“Para Estados Unidos,
y gran parte de Occidente, estos son causales suficientes para justificar una intervención
política y diplomática, que incluso debería ser militar. Entonces si estos son detonantes para intervenir es
momento que Estados Unidos, en defensa de los derechos humanos y la democracia, tome la iniciativa de invadir a su propio país. La
situación norteamericana es altamente preocupante y clasifica a la nación
para ser un apto receptor de ‘ayuda humanitaria’ made
in USA. Según un Informe de Philip Alston, relator especial de
la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre la pobreza extrema
y los derechos humanos se reveló que al 2018, 40 millones de personas en Estados Unidos viven en
pobreza, 18.5 millones viven en extrema pobreza
y más de cinco millones viven en condiciones de
pobreza absoluta.
“El país tiene la tasa más alta de pobreza juvenil en la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la tasa más alta de mortalidad infantil entre Estados
comparables de este grupo. No es sorpresa que Alston calificó al país como la sociedad
más desigual en el mundo desarrollado. Como tampoco lo es que a Estados Unidos
ya no se le pueda denominar como una nación del “primer mundo”.
Según un estudio del Massachussets Institute of Technology (MIT), para la
mayoría de sus Ciudadanos,
aproximadamente 80% de la población, Estados
Unidos es una nación comparable al “tercer mundo”.
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ES HORA QUE ESTADOS UNIDOS INVADA A ESTADOS UNIDOS.
En Estados Unidos más de
20 millones de personas viven en pobreza extrema.
*****
Martín
Pastor.
Rebelión
martes 5 de marzo del 2019.
Bajo el amparo de la ‘ayuda humanitaria’ y la lucha
por la ‘democracia’, los Estados Unidos han justificado decenas de intervenciones militares y políticas en el mundo durante el siglo
XX y XXI. En su más reciente campaña se han centrado en Venezuela, como parte de una estrategia para menoscabar a gobiernos
progresistas de la región.
Con una coordinada manipulación mediática, bloqueo
económico y presión diplomática se ha tendido la ofensiva imperialista sobre la nación latinoamericana desde hace
más de una década. Han tachado al gobierno venezolano como una ‘dictadura’, presentándolo como un ‘Estado fallido’ sumido en caos social,
con altas tasas de pobreza, desnutrición, e inseguridad; argumentando que la causa es el
modelo progresista y no factores exógenos como el bloqueo criminal o
desacreditación internacional.
Para Estados
Unidos, y gran parte de Occidente, estos son causales suficientes para
justificar una intervención política y
diplomática, que incluso debería ser militar. Entonces si estos son
detonantes para intervenir es momento que Estados Unidos, en defensa de los
derechos humanos y la democracia, tome la iniciativa de invadir a su propio
país.
La situación norteamericana es altamente preocupante
y clasifica a la nación para ser un apto receptor de ‘ayuda
humanitaria’ made in USA.
Según un informe de
Philip Alston, relator especial de la Organización de Naciones Unidas (ONU)
sobre la pobreza extrema y los derechos humanos se reveló que al 2018, 40 millones de personas en Estados Unidos viven en
pobreza, 18.5 millones viven en extrema pobreza
y más de cinco millones viven en condiciones de
pobreza absoluta.
El país tiene la tasa más alta de pobreza juvenil
en la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OECD) y la tasa más alta de mortalidad infantil
entre Estados comparables de este grupo. No es sorpresa que Alston calificó al
país como la sociedad más desigual en el mundo desarrollado.
Como tampoco lo es que a Estados Unidos ya no se le
pueda denominar como una nación del “primer
mundo”. Según un estudio del
Massachussets Institute of Technology (MIT), para la mayoría de sus Ciudadanos, aproximadamente 80% de la población, Estados Unidos es una nación
comparable al “tercer mundo”.
Para llegar a esta conclusión los economistas
aplicaron el modelo de Arthur Lewis,
ganador de premio Nobel de economía
(1979), diseñado para comprender qué factores y cómo clasificar a un país
en vías de desarrollo.
Según Peter Temin,
coautor del estudio, Estados Unidos
cumple con este modelo: es una economía dual (brecha incomparable entre una
pequeña parte de la población y la gran mayoría) en la que el sector de bajos salarios tiene poca influencia sobre la
política pública; un sector de altos ingresos mantiene los salarios bajos
en el otro sector para proporcionar mano de obra barata; un control social que
se usa para evitar que el sector de bajos salarios impugne las políticas que
favorecen al sector de altos ingresos; altas tasas de encarcelamiento; políticas
públicas de los sectores más ricos con el objetivo de reducir los impuestos para
dicho grupo; y una sociedad donde la movilidad social y económica es baja.
Especialmente cuando uno de los argumentos
principales para justificar las agresiones son el supuesto ‘bienestar’ y derechos
humanos de los ciudadanos. Nuevamente los norteamericanos deberían ver
primero la ‘viga
en su propio ojo’.
Según un análisis trianual
del Commonwealth Fund (2017), los
Estados Unidos, por sexta ocasión consecutiva, se posesionan como el peor
sistema de salud entre 11 naciones
desarrolladas. Cuentan con el sistema de atención médica más caro del
planeta, con un gasto anual de tres billones dólares, que ha resultado en uno
de los países con mayor disparidad en accesos a saludo, basada en ingresos.
Mientras que
la expectativa de vida en Estados Unidos disminuyó por tercer año
consecutivo, situándose en 78.1 años.
Un decrecimiento porcentual comparable al periodo de 1915 y 1918, en el que dicho país enfrentó una Guerra Mundial y la
pandemia de influenza global. En comparación, Cuba, que forma parte de la ‘Troika de la Tiranía, según John
Bolton (Consejero de Seguridad Nacional) tiene
un expectativa de vida de 79,74 años al 2018.
Y en educación ni que hablar. Desde 1990 al 2016, Estados Unidos cayó del
sexto lugar al vigésimo séptimo,
situándose como uno de los peores sistemas educativos del mundo ‘desarrollado’. Con un gasto público que se
redujo, entre 2010 y 2014 en 3%,
mientras que economías desarrolladas la inversión crecía por sobre el 25%.
Un bienestar
de vida deteriorado, un sistema de salud caro e inequitativo y una educación
que no se compara con otras naciones desarrolladas. Si esto no es suficiente
para que el gobierno norteamericano y el resto del Occidente decidan
intervenir, entonces las constantes violaciones a los derechos humanos deben
ser un causal para movilizar tropas a la frontera e iniciar bloqueos
económicos.
Los Estados
Unidos sistemáticamente han dirigido o influenciado intervenciones en América Latina y el resto de sur
global. Las operaciones cubiertas, las guerras étnicas y las invasiones
militares más recientes son una prueba de la ‘ licencia para
matar ’ que se ha auto-concedido a este país.
Cárceles en
donde se violan derechos humanos como Guantánamo y Abu Ghraib son solo
ejemplos de esta realidad. Y figuras como Gina
Haspel, quien estuvo directamente involucrada en el programa de tortura del
gobierno estadounidense, ha subido a posiciones de poder mundial como directora de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA).
Pero su transgresión más clara es la separación del
Consejo de Derechos Humanos de la ONU, órgano
internacional encargado en velar que dichas violaciones no sucedan. Una decisión que
vino días después de que el Alto
Comisionado para los Derechos Humanos denunciara la práctica de la
administración actual de separar forzosamente a niños migrantes de sus padres y
encarcelarlos, en lo que solo pueden llamarse campos de concentración modernos.
A nivel interno se ha reducido la responsabilidad
de la policía sobre el uso de fuerza excesiva, especialmente en comunidades negras y latinas. La
matanza sistemática de hombres negros en
Estados Unidos por esta fuerza del orden, según un estudio de
la Universidad de Boston, refleja un racismo
estructural subyacente en la sociedad
norteamericana; que también se ve reflejado en un sistema de justicia
parcializado en contra de las comunidades negras.
"Si la policía patrullara las áreas blancas
como lo hacen en los barrios negros pobres, habría una revolución", comenta
Paul Butler, autor de ‘Chokehold: Policing Black men’, que relata lo
que significa ser un hombre negro en Estados Unidos.
Estas
violaciones de derechos humanos son la realidad diaria para minorías étnicas y
grupos históricamente discriminados. Lo cual está acompañado del
fortalecimiento de agrupaciones con tendencia fascista, que cuentan con el apoyo directo e indirecto del gobierno
central y local en varios estados. Un preocupante escenario para millones
de ciudadanos negros, latinos y de otras etnias.
Sin embargo, la falsa ‘preocupación’ por Venezuela,
Libia, Siria, Iraq, Yemen, Afganistán, y Ucrania, solo en estas últimas
dos décadas, ha guiado invasiones y agresiones en nombre del bienestar y los
derechos humanos. Acciones que a su vez llevan escondido intereses ulteriores
basados en un indicador en los que Estados
Unidos, sí es número uno: el gasto militar.
Al 2019, este país
cuenta con un presupuesto militar
sobre los 680.000 millones de dólares, es decir más que los presupuestos
sumados de las siete naciones que le siguen en la lista: China, Rusia, Arabia Saudita,
India, Francia, Reino Unido y Japón.
Ni siquiera
en libertad económica ( 12 en el mundo ) son
líderes o crecimiento del PIB ( 147 de 224
países ); lo cual refleja
una realidad. Estados Unidos es un imperio militar, su economía se basa en
la guerra y ninguna acción realizada en nombre de la ‘ayuda humanitaria’ tiene coherencia cuando el interés de su
gobierno es promover el caos para su beneficio.
Ante esta situación lo que el mundo está viviendo
es la ‘patada de ahogado’ de una
superpotencia en declive. Es por ello que con tanto esmero trata de aferrarse
del último bastión de influencia que sigue siendo América Latina, ergo su fijación con Venezuela y otras naciones de la región. Ya que si de ayuda real se tratara, es hora que Estados Unidos seriamente analice intervenir, con la misma intensidad, en
su propio país.
No es Venezuela, es Estados Unidos.
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