“El gobierno y los
beneficiarios del poder del Estado y de la riqueza del país, no se conmueven
con estas cifras,
no están en sus cuentas, ni su programa de gobierno, solucionar esta realidad
no ocupa su interés, ni saciar el hambre ajena les mejora sus ingresos, sin
ellos se quedarían sin con quien experimentar juegos de guerra de verdad, sin
su cantera de pobres, hambrientos y
víctimas no tendrían asegurado su futuro. Las cifras muestran el
desmantelamiento del estado social, porque del estado de derecho queda muy
poco. La verdad oficial es montada con falsificaciones, ofrece leyes
donde se necesita comida y entrega odio donde debía florecer la paz. Los medios de comunicación y en especial la televisión privada que vive
del estado, se encarga de controlar las mentes ciudadanas distrayendo,
mintiendo y creando ficciones para adormecer y ocultar a los responsables de
toda o casi toda la desgracia, que es cambiada por histeria y odio
hábilmente hoy conducido por el partido de gobierno (C.D) que en lo corrido del
S.XXI ha moldeado a su antojo a la
opinión y convertido al país en el rehén de sus desvaríos y sueños de poder absoluto y total de dictadura en
democracia”. Colombia
ocupa el puesto 12 en mayor desigualdad del ingreso entre 168 países del mundo, de acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano que acaba de presentar el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
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Las políticas sociales impuestas por los últimos gobiernos en Colombia, han fracasado totalmente. Hoy no hay una salida "política y democrática" para más de 7 millones de desplazados internos, porque aun persisten problemas estructurales en la sociedad colombiana.
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COLOMBIA: HAMBRE Y
DESMANTELAMIENTO DEL ESTADO SOCIAL.
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Manuel Humberto Restrepo Domínguez.
ALAI. América latina en Movimiento-
Martes 9 de octubre del 2018.
Las cifras igual que los muertos,
los caminos o el curso de los ríos cuentan cosas, tienen historias. Así ocurre
con los datos de la desatención en salud, precarización del trabajo,
desfinanciación de la educación, ejecuciones legales y extralegales y el hambre
y la miseria que ponen al descubierto una política de exterminio forjada en el
largo plazo sobre gente marcada como prescindible, sobrante, que sin saberlo
saca a la luz la desigualdad y el déficit democrático.
Con la reciente dictadura que
avanza con un discurso de poder que suma odio con leyes de venganza, nada
cambiará y Colombia tenderá, a menos que haya un colapso estructural, a seguir
siendo anunciada como “Un país entre el hambre y el desperdicio de comida”
(título de un informe periodístico de eltiempo.com, oct 2018), que señala que
“150 indígenas colombianos y venezolanos” desde hace dos años se alimentan de
residuos que disputan con chulos y ratas en el basurero de Puerto Carreño. Es
el hambre que no reconoce fronteras, y permanece a la vista del mundo, como lo
repasa el film “La Pesadilla de Darwin” donde en el áfrica (como aquí) la
guerra produjo hambre donde había paz y abundancia y a los nativos pescadores
les quedo sacar del basurero las espinas sin carne del pescado. Son 815
millones de gente con hambre en el planeta y aunque la comida alcance para
alimentar dos veces a la población entera, hay un genocidio del que son
responsables los detentadores del poder y la riqueza.
El
hambre en Colombia existe.
La padecen 3.2 millones de personas sin
seguridad alimentaria. Son cerca del 7% de población, subalimentada, con
privación crónica de alimentos (FAO), que aprendieron a sobrevivir mientras las
viejas armas se comían el presupuesto de su alimento y las nuevas amenazan con
comerse las oportunidades de niños, jóvenes y viejos. Adicionalmente la
opulencia de pocos desperdicia 300.000 toneladas diarias de comida, suficientes
para alimentar a ocho millones de este país y del país hermano.
La
clase política, ante la indignante cifra del hambre, padecida “en democracia”, no intenta siquiera atacar el
problema de fondo promoviendo límites al enriquecimiento que la provoca, si no
que anuncia tramitar una ley que prohíba desperdiciar la comida. Algo similar,
inútil y despreciable, ocurrió en 1918 con un decreto que prohibía la
mendicidad en Bogotá, sin la menor preocupación por cambiar las condiciones que
provocan el fenómeno. Los nazis, igual de audaces, crearon ghetos con judíos y
luego organizaron paseos para convencerse que matarlos por hambrientos era la
solución. La trampa del poder es convocar a mirar a otro lado, y tratar solo
con paliativos las consecuencias sin el menor acercamiento a las causas.
Colombia ocupa el
puesto 12 en mayor desigualdad del ingreso entre 168 países del mundo, de
acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano que acaba de presentar el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
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Son
3.2 millones de hambrientos en Colombia, cifra suficiente para cuestionar los
anuncios de avance en democracia,
inclusión
y respeto a los derechos. La cifra pone de relieve que la solución a
problemas endémicos, convertidos a violencias contra la niñez, es orientar la
política a tratar las causas y crear condiciones de garantía y protección, que
justamente el gobierno no asume porque es ideológicamente contrario a las
soluciones requeridas. No promueve paz, equidad, ni eliminación de las barreras
de discriminación y exclusión que producen hambre, miseria y violencia contra
los débiles, porque su poder responde no al interés ciudadano si no al de
mafias y partidos comprometidos con corrupción y criminalidad, que no demandan
nada distinto, que no sea en beneficio propio.
En
lo corrido del siglo XXI las estructuras de desigualdad
han permanecido estables,
con insignificantes cambios en las desalentadoras cifras de una realidad que no
se resuelve con discursos de odio, populismo punitivo, ni las salidas de guerra
que pretenden acabar el hambre con balas y la marginalidad alistando soldados. El 10% de niños padecen desnutrición
crónica que afecta su presente corporal e intelectual y el futuro propio y
del país; 2.5 millones de niños
tienen algún tipo de limitación especial de carácter cognitivo, sensorial o
motor por el que son discriminados y; más de 35.000 niños son explotados sexualmente por mafias que lavan sus
ganancias en la economía legal; otros
35.000 (o quizá parte de los mismos) pasan la mayor parte de su tiempo y de
su vida en la calle y fueron y siguen siendo maltratados y humillados y; del millón de niños que fueron desplazados
forzados durante la última década del siglo XX no hay rastro (Datos de
Unicef, la niñez en Colombia).
Al agrupar los datos la realidad
resulta todavía más crítica, porque no hay interés expreso del estado por
ofrecer garantías de solución mediante el acceso a bienes materiales para
superar carencias conforme a la universalidad que exigen los derechos para
todos. Las cifras reales (distan de
datos formales que cambian metodológicas para maquillar informes) y su
tendencia es similar en la década con un promedio de 14.5 millones de personas en
condiciones de pobreza y 4.5 millones en indigencia. En el todo de desigualdad 10 millones de
personas (una de cada cinco) son las víctimas del conflicto armado, a las
que el No del plebiscito por la paz les arrebató la posibilidad del pleno
reconocimiento de personas con derechos y otra vez son negadas, revictimizadas,
porque el gobierno se opone a la paz conquistada. De entre las víctimas más de 7.5 millones son
desplazados forzosos, que
huyen, no van en grupos por las carreteras porque los matan, se camuflan en
cordones de miseria, aprenden a sobrevivir como invisibles. Otros tantos excluidos
y hambrientos “sobreviven” en alcantarillas, arboles, andenes, plazas, parques,
botaderos de escombros o en basureros. Solo en Bogotá son más de 10.000,
“habitantes de calle”, en la miseria
total, absoluta, sin sueños ni
esperanzas, sin sentido de realidad, expuestos a la vida biológica, sin nada,
sin agua, ni comida, ni ducha, ni letrina, sin lavarse los dientes o usar
desodorante, sin intimidad, sin prendas de vestir. Seres que cada vez que
respiran contradicen las teorías de la capacidad del cuerpo humano para
resistir y de la mente para existir como sobrevivientes. Son colombianos, hombres y mujeres, sin patria, ajenos, marginados, no están locos, ni todos son
drogadictos, ni ladrones, ni potenciales violadores, son gente despojada a la
que el sistema de poder en su codicia e indiferencia extirpó su humanidad.
El gobierno y los beneficiarios del
poder del Estado y de la riqueza del país, no se conmueven con estas cifras, no están en sus cuentas, ni su
programa de gobierno, solucionar esta realidad no ocupa su interés, ni saciar
el hambre ajena les mejora sus ingresos, sin ellos se quedarían sin con quien
experimentar juegos de guerra de verdad, sin su cantera de pobres, hambrientos y víctimas no tendrían asegurado su futuro. Las
cifras muestran el desmantelamiento del estado social, porque del estado de derecho
queda muy poco. La verdad oficial es montada con falsificaciones,
ofrece leyes donde se necesita comida y entrega odio donde debía florecer la
paz. Los medios de comunicación y en especial la televisión privada que vive
del estado, se encarga de controlar las mentes ciudadanas distrayendo,
mintiendo y creando ficciones para adormecer y ocultar a los responsables de
toda o casi toda la desgracia, que es cambiada por histeria y odio
hábilmente hoy conducido por el partido de gobierno (C.D) que en lo corrido del S.XXI ha moldeado a su antojo a la
opinión y convertido al país en el rehén de sus desvaríos y sueños de poder
absoluto y total de dictadura en democracia.
P.D.
El 10 de octubre, con las universidades en la calle, comienza una era de nuevas y seguramente
indetenibles movilizaciones sociales por la reconstrucción del estado social y
de derecho y el respecto a los pactos de derechos, para avanzar a una sociedad en paz, libres de
mafias y corrupción en el control de la vida y del país.
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