Es indiscutible. El origen del
hambre está principalmente en la desigualdad. El hambre, es la forma más
brutal, más violenta, más intolerable de la desigualdad. En el 2017, el 82% de la riqueza generada fue a parar a manos del 1%
más rico, mientras el 50% más pobre
de la población mundial obtuvo el 0%. Y como sostiene OXFAM International, “las grandes corporaciones y las personas más
ricas son un factor clave de esta crisis de desigualdad”. Utilizan su poder y
sus lobbies para asegurarse que las políticas gubernamentales vayan a favor de
sus intereses y priorizan maximizar las ganancias de sus capitalistas por
encima de todo, aunque esto implique, contaminar el medioambiente, eludir
impuestos o pagar míseros salarios a sus trabajadores, etc. A ello hay que
sumarle la descarada especulación con los precios de los principales alimentos
en los mercados de Chicago, Londres,
Sidney, etc. Las guerras internas, los conflictos geopolíticos
internacionales, los eventos climáticos extremos, las crisis económicas
provocadas como la del 2008, las
ventas de armas a países pobres en conflicto, son también los responsables de
la muerte de millones de seres humanos por falta de comida.
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EXCLUSIÓN SOCIAL, POBREZA Y
HAMBRE.
*****
Alejandro Narváez.
ALAINET. Martes 16 de octubre del
2018.
El
Día Mundial de la Alimentación se celebra el 16 de octubre de cada año. En un día tan señalado como éste, es
oportuno referirnos al último informe de la FAO sobre “El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el
Mundo 2018”, publicado en setiembre pasado. Dicho informe revela que
hay 821 millones de personas en el mundo
que sufren el hambre (12% de la población mundial) y más de 150 millones de niños tienen atrasos en
su crecimiento debido a su malnutrición. Del documento se extraen las siguientes
conclusiones:
a) El número de personas que tienen
hambre en el mundo ha aumentado en los últimos tres años.
b) El Objetivo de Desarrollo
Sostenible de alcanzar el Hambre Cero para 2030, se aleja cada vez más.
c) En África y América Latina el
hambre ha aumentado considerablemente. Los países con más hambre en este
subcontinente son: Bolivia 19,8%, Nicaragua 16,2%, Guatemala 15,8%, Venezuela,
11,7%, y Perú 8,8%.
Desafortunadamente, muchos de
nosotros que tenemos el privilegio de imaginar y promover delicias
gastronómicas, e irónicamente, cada vez comidas más sofisticadas, más
gourmet, más light, vivimos como si el hambre no existiera. ¿Cómo va existir,
si los medios de comunicación hacen la vista gorda? Excepto cuando la FAO y la ONG OXFAM International, se
pronuncian de vez en cuando. El hambre ya no es noticia para la prensa.
La
FAO, sostiene en su informe que las causas del aumento del hambre en el mundo,
son: la
variabilidad climática que afecta a los patrones de lluvia y las temporadas
agrícolas, los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones,
además de los conflictos y las crisis económicas. ¿Son realmente éstas las
únicas causas de millones de seres humanos que padecen el flagelo del hambre en
el mundo? Veremos luego.
Por
otro lado, la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de
Alimentos (PMA) y la Organización
Mundial de la Salud (OMS), firmantes
del informe, señalan que
“para
alcanzar un mundo sin hambre y malnutrición en cualquiera de sus formas para 2030, es imperativo acelerar y ampliar
las medidas para fortalecer la resiliencia (capacidad de hacer frente a las
adversidades de la vida…) y la capacidad de adaptación de los sistemas
alimentarios y los medios de subsistencia de la población en respuesta a la
variabilidad climática y los fenómenos meteorológicos extremos”. Nuevamente,
¿Son suficientes estas medidas para llegar al 2030 con un mundo sin
hambre?
¿Y qué es el hambre?
Es una palabra que significa muchas cosas al mismo tiempo y ninguna buena. Es también las ganas de comer cada cierta hora. En opinión de la FAO, el hambre “es cuando una persona no consume las calorías necesarias para sus necesidades fisiológicas y su actividad física y mental”. Son personas que no comen lo suficiente para una vida plena. Para una vida digna. Este flagelo condena a millones de personas a vivir vidas peores, a depender de otros, a enfermarse, y finalmente morir por hambre.
La gran paradoja, es que el hambre
no es un problema de escasez de alimentos en el mundo, si es que alguna vez
pudo haber sido. La FAO estima que a
nivel mundial 1300 millones de toneladas
de alimentos se botan anualmente, lo cual representa un tercio de los
alimentos producidos para el consumo humano. En dinero esto representa aproximadamente 680 mil millones de
dólares en los países desarrollados y 310 mil millones en los países en desarrollo. Según la misma
fuente, en América Latina se desperdicia el 34% de
alimentos disponibles, lo que equivale a 127 millones de toneladas por
año.
Secuelas del hambre.
Está demostrado que el hambre produce una serie de secuelas, muchas de ellas irreparables. La desnutrición durante los dos primeros años de vida lastra el desarrollo físico y cognitivo del niño, hipotecando su futuro y, por extensión, el de su comunidad y su país. Disminuye su capacidad física y produce un grave déficit en su aprendizaje. Los que sufren la desnutrición tienen su desarrollo truncado. Las graves carencias de alimentos provocan a su vez, los desplazamientos internos y las migraciones a otros países y continentes, como viene ocurriendo desde África hacia Europa, de Venezuela hacia Colombia, Perú, Chile, entre otros.
El hambre no permite concentrarse,
dificulta la retención de conocimientos, debilita la memoria. Y esa dificultad
para estudiar lastrará su futuro, recortará su capacidad para ganarse la vida.
Es el círculo perverso de la exclusión, la pobreza y el hambre, que no solo
encadena a quienes la sufren, sino también a las siguientes generaciones. Como
bien dice Martin Caparrós (2015),
periodista y escritor argentino
“el hambre es inhumano
porque le quita al hombre lo que es más suyo. Lo que le hace realmente humano.
El hambre deshumaniza al hombre cuando, además de su salud, su crecimiento o su
potencial desarrollo, le arrebata sus sueños”.
Confieso, cuando leí el libro “El Hambre” de Martin Caparrós
(Anagrama, 2015), sentí un dolor emocional difícil de describir y entendí que
la capacidad de imaginar es el privilegio de los que tenemos las necesidades
básicas cubiertas y nos podemos permitir un mínimo de esperanza, una proyección
de futuro más allá de la dicotomía “¿comeré
o no comeré?”. Por ello, siento la obligación de recomendar leer la obra de
Martin, porque cuenta y denuncia el fracaso de la humanidad en su lucha contra
el hambre.
Las
verdaderas causas del hambre.
¿Recuerdan la antesala de la crisis financiera que estalló el 15 de septiembre de 2008 y que acaba de cumplir 10 años? En aquellos momentos la máquina de la especulación financiera giraba a mil por hora. Por ejemplo, el 6 de abril de aquel fatídico año, en el Chicago Mercantile Exchange (CME) (bolsa de productos básicos o commodities de Chicago), una tonelada de trigo llegó a superar 400 dólares. Era increíble, sólo cinco años antes costaba alrededor de 125 dólares. Estos cereales, que se habían mantenido en valores constantes - con ligeras fluctuaciones - durante más de dos décadas, empezaron a subir durante el año 2006. Para enero de 2007 cuando su cotización llegó a 173 dólares, su ascenso se había vuelto incontenible; en julio, el trigo sobrepasó los 200 dólares por tonelada; en diciembre los 339; los 406 en enero de 2008 (véase las cotizaciones internacionales del BCR). Lo mismo sucedía con los demás alimentos como el maíz, la soya, etc. El trigo viene a ser el segundo producto más consumido en el mundo (después de la leche y sus derivados), y su producción asciende a 722 millones de toneladas anuales (FAO, setiembre 2018). Cada año se negocia en la Bolsa de Chicago una cantidad de trigo igual a cincuenta veces su producción mundial.
En
la Bolsa de Chicago
(CME, por sus siglas en inglés) cada grano de maíz que se produce en Estados
Unidos, China, Brasil, Argentina, Unión Europea (principales
productores) se compra y se vende, mejor aún, ni se compra ni se vende, se
simula estas operaciones cincuenta veces. Como alguien dice, el gran invento de
estos mercados es que el que quiere vender algo no necesita tenerlo
físicamente: se venden promesas, compromisos, vaguedades escritas en la
pantalla de una computadora. Y los que saben hacerlo ganan, en ese ejercicio de
ficción, fortunas (son los llamados contratos de futuros y opciones sobre
alimentos o productos básicos). Es decir, el hambre es también consecuencia de
la especulación pura y dura que se dan en estos mercados (o bolsas), que no
tienen reglas ni leyes que les controle. Los
funcionarios de la FAO conocen perfectamente que eso es así.
Se
sabe que el etanol
(alcohol etílico - biocombustible) puede ser producido en base a diversas
materias primas. Las más comunes son el maíz y la caña de azúcar. Estados
Unidos lidera la producción de etanol en el mundo y lo hace con el maíz
amarillo. Le sigue Brasil y Colombia donde se fabrica con caña de azúcar. En el
Perú, también se produce con caña de azúcar. Estados Unidos es el principal
productor de maíz con 357 millones de toneladas al año, que viene a ser el 35%
de la producción mundial (1,031 millones de toneladas, Perú 1,540,000 Tn) (véase proyecciones del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos, junio 2017). Una ley federal del país
norteamericano, obliga que el 40% del maíz debe ser usado para producir etanol,
dirigido a llenar los tanques de los vehículos. Se estima que para llenar el
tanque de un vehículo estándar con etanol en Estados Unidos, se requiere
procesar 170 kilos de maíz y si esto multiplicamos por los millones de
vehículos que consumen el etanol, las cifras son astronómicas.
El
maíz es el otro alimento más demandado en el mundo. Un niño hambriento de África o América Latina, podría
sobrevivir tranquilamente durante un año con los 170 kilos de maíz que “alimenta”
una máquina. Actualmente, hay menos producción de maíz blanco por cuanto los
agricultores norteamericanos han migrado a la producción del maíz amarillo que
viene a ser la materia prima del etanol. Este cambio ha producido el aumento
del precio de la harina de maíz, que es a su vez materia prima (entre otras
cosas) para producir las populares tortillas mexicanas, y guatemaltecas cuyo
precio también se ha disparado. Pero el problema no queda ahí. El aumento del
consumo del maíz para producir etanol, también tuvo su efecto en el precio del
huevo y la carne de pollo, cuyo alimento es el maíz.
Es indiscutible. El origen del
hambre está principalmente en la desigualdad. El hambre, es la forma más
brutal, más violenta, más intolerable de la desigualdad. En el 2017, el 82% de la riqueza generada fue a parar a manos del 1%
más rico, mientras el 50% más pobre
de la población mundial obtuvo el 0%. Y como sostiene OXFAM International, “las grandes corporaciones y las personas más
ricas son un factor clave de esta crisis de desigualdad”. Utilizan su poder y
sus lobbies para asegurarse que las políticas gubernamentales vayan a favor de
sus intereses y priorizan maximizar las ganancias de sus capitalistas por
encima de todo, aunque esto implique, contaminar el medioambiente, eludir
impuestos o pagar míseros salarios a sus trabajadores, etc. A ello hay que
sumarle la descarada especulación con los precios de los principales alimentos
en los mercados de Chicago, Londres,
Sidney, etc. Las guerras internas, los conflictos geopolíticos
internacionales, los eventos climáticos extremos, las crisis económicas
provocadas como la del 2008, las
ventas de armas a países pobres en conflicto, son también los responsables de
la muerte de millones de seres humanos por falta de comida.
Qué duda cabe, vivimos en la era de
la insolidaridad, del individualismo, del “dejar hacer, dejar pasar, el mundo
va solo” (Laissez faire et laissez passer), de la codicia del dinero, que son la esencia misma del modelo
económico que impera en el mundo de hoy. Empero, podemos idear otro modelo
económico distinto que funcione para todas las personas y no solo para una
élite codiciosa y, así, acabar con la desigualdad y el hambre que azota el
mundo.
El
papa Francisco, en su discurso en la FAO en octubre de 2017, decía que esa
“piedad” de ayudar
a quienes tienen hambre por una emergencia no era suficiente. Que era necesaria
la justicia: “un orden social justo” para contribuir a que cada país llegue a
una autosuficiencia alimentaria, “pensar en nuevos modelos de desarrollo y de
consumo, que no empeoren la situación de las poblaciones menos avanzadas o su
dependencia externa”. En definitiva, no convertir a las personas hambrientas en
mendigos de las sobras de los ricos, sino ayudar que puedan romper por sí mismos
las cadenas del hambre y la pobreza.
Finalmente,
hay muchos políticos, empresarios, curas, sindicalistas, etc. que declaran públicamente su
preocupación por la desigualdad, la
pobreza y el hambre. Pero son las acciones y el ejemplo lo que importa, no
las palabras. Yo por lo menos creo y estoy convencido de que podemos hacer
muchísimo más comenzando simplemente por
ponernos en el lugar de quienes hoy sufren a diario la exclusión, la pobreza y
el hambre. Si hacemos esto, habremos dado un paso de gigantes.
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