viernes, 8 de marzo de 2019

POR UN MOVIMIENTO DE MUJERES Y FEMINISTA QUE APUESTE POR UNA TRANSFORMACIÓN RADICAL DE LA SOCIEDAD.

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REPENSAR LA EDUCACIÓN PARA CAMBIAR EL SISTEMA PATRIARCAL.- Durante el 2018 fuimos protagonistas y testigos de masivas movilizaciones feministas, que impactaron a la sociedad chilena, especialmente las que se verificaron en el ámbito de la educación superior. Sin duda constituyeron un gran avance, pero transcurrido casi un año constatamos que el machismo y la misoginia, ingredientes básicos de la violencia contra las mujeres, están lejos de erradicarse de nuestro país y más bien han surgido expresiones aún más virulentas y organizadas. Por consiguiente, el incentivo es aún mayor para movilizarse este próximo 8 de marzo.

Sobre todo, si a esto sumamos el reciente descubrimiento del sitio web para misóginos Nido, el linchamiento por redes sociales de una comedianta calificándola de ‘feminazi’, y el burdo acoso a una diputada por haber vacacionado con un amigo, también parlamentario. Lo asombroso de estos dos últimos casos es que una buena proporción de atacantes eran mujeres y que el diputado varón pasó desapercibido. Estas expresiones de ciber acoso, no son simple manifestación del machismo imperante en nuestro país, son también una acción concertada e inducida desde grupos y caudillos extremistas, que buscan hacer retroceder en toda la línea el protagonismo de la mujer en la promoción de sus derechos.

Si recordamos lo ocurrido el 2018, nos encontramos con estudiantes organizadas, apoyadas por movimientos provenientes de la diversidad sexual y de género, así como por diversas organizaciones de la sociedad civil, paralizaron sus lugares de estudio, exigiendo una educación no sexista y la erradicación de la violencia de género y el acoso sexual instalados al interior de las casas de estudio. Se buscaba resguardar de manera efectiva la integridad de las mujeres y de la comunidad en general, restituyendo los derechos de todas y todos las y los sujetos que hubiesen resultado vulneradas o vulnerados en sus derechos.
   
Un aspecto que resulta central en el cambio que nuestra sociedad necesita para no repetir lo anteriormente descrito, pasa por la educación, por repensarla, apuntando a la defensa y promoción de ciertos derechos y principios fundamentales provenientes del mundo de los derechos humanos, que puedan constituir las bases para la construcción de una política educacional no sexista y no discriminatoria, en términos más amplios. Aún permanece en la memoria de los chilenos la ‘Revolución Pingüina’, como un gran estallido de protesta social emprendido por los estudiantes secundarios, movilizados tras el objetivo de transformar la educación desde un bien de consumo hacia un derecho social, tal como ya se venía consagrando desde varias décadas atrás, en diversos tratados de derechos humanos suscritos y ratificados por Chile. De manera análoga, hoy se promueven en diversos establecimientos de educación superior reformas que atañen directamente a los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual/de género; los que podrían ser abordados desde un enfoque de derechos humanos.






Para erradicar la desigualdad de género que han experimentado históricamente las mujeres y las comunidades de la diversidad sexual, es preciso erradicar la intolerancia, la discriminación y la desigualdad. Promover mediante acciones directas la igualdad de género al interior de las instituciones pasa por mirar estas pedagogías que se piensan y aplican a partir de un enfoque de derechos humanos mayor. Porque una educación no sexista no solo se ocupa de no discriminar por el sexo, género o por cualquier otro motivo. Es una educación que se co-construye abriendo espacios deliberativos, democráticos, para todos sus actores; una educación que no promueve el individualismo, ya suficientemente promovido por esta sociedad, sino la colaboración mutua; una educación que no soslaya aquellos temas que son urgentes o que provocan el disenso al interior de los distintos grupos. Da cuenta de una sociedad que sabe convivir con sus diferencias.

La tolerancia es una disposición básica para el respeto de los derechos humanos. Tal como establece la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, impulsada por UNESCO, ésta radica en aceptar y reconocer la diversidad de culturas, formas de expresión y modos de ser y estar en el mundo. Para ser tolerante, es preciso conocer y dialogar con horizontalidad y apertura de mente, aunque difícilmente sin prejuicios. Esto no representa solo un deber moral, como señala la mentada declaración, “sino además una exigencia política y jurídica”. Sin embargo, y ante todo, la tolerancia implica “una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás”.

Respecto de la situación particular de las mujeres, podemos afirmar que es uno de los grupos históricamente discriminados y que, a pesar de constituir una discriminación que se ha hecho visible en el ámbito público, tiene una raigambre cultural, social, institucional y económica de larga data, que requiere de acciones certeras para deconstruir. Comprender y abordar el fenómeno de forma interdimensional e integral representa un camino para ir derribando los estereotipos asociados a los roles de género, al igual que la condición de inferioridad de las mujeres respecto de los hombres. El mismo Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) señaló en su Informe 2017 que, a pesar de ser un tema visibilizado, la igualdad de derechos de la mujer aún involucra una discriminación que se manifiesta de modo estructural en el Estado, instituciones privadas y públicas, medios de comunicación y publicidad (1). Los principales focos de desigualdad y discriminación hacia las mujeres se encuentran en el mundo laboral, en las brechas salariales y acceso a cargos de responsabilidad; en la seguridad social, particularmente en lo que a sistema previsional y planes de salud respecta; y en los medios de comunicación, especialmente en la representación de lo femenino en la publicidad. A ello, debemos sumar la situación de discriminación múltiple que sufren mujeres indígenas y migrantes (Informe INDH 2017).

Volviendo al propósito inicial de construir una política que promueva la igualdad de género en todos los ámbitos alrededor de nuestra comunidad, identificamos ciertas prácticas transversales que pueden cimentar la construcción de una educación no sexista, por ejemplo, mediante la generación de espacios más democráticos, deliberativos críticos y colaborativos. Estos adjetivos no son usados al azar. Condensan un profundo trabajo en educación y derechos humanos, cuyos referentes encontraremos en nuestro país en los sitios de memorias, universidades y espacios de educación popular y comunitaria. Un Chile que cuenta con exponentes como el Premio Nacional de Educación Abraham Magendzo, pero por sobre todo con organizaciones y activistas de la sociedad civil que, con más o menos tiempo de existencia, han emprendido una ardua lucha en la reivindicación de los derechos de las mujeres, como MEMCH, la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres y el Observatorio contra el Acoso Callejero, por mencionar solo algunas. MARIANA ZEGERS IZQUIERDO Secretaria General Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi. ALAI. Jueves 7 de marzo del 2019.

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POR UN MOVIMIENTO DE MUJERES Y FEMINISTA QUE APUESTE POR UNA TRANSFORMACIÓN RADICAL DE LA SOCIEDAD.
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UNA FLOR ROJA PARA TODAS LAS MUJERES DE AREQUIPA, EL PERÚ Y EL MUNDO. EN ESTE DÍA 8 DE MARZO, DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER, CON MUCHO RESPETO, ADMIRACIÓN Y ETERNO RECONOCIMIENTO POR TODO LO QUE NOS DAN Y REGALAN EN LA VIDA.


 Nadia Poblete.

Correo de los Trabajadores.

Jueves 7 de marzo del 2019.


Sin duda en los últimos años el movimiento feminista, en diversos países se ha situado como uno de los actores sociales más convocantes, logrando instalar diferentes problemáticas asociadas al orden socio político y sexual que construye el Patriarcado. Desde mitad de la segunda década del siglo presente, en Chile, ha sido notable el aumento de organizaciones feministas, sobre todo en el ámbito universitario. También, comenzaron las movilizaciones masivas, miles de mujeres en la calle movilizadas contra la violencia, contra la educación sexista y a favor del aborto. En Argentina surge la consigna y la organización Ni Una Menos, las compañeras realizan un gran y masivo llamado a parar actividades productivas y reproductivas, replicando experiencias históricas como la desarrollada por las islandesas el año 1975. Igualmente en Chile, el llamado a huelga, ha sido replicado desde el año 2016, con menor impacto que lo sucedido en Argentina, Brasil o España.

No obstante, a la luz de lo que ha acontecido en estos días ad portas 8 de marzo, ese menor impacto de la convocatoria a huelga ha dado paso a diversas acciones que han evidenciado un movimiento activo. El trabajo de las compañeras de la Coordinación 8M ha logrado articular a muchas mujeres organizadas de distintos territorios, y eso, a lo menos en la Región Metropolitana, ha quedado patente.

En este contexto de avance de la movilización asociada al feminismo, la decisión sobre qué acciones políticas y cuáles son sus sustentos en pos de fortalecer el movimiento son relevantes. Incluso más allá de la masividad o convocatoria que logren, la repercusión que pueden tener esas decisiones en la construcción de una apuesta política mayor es fundamental. Se podría adelantar, en este caso,  que el llamado a movilizarse en un abanico de diversas acciones tendrá un impacto mayor que el llamado a paro o huelga propiamente tal – difícil lograr algo similar a las islandesas: 90% de las mujeres se sumó al paro productivo y reproductivo, cerraron los bancos y varios servicios, y efectivamente el país quedó detenido- e incluso, ese efecto puede diluirse sino se entronca con un relato que plantee la idea y la posibilidad de un proyecto transformador radical de nuestras realidades marcadas por la opresión.

Es así que, además de la masividad y la capacidad de irrumpir en la ciudad, el movimiento tiene que preguntarse -debemos preguntarnos- sobre el contenido político que las acciones portan y sus alcances. Urge proponernos construir el carácter efectivamente revolucionario y transformador del movimiento y para ello es necesario mirar más allá de la agitación en una fecha emblemática.

En este sentido, hay tres ejes políticos que propongo a la discusión en tantos pilares fundamentales en la apuesta por la emancipación:

Primero el carácter autónomo del movimiento. La autonomía del movimiento feminista ha sido un posicionamiento político central, ha implicado que muchas organizaciones feministas y por tanto, parte importante del movimiento desde los 80’ y con particular fuerza durante los 90’, se cuestionaran las articulaciones que incluían ONG’s, partidos políticos y la pertinencia de exigir derechos a un Estado que estaba ya atravesado por los intereses del capital. Ese cuestionamiento se mantiene vigente, toda vez que los intereses de las organizaciones políticas que tienen como centralidad ocupar puestos en la institucionalidad gubernamental, incide en su por qué y para qué involucrarse con los movimientos sociales.  Sus intereses son absolutamente distintos a los que se van entretejiendo en organizaciones sociales que van posicionándose críticamente ante la realidad que viven.

Experiencias de lo anterior hay muchas, y no es el lugar aquí evocarlas, sino simplemente señalar que en el avance del movimiento feminista, la autonomía entendida como la posibilidad de auto determinar el actuar político y su horizonte, es sustantivo. La gran articulación en la que cabemos todas es una creencia inocente. Entre nosotras hay diferencias que necesariamente nos posicionan en veredas distintas y eso puede ser un avance político significativo.

Segundo, superar el estatismo y la lógica de la inclusión. Dado que la autonomía del movimiento implica posicionarse desde una crítica profunda al Estado como instancia articuladora y gestora del bien común, seguir demandando a éste que genere las condiciones para nuestra inclusión es puro y simple reformismo. Demuestra que hay un movimiento que está empantanado en el paradigma de la igualdad, que aún cree en el aparato gubernamental cuando ya ha sido más que patente que éste no protege las vidas ni de las mujeres, ni de los niños, ni de las niñas, ni de los pobres, ni los indígenas; solo protege los intereses del capital.

Pensar más allá de la lógica estatista es uno de los grandes desafíos porque supone asumir la autonomía como proyecto político y junto con ello, perfilar y construir formas distintas de nuestra vida, nuestras relaciones humanas y con el espacio que nos rodea. Supone pensar en otro orden social, en otros marcos éticos, en definitiva en nuevas formas de construirnos como seres humanos.

Tercero, la multiplicidad de rostros que tiene un proceso transformación. Postular que las mujeres son las portadoras de la transformación profunda y necesaria en este momento de la historia, es reproducir lógicas ortodoxas que nos impide observar, por un lado, los diversos mecanismos de opresión, y por otro, las múltiples resistencias que una y otra vez emergen en distintos territorios.

La revolución, las transformaciones profundas de esta sociedad que necesitamos con urgencia, no se sustentan ni dependen solo del feminismo, ni de las mujeres.  La revolución será feminista, pero también será negra, indígena, de los y las pobres, de los y las migrantes; de todos aquellos y aquellas que han sido explotados, excluidos, humillados, golpeados, que han sufrido por esta sociedad patriarcal y racista que se despliega en el marco de un capitalismo apocalíptico que arrebata la vida.

Concluyendo, quizás el gran desafío político que nos impone este momento en el desarrollo de nuestra lucha, tiene relación con cómo el movimiento feminista se plantea en términos políticos mayores, cómo el feminismo es un aporte en la construcción de una transformación radical de la vida y cómo esa forma que asume nuestra lucha se sustenta en una lectura y comprensión de lo que ocurre en Chile y en América Latina y que tiene como fuente de origen el avance compulsivo y sin límites del capital. ¿Cuáles son las urgencias que debe asumir nuestra acción y nuestro posicionamiento político? ¿Desde dónde y desde qué análisis se pueden levantar posibilidades de articulación y de construcción de un proyecto transformador?

Un movimiento anticapitalista, como declara ser el movimiento feminista, no puede invisibilizar la política criminal que se despliega ante nuestros ojos. Abya Yala está siendo arrasada por la colusión entre el Capital, el Estado y Fuerzas Policiales y criminales. El Estado y el capital mafializado, asesina a hombres, mujeres, niños y niñas que defienden sus territorios, o que simplemente desarrollan sus vidas en lugares que el capital apetece.

Este movimiento feminista debe romper con la lógica igualitarista que sólo pide inclusión en el mismo sistema que hoy devasta territorios. Nuestra lucha por subvertir la invisibilidad y devaluación generada por el Patriarcado, solo es posible imaginarla y proyectarla a partir de la lucha por la vida que hoy destruye el capital. Esa vida que no tiene nada que ver con la que defienden los fundamentalistas religiosos, ni la mercantilización instalada en los vientres de mujeres pobres.

Así desde las consignas, desde la acción que genera impacto y emoción, que disputa sentidos, desde la masividad, urge construir los contenidos profundos, esos que van perfilando la transformación, que dan sustento a ese proceso revolucionario del que tanto hablamos, gritamos, susurramos y que se nos aparece como sueño. Esperemos que la energía que inunda este hoy, se prolongue y genere espacios de discusión, de formación, de autoformación; momentos en que se tensione incluso lo que hoy nos mantiene con la esperanza arriba, que seamos capaces de ver nuestras limitaciones actuales para ser parte de los procesos que se van gestando en distintos lugares, siempre desde abajo.

(*) Nadia Poblete, militante de la Colectiva “Nosotras decidimos” de Valparaíso.

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