La política norteamericana
descansa sobre una mitología que es una versión laica de la Biblia. EE.UU.
representa la nación elegida por Dios y su presidente ejerce de sumo pontífice
de la fe en la Democracia y el Progreso. El cuentacuento no es, ni mucho menos,
exclusivo de Trump. Ha sido contado y escenificado por todos
los ocupantes de la Casa Blanca debido a su arraigo social. Dos tercios de la
población estadounidense aguardan la “Segunda Venida” del Mesías. Y la gran
base del partido republicano se compone de evangelistas y fundamentalistas
cristianos. Un tercio de la población estadounidense cree que Dios creó el
mundo hace unos miles de años. ¡Como para pedirle a Trump evidencias!
Una
de las novedades escénicas de Trump fue jurar su cargo sobre dos Biblias, en
vez de usar solo la que había empleado Lincoln como venía siendo tradición. La
Biblia extra se la había regalado su madre cuando acabó la escuela primaria. El
presidente se juramentaba para defender al mismo tiempo la nación y la familia,
identificando ambas. Instalado en el Olimpo dorado, el dios gringo
irradió líbido e ira, rodeado de la parentela. Una
imagen apropiada para un triunfador de la McTele, que luego fue el trol
superlativo en las redes.
/////
Cambio la llave de cielo, por el lapicero del infierno???.
LAS ELECCIONES SE GANAN CON IDEOLOGÍA.
Trump: el amo de la llave del paraíso.
*****
Víctor Sampedro.
Público sábado 27 de octubre del 2018.
La política
norteamericana descansa sobre
una mitología que es una versión laica de la Biblia. EE.UU. representa la nación elegida por Dios y su Presidente ejerce de Sumo Pontífice de la Fe en la Democracia y el
Progreso. El cuenta-cuento no es, ni mucho menos, exclusivo de Trump. Ha sido contado y escenificado
por todos los ocupantes de la Casa
Blanca debido a su arraigo social.
El 20 de enero de 2017, Trump tomó posesión como el
presidente número 45 de la historia de Estados Unidos. Le despreciaban las
élites de Washington y Hollywood. Pero la America trabajadora, conservadora y
creyente le respaldó. Se sentía olvidada y ninguneada. No por los banqueros que
habían provocado la crisis, sino por los liberales, cosmopolitas y
multiculturales; los políticos y periodistas “corruptos”; los profesionales
urbanos, laicos, feministas… Estilos de vida ajenos u hostiles a los de los
seguidores de Trump.
Las elecciones no se ganan con tele ni redes, sino con
ideología. Lo dice Christian Fuchs, un académico que analizó 200 decisiones que
Donald Trump tomó para eliminar a los candidatos en su reality The
Apprentice. Concluye que transmite la ideología capitalista en
bruto, en su versión neoliberal más feroz. El paraíso es el Edén del
individuo y la propiedad privada. Las posesiones materiales y el consumo
determinan el éxito. El triunfo se alcanza trabajando duro y con eficacia.
Usando a los demás como instrumentos para el lucro personal. Por eso han de
someterse a un liderazgo vertical, creado y ejercido desde arriba.
Trump ganó la Presidencia de EE.UU. porque logró
presentarse como el amo que tenía las llaves del paraíso. Y atrajo el
voto de quien soñaba parecerse a él para “hacer América grande de nuevo”, como
rezaba su eslogan electoral. Trump nunca fue uno de los trabajadores que
prometía defender, pero se hizo pasar por su Jefe. Representa al mejor adaptado
en una competición despiadada. Su reality y su
discurso político proyectan un mundo polarizado entre ganadores y perdedores.
En The Apprentice el proceso de selección lo organizaba y decidía Trump. Esto
explicaría que “los perdedores” lo votasen. Porque asumían que dependían de Él.
Además de la parte del electorado -generalmente
anciana- a la que embaucó con el cuento de “hacer América grande nuevo” hay que
contar con el apoyo recibido por parte de sectores juveniles de la
población estadounidense. Para ello, criados en el entorno digital, América
nunca fue grande y las promesas del “sueño americano” nunca se
cumplieron. También se sienten perdedores y engañados por el sistema.
En las cavidades
más profundades de Internet foros como 4Chan y Reddit, estos jóvenes
se regodeaban en sus miserias, alimentando una espiral de odio hacia las
políticas liberales y multiculturales, así como contra los movimientos feministas,
anti-racistas, y por la diversidad sexual. Para ellos, Trump no es el héroe fantasioso que ve la denominada
“clase trabajadora blanca estadounidense”, si no alguien que dice lo mismo que
ellos piensan, con un discurso políticamente incorrecto. Uno de los suyos,
un troll, un perdedor con posibilidades de ganar.
Meme clásico de 4Chan con el texto: “Los han troleado
mucho, pero, una vez más, no tenían nada que perder”. De Dale Beran.
El propio Trump es víctima de su lógica de ganar o
perder, todo o nada, “win” o “fail”, como se dice en el argot juvenil. Es un personaje
ridículo, hasta el punto de resultar cómico. Para los jóvenes que se evaden en
Internet de una realidad que les repele, Trump es la broma final. Votarle es la
mejor forma de trolear al sistema que les ha olvidado. Para Trump, consciente
de su vulnerabilidad, se trata de evitar ser una víctima convirtiéndose
en verdugo.
El multimillonario aparentó poseer un poder divino.
Así obtuvo el respaldo de los damnificados de la globalización en su dimensión
económica y cultural. Los trabajadores, amenazados por la mano de obra
extranjera veían sus trabajos y salarios amenazados. Los fundamentalistas
cristianos o “blancos” también le dieron el voto. Sentían su identidad en
riesgo. Un Trump todopoderoso prometió salvarles con proteccionismo económico e
integrismo cultural: América, first.
El candidato republicano exaltó un nacionalismo hostil
a las “minorías”. Afirmó barbaridades que otros callaban. Los
extranjeros sin papeles quitan trabajo, delinquen y violan. Los refugiados
árabes son terroristas latentes. Las élites corrompidas, que los protegían
(porque no sufrían su amenaza), serían barridas de la faz de EE.UU. El Juicio
final estaba próximo. La política económica de Trump perjudicaba a sus
votantes. Su lascivia y falta de ética contradecían la moral. Pero Él era juez
supremo.
Trump dictaba sentencias inapelables. Vetó a
determinados medios de comunicación: “The New York Times puede
cubrir mis actos; el Washington Post, no”. O a ciertos periodistas,
como cuando expulsó a un reportero de una rueda de prensa: “Tú, fuera”. El
reportero discapacitado tuvo que abandonar la sala, como un concursante
expulsado de un reality. El Juez Trump condenaba y absolvía.
Cuando se sintió dueño del país, intentó dictar las leyes migratorias. Actuó
como Señor de las fronteras y las esencias de EE.UU.: el Edén que había
prometido reconstruir en su mandato.
El presidente se comporta como un iluminado,
indiferente al número de fieles que le acompañan. No cuenta cuántos son, sino
los que ve. La aritmética es desplazada por visiones. El día de su
toma de posesión sostuvo que lo había aclamado la misma multitud que a los
presidentes anteriores. Las tomas aéreas, que desmentían sus cuentas, no le
obligaron a retractarse. Disponía de una cuenta propia, la de Twitter. Y desde allí proclamó su visión
como un dogma. Condenando a los incrédulos y celebrándolo con sus acólitos.
Arlie Russell
Hochschild, ensayista norteamericano, señala que “Trump se
presenta como un juez divino. Si miras sus fotos en Google imágenes parecen
tomadas en el cielo, encontrarás muchas doradas. Y si miras a su hogar, a lo
alto de la Torre Trump, bien arriba, todo es oro: la sala de estar, el comedor,
incluso el baño. Así se sugiere la idea de que Trump, ofreciendo la salvación,
rescatará a la gente el día del Juicio Final”.
Por razones obvias, Trump no personifica el modelo de
cristiano, pero se apropió de la iconografía. Secularizó y rentabilizó el
sentimiento religioso, como la McTele y las redes hacen con la amistad, el amor
o la solidaridad. El billonario supo anunciar el Juicio Final con
un discurso apocalíptico, teñido de referencias evangélicas.
Ilustración por Raúl Arias.
La retórica del
multimillonario remite a la batalla de Armagedón. El conflicto que, según
algunas iglesias protestantes, desatará el fin del mundo. Descargará la
venganza sobre “los malos”, aplicará duros correctivos a “los desviados” y
santificará a “los buenos”. Las comillas son las etiquetas que,
respectivamente, Trump cuelga a los inmigrantes sin papeles (delincuentes), los
transexuales (extraviados) y la América Blanca (que presume de supremacía
racial y cultural). El maniqueísmo corresponde a un presidente que usa
la televisión como casi única fuente informativa y del que se sospecha que no
ha leído un libro entero en su vida adulta. Aunque juró su cargo de presidente
ante no una, sino dos Biblias.
La
política norteamericana descansa sobre una mitología que es una versión laica
de la Biblia. EE.UU. representa la nación elegida por Dios y su presidente
ejerce de sumo pontífice de la fe en la Democracia y el Progreso. El
cuenta-cuento no es, ni mucho menos, exclusivo de Trump.
Ha sido contado y escenificado por todos los ocupantes de la Casa Blanca debido
a su arraigo social. Dos tercios de la población estadounidense aguardan la
“Segunda Venida” del Mesías. Y la gran base del partido republicano se compone
de evangelistas y fundamentalistas cristianos. Un tercio de la población
estadounidense cree que Dios creó el mundo hace unos miles de años. ¡Como para
pedirle a Trump evidencias!
Una
de las novedades escénicas de Trump fue jurar su cargo sobre dos Biblias, en
vez de usar solo la que había empleado Lincoln como venía siendo tradición. La
Biblia extra se la había regalado su madre cuando acabó la escuela primaria. El
presidente se juramentaba para defender al mismo tiempo la nación y la familia,
identificando ambas. Instalado en el Olimpo dorado, el dios gringo
irradió líbido e ira, rodeado de la parentela. Una
imagen apropiada para un triunfador de la McTele, que luego fue el trol
superlativo en las redes.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario