“Entre
los científicos sociales de todos los colores predomina un amplio consenso en
torno a que el orden del “capitalismo
democrático” de posguerra, tan estable durante mucho tiempo, ha tocado a su
fin. Parece que la disposición y voluntad de la clase dominante en punto al
cumplimiento de los compromisos y concesiones con que había comprado su dominio
en los países capitalistas centrales durante la posguerra desapareció, como muy
tarde, durante el período de crisis 1971-1984.
La pregunta es, empero, por qué pasó tanto tiempo —a saber, más de 25 años—
hasta que se evidenció la crisis de la democracia. Colin Crouch lo explica con un proceso de lenta erosión de la
democracia, que deja intactas las formas externas de las instituciones
democráticas (elecciones, partidos,
parlamento, opinión pública...), mientras las decisiones reales quedan cada
vez más en manos de oligarcas capitalistas. Sin embargo, este lento proceso fue
acompañado de algunas maniobras de cambio espectaculares, con las que, si bien
no se cuestionaban las instituciones democráticas, se
anunciaba un cambio político y se reabría la lucha por la hegemonía, con una
ideología política nueva, al menos parcialmente, e incluso de extrema derecha:
el neoliberalismo. Margaret Thatcher,
Ronald Reagan e incluso Helmut Kohl
fueron vistos y elogiados por sus partidarios como precursores
de un cambio ideológico y pioneros de otra forma de hacer política”.
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MARX Y LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA.
*****
Michael R. Krätke.
Sin Permiso/Nous Horitzons.
Jueves 11 de octubre del 2018.
Democracia y
capitalismo eran y son una pareja difícil, su relación no es, de
ningún modo, tan evidente e indisoluble como se supone vulgarmente. El “capitalismo democrático” establecido
después de 1945 en Europa occidental y Norteamérica también ha
entrado en crisis en sus países centrales, donde, en un plazo previsible, se
podría establecer un capitalismo sin democracia política.
En su larga historia, el capitalismo ha ido de la mano
de formas variadas de estado y gobierno (ciudades
estado, monarquías, estados absolutos, estados corporativos, despotismos...).
Sólo en pocos países capitalistas se pudo establecer una república democrática:
en los EEUU, Suiza, Francia. En
muchos países capitalistas europeos se impuso, por primera vez, una república
democrática con sufragio universal después de la Primera Guerra Mundial. Pocas fueron duraderas. La historia de la
democracia en el capitalismo ha sido, hasta nuestro tiempo, una historia de
desintegración y hundimiento. La
democracia se encuentra en peligro, las repúblicas
pueden hundirse, golpes de estado bonapartistas, golpes militares, rupturas
constitucionales o guerras civiles pueden llevar a formas de estado y gobierno
autoritarias, totalmente compatibles con el capitalismo.
Históricamente,
el “capitalismo democrático” aparece más como la excepción que como la regla.
Según los estándares (europeos) habituales, actualmente se considera que, de
los 192 estados reconocidos como soberanos, son en torno a sesenta los que funcionan como democracias
representativas En muchos otros predomina, en el mejor de los casos,
una “democracia aparente”. En el
sistema capitalista mundial, a día de hoy coexisten algunas variantes del “capitalismo democrático” con muchas variedades de un capitalismo
absolutamente “no democrático”.
La
República Popular China
nos ofrece un ejemplo importante de capitalismo
que se las arregla sin democracia en sentido occidental, un ejemplo de una economía y una
sociedad controladas y tuteladas por el estado,
de régimen autoritario de partido único, de estado policial
militar, que, sin embargo, sólo selectivamente recurre a la violencia
abierta. La forma híbrida china de
capitalismo privado dirigido y vigilado por el estado va de la mano de una forma de
estado y gobierno no democrática,
que restringe toda la vida pública de ese gigantesco país al marco de un partido
monopolista de estado.
La “crítica de la política” de Marx.
A pesar de que Marx no dejó ninguna teoría sistemática del estado, sino
sólo fragmentos de una teoría política, entendía de la política de su tiempo.
Apenas hay acontecimiento o movimiento político de su tiempo que no estudiara y
comentara. Políticamente, antes de
hacerse socialista y comunista, Marx era un demócrata radical. Observó con
exactitud todos los movimientos, en muchos de los cuales participó, y estudió
la situación política de los países democráticos de la época. Investigó al
detalle tres constituciones democráticas modernas de los albores de la
república burguesa: la Constitución
francesa revolucionaria de 1792 (Primera
República), la de la Segunda
República francesa (también conocida como república de febrero ), de 1848, en la versión original y en la revisada de 1851, y la
Constitución liberal democrática española de 1811-12 (en España conocida como la
Pepa ). La Constitución de Cádiz
se considera, aún hoy, el ejemplo modélico de forma de transición entre estado
liberal y democrático con jefe monárquico. (1)
En dos escritos, Las
luchas de clases en Francia entre 1848 y 1850 , de 1850, y El 18 de brumario de Luis Bonaparte , de 1852, Marx estudió a fondo la breve historia de la
Segunda República francesa, de 1848,
surgida de una revuelta política contra la monarquía borbónica restaurada, y
derrocada por el golpe de estado de Luis
Napoleón, de diciembre de 1851.
Esta república se basaba en el sufragio igual, universal y directo, sólo para
los hombres adultos, con independencia de las diferencias de posesiones o
propiedades. Marx
consideraba altamente inestable la combinación de capitalismo y democracia. Con
ello se había sembrado una gran contradicción, entre la igualdad formal de los
derechos políticos y libertades de los ciudadanos y su desigualdad económica y
social efectiva, que no se daba solamente entre ciudadanos individuales, sino
también entre las grandes clases de la sociedad burguesa. Es decir, la
república democrática civiliza las formas de la lucha política, sustituye la guerra civil y la lucha en la calle
por la lucha electoral y el debate público.
Pero “las clases cuya esclavitud social [la Constitución] tiene que perpetuar, proletariado,
campesinos, pequeños burgueses, con el sufragio universal se apoderan del poder
político”. “Y a la clase cuyo viejo poder social [la Constitución] sanciona, la burguesía, le quita la garantía de
ese poder. Restringe su dominio a condiciones democráticas, que contribuyen en
todo momento a la victoria de las clases enemigas y cuestionan las bases de la
propia sociedad burguesa.” (2)
En el siglo
XIX, la democracia era aún una idea escandalosa y contestada; en el
mejor de los casos, se consideraba un experimento político peligroso.
Precisamente lo que temían los liberales contrarios a la democracia era lo que
esperaban de ella Marx y Engels: que, tarde o temprano, hiciera
estallar esta contradicción. En la república democrática, en “esta última forma de estado de la sociedad
burguesa”, la lucha de clases se tendría que librar definitivamente, hasta el final. (3)
Marxistas posteriores continuaron este análisis: ¿cómo
es posible que se haya implantado una república democrática, exigida, de hecho,
por el movimiento obrero, al que proporciona libertad de movimientos y un
terreno de juego político y le permite utilizar con éxito elecciones y
parlamentos para influir en la legislación y la política del estado? La
respuesta (de Kautsky, Otto Bauer y
otros): la clase dominante domina,
pero no gobierna y, para dominar, no le hace falta estar en el
gobierno. Para influir en la lucha política y en el proceso de toma de
decisiones políticas conforme a sus objetivos, puede confiar en su poder social
y económico, puede utilizar a los medios de comunicación de masas y a los
partidos agrarios burgueses de masas, así como a la clase de los políticos y
funcionarios profesionales. Favorecida por la religión cotidiana del capitalismo, dirige con éxito la lucha
por la hegemonía en la sociedad burguesa, ahora en una república democrática, y
respeta sin problemas la igualdad de derechos políticos. Tiene que hacerlo
porque, en esta forma política, en democracia, toda dominación de una minoría
sólo es posible como “gobierno de la
mayoría”, que debe basarse en una mayoría de electores, adictos y gente que
le apoye. Por lo tanto, sin dominio de la burguesía no puede haber democracia
estable, aun menos formarse bloques duraderos, como los que representan los
partidos agrarios burgueses de masas de ideología democrática, que siempre
agrupan a campesinos. (4) Hay democracia mientras los advenedizos
proletarios no tengan éxito político y no se hagan demasiado fuertes y pongan
en riesgo la hegemonía burguesa. Incluso entonces aun podría durar un rato un
frágil “equilibrio de las fuerzas de clases”, que permita a los adversarios
mantener la forma de la república democrática con sufragio universal.
Crisis de la democracia, crisis del capitalismo.
En 1936 apareció una
de las últimas grandes obras de la época del marxismo clásico, el libro de Otto Bauer ¿Entre dos guerras mundiales? El autor, teórico
dirigente del austromarxismo y del marxismo, con huella socialdemócrata, enlaza
los análisis de tres crisis: la del capitalismo, la de la democracia y la del
socialismo.
Sin la crisis económica mundial, dice Bauer, la
democracia no habría entrado en crisis en Alemania
y Austria. Las crisis de posguerra y, después, la crisis económica mundial
que estalló en otoño de 1929 debilitaron la creencia de las masas populares en
el estado democrático, que ya no les podía o quería ayudar. Igualmente hicieron
tambalearse la creencia del pueblo en la invulnerabilidad del orden capitalista
—y, con ello, de la hegemonía de la burguesía. En la crisis, los capitalistas
ya no estaban dispuestos a mantener aquellos “compromisos y concesiones con los que han de pagar su dominio en
democracia”, ni se encontraban en situación de poderlo hacer. Como su
hegemonía había quedado tocada, habrían tenido que realizar muchas más
concesiones y llegar a muchos más compromisos que entonces, cosa que no querían
hacer ni podían permitirse. Se volvieron contra el orden democrático, que era
un obstáculo para cargar una crisis política sobre las espaldas de las grandes masas.
(5) Derechos políticos iguales y
la posición de poder en el estado basada en ellos, incluso los elementos
como una seguridad social para todos, que el movimiento obrero reformista había
impuesto en el marco del estado democrático, eran obstáculos reales para una
política anticrisis totalmente favorable a los intereses de los capitalistas.
Semejantemente, puede suponerse que la gran crisis económica mundial que comenzó
en 2007-2008 como una crisis financiera mundial también está relacionada
con la aparición actual de crisis en las
democracias parlamentarias de los países capitalistas centrales. Y la crisis
de la socialdemocracia europea, su evidente decadencia en casi todos
los países europeos, es una parte de esta crisis de la democracia. Y es que la
creencia del pueblo en la efectividad de una política reformista que también
beneficie a las clases de abajo forma parte de la cultura política de una democracia burguesa operativa. Sin esta
creencia popular, sin mejoras tangibles de la situación de la mayoría de la
población que se encuentra en crisis, no se puede avanzar por la vía reformista
“socialdemócrata”, para contener, es
decir, mantener latente, la gran contradicción de la democracia apuntada por Marx.
La crisis del “capitalismo democrático” hoy.
Entre los científicos sociales de todos los colores
predomina un amplio consenso en torno a que el orden del “capitalismo democrático” de posguerra, tan estable durante mucho
tiempo, ha tocado a su fin. Parece que la disposición y voluntad de la clase
dominante en punto al cumplimiento de los compromisos y concesiones con que
había comprado su dominio en los países capitalistas centrales durante la
posguerra desapareció, como muy tarde, durante el período de crisis 1971-1984. La pregunta es, empero, por
qué pasó tanto tiempo —a saber, más de 25 años— hasta que se evidenció la
crisis de la democracia. Colin Crouch
lo explica con un proceso de lenta erosión de la democracia, que deja intactas
las formas externas de las instituciones democráticas (elecciones, partidos,
parlamento, opinión pública...), mientras las decisiones reales quedan cada vez
más en manos de oligarcas capitalistas. (6) Sin embargo, este lento
proceso fue acompañado de algunas maniobras de cambio espectaculares, con las
que, si bien no se cuestionaban las instituciones democráticas, se
anunciaba un cambio político y se reabría la lucha por la hegemonía, con una
ideología política nueva, al menos parcialmente, e incluso de extrema derecha:
el neoliberalismo. Margaret Thatcher,
Ronald Reagan e incluso Helmut Kohl
fueron vistos y elogiados por sus partidarios como precursores de un cambio
ideológico y pioneros de otra forma de hacer política.
El cambio hacia un “estatismo autoritario” que muchos marxistas habían previsto de
momento no se ha producido. Wolfgang
Streeck, con la vista puesta en la crisis política que comenzó en 2007-2008, ha constatado que, tras una
breve fase de política financiera expansiva, se ha impuesto una política de
austeridad estricta —con el foco en la consolidación del presupuesto público—,
al menos en los países de la zona euro. Lo considera la continuación de la
marcha atrás iniciada por las clases dominantes en la década de 1970 contra el capitalismo de posguerra embridado por el
estado social. Con razón, Streeck constata
que la globalización del capitalismo nuevamente acelerada en la década de 1990 ha dado un impulso adicional a
este ataque frontal al estado social y a la lucha por la hegemonía de la visión
neoliberal del mundo. (7) Sin embargo, los síntomas de una crisis de la
democracia política son bastante nuevos: por doquier surgen movimientos
populistas contra la vieja política y las viejas elites establecidas, pero (con
excepciones) no son, en modo alguno, antidemocráticos o anticapitalistas. La
crisis del “capitalismo democrático” del presente parece consistir en
que ni a los viejos partidos de masas burgueses-pequeño burgueses de la derecha
ni a los partidos de masas pequeño burgueses-proletarios de la izquierda se les
ha ocurrido nada para la gran crisis de
2007-2008, salvo la eterna repetición de viejas formas vacías. Pero cuando
los grandes opositores sociales carecen de ideas, resulta difícil luchar por la
hegemonía; un compromiso político sólo puede hallarse entre posiciones hasta
cierto punto distinguibles de manera clara. En este vacío que dejan un
neoliberalismo y una socialdemocracia desacreditados, emergen con fuerza toda
suerte de aforismos y utopías radicales más o menos salvajes y de todo punto inconsistentes. Sin
embargo, la creencia en la democracia está de todo menos muerta, mientras que
la creencia en el capitalismo como el mejor de los órdenes pensables está
dañada. No es un
mal punto de partida para una izquierda en Europa, siempre y cuando se le
vuelva a ocurrir algo que valga la pena desear y querer.
*****
Notas
(1) Marx había
estudiado derecho en Berlín, sobre todo con discípulos de Hegel y el profesor de
derecho público Eduard Gans. Dicho sea de paso, en la carrera de derecho de su
época también se estudiaba el cameralismo, tal y como se llamaba entonces la
economía política en Alemania. Marx estableció
su primera relación con la economía política entre los cameralistas y Hegel,
que era un excelente conocedor y crítico de los economistas clásicos ingleses.
(2) Karl
Marx, «Die Klassenkämpfe in Frankreich 1848 bis 1850», Karl Marx y
Friedrich Engels, Werke (MEW), vol. 7, p. 43.
(Este
texto es una versión castellana y ampliada de un artículo publicado por su
autor en la revista Nous Horitzons, nº 218, que conmemora el bicentenario del nacimiento de Karl Marx).
(3)
Karl Marx,
«Kritik des Gothaer Programms», MEW, vol. 19, p. 29.
(4)
Otto Bauer,
«Kapitalsherrschaft in der Demokratie», Werkausgabe , vol. 9, pp.
202-219.
(5)
Véase Otto
Bauer, «Zwischen zwei Weltkriegen?», Werkausgabe ,
vol. 4, pp. 134-35.
(6)
Véase Colin
Crouch, Post-Democracy , Cambridge, 2005.
(7)
Véase Wolfgang
Streeck, Buying Time. The Delayed Crisis of Democratic Capitalism ,
Londres, 2016.
Michael R. Krätke es miembro del Consejo Editorial
de
Sin Permiso, profesor de economía
política en la Universidad de Lancaster,
es uno de los grandes conocedores vivos de la obra de Marx. Acaba de publicar el libro "Kritik der politischen
Ökonomie heute. Zeitgenosse Marx" [Crítica
de la economía política hoy. Marx contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Traducción de Daniel Escribano.
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