresistas. El enemigo de los obreros no son los inmigrantes, sino los poderosos.
Para evitar que las distintas fracciones de la clase trabajadora se enfrenten entre sí, es preciso reclamar más
derechos, no menos. Lo que abarata la mano
de obra no es el inmigrante, sino la falta de protección y legislación social,
que los obliga a asumir trabajos en las peores condiciones. Algo que saben bien
los que elaboran las leyes migratorias
y las que las sufren, como las trabajadoras
domésticas en Europa, la mayoría de ellas latinoamericanas, o los y las
inmigrantes que trabajan en la agricultura.
El feminismo
radical tiene un papel destacado y de avanzada en esta lucha, porque los derechos de las mujeres también están
amenazados por la extrema derecha, y
de manera prioritaria. La tarea pendiente de las fuerzas progresistas será defender y ampliar esos derechos de
todos. Esa es la única disputa real con el fascismo.
Sin embargo, para ello la selección de temas, discursos y prioridades políticas no puede
estar determinada por la agenda de las corporaciones mediáticas que premian con
visibilidad y prestigio a los buenos
críticos, como alguna vez hicieron con el buen salvaje. El neoliberalismo progresista confunde
comunicación, marketing y
estrategias políticas, abandonando su rol transformador, abandonando al pueblo,
codeándose con la elite.
Al respecto, en abril
de 1899, Rosa Luxenburg, discutiendo las
tesis de Bernstein, sostenía en su
obra “Reforma o Revolución”, que “la cuestión de Reforma/Revolución se
convierte para la socialdemocracia en una cuestión de ser o no ser, lo que está
en juego es la existencia misma del movimiento socialdemócrata”.
A la luz de los hechos y si observamos quiénes hoy,
ante la ofensiva reaccionaria están en pie y quiénes no, vemos que Venezuela, Bolivia y Cuba han sabido
resistir. Son aquellos países donde la izquierda,
con todos sus errores y limitaciones, optó por enfrentarse al capital y politizar al pueblo; dos
factores esenciales que el neoliberalismo progresista detesta.
Entonces, ante el dilema planteado hace casi 120 años
por la más bella rosa roja del socialismo, viendo
lo realmente existente, ¿cabe aún alguna duda entre
Revolución o Reforma?
Pedro Santander, periodista y académico chileno.
*****
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